X. Prisionero
Eliott Geest
Colonia 30
Eliott había dormido tanto tiempo encerrado en su celda que últimamente le era imposible conciliar el sueño, así que solo se recostaba sobre su cama con los ojos cerrados, fingiendo que dormía. Hacía ejercicio cada un par de horas, como otro intento fallido de despejar su mente de la muerte de Kybett.
Había llorado por varios días. No tener a Renee ni a Kybett era más de lo que podía soportar emocionalmente. Durante el tiempo que no supo nada sobre Renee, intentó provocar a los guardias para que entraran por él, incluso se hirió a sí mismo para ganarse un viaje a la enfermería. Por supuesto, los guardias de la Condena eran más inteligentes que eso y lo ignoraron.
Estuvo imaginando los peores escenarios donde Renee era torturada o asesinada, hasta que una noche escuchó su voz. Estaba adormilado, por lo que pensó que era un sueño. Despertó cuando la voz de Neffan continuó la conversación.
Al sentarse sobre la cama, lo primero que vio fue el cambio en el muro frente a él. Ya no era un aburrido muro electromagnético de color blanco, sino que tenía una imagen de Renee y Neffan discutiendo en una celda. Eliott creyó que era alguna clase de trampa, pero no le importó. Escuchar a Neffan decir que Eliott era un mentiroso y que solo estaba utilizando a Renee fue suficiente para que Eliott actuara sin pensar.
Maldijo a Neffan en voz alta y agradeció que Renee no demostrara ningún indicio de creer lo que su exnovio decía. Eliott deseaba estar con ella, le frustraba el hecho de que ella no lo escuchase. Probablemente era una grabación, o incluso podían ser hologramas programados. Él sabía que Renee no lucía así, con el cabello hasta los hombros y un rostro que solo expresaba rabia o lástima.
Siguió escuchando la conversación hasta que Renee declaró que lo amaba. Eliott golpeó el muro una vez, intentando descargar toda esa ira y frustración que había contenido desde que salieron de la cueva. No pensó que la conversación de Renee y Neffan estuviera sucediendo a tiempo real, por lo que se sorprendió cuando Renee reaccionó al escuchar el golpe. Repitió la acción otra vez para asegurarse que no había imaginado nada y continuó golpeándolo hasta que le notificaron a Neffan que debían controlar a Eliott. Sin saberlo, le había dado la oportunidad perfecta a Renee para escapar.
Los guardias por primera vez abrieron su puerta y él no dudo en atacarlos para escapar. Logró ver la cabellera rubia de Renee corriendo en dirección contraria. Era evidente que ninguno de los dos iba a escapar de la sede de la Condena, pero Renee seguramente tenía un plan. O algo similar a un plan. Eliott le iba a ofrecer toda la distracción que le fuera posible.
No pasó mucho tiempo antes de que los guardias lo atraparan y a Renee también. Eliott se tomó un par de segundos para analizarla y asegurarse de que no era ninguna alucinación: Renee, con la vestimenta negra, venda en el brazo y cabello corto, estaba frente a él, sana y salva. Eliott no conocía el plan de su novia, pero confiaba en ella, así como ella le había asegurado que confiaba en él, justo antes de apagar la imagen de su celda. Verla en buen estado fue lo que necesitaba para mantener sus esperanzas vivas.
Iban a salir de ahí juntos. Eliott iba a mantener su última promesa a Kybett.
La luminiscencia natural de la cueva era espeluznante y tranquilizante al mismo tiempo. En la Colonia Diez no habían muchas cuevas, así que Eliott no había estudiado mucho sobre sus propiedades naturales, no obstante, tenía la certeza de que no había ninguna cueva como esa en otra parte del mundo.
La piedra negra de las paredes parecía hueca al golpearla, sin embargo, no importaba cuánto dispararan, era inquebrantable. Las delgadas líneas de luz azulada-blanquecina recorrían la piedra en todas direcciones, como si fuera algún líquido. Como si la cueva tuviera vida propia y las líneas de luz fuesen sus venas o arterias.
—Tenemos que salir de aquí, Eliott —apresuró Wivenn.
