
2. Miel azul
Volteó el cartel, con la otra mano sacó el juego de llaves que tenía en el bolsillo, seleccionó una y abrió. El tintineo de la campana rompió el silencio establecido en la calle y tienda. Aunque él no lo sabía, ese sonido fungía de despertador para algunos de sus vecinos que agradecían la existencia de aquella botica. El silencio volvió.
—¡Válgame Dios! —exclamó el boticario al darse cuenta que se trataba de una joven menor que él— ¿Qué hace una dama como usted tan temprano por aquí?
—¿Usted es el señor Mariño? —Preguntó la joven con voz desafinada. No dejó que le contestara— Es que me urge hablar con él. Como podrá notar necesito alguna medicina que me acomode la voz.
—Sí, soy Mariño para servirle¿Qué hizo para dañarse así la voz?
—No lo sé. Ayer estaba bien. No dormí bien en la noche y me levanté temprano, fui al teatro y comencé a practicar en el camerino mi voz. Mi madre dice que es algo viral ¿Qué cree usted?
—¿Narra, canta o cuenta cuentos? —Ninguno de los dos notó que ignoraban sus preguntas entre sí, pensó en decir otras cosas pero sería horroroso decírselo a una joven mujer que podría sentirse ofendida.
—Actúo y canto en una obra melodramática ¿Ha oído de ella?—Dijo entusiasmada— Se llama La desheredada. Trata de una mujer solitaria, depresiva, en constante llanto y entre actos canta para identificarse, es un musical y....
—La verdad tengo mucho tiempo sin ir al teatro —interrumpió Mariño.
—¡Mi voz! Me distrae. Preciso algo para controlar la tonalidad de mi voz. Hoy es el cierre de la obra que se ha repetido por más de un mes ininterrumpido —la joven habló corrido sin respirar, se inspiró contando—, solo tenemos descanso en las noches y entre las diferentes funciones, del resto ensayamos. Así que necesito que esto se me pase inmediatamente.
—Entiendo —respondió Mariño sin atender al resumen que le habían contado.
Seguían en el umbral de la tienda y pasó un vecino, como todas las mañanas, saludándolo:
—Hoy se le ve más joven que ayer —y parecía ser cierto. Simeón Mariño era aún joven y hasta ese momento era que exploraba el mundo con su amplio conocimiento. Su simpatía era bien recibida por los vecinos.
—Gracias, a usted más —le contestó Simeón a modo de broma. Siempre se decían lo mismo y ambos reían. Prosiguió con la joven—. Para corregir algo como lo que escucho necesita de días... no de instantes —volvió la mirada al mostrador donde, en frascos de vidrios, se encontraban distintas medicinas, cada una con su etiqueta, detrás de éste otro mostrador que abarcaba la pared con más frascos de varios tamaños. Mantenía un vivero a la derecha, con pequeñas plantas a las cuales a veces le arrancaba un par de hojas para algún tónico.
—Le pagaré el doble —dijo ella. Él reaccionó con la mirada espabilada. Necesitaba el dinero. Desde hacía varias semanas que no había vendido mayor cosa y aun así abría la tienda con optimismo esperando obtener algo de dinero para sustentar lo más básico del hogar.
—Bueno es que estoy recordando... —pareció excusarse— hay un modo, pero no le aseguraré que se le pase la gripe de un momento a otro. Tal vez solo le ayude un poco.
—¿Cuál será? —luego añadió con tristeza— ¿Sabe el peligro que corro si no puedo subir hoy al escenario? Podría quedar sin empleo —él, que lo tenía ni poseía dinero para comprarse nada esa semana, lo sabía—. Ahora si hace efecto, como le dije, le pagaré lo que me pida.
—Bueno, hay una receta muy sencilla. Pasé y espéreme aquí —le señaló una silla con un cojín de cuero rojo junto al mostrador.
Él se dio la vuelta y la dejó. Afuera ya comenzaba a surgir la luz natural y la afluencia de personas pasando por el frente fue más notable. Se fue por la puerta que lo trasladaba a la casa.
Esa jovencita es tan solo una niña malcriada, altiva —se dijo mientras caminaba a la casa—. Quizá sí disponga para pagarme de buen modo, pero su comportamiento es molesto e irritable ¿Qué edad tendrá, dieciséis? A esa edad una mujer debería haber alcanzado el mayor grado de madurez.
