III. Odio
Colonia 30
Hazz Soreil
Años atrás, la visión de Hazz para salvar al mundo no era ni de cerca lo que era al momento. Solía asistir a las reuniones de su madre porque pensaba seguir sus pasos y convertirse en presidenta. Le gustaba el control y sabía que su plan era ambicioso —también egoísta, pero eso no era nuevo en ella— porque quería ser la presidenta para estar sobre todos, no para cambiar algo.
A sus, recién cumplidos, veinte años, Hazz había cambiado de parecer. Aún tenía intenciones de llegar a los altos rangos, solo que sí quería cambiar algo. Quería salvar al mundo. No por ella, sino por su hermano. Terminar el trabajo por el que él murió. Además, ahora tenía una sobrina por proteger.
Esas reuniones a las que asistía le fueron de ayuda para conocer el mundo donde vivía, pero no fue hasta que conoció a Renee y a Priss que cayó en cuenta de lo jodida que estaba la situación.
Hubo medio siglo de paz en la humanidad, justo antes de la Cuarta Guerra Mundial. Ya que la población se había reducido considerablemente y la tecnología dio varios pasos atrás, en aquellos cincuenta años se había creado la utopía tan anhelada: sin pobreza, sin hambruna, sin guerras, sin analfabetismo, sin discriminación, sin delincuencia... Pero nada era para siempre. Desde el comienzo de la Zeta todo se había ido al infierno y pocas personas podían hacer algo al respecto.
Ser presidenta era su objetivo para corregir eso —después de escapar, matar a Cvijett, a Neffan y, ¿por qué no?, a Conswell de paso—.
La cura parecía ser la perfecta solución. El problema consistía en que Hazz no tenía forma de saber si su equipo la había conseguido o no. Odiaba ser tan inútil y que ellos fuesen tan inútiles también. Kybett ya estaba tardándose en encontrar una forma de comunicarse. Conociéndola, ya habría creado una falla en la red eléctrica de los muros de contención para desactivarlos temporalmente y escapar. Seguramente solo no había encontrado el momento adecuado para hacerlo. Kybett era la única que podía llevar a cabo ese plan limpiamente, suerte que la tenían.
Hazz últimamente había estado pensando mucho en su pasado, en sus inicios. Probablemente se debía a la enorme cantidad de tiempo libre que tenía en aquella celda cuando no estaban torturándola. Le parecía incluso divertido que alguien en la Condena de verdad pensase que podían obtener información sobre la cura.
Su memoria no era como la de Belrie, no recordaba ni siquiera cómo había conocido a Eliott. Tenía en mente las veces que tuvieron sexo y quizás una que otra charla de asuntos íntimos, pero nada más. Con Kybett y Wivenn se repetía la situación.
Con Aprell era distinto. Él estaba en casi todas sus memorias. Cuando eran pequeños, la familia Mocreil y los Soreil eran muy unidos... hasta que Conswell prefirió a la Condena y los padres de Aprell murieron por ello. Hazz en realidad no apoyó a Aprell como debió haberlo hecho, no estuvo ahí para él. Prefirió concentrarse en sus problemas, en el hombre que la traicionó en vez del chico que estaba a su lado. No obstante a ello, Aprell la continuó amando hasta la actualidad.
Hazz lamentaba algunas cosas, pero no se arrepentía de sus decisiones. Habían formado su carácter, el cual le había permitido llegar hasta donde estaba. Confiaba que teniendo a Aprell y la Espía a su lado, podría mejorar un poco sus maneras. Además, necesitaba regresar a sus terapias con la Dra. Hooldin.
Escuchó a sus espaldas el ya conocido sonido del muro abriéndose. Hazz se sentía halagada por el nivel de seguridad que tenían a su alrededor: no solo estaba esposada de pies, cintura y manos, sino también su celda estaba formada por muros de contención dobles que paralizaban por unos minutos si eran tocados. Y, por si no fuera poco, Hazz identificó un reforzamiento de metal afuera de su celda, imposible de atravesar si no se tenía el DIP de alguien de alto rango en La Condena.
La habían encerrado en la zona de alto riesgo, donde se encontraban los peores enemigos de la Condena.
Nunca se había sentido tan orgullosa.
—Hazz.
Hazz giró la cabeza y evitó un grito de dolor. Resopló para mover los mechones de cabello que se le habían adherido al rostro por la sangre. Su torturadora llevaba tantos intentos para obtener información que Hazz ya se había acostumbrado a apestar a sudor, sangre, algo de vómito y, como toque final, heces. Hazz tenía que admitir que su torturadora tenía estilo.
Escupió algo de sangre antes de responder:
—Padre.
Cualquiera que conociese a Hazz pensaría que su voz era ilimitada ya que gritar era como respirar para ella, incluso la misma Hazz lo había pensado. No obstante, se habían equivocado. Había gritado tanto esos últimos días que su voz había enronquecido. En gran parte se debía a su desgaste físico y a que no le daban agua muy seguido, solo lo suficiente para mantenerla viva.
Conswell se acercó a ella a paso lento. No demostró ninguna emoción al verla en aquel estado. Probablemente él también debía ir con la Dra. Hooldin... lástima que Hazz lo asesinaría en cuanto tuviese la oportunidad.
—Hace años que no me llamabas así —comentó él. Se sentó a un lado de Hazz sin decir más.
Su cabello castaño era del mismo corte que Hazz recordaba de años atrás. Tenía algunas arrugas en la frente y alrededor de los ojos, los cuales aún marrones y oscuros como su alma maldita. Pero por lo demás seguía siendo él mismo: un imbécil.
—Meh. Era para añadirle dramatismo a la situación. —Hazz hizo el mínimo movimiento de labios al hablar. Le dolía hasta respirar. —No esperes que vuelva a hacerlo.
Conswell sonrió con diversión. ¿Belrie creía que Hazz era sádica por divertirse con las muertes de alguien más? Ella no conocía lo que era el verdadero sadismo si no había visto a un hombre reírse del sufrimiento de su propia hija encadenada y ensangrentada. Los Soreil eran peculiares.
—Cuando me uní a la Condena no te molestaba llamarme papá —continuó él.
Hazz rodó los ojos. Su espalda erguida la estaba matando, aunque sabía que si se encorvaba podía terminar con lesiones en la columna vertebral. Su máquina torturadora estaba demasiado bien programada para infligir dolor en los peores puntos.
—Cuando te uniste a la Condena me hiciste pensar que era una organización para el bien. "Una Aurora un poco más agresiva" —citó con veneno en la voz.
Hazz estaba sentada sobre la cama, con sus piernas formando un perfecto ángulo de noventa grados y su espalda y cabeza rectos para aminorar el dolor. Conswell se sentó a su lado, en una postura más relajada, sabiendo que Hazz no podría tocarle ni un pelo si no deseaba que las cadenas la electrocutasen.
—La Condena es para el bien, Hazz. —Ella lo miró de reojo, sin sorprenderse porque él realmente creía lo que decía. —Me ayudó a mí. Te ayudó a ti.
—No sé tú, Conswell, pero para mí la palabra "condena" no suena a nada bueno. Incluso su símbolo es una cadena formada por ces y os. —Hazz pausó. Después sonrió. —Condena. Cadena. Ja. Su administrador de publicidad no tenía mucha creatividad, ¿eh?
Conswell negó con la cabeza, como si sintiese lástima por el chiste de Hazz. Aunque Hazz sabía que él no podía sentir nada.
—Cvijett tenía razón en cuanto a tu sentido del humor.
—Oh, claro, había olvidado que Cvijett es la hija "favorita". —Hazz miró al frente sin expresión en su rostro. Conswell no respondió. —¿Sabes? Me tomó tiempo recordarla. Si hubieras estado conmigo los últimos años de mi vida te habrías dado cuenta que la memoria no es mi mejor aptitud. —Chasqueó la lengua, provocando cierto ardor en su mandíbula. —Cvijett Smirak. ¿Se cambió el color de ojos? Porque recuerdo que cuando entrenábamos juntas, los ojos que me envidiaban eran marrones, no azules. Pobrecilla. Incluso aunque es mayor que yo, ella siempre perdía. Hasta Limunest podría haberla derrotado si se enfrentaban. Y ambos sabemos que Limunest no era gran reto físico. —Conswell continuó con su silencio. Si Hazz no estuviese en aquel estado, ya le habría gritado. —Entonces, analicemos los hechos: soy secuestrada por tu inútil organización, me torturan por días para obtener información, no obtienen esa información... y ahora estás aquí. ¿Vienes a interrogarme tú mismo? Será divertido.
