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╰┄───➤ °♡•.1.4☆|Ángeles☆

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One-Shot
Temática: AngelsAU
Pareja: Dororhy x Nozel
Otro personaje: Charlotte
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Nozel miraba la bahía. Sus ojos eran tan grises como la espesa niebla que se cernía sobre la costa, como las aguas agitadas que lamían la playa de guijarros a sus pies. El violeta había desaparecido por completo de sus pupilas y lo sabía. Ella estaba demasiado lejos.

Se abrigó al notar la tormenta gélida que traían las aguas. Aunque se arrebujó en la gruesa chaqueta marina de color negro, sabía que aquel era un gesto inútil.

Cazar siempre lo dejaba aturdido. Solo una cosa le podría hacer entrar en calor en ese momento, pero se hallaba fuera de su alcance.

Echó de menos la coronilla de ella, el lugar perfecto
donde posar los labios. Evocó su cuerpo entre sus brazos, y se vio a sí mismo besándole el cuello. Con todo, era mejor que Dorothy no estuviera allí en ese instante, porque aquella visión la horrorizaría.

A su espalda, los balidos de los leones marinos dormitando en grupos a lo largo de la orilla meridional de la isla reflejaban a la perfección cómo se sentía: atrozmente solo, sin nadie alrededor para escucharle.

Nadie excepto Charlotte. Esta se encontraba agachado ante él atando un ancla oxidada en torno a un bulto mojado que yacía en el suelo. Pese a estar ocupada en algo tan siniestro,
Charlotte tenía buen aspecto. Sus ojos verdes brillaban y llevaba el pelo negro muy corto. Era la tregua, que proporcionaba a los ángeles un resplandor más intenso
en las mejillas, un brillo más lustroso al cabello e incluso realzaba aún más sus cuerpos perfectamente musculados.

Para los ángeles, los días de tregua eran lo más parecido a unas vacaciones en la playa para los humanos.

De ahí que, aunque Nozel lamentaba profundamente cada vida a la que tenía que poner fin, ante los demás tuviera la apariencia de alguien recién llegado de una semana de descanso en Hawai: relajado, descansado, moreno.

Mientras apretaba un nudo complicado, Charlotte dijo:

—Típico de Nozel: siempre haciéndose a un lado y dejándome el trabajo sucio.

—Pero ¿qué dices? He sido yo quien ha acabado con él.

Nozel bajó la mirada hacia el muerto, contempló el áspero y apelmazado pelo gris en su frente pálida, las manos nudosas, los chanclos de goma baratos y el reguero de color rojo oscuro que le atravesaba el pecho. Aquello le hizo volver a sentir mucho frío. Si matar no fuera imprescindible para garantizar la seguridad de Dorothy, él no habría vuelto a blandir ningún arma, ni a luchar en ninguna otra batalla.

Por otra parte, había algo en la muerte de ese hombre que no acababa de encajar. De hecho, Nozel tenía el vago e inquietante presentimiento de que había algo completamente equivocado.

—Acabar con ellos es lo divertido. —Charlotte hizo una lazada con la cuerda en torno al pecho del hombre y la apretó por debajo de los brazos—. El trabajo sucio es deshacerse de ellos tirándolos al mar.

Nozel sostenía aún la rama de árbol ensangrentada en la mano. Charlotte se había burlado de aquella elección, pero daba igual lo que utilizara. Nozel era capaz de matar con cualquier cosa.

—Date prisa —gruñó, molesto ante el placer evidente que Charlotte sentía con el derramamiento de sangre humana—. Estás perdiendo el tiempo. La marea está bajando.

—Si no lo hacemos a mi modo, mañana la pleamar volverá a arrastrar a éste a la orilla. Eres demasiado impulsivo, Nozel, siempre lo has sido. ¿Piensas alguna vez con amplitud de miras?

Nozel se cruzó de brazos y volvió a contemplar las crestas blancas de las olas. Un catamarán turístico procedente del muelle de San Francisco se dirigía hacia ellos. En otros tiempos, la visión de aquel barco le habría evocado todo un
torrente de recuerdos. Mil salidas dichosas con Luce por un océano de miles de vidas. Pero ahora, cuando ella podía morir y no regresar, en esta vida en la que todo era distinto y en la que no iba a haber más reencarnaciones, Nozel era muy
consciente de que ella carecía de recuerdos.