Eliott gruñó y lanzó el disparador al otro lado de la cueva. No había ninguna salida viable. Solo estaba rodeados de piedra negra y luz fluorescente. Parecía uno de esos lugares donde se podía explorar tranquilamente la espiritualidad y el más allá. Seguramente a Siura le hubiera encantado estar ahí, si no era que ya había estado ahí.
—Wivenn, el disparador no parece destruir nada. —Eliott estaba perdiendo la paciencia. —Ni siquiera sé qué tipo de disparador es. Hazz es la experta en armas y no está con nosotros. A menos que veas una salida por aquí, no puedes exigirme algo que claramente no soy capaz de hacer.
Wivenn le lanzó una mirada a Kybett, recostada sobre el regazo de Renee, quien acariciaba su cabello y cuidaba el vendaje improvisado de su herida.
—Renee —llamó Wivenn por lo bajo para no despertar a su esposa. Renee levantó la mirada, sin esconder su preocupación. —¿En el códice no venía nada sobre esto? ¿De verdad nada?
Renee suspiró y negó con la cabeza.
—Todo lo que descifré trataba sobre encontrar la cueva exterior donde dejamos a Hazz con Istenia. Después de eso, nada —lamentó, reanudando su intento de consuelo a Kybett.
—Quizás los pasos se repiten —sugirió Aprell distraídamente. Estaba esmerándose en afilar algunas piedras. El disparador parecía inútil y no sabían con lo que se encontrarían, así que tuvieron que conseguir armas de la manera más primitiva que conocían. —Ya saben, nos colocamos en el centro, miramos al oeste, esperamos a que anochezca para que Renee haga su magia con la flor y ¡bum! Se abre una nueva entrada.
—No fue magia, Aprell —reprochó Priss, bajando de las rocas con un salto. Había escalado alrededor, intentando encontrar una salida en lo alto, sin éxito. —Renee estaba distraída. Eliott andaba de romántico. Encontró la flor, se la regaló a Renee y Renee descubrió eso de ser la princesa del desierto o algo así.
—Flor en el desierto, Priss —corrigió Renee con suavidad—. Recordé que mi padre me llamó así. Tuvo sentido cuando planté la flor de nuevo.
—No podríamos repetir los pasos —retomó Eliott—. No sabemos cuándo atardecerá. No sabemos hacia dónde es el oeste. No hay ninguna flor. Y, aunque la hubiera, no se puede plantar en roca, Mocreil.
—Debemos encontrar una solución. Rápido —habló Wivenn, tocando la frente de Kybett para sentir la fiebre.
—Teigh, hace veinte minutos me enteré que mi mejor amiga sufre de la enfermedad a la que estamos buscando la cura y me lo ocultó durante las últimas semanas. No solo eso, sino que la estúpida mordida de sirena parece empeorar las cosas.
Kybett gruñó y habló sin abrir los ojos:
—No te dije sobre mi Zeta porque me habrías regresado a la colonia en un parpadeo, Eliott Haffid. Deja de quejarte. No se preocupen por mí. Preocúpense por salir de aquí.
Eliott suspiró y le lanzó una mirada a Renee. Ella esbozó una pequeña sonrisa para reconfortarlo.
—El sangrado está bajo control, Eliott —murmuró Renee—. La fiebre parece estar bajando. Y soy experta cuidando a personas con Zeta, ¿recuerdas? —Sonrió.
—Escucha a tu novia, príncipe —ordenó Kybett débilmente—. Encontraremos la cura. La tomaré y viviré. Estaré bien, lo prometo.
Eliott asintió. Necesitaba concentrarse en buscar una solución.
Se convenció de que Kybett estaría bien, ignorando la voz de Siura en su cabeza que decía que aquellos eran los últimos días de su mejor amiga.
Transcurrieron cinco o seis días desde la última vez que Eliott vio a Renee y ella había prometido que tenía un plan. La rutina no había cambiado mucho, pero al menos Eliott ya tenía una razón para no darse por vencido.