Quizá estaba equivocado con la edad.
Recordó una simple receta aprendida de su difunta esposa Leonora para cuando a él le sucedía lo mismo —ella siempre había sido la pionera con la invención de elementos naturales—. Una mezcla de un vaso con agua y una cucharada de sal, hacer gárgara con ello tres veces al día. Tomó la sal, una jarra de aluminio con agua que había sacado la noche anterior del pozo trasero y volvió a la tienda.
—Aquí está —dijo él como si trajera un remedio milagroso—. Es muy sencillo y costará muy poco —Simeón quería quitársela de encima, que se fuera de la tienda y lo dejara con su rutina en paz. La importancia del dinero había desaparecido de su mente, con personas así le costaba tratar, prefería perderlos como clientes antes de lidiar cada vez que tuvieran un hematoma en la rodilla, un labio partido, dolor de cabeza o dolores musculares. Simeón podría ser considerado un ayudante de un médico, conocía algunos procedimientos, pero él se los reservaba. Aunque podría hacer más dinero, prefería quedarse donde estaba; sentía bastante comodidad donde se encontraba, a pesar que por temporadas le escaseaba el dinero.
—¿Agua? —Preguntó la joven con ironía—. De eso tengo en mi casa y dudo que pueda hacer más que refrescarme cuando hace mucho calor.
Realmente era tonta. Belleza no siempre quería decir inteligencia. Que a veces existía la extraña combinación, eso él lo apreciaba.
—No es solo agua ¿Ve lo que traigo acá en este tarro? —Señaló y lo giró para que ella leyera Sal.
—Eso me diluirá la sangre además ¿La sal no es usada para maldecir entes? —Preguntó entrando en duda. Simeón la miró esperando que fuera alguna jugarreta, pero al notar su mirada supo que lo decía en serio.
—¿Quién es el boticario aquí? —La miró. Ella no dijo nada, no manifestó ninguna emoción.
—¿Entonces, cómo se toma, dónde se aplica?
—Le daré esta muestra y usted repetirá lo mismo en su hogar. Tomará un vaso y le verterá una cucharada de sal, la revuelve hasta que la sal desaparezca y hace gárgaras con ella. Hoy hágalo tres veces cada cuatro horas, su voz puede mejorar.
—¿Eso?
—¿Usted qué cree?
—No, no, discúlpeme señor Mariño. Solo que... eso se lo recetaron a uno de los compañeros que trabaja conmigo hace tiempo cuando tuvo lo mismo y no funcionó, su voz no mejoró sino hasta dos semanas después.
¿Qué debía hacer? Su inventario escaseaba. Recordó varias cosas y lo puso en marcha, como si realmente su idea no hubiera terminado aún. Había cambiado de parecer.
Le daré algo que ni yo sé si le hará bien o mal, pero le cobraré muy caro, me desharé de ella por el resto del día. Quizá reciba una denuncia, una orden de arresto, pero haré justicia por mis propias manos, aquí donde yo tengo poder, en mi tienda.
El pensamiento vengativo había despertado para hacer de las suyas. No es como usualmente se hubiera comportado, la joven lo había irritado y ahora estaba por sufrir las consecuencias.
—No es todo —fue lo único que dijo.
Buscó un frasco de medio litro, llenó la mitad de agua, dos cucharadas de ron —ella no evitó liberar un alarido al sentir que lo que había vertido era ron. El calló, lanzó una mirada de reojo y siguió trabajando— destapó un frasco de jugo de naranja natural y vertió tres cucharadas —el olor que a él tanto le gustaba se expandió por toda la tienda—. Corrió hacia dentro de su casa y volvió con dos limones, los pico frente a ella y los exprimió en el frasco, donde comenzaba a ligarse todo los ingredientes. Miró de nuevo la vitrina con los frascos llenos y tomó el de extracto de piña, vertió dos cucharadas, una cucharada de kiwi. Miró un macetero que tenía a unos metros, se acercó y arrancó cuatro hojas de eucalipto, los tiró en una copa moledora, tomó un pequeño mazo y lo entregó a ella.
—Triture hasta que las hojas ya no sean hojas.
—Pero...
Ya la había dejado sola para entrar a la casa. Una alteración inventiva se había apoderado de él ¿o era acaso el espíritu de Leonora que lo guiaba entre tantas prácticas?. Miró dentro de la cesta de vegetales y tomó una cebolla morada; buscó una cazuela con poca agua, la puso a hervir sobre el fogón que aún ardía, picó la cebolla en cuatro trozos, la machacó y la tiró dentro de la cazuela. Se acercó al saco de azúcar morena que tenía al lado de los mesones de la cocina, tomó dos cucharadas y las vertió en la misma cazuela. Pasaron cinco minutos y ya hervía, lo revolvió y estaba listo. Regresó con la olla tomada por el asa y vertió todo en el mismo frasco donde se comenzaba a fabricar algo, que nadie sabía si funcionaría o no.
—Esto ya está —dijo ella tendiéndole la copa de madera con algo de asco.
Si esto le parece asqueroso no sé qué irá a pensar de todo este resultado tan extraño.
Le quitó la copa de la mano con brusquedad y echó el resto de hojas de eucalipto y su humedad con el resto.Ella miraba el frasco con desagrado. Simeón lo notó.
—¿Quiere que su voz mejore antes del mediodía? —Ella asintió con pena al darse cuenta que él había visto su expresión.
Teniendo todo en el frasco, roció tres chorritos de vainilla para darle algo de sabor. Tapó el frasco con un pedazo de corcho que encajaba y todo eso lo batió entre sus manos. Ella miraba impresionada como todo se ligaba e iba cambiando a color marrón oscuro.
—¡Está listo! —Dijo para ambos. No era una total locura lo que había hecho después de todo. Ya los mismos elementos, al menos por separado, lo habían usado para irritación de gargantas, gripes, voz ronca, tos e inflamación de las cuerdas vocales; sólo que se le ocurrió ligarlos todos. Debería funcionar, tal vez no para antes del mediodía, pero sí para antes que pasara toda una semana. Igual eso no lo sabía ella. Y dudó que se llegara a enterar.
—¡Muchísimas gracias! ¿Entonces esto hará efecto?
Simeón guardó silencio, estaba a punto de decir que sí pero recordó algo que podría repotenciar los beneficios del tónico.No podía faltar.
—Momento. Falta algo —volvió a entrar por tercera vez a la casa en menos de una hora,buscó en la despensa un frasco pequeño con un contenido espeso y azul. Volvió a la tienda—. Falta esto —alzó el frasco para que lo viera.
—¡¿Qué es ese líquido tan brillante?! —se sorprendió.
—Miel azul.
—¿Miel azul? —Preguntó la joven algo asustada— ¡Eso ha de estar contaminado!
—Sí, así es, miel azul. Y no, no está contaminada, no se preocupe. Esta la usé hace... —su mente volvió al pasado: Leonora había enfermado gravemente,solo tenía colorante vitamínico—hace años para un caso parecido— sabía que en nada era parecido, pero no podía dar a conocer todo de sí—. Es solo colorante vitamínico. Usted sabe, sólo para que sea de un modo bonito y energizante. Según me contaron, trae miel y propoleo, lo que la hace más dulce.
—Si usted lo dice…—La duda parecía erigirse con cada elemento que el boticario le mostraba en la mezcla.
Abrió el frasco, vertió tres chorritos muy delicadamente que poseyó el color marrón y lo volvió azul oscuro.Antes de taparlo pensó un poco más, la miró a ella buscando alguna muestra de confianza, ella no sintió su mirada, solo veía el suelo intentando derribar esas dudas, él era el boticario. Alzó la mirada y lo vio que parecía esperar algo, ella cambió su expresión con una ligera sonrisa que denotaba confianza en él. Él vertió un cuarto chorrito y se lo entregó.
—Ahí tiene. Si eso no le causa un efecto saludable, no sé qué otra medicina lo podría hacer.
—¡Oh! Muchísimas gracias señor Simeón. ¿Cuánto le debo?
—Estamos para servir —la miró fijamente a sus ojos, se parecían a los de Leonora—. Y por favor tráteme con confianza. No creo que sea tan mayor que usted.
—Tan solo cuento con diecinueve años, el mes siguiente cumpliré los veinte —ella se ruborizó ante él joven Simeón, por primera vez captó su total atención ante su mirada.
—Disculpe usted, al llegar la noté como apenas una flor que nace —ella sonrió—. En algún momento me gustaría escuchar su voz cuando esté totalmente sana —ella volvió a sonreír y asintió. Algo estaba ocurriendo en el interior de las dos mentes.
—Algún día lo invitaré en agradecimiento —dijo ella— ¿Cuánto le debo? —Simeón no parecía querer dar precio—.
—Lo que usted crea que valga estará bien para mí.
Parecía que no le diera importancia cuando era todo lo contrario. Era una táctica que había aprendido con sus años de ejercicio en la tienda, obvio él conocía el valor de lo que hacía solo que siempre le dejaba al cliente el uso de la razón y recompensa. Así, por lo general, salía ganando ya que los clientes le pagaban un poco más de lo que valía. Cuando este precio era supera era él quien hacía uso de la razón y les devolvía cierta cantidad de dinero. Así hasta que a veces llegaban a un acuerdo donde el visitante prefería que el boticario se quedara con todo lo ofrecido y ahí ya no podía contradecir para evitar molestias. Su bolsillo era el que se regocijaba.
Ella calló, lo miró a los ojos y sus miradas se conectaron por segundos, y en esos segundos parecían intentar escrutar sus almas. Bajó la mirada, tomó su monedero y revisó lo que llevaba dentro. Finalmente sacó tres billetes y una moneda.
—Tenga.
—Me pagó mucho más de lo que yo esperaba —anunció Simeón al notar que la joven se daba la espalda para retirarse mientras que el sol estaba en todo su esplendor avivando el largo cabello castaño que no había notado de la joven.
—Sé lo que le pagué —dijo volviendo la mirada sobre su hombro. El remordimiento de quitársela de encima y hacerle daño con el remedio comenzaba a perturbarle la conciencia. La hermosura de la joven causó leves cambios de pensamiento.
—¿A quién he tenido el placer de realizar tal medicina? —Ella se detuvo de nuevo en el umbral. Se giró y le extendió la mano.
—Señorita Navas, Jimena Navas —Simeón se sintió impulsado por la fuerza de reacción y se apresuró a recibir su mano con un suave beso en el dorso de la mano.
—Simeón Mariño para servirle —respondió él susurrando cerca de su mano.
Ella le volvió a dar la espalda y salió de la tienda. Pasaron unos segundos y Simeón se dio cuenta que había olvidado explicarle la dosis que debía ingerir al día. Salió tras ella corriendo para advertir al de la carreta que la debía estar esperando fuera, pero al asomarse ya el carruaje iba a más de doscientos metros.
—Solo se debe tomar... —comenzó a decirse en voz baja— la mitad de una cuchara — se terminó de decir. Dio la vuelta y regresó a la tienda pensando que no sería tan tonta para tomarlo sin asesoría de su madre o algún familiar.
Espero le funcione. Al principio se mostró tan tonta que me fastidió. Pero... tiene una hermosura única. Y sus ojos... Leonora se los habrá dado en gracia luego de abandonarme —Dio un leve suspiro y volvió a sus tareas diarias: Sentarse tras el mostrador y esperar que alguien más llegara para atenderle.
—Ya me has guardado bastante luto —dijo la voz de Leonora tras de él, se volvió pero solo estaba la vitrinas con frascos lleno de sustancias de diferentes colores.
—No sé si es el tiempo suficiente como para olvidar tus caricias y el sentimiento que aún te tengo guardado—le respondió Simeón.
—Ya ha pasado más de un año en que culminó el luto que me guardabas, ya es tiempo.
—¿Estás segura? Aunque no estés a mi lado aún te amo.
—Yo también. Pero debes seguir buscando la felicidad con alguien más. Solo soy una voz en tu cabeza, recuérdalo. No es algo que pueda ser confortante en lo físico.
—Lo sé, pero aún creo que eres la voz más reconfortante que puede existir para mí en este mundo que comienza a envilecerse. Me das la misma confianza que antes y es lo que me hace continuar. Tu sola presencia parece postergar el anhelo de un toque físico.
Como que me he vuelto conformista.
Leonora tenía razón, pero si seguía escuchando la voz sentiría que estaba traicionando lo que tanto anheló, el amor de su Leonora.
—Lo intentaré.
—Hazlo, aún eres joven, solo le llevas seis años a la joven que acabas de conocer—la voz se fue apagando—. Sé feliz.
Todo volvió a quedar en el mismo silencio que estaba y la desolación le embargó el corazón en la hora siguiente hasta que lo fue suplantando con otros pensamientos más vanos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro