Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

9. La memoria

La memoria

(Shun)

–Ojalá puedas superar lo de Sean. De verdad lo deseo. Sino, nunca podrás ser feliz con nadie, Marcus—dije y me subí al taxi.

No sé cómo pude contenerme para no girar el rostro y mirarle a través de la luna trasera del vehículo, para verle a escasos metros de mí. Con aquel aspecto tan frágil.

Parecía realmente desesperado porque creyera en su palabra. Pero yo estaba dolido.

Era cierto que había llegado a sentir algo bonito por Marcus. Sincero. Me despertaba cada mañana deseando que se hiciera de noche otra vez para poder verlo y pasar tiempo a su lado. Porque con él me sentía muy a gusto. Era divertido. Listo. Cariñoso. Y por supuesto, atractivo. Marcus era el chico más guapo que había visto en toda mi vida.

En la fiesta de mi cumpleaños, sentí una especie de flechazo cuando tuve la fortuna de que se acercara a hablar conmigo. Ni siquiera me importó en un primer momento que pareciera que me había confundido con otro. Ni que en ocasiones se mostrara triste o no le apeteciese probar bocado alguno, como si se sintiera incómodo.

Que me besara hizo saltar a mi corazón como un niño en una cama elástica. Y brincó de nuevo cuando al día siguiente se presentó en mi casa.

Yo nunca había sido una persona de impulsos, porque tenía miedo de muchas cosas. De esas cosas espeluznantes del inmenso mundo exterior, fuera de las altas murallas que eran los brazos de mi madre.

Marcus supuso un escape. Un descubrimiento asombroso. Un regalo. Un salvador que había aparecido para devolverme el aliento cuando me estaba quedando sin oxígeno.

Siempre le estaría agradecido por eso.

Pero nunca habría esperado recibir un golpe tan fuerte por su parte. Que me usara simplemente porque me parecía a alguien a quien había querido mucho y que no podía olvidar.

Me hundí en el asiento trasero del taxi. Me abracé a mi mismo y tuve que contenerme para no estallar en llanto.

Procuré no hacer ruido cuando entré en la casa, y lo conseguí, porque en ningún momento salió Nadie a recibirme.

Esa noche no pude dormir demasiado. Ni tampoco las siguientes. Sin dejar de dar vueltas a la discusión. Pensando en las palabras dichas por Marcus, en el tal Sean y en aquellas dichosas fotografías. Mi parecido con su ex novio era innegable, pero eso no justificaba su manipulación.

Constantemente sentía una profunda pena. Tan intensa, que me hacía sentir como si una mano estrujara mi corazón con fuerza. Una pena de la que no me podía deshacer, y la que me parecía imposible que fuera por Marcus.

Nuestra relación había sido muy corta. Demasiado. Intensa, pero breve al fin y al cabo. Aún así, extrañaba todo de él y me sorprendía a mi mismo llorando desconsoladamente en la soledad de mi dormitorio. Mi madre no podía enterarse. No debía hacerlo. Ella odiaba a Marcus y le decepcionaría saber lo que había ocurrido entre nosotros a sus espaldas. Tampoco Nadie, y me dedicaba a fingir completa normalidad como el mejor de los actores de Hollywood pasando por el peor momento de su carrera.

La afluencia de gente en la casa fue menor y esa tarde mamá y yo nos pusimos a ver una película tumbados en el sofá. Una de esas en blanco y negro que tanto nos gustaban a ambos. Donde James Stewart sobrecogía con su mera presencia en la pantalla. Los dos acurrucados, en pijama y tapados con una manta.

Sonó el timbre y Nadie abrió la puerta. Y a pesar del volumen del televisor, pude escuchar perfectamente la voz de Marcus. Aunque resultó que no venía a verme a mi. Sino a mi madre.

La observé, pero ella no se movió del sillón. Mirando la televisión concentrada, como si no se hubiera percatado aún de la visita. Se mostraba tranquila. Sin embargo, yo sentí pavor.

«¿Y si Marcus había venido a contarle a mi madre lo nuestro? ¿Y si, enfadado, planeaba vengarse de mí por no haber creído sus disparates?»