Escuchó un ligero choque eléctrico, anunciando la entrada de alguien a su celda. Eliott se encontraba recostado sobre su cama, con los brazos detrás de su cabeza y ojos cerrados. No se molestó en girar la cabeza para ver quién lo visitaba, ya tenía una sospecha.
—Su Alteza —pronunció Neffan.
Eliott respiró profundo. Hacía tiempo que no lo llamaban de esa manera. El título de príncipe pareció inútil cuando intentaban salvar al mundo. Le llevó más problemas que soluciones.
Deseaba golpear a Neffan con cada fibra de su ser, pero no iba a lograr nada con eso. Se mantuvo inmóvil, esperando a que Neffan anunciara la razón de su visita.
—¿No me preguntarás por el estado de Renee? —cuestionó Neffan con molestia.
Eliott abrió un ojo y lo miró sin expresión alguna. Gruñó levemente y forzó su abdomen para sentarse. Bajó las piernas de la cama, quedando al borde de esta, con su peso sobre las manos y espalda encorvada.
—Renee está bien, Neffan —murmuró Eliott sin mucho ánimo de entablar una conversación.
—¿Cómo lo sabes? No has salido de aquí en una semana.
Eliott lo miró a los ojos, transmitiendo claramente que no estaba en humor para bromas.
—Lo sé porque estás aquí solo, sin guardias. —Eliott señaló el espacio por donde había entrado, ahora cerrado. Clavó sus ojos en los de Neffan, bajando el volumen de su voz y hablando con tanta seriedad que podía intimidar a cualquiera. —No te hubieras atrevido a venir si Renee estuviera herida porque ambos sabemos que, de ser así, no importa si tus guardias están justo afuera de esta celda, no llegarían a tiempo para salvar tu vida.
Neffan se quedó en silencio un segundo, para después deshacerse de la tensión con un resoplido que abrió paso a una pequeña risa. Le dio una razón más a Eliott para desear golpearlo.
—Analizas demasiado las cosas, Geest —se burló Neffan, negando con la cabeza. —Es curioso porque no analizaste lo suficiente tu iniciación en la Condena.
—Solo los sociópatas analizan demasiado sus asesinatos, Neffan. Matar a Zeemett Belrie es algo que cargaré conmigo el resto de mi vida y no es ningún-
—No hablaba de Zeemett Belrie —interrumpió Neffan con exasperación. Parecía irritable aquel día. —Hablaba de tu estúpido voto de confianza a tu padre. Estabas tan cegado por tu anhelo de encajar que dejaste que el rey te manipulara a su antojo.
—Nunca quise encajar —corrigió Eliott, sin alterar su voz—. Yo quería ser libre y la única manera de serlo fue haciendo lo que él decía.
—¿Y eso a dónde te llevó, Eliott?
Eliott se quedó en silencio. No era necesaria una respuesta. Ambos la conocían ya.
—¿Por qué estás aquí, Neffan? —preguntó Eliott después de un suspiro.
Neffan sonrió. Tomó asiento a un lado de Eliott con la confianza de alguien que se encontraba en su hogar.
—Renee no confía en mí —respondió Neffan.
Eliott no pudo evitar una risa sarcástica.
—Hace algunos meses eras el chico al que solía amar. Ahora eres el chico que la traicionó —simplificó Eliott—. Renee tiene un enorme corazón, pero es inteligente. No confiará en ti.
Neffan bufó y acercó su mano en un intento de palmear el hombro de Eliott, pero él rápidamente lo tomó por la muñeca y lo amenazó con la mirada.
—Eliott, si yo fuera tú, querría ser mi amigo —lanzó Neffan en tono de advertencia. Eliott soltó su mano, sin permitirle que se acercara más. —Verás, sé que Renee no confía en mí porque cree que miento. Cree que sabe la verdad sobre aquella noche que asesinaste a su padre.
—Renee sabe la verdad. Le conté todo.
—No todo. Se te olvidó mencionar la parte en donde lo ibas a asesinar con tus propias manos, no cobardemente con un virus. Se te olvidó mencionar que la noche que murió Zeemett Belrie no fue por Zeta, fue por asfixia. Asfixia que tú provocaste. Zeta que tú le contagiaste y no exactamente por medio de una caja.
Eliott lo miró, sin comprender de lo que estaba hablando. Algo en el cerebro de Neffan estaba realmente mal.
—Zeemett falleció por mi culpa, pero yo no lo asfixié. Nunca intenté matarlo por mi cuenta, habría sido evidente y descuidado. Ser contagiado de Zeta fue algo discreto, inteligente, nadie sospecharía que fue planeado. No estoy orgulloso de lo que hice, pero sé lo que hice, Neffan.
—Sé que lo sabes. Solo no lo recuerdas.
—Créeme, recuerdo bien cuando envié la caja y después me enteré que tenía una familia.
—¿Recuerdas bien? Entonces supongo que recuerdas tus dosis del gas extraído del pañuelo de la Aurora.
Eliott negó con la cabeza, cansado de escuchar a Neffan inventarse hechos.
—Neffan. Eres el tercero al mando de la Condena. Estoy seguro de que tienes cosas mucho más importantes que hacer.
—Renee es mi prioridad. Por eso estoy aquí. Por eso estoy hablando contigo y no torturándote como Conswell hizo con Hazz.
—Hazz asesinará a Conswell tan pronto tenga la oportunidad —comentó Eliott. Suspiró y se acomodó para recostarse de nuevo. —No me has torturado porque sabes que Renee te odiaría —concluyó con obviedad—. Yo no te importo. Te importa quedar bien con Renee.
—Exacto —dijo Neffan con entusiasmo. —Es por eso que comprenderás cuando ella te odie y regrese a mí. —Palmeó la pierna de Eliott con lástima. Eliott se mantuvo inmóvil con los ojos cerrados, indiferente a lo que Neffan decía. —Intento ser buena persona, ser un hombre. Así que, de hombre a hombre, te estoy dando el aviso.
—No soy celoso, Neffan. No ganas nada con "avisarme".
—Te sugiero que abras los ojos para ver el video, Eliott. Se lo mostraré a Renee y veremos en quién confía. Ese es mi aviso.
Eliott lo ignoró hasta que dejó de sentir su peso sobre la cama. Escuchó sus pasos alejarse, desapareciendo fuera de la celda. En ese momento abrió los ojos, encontrándose con un video reproduciéndose en el mismo muro donde había visto a Renee hablando con Neffan.
En el video se observaba a Eliott, de joven, en un callejón solitario discutiendo con un hombre de cabello rubio. El volumen del video fue subiéndose parcialmente hasta que Eliott pudo comprender lo que decían. Él no recordaba ese callejón, mucho menos esa discusión.
—La Condena te envió, hijo, sé a qué viniste —habló el hombre—. Sé que guardas un disparador y sé que con él piensas matarme. A mí y a mi esposa.
Zeemett Belrie. Eliott lo reconoció de las fotografías que había visto de él cuando lo investigó, justo antes de descubrir la existencia de sus esposa e hijos.
Se habían conocido y Eliott ni siquiera lo recordaba. ¿Cómo no podía recordarlo?
—¿Cómo sabes eso? —cuestionó Eliott secamente. —¿Nuestra agente nos traicionó?
Zeemett rio ligeramente y negó con la cabeza.
—¿Tentta, mi vecina? Nunca los traicionaría. Necesita el dinero que le proveen por espiarme. Por eso siempre le dejo pistas falsas en mis diarios. Nadie sale herido y todos ganamos.
Eliott obtuvo el disparador de una funda en su espalda. Apuntó al pecho de Zeemett, sin expresión en su rostro.
—¿Quién te está aportando esa información? Tentta ha tenido cuidado. No hay manera de que sepas que ella es una espía de la Condena.
Zeemett no se inmutó ante el arma amenazándolo. Se encogió de hombros y sonrió.
Eliott cayó en cuenta que la sonrisa de Renee era tan similar a la de su padre que dolía pensar que él había sido que le arrebató la oportunidad de ver más sonrisas como esas. Eliott intentaba recordar ese momento donde conoció a Zeemett y lo amenazó con un arma, pero nada llegaba a su mente.
—Tengo una extraordinaria habilidad para saber cosas, hijo. No es personal —respondió Zeemett con simpleza.
—No soy tu hijo, mi nombre es-
—Eliott Haffid Geest, príncipe heredero de la Colonia Diez. Sé quién eres. También sé que no falta mucho tiempo para que conozcas a mi hija. —Rio como alguien que no estaba siendo amenazado. —Ya veremos si ahí me pides que no te llame hijo. Neffan nunca me agradó para ser honesto —masculló lo último.
Eliott se vio a sí mismo en el video, desconcertado por un segundo. No estaba seguro de lo que pasó por su mente en ese instante, pero confusión debía ser lo más acertado.
Para ese momento, Eliott no había conocido a Istenia Jaspen. No había conocido la historia de los Belrie y sus dones familiares. No tenía ni la más mínima idea de que Zeemett poseía la Visión y que gracias a eso podía haber adivinado lo que dijo.
—No es muy inteligente de tu parte matarme en un callejón, Eliott —retomó Zeemett—. Encontrarán mi cuerpo y... te será difícil escapar de las garras de mis amigos más peligrosos. ¿Te suena el nombre de Siura Pevyrie? Es una mujer complicada. Mi sugerencia es que no te metas en problemas con ella. Cuando me mates, sabrá que lo hiciste, pero sabrá que no tuviste elección. En este momento sí tienes elección, hijo.
—¿Por qué estás hablando de tu muerte como algo que ya diste por hecho? Cualquier otra persona estaría rogando por su vida.
—Estás destinado a matarme, Eliott. No tienes un problema conmigo, no deseas matarme. Aun así lo harás. Pero necesitas hacerlo bien, necesitas ser inteligente. Dispararme sería evidente y descuidado. Contagiarme de Zeta sería mucho más discreto, más inteligente, nadie pensará que fue planeado. Estamos en la Colonia Veintisiete después de todo, cualquiera puede contagiarse de Zeta.
Eliott meditó la opción.
—¿Por qué me ayudas a matarte? —cuestionó sin esconder la desconfianza.
—Porque sé lo que se aproxima. No sucederá a menos que mi niña me vea morir. Si un día decides tener hijos, este no es el mejor consejo parental que te puedo dar. Renee lastimosamente debe sufrir para cumplir con su rol en el destino. Es temerosa. No podrá superar ese miedo a vivir hasta que tenga una razón para hacerlo.
—No sabía que tenías hijos —dijo con sorpresa. Tenía quince años. Aún no aprendía completamente a esconder sus emociones.
—Dos. Mett y Ren. No te preocupes por ellos. Los conocerás a su tiempo. Por ahora, lo único que te pido a cambio de mi muerte, es que mi esposa salga intacta. Es inmune a la Zeta. Estará bien mientras yo enferme.
Eliott entonces comprendió lo que Neffan le dijo de no recordar lo sucedido. No solo habían manipulado a Eliott, sino también lo habían drogado para matar a Zeemett Belrie por... ¿asfixia? ¿Neffan había dicho que Eliott lo había asfixiado? ¿Y que lo ocurrido con la caja no era cierto? ¿Cómo era posible, si Renee recordaba que su padre fue contagiado por la caja con telas que había sido enviado a Yuscca? ¿Por qué querrían matar a Yuscca también?
Entonces, un recuerdo apareció en la mente de Eliott. Aquella vez en la nave de las Nadie, cuando Renee estaba explicando el significado del códice y del libro y de toda esa magia complicada, Wivenn había dicho algo sobre la Zeta:
"... el defecto de la cura falsa está relacionado con la Zeta en sí. La Zeta no se contagia por aire, es un virus evolucionado que vive en la piel y poco a poco se transporta a los órganos más importantes. Hay que tener contacto directo con la persona infectada para poder contagiarse."
¿Cómo no pudo verlo antes? Era imposible contagiar Zeta con una caja de telas. Eliott tuvo que haberlo hecho de otra manera, pero no la recordaba. Al parecer había mucho más sobre la muerte de Zeemett de lo que Eliott sabía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro