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Cap 17 - La mansión de Ronald

Al instante noté como el agarre de Ronald de desvanecía y Nathan me colocaba tras él en un gesto protector.

–Ya lo has oído Ronald,ha elegido. Ahora, marcháos —gruñó en advertencia.

Yo miraba a uno y a otro, escondida detrás de Nathan y agarrándolo fuertemente por un brazo.

–Ella sólo está asustada y busca protección en alguien que conoce.Eso no es elegir Nathan y tú lo sabes —dijo al tiempo que negaba con la cabeza y me miraba con ojos tristes.

–Yo he oído perfectamente claro como gritaba mi nombre. MI NOMBRE —recalcó furioso.

Ronald desvió sus ojos de Nathan a los míos, mirándome fijamente.

–¿No deseas encontrarte con Matt? —preguntó curioso.

Me tensé y miré a Nathan, que desvió su mirada al suelo apretando la mandíbula.

–Claro que quiero —contesté en un susurro.

–Pero prefieres permanecer con él —dijo con una interrogación en su voz.

Desvié la mirada para encontrarme con los angustiados ojos de Nathan, que me miraban con una mezcla de impotencia y súplica silenciosa.

Respiré hondo y dí un paso titubeante al frente, en dirección a Ronald.

–¿Matt... está contigo ? —pregunté con recelo.

Ronald asintió como esperando mi pregunta y se acuclilló delante mía, haciendo que me sintiera incómoda.

–Él está en un lugar seguro. No quise que viniera porque sabía que las cosas se complicarían al tratarse de tí. No quería que esto se saliera de control y decidí dejarlo atrás... pero está conmigo, sí —contestó con ojos sinceros.

–Levántate por favor, me haces sentir incómoda —respondí mirando hacia otro lado sin saber cómo reaccionar.

Se incorporó con una carcajada llena de diversión y cogió mi mano, provocando un gruñido procedente de Nathan.

–Tranquilo chico, soy demasiado mayor para poder cortejar a una hembra como ella ¿no crees? —sonrió divertido y guiñándome un ojo.

Noté que el calor subía a mis mejillas y que me sonrojaba furiosamente.

–Siempre te ha divertido perseguir lo prohibido tío, disculpa si no estoy tranquilo con eso —contestó de mala gana Nathan.

–Mira quién fué a hablar —bufó fulminándole con la mirada y riéndose cuando sus mejillas se tiñeron de rojo.

Giré la cabeza mirándole con diversión y enarqué una ceja.

–¿Te estás sonrojando, chucho ? —me burlé.

Sacudió la cabeza y me fulminó con la mirada.

–Yo no hago eso, princesa de hielo —
contestó de mal humor.

Me sorprendí por su reciente apodo, a veces no lo comprendía y no estoy interesada en hacerlo, me aseguré a mí misma.

Tomé la mano de Ronald, que me miró con sorpresa y una ligera sonrisa curvó sus labios.

–Cuidado señorita o pensaré que está intentando seducir a este viejo lobo —respondió con gracia haciendo que le dirigiera una sonrisa.

–Llévame con Matt —le dije sin querer mirar a Nathan.

Su gesto se puso serio y asintió, dirigiendo una última mirada triste a su sobrino.

Notaba sus ojos en mi nuca mientras Ronald me llevaba con él, sentí su tensión y un sentimiento de angustia empezó a estrujar mi corazón con cada paso que daba, alejándome de él.

Eché un rápido vistazo por encima de mi hombro y le descubrí mirándome con ojos brillantes y desolados.

Apartó la mirada y me dió la espalda, caminado con paso seguro hacia los túneles perdiendo de vista esa silueta alta y estilizada, tragándole la oscuridad.

–¿Hacia dónde vamos Ronald ? —pregunté nerviosa.

–A veinte kilómetros está nuestra manada. Vas a tener que cambiar de piel para seguirnos el paso —aseguró echándome un vistazo.

Me recorrió un escalofrío y miré a mi alrededor, lleno de hombres lobo mirándome con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

–Ellos no te van a hacer nada, te lo aseguro —contestó adivinando mis temores.

No era lo mismo permanecer en una manada de lobos en mi forma humana que en mi apariencia de jaguar.
Cuando cambias, los instintos son más fuertes y no quería verme rodeada de una jauría de lobos dominados por ellos, pero confié en la palabra de Ronald.

Asentí y me dirigí unos metros alejada de ellos, me deshice de la ropa y dí la bienvenida a mi fiel compañera y a mi segunda piel.

Hice una transformación rápida y automáticamente mis sentidos se agudizaron, como cada vez que liberaba a mi bestia.

Agaché el morro y tomé entre mis fauces mi ropa, para cuando tuviera que volver a cambiar no me viera en una situación embarazosa. 

Me acerqué a paso lento y desconfiado a la manada, observando a todos con mis ojos felinos y lanzando miradas de advertencia. No podía evitarlo, estaba en mi naturaleza ser esquiva y precavida.

Me acerqué a Ronald y me senté perezosa a esperar que él diera la orden al resto de sus hombres.

Todos me observaban curiosos y distinguí varias miradas de lujuria que ignoré.

–Te ves preciosa Selene, ahora entiendo muchas cosas —comentó con una sonrisa Ronald.

Dirigí mis ojos hacia él y solté un bufido indignado, provocando una carcajada de su parte.

–Está bien muchachos, hora de irse a casa —dijo en alto Ronald, transformándose de inmediato en un enorme lobo gris.

Elevó su hocico al cielo y emitió un aullido estremecedor, seguido por cientos más y, dándome un empujón con su morro, emprendió la carrera en la oscuridad seguido por mí y el resto de ellos.