Era la última oportunidad. Para ambos. En realidad, para todo el mundo. Lo importante, por lo tanto, era el recuerdo de Dorothy, no el de Nozel, y para que ella sobreviviera era imprescindible sacar a la superficie con delicadeza muchas
verdades asombrosas. Notó cómo todo el cuerpo se le tensaba al pensar en las cosas de las que ella se iba a enterar.

Charlotte se equivocaba si creía que Nozel no pensaba en el siguiente paso.

—Sabes que solo hay un motivo por el que sigo aquí —dijo Nozel—. Tenemos que hablar de ella.

Charlotte se echó a reír. —¡Hablo de Dorothy!

Se cargó el cadáver empapado al hombro con un gruñido. La chaqueta marinera del muerto se tensó con las cuerdas que Charlotte había atado a su alrededor. La pesada ancla seguía prendida en su pecho ensangrentado.

—¿No te ha parecido que la carne estaba algo… cartilaginosa? —preguntó Charlotte—. Casi me parece insultante que los Ancianos no enviaran a un sicario más joven y difícil.

A continuación dobló las rodillas y, cual lanzador de peso olímpico, giró sobre sí mismo tres veces para darse impulso y arrojar el cadáver unos treinta metros por el aire sobre las aguas.

Durante unos escasos y largos segundos, el cuerpo vagó por la bahía. Luego, el peso del ancla comenzó a arrastrarlo hacia las profundidades. Salpicó de forma ostensible en las aguas de intenso color turquesa y al instante se hundió y desapareció de la vista.

Charlotte se frotó las manos—. Creo que acabo de establecer un récord. Se parecían en muchas cosas.

—Para mí no deja de ser un misterio cómo puedes tomarte la muerte de los humanos tan a la ligera —dijo Nozel.

—Ese tipo se lo tenía bien merecido —respondió Charlotte—. ¿De verdad que no ves la parte divertida de todo esto?

Nozel lo miró fijamente antes de espetar:
—Para mí ella no es un juego.
—Y precisamente por esa razón perderás.

Nozel agarró a Charlotte por el cuello de su gabardina de color gris metálico. Sopesó la posibilidad de arrojarla al agua del mismo modo en que este había lanzado al depredador.
Una nube eclipsó el sol unos instantes y les oscureció los rostros con su sombra.

—Calma —dijo Charlotte apartándole las manos—. Tienes muchos enemigos, Nozel, y ahora mismo yo no soy uno de ellos. Acuérdate de la tregua.

—¡Valiente tregua! —replicó Nozel—. Dieciocho días en que otros van a intentar matarla.

—Dieciocho días en que tú y yo los vamos a liquidar —le corrigió Charlotte.

Era tradición en el Cielo que las treguas duraran dieciocho días. En el Cielo, el dieciocho era el número más afortunado, el más alentador, el número en que se dividían todos los grupos y categorías. En algunas lenguas de mortales, el
dieciocho incluso había llegado a significar la vida, aunque, en este caso, fácilmente podía significar para Dorothy la muerte.

Charlotte estaba en lo cierto. Conforme la noticia de la condición mortal de ella fuera llegando a los escalafones celestiales más bajos, sus enemigos se doblarían una y otra vez todos los días. La señorita Nero y su cohorte, los Veinticuatro Ancianos, seguían yendo a la caza de Dorothy.

Esa misma mañana, Nozel había vislumbrado a los Ancianos en las sombras arrojadas por las Anunciadoras. Y había visto otra cosa más: otro tipo de oscuridad más siniestra que a primera vista no había sabido reconocer.

Un rayo de luz atravesó las nubes, y Nozel vio de reojo algo brillante en el suelo. Se giró, se arrodilló y recogió una flecha solitaria que se había quedado hundida en la arena mojada.

Era más fina de lo habitual, de color plata mate y estaba adornada con grabados circulares. Era cálida al tacto.
Nozel contuvo el aliento. Hacía una eternidad que no veía una flecha estelar.

Los dedos le temblaban cuando la sacó de la arena con cuidado, procurando no tocar su extremo afilado y letal.
Ahora sabía de dónde provenía aquella oscuridad de la Anunciadora de la mañana. Esa noticia era incluso más siniestra de lo que había temido. Se volvió hacia Charlotte con la flecha, ligera como una pluma, balanceándose en su mano.
¿Qué pasará?

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