Nadie cerró la puerta poco después, pero no tardaron en escucharse golpecitos contra el cristal de una de las ventanas del piso superior y a Marcus llamando a mi madre a voces.

Ella, que parecía tener la capacidad de leer la mente de Nadie, se levantó aparentando una serenidad que evidentemente no sentía, y desapareció de la habitación.

La angustia se apoderó de mi y tuve que acercarme a la ventana que daba al jardín delantero. Echando un vistazo a través de la cortina.

Allí estaba Marcus. Parecía más pálido y débil que de costumbre. Como si estuviera muy enfermo. Vistiendo con su habitual sudadera y unos pantalones anchos.

–Fuera de aquí, mocoso impertinente—escuché decir a mi madre furiosa.

–No pienso marcharme. No hasta que me escuche.

Marcus se me antojó una caña de bambú que se podía resquebrajar al mínimo soplo de viento. Parado allí, aunque con la misma decisión y seguridad en los ojos que le había visto el fatídico día de nuestra discusión.

–Ya te dije la otra vez, que no vas a convencerme. Nada de lo que digas o hagas servirá. Vete—sentenció mi madre.

Se convirtió en un humo oscuro que atravesó a Marcus y desapareció de mi campo visual.

–He estado viendo a Shun estas últimas semanas. Hemos estado juntos cada noche desde la fiesta. Muy juntos.

La sangre se me congeló en las venas. Dejé de respirar unos instantes y el pánico me dominó. Lo que hizo que corriera escaleras arriba y me encerrase en mi dormitorio. Recargando la espalda contra la puerta.

Esperaba que mi madre no le creyera. Que cualquier explicación que Marcus le diese, cualquiera de las cosas que le contase, ella no tuviera dudas de que se las inventaba.

Marcus había venido a vengarse y confiaba en que le saliera mal la jugada.

Nuevamente la angustia más absoluta se adueñó de mi alma. Como si hubiera perdido algo demasiado importante para ser capaz de seguir viviendo. Luego vino cierta calma, una reconfortante paz, y finalmente felicidad. Un sin sentido de fugaces y variopintas emociones.

Hasta que de pronto me sentí enfermo. Las piernas me temblaban como si fueran de gelatina, y tuve que sentarme sobre la cama para no desplomarme en el suelo. Mis manos aferraron con fuerza la colcha que tenía debajo. Me atacaron las arcadas y a punto estuve de mancharme los calcetines cuando vomité sobre la alfombra.

Hecho un ovillo, me tumbé en la cama. Abrazándome. Sintiendo un frío que no era normal salvo que tuviera fiebre. Temblando tanto que hasta los dientes me castañeteaban. Y una tristeza infinita me rodeó como la tela con la que me cubrí por mero instinto.

Escuché a mamá cuando entró en la casa y cruzó algunas palabras con Nadie. Parecía darle órdenes, seguramente para que volviera a echar a Marcus si se le ocurría regresar.

Esperé con miedo a que apareciera en mi dormitorio y me echara una de sus reprimendas, pero no lo hizo.

Tuve mucha suerte. El sudor frío fue desapareciendo poco a poco, al igual que los temblores. Pude volver a ponerme en pie. Cogí la alfombra y la llevé al cuarto de baño, donde, en la ducha, intenté limpiarla lo mejor que pude.

Mamá me llamó poco después para que bajara al comedor a cenar.

Ella ya estaba sentada presidiendo la mesa y yo tomé asiento a su derecha, como siempre. La comida servida en la vajilla perfectamente colocada por Nadie, estaba casi fría, lo que me indicaba que mamá se había tomado su tiempo para llamarme. Su rostro estaba serio. Y su molestia era evidente por la forma tan deliberada en la que ignoró mi presencia. Lo que hizo que yo no pudiese más que mirarla de soslayo. Centrando la vista en los relucientes cubiertos dorados y comiendo aún sin apetito.

No hizo intento alguno por sacar conversación, lo cual era muy incómodo. Estaba claro que había decepcionado a mi madre, y no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Sentí el repentino impulso de romper aquel terrible silencio.

–Ma...

Cuando la miré, la vi borrosa. Sin motivo, las lágrimas se agolpaban en mis ojos y me dolían las manos. Tanto, que tuve que soltar los cubiertos, manchando de restos de comida el mantel blanco.

Escuché que mamá dijo mi nombre, pero yo solo podía mirar las heridas que de repente habían aparecido en mis nudillos. La sangre manaba sin impedimentos y caían sobre el borde del plato.

De la impresión, me levanté violentamente y sin querer tiré la silla que cayó al suelo tras de mi. Como desesperado, corrí a mi dormitorio sintiendo que me faltaba el aire. Y sin dejar de llorar de forma angustiosa caí sobre la cama de nuevo.

Ni siquiera me dolían las sangrantes heridas, sino el espíritu. El interior de mi cuerpo. Los músculos, los huesos, los órganos y las venas. Nunca creí que nada de eso fuera posible, pero me pasaba. Algo malo me ocurría, y la cosa cada vez empeoraba más.

Mamá entró en la habitación poco después. Al parecer no había cerrado la puerta cuando entré.

Se sentó a mi lado, me abrazó con fuerza y me acunó en sus brazos. Creo que ella también lloraba, pero no estaba seguro.

–Shun, ¿qué te ocurre? –su voz sonaba preocupada. Sus manos presionaban mi rostro contra su pecho.

No podía responderle. No me salían las palabras. De mi garganta no brotaba sonido alguno más que sollozos y gemidos de profundo desconsuelo.

–¿Qué te pasa, hijo?

Dejó de abrazarme y tomó mis manos con delicadeza. La sangre seguía fluyendo, pero con menor intensidad. De la punta de sus dedos brotó brillante cual nácar su magia, como finos tentáculos que acariciaron mis nudillos, intentando cerrar las heridas. Aunque sin éxito.

De pronto sentí un intenso dolor en el antebrazo izquierdo. Tan fuerte, que interrumpí la tarea curativa de mi madre y solté un involuntario grito.

Cuando subí la manga del pijama para ver qué me estaba ocurriendo, vi con asombro, que más heridas aparecían en mi piel. Por encima de mi muñeca. Pero esta vez había una diferencia. Las heridas parecían ser deliberadas. Formando unas letras, que en su conjunto dejaban leer un 'Créeme' casi nítido a pesar de la afluencia de sangre.

Las leí una y otra vez, aturdido. Incrédulo. Como si estuviera protagonizando mi propia película sobre posesiones demoníacas. Mamá también se mostró escandalizada, e hizo ademán de tocarme. Yo aparté el brazo.

–¿Qué me está pasando?¿Tienes tú algo que ver con esto?

Alterado, me alejé de ella. Bajando de la cama y poniendo tanta distancia de por medio como fuera posible. Mamá me miró con asombro y cierta tristeza.

–¿Crees que te haría una cosa así?

–No lo sé, ¿lo harías? –pregunté sintiendo una intensa quemazón en el brazo. La mano izquierda goteaba sangre sobre la madera del suelo.

–¿Me ves capaz? –abrió de par en par los ojos. Continuaba sentada en la cama, contemplándome como si me viera por primera vez.

–Un castigo. Me castigas por lo de Marcus. Por haber estado viéndome con él, a escondidas de ti.

Mamá miró hacia otro lado y suspiró. No le gustaba que mencionara a Marcus en absoluto. Se hizo un largo y pesado silencio.

–Aún estando molesta, nunca te haría daño, Shun. Además, ya sabía que te ibas cada noche con ese chico. Por lo que si te hubiese querido castigar, lo habría hecho hace tiempo. Aunque fue mi culpa por haberte prohibido que te acercaras a él.

Eso me pilló por sorpresa.

–Si lo sabías... ¿Por qué me dejaste hacerlo?

–No podía encerrarte, Shun. Ya no eres un niño. Eres capaz de tomar tus propias decisiones. Como madre, mi tarea ya no es evitar que te caigas, sino recogerte y sanar tus heridas.