Más de uno intentó acercarse a mí para olerme, pero un solo bufido bastó para mantenerlos alejados.

Corrí con la gracilidad que mi felino me proporcionaba, con la libertad que mi jaguar me brindaba y di la bienvenida a la noche y al bosque.

Mis patas no hacían ruido al moverse entre la hojarasca y aunque no fuera mi manada, me sentí arropada y eufórica de poder compartir una carrera nocturna en compañía de otros.

Media hora más tarde divisé una enorme mansión en mitad del bosque y nos detuvimos frente a ella.

Los lobos me rodearon y comencé a dar vueltas enfrentándolos y mostrando los dientes, una sutil advertencia de que no eran bienvenidos a acercarse.

Ronald apareció y se posicionó a mi lado ahuyentando a los curiosos.

Tomó forma humana, gloriosamente desnudo y sin pizca de vergüenza mientras yo agachaba la cabeza para no fijarme en él.

Si ahora tuviera rostro, estaría ardiendo en llamas.

–Te acompañaré a tu habitación para que puedas vestirte tranquilamente —dijo y agradecí enormemente el detalle.

Le acompañé a la entrada de la mansión, atravesando el círculo de ahora hombres que nos miraban y no pude evitar moverme con sensualidad mientras me seguían con ojos embelesados.

–Selene si sigues así, Nathan y mi hijo tendrán que luchar contra una horda de pretendientes —rió en voz baja mientras le contestaba con un suave maullido.

Atravesamos varios pasillos y muchas puertas, tantas que no recuerdo el número hasta que finalmente abrió una y me invitó a pasar al interior.

–Cuando termines dirígete al comedor, estoy seguro de que el idiota de mi sobrino ni siquiera se preocupó de alimentarte —me dijo con un tono de voz enfadado.

Bajé la cabeza a modo de afirmación y cerró la puerta dándome privacidad.

Inmediatamente tomé forma humana y solté un suspiro.

Tenía un hambre de mil demonios, para que mentir.

–Nunca pensé que en nuestro mundo la desnudez pudiera ser tan llamativa —dijo una voz a mis espaldas.

Dí un chillido y me cubrí como pude con la camiseta que tenía en la mano.

–¡Date la vuelta maldita sea ! —grité como una histérica.

Oí la carcajada de Matt y como se seguía riendo mientras yo me vestía a toda prisa.

–Podrías haberme dicho algo cuando tu padre cerró la puerta —dije enfadada.

Él se dió la vuelta lentamente con una sonrisa en la cara.

–¿Y perderme ésta vista? Ni muerto —contestó con voz ronca.

Tragué saliva y le miré fijamente, recorriendo su cara y noté que los ojos se me llenaban de lágrimas de felicidad.

Corrí a su encuentro y le abracé mientras él me rodeaba con sus brazos y me apretaba fuerte.

–Gracias... —susurré con voz llorosa y tragándome los hipidos que luchaban por salir.

Aspiré su aroma y comencé a relajar la tensión que acumulé durante todos estos días, maravillándome al estar de nuevo entre sus brazos.

–No permitiría que te quedaras allí tú sola —contestó mientras acariciaba mi cabello y mis temblores fueron disminuyendo progresivamente.

Me aparté y observé su rostro en la oscuridad a la que me había ido acostumbrando.

La poca luz que entraba por la ventana proyectaba sombras sobre él, distinguiendo esos ojos que tanto había aprendido a apreciar en tan poco tiempo y dibujando el contorno de sus facciones.

Él eliminó la distancia que nos separaba y colocó sus manos en mi cintura, acercándome a su cuerpo posesivamente y mirándome, pidiendo permiso para seguir adelante.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza y un estremecimiento de anticipación  recorrió mi cuerpo. Acortó la distancia que nos separaba y posó sus labios en los míos, besándome con delicadeza y mordiendo mi labio inferior provocando un escalofrío de sensaciones en mi cuerpo.

Le besé con más fuerza y rodeé su cuello con los brazos, rindiéndome a él e invitándole silenciosamente a seguir.

Algo dentro de mí decía que esto no era correcto, que él no era la persona indicada, pero silencié esa voz y me dejé llevar por su ternura.

El beso creció de algo inocente a algo más carnal, despertando mi lado oscuro y sensual.

Coloqué las manos en su pecho y las deslicé bajo su camiseta, sintiendo el calor de su piel y la suavidad de sus músculos.

Gruñó en voz baja cuando las desvié a su espalda y clavé mis cortas uñas en ella en un acto reflejo por mantenerle cerca mía, bajando lentamente por ella.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y moví una mano a su estómago para después deslizarla más abajo, presionándola contra la dureza de sus vaqueros.

Gimió en voz alta y apretó sus manos en mi cintura.

–Vas a volverme loco —susurró contra mis labios.

Se apartó con la respiración acelerada y me miró, recreándose en las curvas de mi cuerpo y formando una sonrisa sensual.

–Deberíamos bajar al comedor —dijo no muy convencido.

Mi estómago eligió ese momento para rugir con fuerza y mis mejillas ardieron.

Rió con fuerza y me cogió de la mano, no sin antes depositar un casto beso en mis labios.

–Vamos, la manada debe estar deseando conocerte —susurró con alegría haciendo una mueca al recolocarse el pantalón.

Sonreí con suficiencia y dirigí mi mirada hacia esa zona para después mirarle enarcando una ceja.

–No me mires así Sel o nunca bajarás a cenar —dijo sonriendo abiertamente y negando con la cabeza.

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