Prefacio.
Las frías calles de Seúl me daban la bienvenida, niños jugando se hacían presente en mi campo visual, las personas con chocolate humeante pasaban a mi lado. Era tan solo un extraño más en aquel lugar.
Sujetaba mi maleta, el autobús me dejó en la entrada del pueblo.
Las pisadas marcaban la nieve, formando un camino. La nieve daba un aura hogareña, a aquel dulce pueblito, daba paz y tranquilidad. Los saludos de las personas no tardaban en llegar, algunos solamente por cortesía, contadas eran las personas que parecían querer entablar una conversación conmigo.
Pero nada de eso importaba, nada.
Una bola de nieve fue a parar a mi cabeza, arrancando de golpe el gorro que estaba colocada en esta. Un niño despistado quizá.
–Hum, y-yo lo siento.
Benditas sean las piernas de aquella chica. Su voz era sumamente delicada.
Mi mirada viajo lentamente desde sus zapatos, botas cafés, paso de sus piernas cubiertas por una minifalda rosa hasta su rostro, facciones tan finas como las de un ángel, representaban inocencia pura en todo su esplendor, casi en cámara lenta, sus ojos hicieron contacto visual con los míos...casi escaneandome de manera lenta.
–Hey tú ¡No te juntes con el marica del pueblo!
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