Hazz sintió la mirada de Conswell en ella, pero no se la devolvió. Se mantuvo inmóvil.
—¿Por qué esperas lo peor de las personas, Hazz?
Hazz puso los ojos en blanco. Estuvo por perder su autocontrol y gritarle. Lo único que la detuvo fue el dolor en su mandíbula al abrir su boca con demasiada velocidad. Ya le dolía el pecho con cada inhalación, no quería ni imaginarse cómo aumentaría ese dolor si gritaba.
—Uh, no lo sé. —Fingió pensar. —Sospecho que es porque nos abandonaste cuando yo tenía once años, sin dar explicaciones ni despedidas. Puede que también haya influido el hecho de que amenazaste mi vida después de que yo renunciara a la Condena. O tal vez porque mi hermano fue asesinado después de su propia boda. Incluso, ¿recuerdas aquella vez que Cvijett prometió que trataría ser mejor hermana y justo un día después me regaló una caja llena de crickaches diciendo que era algo que me iba a gustar? Odio a esos malditos insectos y ella lo sabe. Vuelan, saltan, zumban y son asquerosos. —Cerró los ojos por un momento. —Sí. Creo que ese pequeño evento fue el que detonó mi desconfianza, ¿tú qué dices?
Conswell no respondió.
Fue entonces cuando Hazz notó algo. Algo importante en el comportamiento del hombre que presumía ser su padre. Debía probar su teoría para asegurarse de que los golpes no le habían afectado el cerebro también.
—Hazz, no tengo intenciones de discutir. —Conswell por fin parecía ir al punto. —Has soportado cinco días de torturas ejecutadas cada doce horas, con una duración mínima de cincuenta minutos. Dejaste de ser aquella niña a la que traía a la Condena para entrenar. Te convertiste en una mujer con todas las cualidades necesarias, me atrevo a decir que más y mejores que las necesarias. Este régimen no lo había soportado ni el mejor de nuestros integrantes.
—Cvijett perdió de nuevo... —canturreó Hazz—. ¿Le dirás que su hermanita menor sigue siendo la mejor en todo o dejarás que continúe con su frágil ego?
Conswell guardó silencio por unos segundos.
Ahí estaba. Justo lo que Hazz sospechaba.
Ante la mención de Cvijett, Conswell reaccionaba. Hazz no sabía si su silencio era favorable para ella o no, sin embargo, había encontrado algo que podría serle útil en algún punto. Se aseguraría de explotar esa debilidad antes de matarlo.
—Alguien vendrá en diez minutos para asearte y llevarte a las cápsulas de curación —retomó él como si nada—. A juzgar por tus heridas, necesitarás al menos cuatro horas dentro de la cápsula, por lo que la cena será dentro de cinco. Neffan Denirak se encargará de llevar a dos de tus amigos a la cena, elige.
Hazz tardó en procesar lo que escuchó. Era la invitación más extraña que había recibido a una cena. Todo de lo que dijo Conswell era sospechoso, no lograba comprender la trampa detrás. De cualquier manera, la invitación era más una orden, no tenía mucha opción, así que optó por los dos primeros nombres que aparecieron en su mente:
—Aprell Mocreil y Renee Belrie. —Hazz le lanzó una mirada furiosa. —Espero, por tu bien, que estén sin un rasguño. A nadie, a excepción de mí, le gustaría que su Primero, Segundo y Tercero al mando amanecieran muertos.
—Cvijett y yo somos tu familia, aunque Neffan... —Conswell se puso de pie, caminando hacia el muro. —Sí, a él sí lo matarías sin problemas. Le pondré seguridad extra.
—Ambos sabemos que podrías ponerle mil personas alrededor y yo lo mataría de cualquier manera, así como a ti y a Cvijett. No son mi familia.
—Cvijett y yo somos tu familia. Me alegra que estés en casa, Hazz.
Salió de la celda sin que Hazz pudiese replicar.
Las cadenas que la sostenían se desactivaron, cayendo al piso con estruendo. Hazz observó fijamente por donde Conswell salió, lanzando más odio y rabia que nunca. Calculaba que tenía algunos días antes de que su madre la encontrase, así que tenía una semana para planear la muerte de tres de las personas más poderosas del planeta.
Y no, no estaba incluyendo a Neffan.
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