7. Espectáculo
Amaneció el miércoles y Simeón esperaba a Franco como el día anterior. El boticario le había vuelto a pedir el favor al vecino Núñez y este, una vez más, exigió saber qué estaría haciendo. Simeón le cedió parte de la información general diciéndole que iría a abastecerse de medicinas que sólo había en Barquisimeto. Había dicho una media verdad, fue así que el vecino aceptó con amabilidad cuidar la casa y tienda del boticario.
Franco apareció en el callejón de nuevo y tocó su puerta.
—Vamos, el tiempo apremia —dijo el reportero.
—Momento. Pasemos lista. Nunca me ha gustado hacer viajes de un día para otro, accedí a este por motivos mayores.
—Por los mismos motivos mayores es que debemos pasar lista rápido —sonrió con sorna.
Simeón revisó sus maletas una vez más, se dio cuenta que casi dejaba una pijama que a Franco le pareció irrelevante pero para él no, se adentró en su casa, revisó las maletas, tomó un collar que metió en el bolsillo de su chaqueta con rápidez. Al salir Franco algo ansioso y subiendo a la carreta le preguntó:
—¿Qué es eso que lleva en el bolsillo? —señaló la chaqueta del otro.
Simeón reaccionó y se llevó la mano al bolsillo para terminar de guardar parte del collar que colgaba fuera del bolsillo. Se hizo el loco y no respondió a la pregunta. Subió y emprendieron el camino. Aquello no era más que el collar preferido de Leonora, se lo había regalado en el primer aniversario. Luego de su muerte lo tomó por amuleto de la buena suerte y para poder darle más impulso a la aparición de esta.
El inicio de lo que sería un largo viaje había comenzado bastante silencioso. Franco había intentado varias veces entablar alguna conversación externa al tema que los había unido, algún tema más personal para conocerse y hablar de algo, después de todo serían varios días los que estarían juntos y debían aprender a confiar y relacionarse uno con el otro, pero Simeón se limitaba a responder con monosílabos aunque las preguntas fueran concebidas para obtener largas respuestas, explayarse y conseguir otros temas para conversar. Franco no hacía más que callar e intentar minutos más adelante con otra pregunta que recibía una misma respuesta corta. El reportero aún no entendía la vida personal que había llevado su compañero de viaje desde su viudez, una vida llevada de lo social a lo asocial;dejó de asistir a reuniones a las que era invitado y tampoco invitó a nadie a la suya. Una vida triste y solitaria con la que había tenido que mal acostumbrarse por no querer intentar cosas nuevas sin su esposa.
A Simeón se le notaba el fastidio en el rostro. Luego reaccionó y suavizó su comportamiento, dejó de dar respuestas cortas y aplicó esfuerzo en responder a lo que el otro le preguntaba. Franco se extrañó del cambio repentino pero se fue acostumbrando. A leguas se notaba que las personalidades eran muy diferentes. Más extraño era verlas congeniar. Horas después el silencio se volvió a establecer y se enfocaron en el camino que andaban.
Luego de viajar todo un día, con sus correspondientes paradas para el descanso y comidas, llegaron a Río Tocuyo casi al anochecer, donde se estaba presentando La desheredada. Preguntaron a los enterados y justo en un par de horas habría una función en un pequeño anfiteatro. Los dos se acercaron a donde vendían las entradas y compraron dos. Franco, quien conducía la carreta, estacionó la misma frente a este espacio y cuando el reloj marcó las 7:00pm las personas comenzaron a llegar y entrar.
—¿Entramos de una vez? —preguntó Simeón.
—No. No quiero que nos vean entrar juntos y tan pronto. Puede que ella se entere y aunque no conozca el propósito que trae hasta aquí, podría molestarle mi sola presencia. A veces no he sido el mejor reportero. Puede imaginarse —Simeón no se lo imaginó y tampoco pensó mucho en ello. Hizo una pausa y habló—: ¿Asustado?
—Puede que un poco.
Esperaron otros minutos y cuando la entrada se llenó, bajaron del carruaje y se mezclaron entre la multitud. Se lanzaron miradas y señas disimuladas para encontrarse en el pasillo dentro.Pudieron sentarse en las últimas filas por si ocurría algo.Dieron apertura a la obra.
—¡Ah, olvidaba decirle! ¿Trajo los pequeñas tapas de corcho que les pedí antes de salir?
—Sí, aunque no me dijo para qué eran en el momento.
—Ya lo sabrá. Sáquelas.
Simeón dispuso de cuatro tapas muy pequeñas de corcho, como para tapar un pequeño frasco de perfume de muestra y se los entregó a Franco.
—Quédese usted con dos —las tomó e introdujo en sus fosas nasales. Se veía ridículo—. Hágalo usted también —dijo con voz nasal y cómica. Simeón con poco convencimiento lo hizo—. Esto, aunque parezca extraño, nos puede prevenir de oler el color de voz que viajará como aurora boreal por todo el anfiteatro, si es que llega a pasar y es lo que espero, sino quedaré como un total tonto —Simeón no dijo nada, le pareció extraño el uso de la expresión Color de voz para el supuesto fenómeno. Tuvo que acostumbrarse a respirar por la boca, cosa que hacía mal el proceso de oxigenación del cuerpo, pero, según Franco, para el momento era necesario; así que solo observó. Lo que vería sería atroz. No imaginó nunca ver a una enfermiza señorita Navas motivada por la presunción de su belleza, canto, actuación y sobre todo poder.
Todo comenzó normal y como se esperaba. Apareció un hombre muy elegante que caminó hasta el centro de la tarima, luego se detuvo mirando al público, era el presentador.
—Ahora sin más preámbulos, conoceremos uno de los nuevos talentos que ha causado revuelo en varios espacios, y ahora tenemos la dicha de poder hacer que se presente aquí en Río Tocuyo. La señorita Jimena Navas —dijo el de traje con una excelente proyección de voz. Se oyeron múltiples aplausos entusiasmados—. Una joven que ha venido cautivando a los espectadores con la presentación de La desheredada.
Los aplausos aparecieron para dar la bienvenida mientras el hombre se retiraba del escenario. El telón rojo se fue levantando con lentitud y poco a poco se fueron viendo las zapatillas de una mujer, luego un elegante vestido y finalmente el rostro de Jimena quien se veía más cautivadora que nunca, mostraba un rostro más joven del que poseía. Desde lejos parecía incluso que su rostro fuera como la porcelana.
—¿Preparado? —Preguntó Franco en un susurro al otro.
—No, pero ya no hay vuelta atrás. Hay que afrontar lo que venga, a pesar que mentalmente no lo esté —Franco asintió y siguieron observando lo que acontecía.
Jimena de pie inició el show. Al principio Simeón notó un desnivel mínimo en su voz que el resto de los presentes no. La soledad y silencio le habían traído un beneficio después de todo:su capacidad auditiva. Miró a Franco esperando que éste lo notara pero no le devolvió la mirada. Jimena entonó una hermosa canción ya muy reconocida para la época pero que en las tonalidades que ella alcanzaba, ya fuera por su propio talento sumado al efecto de la anómala miel, sonaban extraordinarias. De la nada una niebla cerúlea comenzó a surgir de los labios de Jimena. Franco fue el primero en detallarla y codeó a Simeón para que atendiera pero aunque hizo el esfuerzo,Simeón no veía nada.
—¿Qué pasa? —susurró Simeón al otro.
—¿No ve? Mire esa ligera niebla cerúlea que comienza a esparcirse.
Agudizó la vista y pudo verla. El resto de los presente parecían completamente ciegos ante esta potente minucia.
El extraño humo natural surgía de la boca de Jimena similar al humo de cigarrillo, la diferencia era la vivacidad con la que se movía, tanto en movimiento como en color, se movía buscando un objetivo; se dividió en dos, una honda se fue por la derecha y la otra por la izquierda. El humo era casi imperceptible, había que esforzarse por notarla moverse entre la penumbra que brindaba la arquitectura e iluminación.
Ambos desde el fondo observaron como una de las ondas alcanzó a un hombre, al parecer casado ya que estaba junto a una dama mientras entrelazaban sus manos como fieles enamorados de temporada, se acercó al oído de éste y de golpe entró; el hombre dio un sobresalto, como si le hubiera picado algún abejorro, solo se rascó y siguió admirando a Jimena; por un momento su enamorada —o esposa— lo miró para saber qué había pasado, pero según sus facciones, nada. Mientras eso sucedió entre los asientos, en el escenario Jimena cantaba una canción y entre los espaciados de las estrofas, donde debía tomar respiración, susurraba algo; Franco lo pudo notar con un pequeño binocular que había llevado, se lo prestó a Simeón para que se diera cuenta. ¡Parecía no necesitar tomar aire entre los espacios! Sería cosa de mucha práctica o rapidez para que le pudiera dar tiempo de susurrar algo. Al instante de los susurros el hombre sentado comenzó a retorcerse de un dolor en el oído, su amada lo volvió a mirar, éste le dijo unas palabras y miraba a Jimena, le volvió a decir cosas a su acompañante hasta que ésta se hartó y lo cacheteó. Tristemente la mujer se marchaba entre sollozos. Algunos se sorprendieron mientras que otros ignoraron. Lo mismo siguió aconteciendo con el color cerúleo, otros hombres emparejados, hombres solos, niños y demás; de un modo rápido hacían estupideces, se golpeaban unos a otros, se insultaban, saltaban, corrían por los corredores entre los asientos. Al parecer Jimena les daba órdenes a través de los susurros que emitía entre los espaciados, y estos susurros viajaban a través de las raras ondas semi-coloridas. Ella parecía no percatarse de la presencia de los dos hombres. Y eso a los dos les convenía.
—¿Qué hacemos señor Duval? —Le preguntó Simeón a su acompañante que ya se ponía de pie.
—¡Salir! No hay nada que podamos hacer por ahora. Adelante, sigamos por allí —le dijo Franco señalando un corredor que daba a la salida.
Estando afuera, ambos quedaron sorprendidos por lo ocurrido ¿Era brujería? Ninguno de los dos creía hasta el momento que eso fuera causante de un simple tónico. Tenía que ser cosa de brujería.
—¿Es usted brujo o mago y no me lo ha dicho aún? —Inquirió Franco contra Simeón. La intensidad del evento había quedado insignificante a la primera vez que había presenciado los mismos hechos.
—¿Qué? ¿Está loco acaso? Más bien dígame ¿Por qué no hicimos nada? —exigió Simeón.
—¿Seguro? Es que usted fue el que lo preparó y… eso no es normal. Supuse que podría conocer los efectos y solo se hacía de vista gorda, quería confrontarlo —Simeón negó asustado—. No debemos hacer nada porque no sabemos a qué nos enfrentamos aún. Ni sabríamos cómo actuar ante ella. Cualquier cosa podría ofenderla y usar ese extraño poder contra nosotros y ni sabemos qué nos puede decir o qué hacer bajo ese hipnotismo que vimos. ¿Y sí hace más que hipnotizar? Por los momentos es mejor prevenir.
—Sé que lo que presenciamos no es normal. No es necesario que me lo recuerde. Pero no creo que sea producto de la miel azul tiene que…
—¡Claro que sí! ¿Qué otra cosa si no? —le cortó Franco.
Simeón caminaba de un lado a otro asustado sin creer lo que acababa de ver. Era completo horror y le costaba imaginar que todo fuera causante de aquel tónico.
—No sé qué tendrá, espero que pronto lo sepamos —dijo finalmente.
Vieron más damas salir sollozando, algunos hombres furiosos por extrañas razones, ojos morados, sangre en los rostros ¿Cómo era que a pesar de eso todo seguía siendo un afamado espectáculo? Faltaban muchas cosas por conocer aún y el tiempo parecía apremiar. ¿Hasta dónde llegaría ella a usar esos raros hipnotismos? Franco pensó por un momento devolverse, esperar que la obra terminara y hablar con Jimena, pero no sería nada sutil. Podría alterar el transcurso de los acontecimientos que igual se desbordarían.
Entre tanto alboroto de la gente que salía no habían notado que le habían quebrado una rueda al carruaje y la lona del techo estaba rasgada. El caballo relinchaba y se sacudía asustado entre el desastre del que se llenaba la calle. Nada podían hacer más que intentar repararla para continuar el viaje.
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