–Pero estás enfadada—afirmé. Ya había dejado de llorar y me sentía cansado. Me dejé caer en el suelo, apoyando la espalda contra la pared que había bajo la ventana. Mamá me miraba el brazo todavía desde la cama, como si temiera acercarse a mi. Aunque por suerte la sangre también había dejado de fluir con tanta intensidad y las heridas comenzaban a cerrarse. El silencio predominaba de nuevo en la habitación, y esta vez lo rompí yo. –¿No vas a preguntarme por qué dejé de verle?

–No me interesa. Lo importante es que te alejaras de él.

–¿No te interesa? –. No la creí, no sé por qué. –¿O es que él te lo explicó?

Percibió el tono de mi voz y entrecerró ligeramente los ojos. De golpe me arrepentí por no haberme quedado tras la cortina todo el tiempo que duró su conversación.

–Pregunta lo que quieres saber, Shun. Sé directo. No te eduqué para que te andases con rodeos.

«Tenía razón.»

–Marcus me dijo que yo era Sean. Su novio. Y que tú me habías quitado los recuerdos, para que no estuviera con él. Me habló de mi padre, dijo que está vivo. Y también mencionó a otras personas. Yo me enfadé. Le dejé. Y estaba dispuesto a no volver a verle jamás. Sin embargo, ahora aparece esta palabra en mi brazo... Y tengo que preguntar. ¿Todo lo que me dijo Marcus fue una mentira? Tú, mi madre, no serías capaz de hacerle eso a tu propio hijo, ¿verdad?

–Dudas de mi—dijo dolida nuevamente.

–La única persona en mi vida que desea que le crea en algo con tanta fuerza, es Marcus. Nadie más. A no ser, que se trate de alguien a quien no recuerdo.

Se levantó realmente molesta y me dio la espalda.

–Empiezas a cuestionarme por ese....

–¿Soy un hombre lobo? ¿Mi padre no está muerto? Dime que Marcus miente y te creeré, pero será mejor que me des una explicación para lo que tengo en el brazo. Mamá, dímelo. Por favor. Dime porqué me siento como si por dentro fuera de cristal y alguien me estuviera rompiendo en pedazos con un martillo. Dime porqué en ocasiones lloro sin motivo. Porqué siento rabia, o felicidad sin venir a cuento. Eres la única que puede explicármelo. Sabes que confío en ti más que en nadie. Y que tú siempre has sido quien me protegía de todo. Explícame lo que desconozco. Explícame porqué me parezco tanto al chico de las fotografías que me mostró Marcus. Porqué vino a mí fiesta de cumpleaños a buscarme, si tú no le invitaste porque lo odias. Lo cual tampoco entiendo, salvo que lo conocieras de antes de la celebración. ¿O simplemente es porque se trata de un vampiro? Lo rechazas y apenas cruzaste palabras con él en Halloween.

Mi madre seguía sin moverse, tensa. Veía las manos a ambos lados de su cuerpo cerradas en un puño.

–Dime que no me has manipulado para que olvide a mi padre. Dímelo, mamá. Te lo imploro—continué. Confiaba en ella. Mamá nunca me mentía. Mamá era mi mejor amiga. Mamá me quería más que a nada en el mundo. Por ella haría cualquier cosa. Incluso había rechazado a Marcus y lo había tachado de mentiroso.

Cuando por fin me miró, vi que lloraba. Y esas lágrimas me dolieron más que mis heridas.

–Yo solo quería recuperar a mí hijo. –Le temblaba el labio inferior cuando comenzó a hablar y no tardó en cubrirse el rostro con las manos. Ocultando su cara de mi.

Sentí la necesidad de seguir hablando, pero era como si me hubieran despojado de esa capacidad. Mamá, tan desvalida de repente que me partía el corazón. Nunca la había visto así, y me consternaba.

Sin embargo, a su vez, me invadió la rabia, porque acababa de confirmar lo que Marcus me había dicho.

–¿Entonces es cierto?¿Todo es producto de una venganza?¿Realmente soy Sean y me has hecho olvidarlo? –conseguí preguntar y me puse en pie dejando un rastro de sangre oscura en la pared.

Tardó en responderme, y sólo lo hizo cuando se calmó y dejó de llorar.

–El desconocimiento no te hacía daño, Shun. Todo lo que hice, fue por tu bien.

–Yo tengo otra opinión al respecto—dije sintiéndome sin fuerzas. El cansancio, la pérdida de sangre, y el reciente descubrimiento estaban haciendo mella en mí, pero no podía dejarme llevar por la debilidad. –Quiero recuperar mí memoria. Si me hiciste olvidar, tendrás que deshacerlo. ¿Puedes?

Se quedó callada y temí que me respondiera con una negativa. No pensaba aceptarla. Y menos sabiendo que mi padre, al que daba por muerto, no lo estaba.

–Será mejor darte las explicaciones luego—dijo sin más y salió del dormitorio. La seguí desorientado, como si aquella no fuera mi casa y me la estuvieran enseñando por primera vez.

Subimos las escaleras al desván. Un lugar al que yo casi nunca entraba, porque era donde mamá solía trabajar.

Los olores eran intensos e hipnotizantes. Por todas partes podía ver estantes llenos de diversos frascos de vidrio con coloridas pócimas en su interior. Hierbas y libros por doquier. Pero también estaba Nadie, parado en medio de la habitación como si nos esperara desde hace rato; con un pequeño cofre de cobre en las manos que abrió cuando mi madre se acercó a él y sacó algo de su interior.

Cuando atisbé lo que era, vi que se trataba de lo que parecía un carrete de hilo de un plateado brillante, tan resplandeciente como las luces de navidad.

–Tus recuerdos—dijo mostrando el carrete. El hilo parecía tener vida propia, como los cabellos ondulantes de mamá. –Si de verdad los quieres, te los devolveré. Pero tu vida no era algo que anhelar, Shun. Aún con tu padre, las cosas no eran maravillosas. No deberías recuperar ésta existencia. Líbrate de ella. Aprovecha la oportunidad que te he brindado. Ésta nueva oportunidad a mi lado.

La miré. Ella parecía suplicante. Tanto su voz como sus ojos demandaban que le hiciera caso.

–Los quiero—fue mi respuesta. Sujetaba mi brazo herido con fuerza, aunque ya hacía rato que había dejado de doler. Y me acerqué a ella aún con algo de miedo.

Era como andar hasta el borde de un acantilado sin saber lo que te esperaba al fondo. La incertidumbre se me antojaba casi tan aterradora como el saber que mi madre me había quitado todo aquello de la cabeza sin miramientos.

Extendí la temblorosa mano derecha para coger el carrete de hilo, pero antes de llegar siquiera a acariciarlo con las yemas de mis dedos, el hilo por si solo comenzó a desenroscarse en mi dirección.

Con rapidez, lo que me pareció una especie de aguja surgió de los dedos de mi madre y se enhebró con el hilo. Entonces, pasó a través de la piel de mi frente con la misma facilidad con la que un cuchillo rebana mantequilla. Me paralicé y sentí como si mi cuerpo levitara, de forma similar al que lo hacía el de mamá en algunas ocasiones.

Los recuerdos se unían unos a otros con la destreza del mejor de los costureros. Al principio todo parecía desconectado y sin sentido alguno. Durante demasiados minutos, las situaciones se me parecían más a la vida de un extraño que a la mía propia. Sin embargo, poco a poco, todo me resultó familiar. Amado. Cómodo. Auténtico.

–Sólo un par de pasos más, Shun—dijo papá emocionado. Estaba en cuclillas a menos de un metro de distancia de mi, con los brazos extendidos.

La abuela Jun sonreía a su espalda. Vestida con un hanfu de seda púrpura con florecitas y el cabello oscuro recogido en un moño bajo.

Papá se veía realmente joven y su sonrisa era cariñosa. Pronto fue mamá la que me cogió en brazos, me alzó y besó mi mejilla.

Las imágenes se entremezclaban. Coloridas y ruidosas. Tan claras como si las estuviera reviviendo. Recuerdos con mamá que una parte de mí sabía que no eran verdaderos, pero que me resultaban hermosos. Porque ella estaba a mi lado en cada momento importante de mi vida.

En mi cabeza, además, yo crecía a un ritmo acelerado. Distintas ciudades. Distintas casas. Distintas escuelas. Distintos amigos. Como en una cinta VHS que estuviese siendo rebobinada.

–Este es David. A partir de hoy, vivirá en esta casa con nosotros—dijo mi padre sentado al volante de su Citröen DS de color azul. Yo miré a David desde el asiento del copiloto. Él inclinó la cabeza a modo de saludo y no dijo una palabra durante todo el trayecto.

–Me llamo Ben. Benjamin. Aunque no me gusta que me llamen así. No lo hagas—dijo extendiendo su mano hacia mí para que se la estrechara. Ben olía a tabaco crudo. Me cayó bien desde que noté que su apretón era firme.

–Soy Natalie—dijo una chica menuda. Se sonrojó al darme dos besos. Vestía de negro de pies a cabeza. Llevaba un curioso sombrero de lana y no era invierno.

–¿No soportas vivir bajo mí techo, Sean? –preguntó papá dolido desde la puerta de mi dormitorio. Hice la maleta sin darle una respuesta. No sabía qué decir a eso. Simplemente, quería sentir que mi vida era mía. Volar solo. Él parecía no querer comprenderlo.

–Se llama John, y ahora vive aquí. Tiene pinta de panoli—dijo Ben sentado a mi lado en el comedor. Por alguna razón, no le gustaba su presencia. A mí John me resultaba amable. Aunque demasiado tímido y responsable para su aparente edad. Estaba sentado casi en la otra punta de la mesa y no hablaba con nadie.

–Una tal Zoe. David sale con ella. Por lo visto, llevan meses juntos y ninguno de nosotros lo sabía. Ha sido la gran noticia de la semana. —Natalie llevaba un tocado de plumas y los labios de un rojo brillante. Dejó pintalabios en el borde de su vaso al beber. Todos los hombres de la cafetería la miraban.

–Josh—se presentó nada más cruzar la puerta de mi casa. Demasiado confianzudo. Entró a mi cocina y se sirvió algo de comer. Un sándwich.

–Eh, tío...¡despierta! –me percaté de que el chico que estaba tumbado debajo de mí tenía un aspecto deplorable. Yo estaba desnudo, aunque siempre me había traído sin cuidado. A él le molestó.

Me di cuenta de que mis ojos, los que pensé que no estaban enfocados en nada en concreto, en realidad veían a mamá. Frente a mi. En silencio. Expectante.

Andaba por la calle bajo la lluvia. El paraguas que Marcus me había dado al salir de casa había sido de mucha ayuda. Y aunque acababa de hablar con papá por teléfono, sentí el impulso de llamar a mi novio para vernos después del trabajo en la mansión. No quedaba demasiado camino para llegar cuando colgué. La gente se aglomeraba en los pasos de peatón. Todos parecían tener más prisa por el mal tiempo.

Ya veía el letrero que estaba sobre la puerta. Estaba a punto de llegar a la consulta, cuando mamá se presentó ante mí. Con su vestido rojo y su cabello oscuro completamente secos. Su mano se alzó a la altura de mi rostro.

–Shun... –fue lo único que escuché de sus labios antes de sentir que perdía el mundo de vista.

–Marcus... –fue lo que salió de mis labios. –Me quitaste a Marcus. A papá, y a mis amigos.

Por fin todo estaba muy claro ahora en mi cabeza.

La tristeza de días pasados. Las heridas sangrantes que comenzaban a desaparecer de mi piel. El vínculo que compartía con Marcus me daba la impresión de que se hacía más y más intenso. Por alguna razón, quizás porque se trataba de un vampiro y no de un ser humano u otro licántropo; no sólo era capaz de sentir y vivir en carne propia sus heridas físicas. Sino que también empezaba a compartir las heridas de su alma.

–¿Por qué me hiciste esto, mamá? ¿Por qué no hablaste conmigo antes de hurgar en mi cabeza? –. Por primera vez en semanas, la pena que sentía era genuina y no impuesta por nadie más. No pude evitar llorar, aún intentando mantener la entereza que deseaba mostrarle a ella.

Mamá apenas parpadeaba. Ya el carrete de hilo se había desvanecido, pero su mano continuaba con la palma hacia arriba, como si no se hubiera dado cuenta. Una lágrima le recorrió la mejilla hasta el mentón.

–Yo... Sólo quería recuperar a mí hijo—musitó.

–Tu hijo soy yo. Sigo siendo tu hijo aunque no sea lo que tú esperabas que fuera. Soy consciente de que no soy perfecto, ¿vale?. No estoy orgulloso de ser un licántropo y según papá debería estarlo. Seguramente no te gusten mis amigos, a los que quiero y con los que he compartido muchas cosas. Tampoco Marcus es santo de tu devoción, pero yo no pude escoger de quién enamorarme. Aunque, de haber podido, igualmente habría elegido a Marcus. Y por tu culpa, por tus manipulaciones, le dije cosas horribles. Le he hecho sufrir y me prometí a mi mismo, que nunca, jamás, mientras estuviera en mis manos, le haría daño.

–Eres el mejor de los hijos, Shun. Pero yo te quería para mi. Quería recuperar todo lo que me perdí, por culpa de tu padre. Quería ser lo más importante para ti. Creí que hacía lo correcto. Que no extrañarías lo que no sabías que existía—intentó acercarse a mi, pero se detuvo a pocos pasos, como si me rodease un escudo invisible que le impidiera ir más allá.

–No soy Shun, mamá. Seguramente lo fui alguna vez, pero ya no puedo ser ése chico. Por dentro, mi corazón y mi alma, le pertenecen a Marcus. Papá y tú os tenéis que conformar con un pedazo de ambos.

Cerró los ojos y se abrazó a si misma, llorando en silencio. Nadie ni se movía, a su espalda, como un perro guardián a la espera de una orden de su amo.

Su fragilidad me conmovió. A pesar de todo lo que me había hecho. De cómo había actuado sin siquiera pensar en las consecuencias; se trataba de mi madre. Y aunque se hubiera añadido en mis recuerdos, y que en mi cabeza estuviera presente en tantos momentos de mi vida, sentía que era un regalo tenerla viva, conmigo. Saber que no había muerto por mi culpa.

La abracé, dejando que su rostro se apoyara en mi pecho. Sus dedos sujetaron la tela de mi camisa. Temblaba de la cabeza a los pies.

–Mamá. Te quiero. Eres mi madre, y te quiero muchísimo. Que estés viva, es lo mejor que me ha podido pasar. Pero si hubieras hablado conmigo, si te hubieras sentado delante de mi y me hubieras explicado las cosas con calma, te habría escuchado. –Como si ella fuera una niña, le acaricié la coronilla para tranquilizarla. Su cabello era muy suave, y toda ella olía a flores.

–Marcus me dijo lo mismo—dijo quedamente. –Que si hubiera hablado contigo...

Mamá alzó el rostro y me miró a los ojos.

–Estaba ciega. La ira que había acumulado durante tanto tiempo me impidió pensar en qué era lo correcto o no. Sé que cometí un grave error. La venganza no es una justificación para lo que te hice. Perdóname, Shun. Siento lo que te he hecho. –Sus manos me tomaron de las mejillas. –Creí que te ayudaba a salir de una vida que pensé que no debiste tener.

–Ahora estás en mi cabeza, mamá. Formas parte de mi vida. De mi pasado. Y por supuesto, también de mi futuro.

–Me disculparé con Marcus. He sido muy cruel con ese chico.

–Primero yo debería hablar con Marcus. A solas—la besé en la frente. –Y tengo que pedirle explicaciones a papá.

–Va a echarme la culpa. A mí y a la magia. Odia que yo me convirtiera en una bruja y que renegara de mi auténtica naturaleza.

–Eso no justifica que durante tanto tiempo me hiciera creer que yo te había matado.

Mamá me tomó esta vez de las manos, sonrió y resopló directamente hacia mi cara. Sentí como si una ráfaga de viento helado me hubiese congelado todos los músculos del cuerpo.

Y la perdí de vista.

Continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro