Capítulo 2
THOMAS
Escribir manipulando la historia a mi favor, me hubiera sido muy útil en la vida real. Hace siete años, más concretamente. Si mis padres no hubieran tenido que ir a firmar los documentos del difunto padre de mamá, no hubieran salido de la ciudad. No hubieran tomado aquella curva. No los hubiera aplastado aquel camionero borracho. Reprimo el escalofrío de ira, de impotencia... Conozco muy bien ese sentimiento. He lidiado con él durante todos estos años.
Recuerdo la noche en la que mi tía Helen, con la que ya a penas hablo aunque vivimos en la misma ciudad, vino a cuidarnos a la pequeña Thalia de siete años y a mí de trece, alegando que nuestros padres debían ir a ver unos papeles muy importantes. Me quedé hasta tarde leyéndole a mi hermana y, cuando bajé a beber agua, decidí encender la tele para ver si ponían la retransmición de mi partido de fútbol y...
Vi las noticias.
Era su coche. Grité de la sorpresa al ver el coche de mis padres destrozado en la tele. El vaso de agua se me cayó y se hizo trizas en el suelo y mi tía bajó, asustada. Al ver lo que yo miraba, se llevó una mano a la boca con horror y dio dos pasos hacia atrás. Mis ojos se clavaron en aquella pantalla, en el hombre contando como un camionero hasta arriba de alcohol los había investido por el carril contrario...El coche había quedado detrozado...y sus cuerpos también.
Apreté los puños con fuerza, me crugieron los nudillos. Comencé a contar para calmarme. Cuando recordaba aquella noche, perdía todos los papeles. Thalia salió de su habitación con los rizos rojos apuntando a todas partes, tenía las pecosas mejillas rojas de tanto llorar.
—Estaba pensando...—pasó por delante de mí, ignorándome, y sacó el único pote de Nutella quedaba.
—Déjalo ya, Tom—masculló abriéndolo y tomando una enorme cucharada—. Estoy deprimida, al menos respeta eso.
Madre mía con los adolescentes y su manía de autodiagnosticarse depresión como si fuera gripe.
Levanté una ceja.
—Dios...—abrí el ordenador sobre la mesa de la cocina—. Vete a tu cuarto entonces, pero vive tu depresión sin mi chocolate, Thalia. Deja la Nutella donde la encontraste.
—Ni de coña. No hay depresión sin chocolate.
—¡Lenguaje, señorita!
Volteó los ojos.
—A la mierda todo.
—¡Thalia!—ignoró mi regaño subiendo las escaleras.
Me pasé la mano por el rostro con exasperación. Hacerme cargo de una niña de siete a los trece fue una epopeya. Era un crío, cuidando de una cría. La tía Helen se fue a mis quince, cuando discutimos porque trataba fatal a Thalia. No he hablado más de cinco veces con ella desde entonces. Fue difícil ocultarle a los servicios sociales durante más de dos años que no era mayor de edad, pero al final lo conseguimos y cuando cumplí dieciocho, hace dos años, todo pasó a ser completamente legal. Y, al fin, pude obtener su custodia.
Pero, actualmente, después de haber superado mi etapa de hermano mayor aceptando que su hermanita salía con tíos...Bueno, ahora tocaba ser el hombro en el que lloraba las rupturas. Bueno, eso si no me mordía en el camino. Se había vuelto loca. Había tirado todas las fotos de su ahora exnovio en un latón y les había prendido fuego. Jamás la había visto así.
Tragué saliva y me levanté. Subí hasta su cuarto.
—Thalia...
—Vete, Tom.
Suspiré.
—Mira, sé que es difícil la primera ruptura, pero...
—¡He dicho que te vayas!
—¿No crees que sería bueno que lo hablaras con alguien?
Hubo un silencio.
—Brand puso a todos en mi contra...—me pareció oír un sollozo. Se me retorció el pecho—Todos mis...bueno, sus amigos me odian. Dicen que le hice mal. Nadie en el salón me habla.
Apreté los labios. Le había abierto las puertas de mi casa a ese chico. La había confiado el corazón de mi hermana y él era tan poco hombre de poner a todos en su contra. No era tan pequeño para semajante acto de inmadurez. Tomé aire con fuerza.
—Tengo...Tengo una amiga con la que podrías hablar de ello.
Entreabrió la puerta, curiosa. Sonreí al ver que tenía el morro embarrado de Nutella. Se veía tan pequeña en ese momento...Si me concentraba un poco podía imaginarme que la estaba consolando por un juguete roto y no por una jodida ruptura...O no. Mierda.
—¿Quién es?
—Se llama Diana—sonreí recordando sus ojos brillantes—. Está conmigo en el curso de escritura que he comenzado.
—Mmmm...—murmuró, mirándome. Cuando entrecerró los ojos, me puse a la defensiva—¿Es tu novia?
—¡¿Qué?! ¡No!
—¿Y por qué te pones nervioso?
—N-No estoy n-nervioso, solo...Me incomodas, haces preguntas invasivas.
Resopló.
—Déjame reformularla, entonces : ¿Te gusta esa chica?
—¡No, Thalia!—me pasé la mano por el pelo—. La acabo de conocer. Maldición. Te digo que puedes hablar con ella porque creo que son personas compatibles. Ella puede escucharte y ayudarte de ser necesario a...sentirte mejor. No he hablado mucho con ella, pero...me ha recordado mucho a ti.
—Por Dios...—volteó los ojos—. Ya veré, Tom. Déjame en paz un rato ahora, por favor.
—Pero...—me cerró la puerta en la cara.
Apreté los labios con fuerza. Adolescentes. Madre mía.
Mi mente viajó a Diana otra vez. Pocas veces cogía confianza demasiado rápido, siempre había sido muy introvertido. Pero ella, ella me inspiraba esa sensación de confort, de que podía...abrirme. Algo en la pureza de su mirada me decía que era de fiar. Y, la mayoría de las veces, la mirada jamás mentía.
—Thalia...—volví a intentar—. Por favor, esto es tan doloroso para mí como para ti, nada me hace sentir peor que verte triste. Solo trato de ayudar, no te cierres en banda. Te lo suplico.
Se hizo un pequeño silencio antes de que volviera a abrir la puerta. Tenía la Nutella a medio comer sujeta con el otro brazo. Se me estrujó el pecho al ver las lágrimas contenidas en sus ojos a pesar de su ténue sonrisa.
—¿Prometes no ser un obstáculo en mi depresión post-ruptura? Porque te recuerdo que eso suelen hacer los adultos comunes.
—Pues menos mal que yo no soy un adulto común entonces—sonreí—. Hoy haremos todo lo que requieras para sentirte mejor, pero mañana sonreirás, y le plantarás cara a Brand. Le harás ver a todos sus amigos que mintió y recuperarás tu brillo, ¿me oyes, hermana?—Ella asintió suavemente—. Bien. Ahora, ¿qué quieres hacer?
Hizo un mohín pensativo y luego sonrió con maldad.
—¿Puedes ver Gossip Girl conmigo?
Volteé los ojos.
—Madre mía...—suspiré, como si estuviera a punto de lanzarme a la guerra—. Vamos, sigamos alimentando tu poco sana obsesión con el tóxico de Chuck Bass.
—¡Él no es tóxico, es perfecto!
—Es ultratóxico, Thalia.
—Su toxicidad es romántica.
—Haré de cuenta que no acabas de decir algo así—me arrastró hasta su cama. Su cuarto era mucho más desastrozo de lo normal—. Bien, bien. Me quedo callado, mensaje pillado. ¿No te apetecen palomitas?
—No vas a escabullirte usando la excusa de las palomitas otra vez, Tom...—me miró de reojo mientras ponía el primer episodio de la serie—. Además, tengo todo lo que necesito con la Nutella que te he robado.
—Serás rata...
—No seas infantil. La cría soy yo, el chocolate me pertenece.
—Solo dejas que te llame cría cuando te quieres quedar con mis dulces, mierdecilla.
—Beneficios de ser menor ante la ley, ¿qué te puedo decir?
Se sentó cuando empezó a reproducirse el primer episodio y solté un bufido cuando se metió una enorme cucharada de Nutella en mis narices.
🌻
El miércoles Diana accedió a pasarse por mi casa a charlar un poco con Thalia. Habíamos hablado muchísimo el martes, y al final me había dicho que no tenía problema en ayudar a mi hermana a sentirse mejor. Había comentado que tuvo muchos momentos donde le hubiera gustado tener una amiga. Al instante me pregunté cómo alguien tan...increíble como ella no tendría amigos. Era difícil de creer, pero preferí no interferir en caso de que el tema fuera peliagudo.
Por la tarde se apareció en mi puerta gracias a la dirección que le había mandado. Llevaba las trenzas sueltas, unos enormes aretes artesanales y un vestido naranja con flores rojas. Mi sala de estar pareció tomar color con su presencia.
—Hola—nos saludamos con dos besos en las mejillas—. Menos mal que diste con la casa.
—Fue sencillo—sonrió—. Pensé quedaría más lejos.
—¿Te apetece algo de beber? ¿Agua, jugo...?
—Un vaso de agua estaría bien, gracias.
—Enseguida.
Fui a la cocina y le serví un vaso de agua. Se lo di y me dio una sonrisa de agradecimiento.
—El calor me encanta, pero es horrible para salir de casa.
—Sí, sobre todo en julio.
—Ya...—se terminó el vaso de agua y me lo dio—. Muchas gracias. Y, ¿dónde está tu hermana?
Suspiré.
—En su cuarto—me pasé las manos en el pelo—. Hoy se levantó un poco mejor, o eso creo. Le hice prometerme que hoy dejaría de autocompadecerse tanto. Pero, detesto ver sus ojos así de apagados por un chico que nisiquiera la valora. No es justo.
Ella me dio una sonrisa triste.
—Tal vez este cometario sea un poco indiscreto, pero actúas más como un padre que como un hermano.
—¿Eso está mal?
—No, por supuesto que no...—frunció los labios—. Por lo que me contaste...bueno, creo que le viene ver tener una...figura paterna. O algo similar, al menos. Tiene a un hermano y a un padre en la misma persona, es...bonito.
Levanté las cejas.
—La verdad es que nunca lo había visto así.
Me puso una mano en el hombro.
—Vamos, quiero hablar con ella.
La guié por las escaleras hasta la habitación de Thalia. Tenía un póster de Mean Girls en esta, lo cual no dejaba lugar a dudas de quién era la dueña.
—Thalia, Diana está aquí—le dije a través de la puerta—. Te hablé de ella, ¿recuerdas? Quiere charlar un poco contigo.
Thalia asomó la cabeza. Se había recogido los rizos en una cebolla y tenía la nariz y las mejillas rojas por encima de las pecas.
—Hola—se apresuró a decir Diana con una enorme sonrisa—. Mucho gusto, al fin te conozco. Tu hermano me ha hablado mucho de ti.
Ella ladeó la cabeza.
—Menos mal, pensé que me ocultaba de sus ligues.
—¡Thalia!—se me enrojecieron las orejas, será cabrona.
Diana no pareció incómoda, de hecho, soltó una carcajada.
—No es el caso. Tu hermano no es esa clase de chico, se le ve de lejos. Ahora, intentaré ignorar el hecho de que tratas de desviar la atención a nosotros, y te preguntaré : ¿Te apetece charlar conmigo? Ya sabes, solo chicas.
Ella la miró por varios segundos y, finalmente, asintió.
—Vale. Pasa.
—Cuidado, su habitación es radioactiva—advertí.
—¡Deja de decirle eso a todos los que vienen a casa, Tom!—el grito de mi hermana fue lo último que oí antes de que la puerta, de nuevo, se cerrara en mi cara.
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