8. La confesión
La confesión
(Marcus)
Nervioso, me puse en pie y me alejé del sofá.
–No sé quién es—mentí nuevamente. Fui hacia el ventanal, lo abrí y salí al balcón. Necesitaba aire fresco. Necesitaba salir de esa incómoda situación como fuera.
–Mientes. Me has llamado por ese nombre varias veces, pero yo he fingido indiferencia. En la fiesta, cuando te conocí, me llamaste Sean. Y en otras ocasiones. Sobre todo cuando nos hemos acostado... ¿Es tu ex?
Shun no se rendía. Quería esa información a toda costa.
Le escuché coger sus zapatillas deportivas. Se las puso y poco después salió al balcón conmigo.
–No es mi ex—admití con la mirada perdida en la extensión de luces de la ciudad.
Sus ojos no se apartaban de mí rostro.
Me sentía en un aprieto.
–¿Entonces?¿Alguien a quien me parezco mucho?¿Un amigo tuyo?¿Un amor no correspondido?
–¿De verdad quieres saberlo? –pregunté interrumpiendo su soliloquio. Mis manos se asieron con fuerza al barandal. Quizás había llegado el momento de destapar toda la verdad. Si quería que Sean volviera, solamente Shun tenía la capacidad de convencer a su madre.
Ahora sólo faltaba que Shun me creyera.
Le contemplé por fin. Se había quedado inmóvil, a pocos pasos de mi. Escuchaba los rápidos latidos de su corazón aún con los incesantes ruidos de la calle.
–Sean eres tú.
Su gesto cambió. De un modo apenas perceptible, pero lo veía con claridad. Era de completa incredulidad.
–¿Qué estás diciendo? –cuestionó cuando por fin pudo hablar.
–Que Sean eres tú. Tú eres mi novio. Sean. El amor de mi vida. Eres tú. Solo que no lo recuerdas.
Nunca me había expresado con tanta seguridad y firmeza. Incluso parecía ser otra persona la que hablaba por mí boca.
Dio un par de pasos hacia atrás. Intentando alejarse de mí en esta ocasión.
–No sabes lo que dices.
–Sí lo sé. Perfectamente. Eres Sean. Por eso fui a tú fiesta de cumpleaños. Quería sacarte de allí porque creíamos que tu madre te había secuestrado. Sin embargo, descubrimos que te había alterado los recuerdos. Nos había sacado de tú cabeza.
Su semblante cambiaba cada vez más. De la sorpresa había pasado al desconcierto más absoluto. Incluso pánico. Pero yo no podía dejar de hablar.
Mientras hablaba, mis pies me arrastraban hacia su cuerpo, pero él aumentaba la distancia. Pronto volvimos a estar dentro del salón.
–Mi madre nunca me haría eso, Marcus—dijo afligido.
–Lo hizo. Puede hacerlo, y lo hizo—recalqué.
–Sé que no te cae bien, pero acusarla de tal cosa...
–¡Es la verdad!
Vi como su cuerpo entero se sobresaltó por mi inesperado grito. Me dio completamente igual. Me acerqué más a él, y le sujeté por los hombros, conteniéndome para no zarandearlo.
Mis pupilas se reflejaban en las suyas. Apenas parpadeaba por el asombro.
–Eres Sean Láng. Mi novio. Tus mejores amigos se llaman Ben y David. John, Zoe, Josh y Natalie también son muy importantes para ti. Tu padre, Wei Láng, está vivo. Reside en esta ciudad, en una mansión llena de gente. Los conoces a todos, y los aprecias. Éste es nuestro apartamento. Vivimos juntos desde que nos conocimos. Tú me ayudaste a encontrar al que me convirtió en vampiro. Me ayudaste a superar el dolor por la traición de mi hermano. Me curaste el alma y el corazón. Sean, tú me devolviste a la vida.
Aguanté lo suficiente para no gritar. Sin embargo, sentía esas ganas intensas de llorar acumulándose en el fondo de mi garganta.
–Tienes un problema—dijo Shun con un hilo de voz. Justo como me temía. No creía nada de lo que yo le había dicho. –No puedo creer que digas que mi padre está vivo. ¿Qué te pasa, Marcus?¿Cómo puedes ser así?
Le apreté tanto la piel de los hombros, que de no ser un licántropo, le saldrían cardenales al día siguiente.
–No me invento nada. Tu madre quiso vengarse de tu padre, porque él te apartó de ella al nacer. No es algo que me incumba a mi, Sean. Pero lo que sí me afecta es que eres la persona que más quiero en este mundo, y no recuerdas nada de lo que hemos vivido juntos.
–Estás mal de la cabeza—. Se soltó de mi agarre y se apartó. Entonces me di cuenta de que me observaba con coraje. Una mirada que Sean jamás me había dirigido. Ni siquiera cuando, estúpidamente, le había dicho que no se enamorase de mi.
–Piensa lo que quieras—reconocí derrotado. –Pero te recuerdo, que tú eras el que quería saber quién era Sean. Y era el mejor hombre que he conocido en mí vida. Es cierto que seguí acercándome a ti, aún sin recordarme, porque eres él, físicamente. Aunque por dentro, no tienes nada que ver. –Dolido, pude sentir como las lágrimas escarlata recorrían mis mejillas. –No eres el mismo Sean del que me enamoré. Por eso he cambiado mi actitud contigo. Porque aunque mi mente comprende que eres él, a mi corazón no puedo engañarle. Te pido perdón por ello.
Shun soltó un suspiro que sonó a risa contenida.
–Entonces yo tenía razón. Me usaste para soportar el haber perdido a ese tal Sean.
–¡Que tú eres Sean!
–¡Deja de llamarme así!
Me señaló con el dedo índice en alto, firme. Manteniendo el metro de distancia con mi cuerpo.
–Mira, siento de verdad que hayas perdido al amor de tu vida. Siento que yo te recuerde a él, pero que no sea igual. Aún así, no te perdono que acuses a mi madre de algo tan horrible. Ella nunca me haría algo así. Que sea un bruja no significa que vaya por ahí arruinando la vida de los demás. Me has mentido, Marcus. Has jugado conmigo. Me has utilizado. Y quise creer que no eras alguien tan mezquino.
–Tu madre no sólo es una bruja, sino que también es una mujer lobo. Igual que tú. Eres un licántropo, Sean. Otra de las cosas que te oculta tu querida mamá.
–¡Cállate! –gritó tapándose los oídos como un niño que no desea escuchar una reprimenda. No me callé. Tenía todavía muchas cosas que decir y sabía que me escucharía de todas formas gracias a su sentido del oído extra desarrollado.
–Cuando nos conocimos eras un hombre lobo. No me atacaste, y eso nos unió. Cuidaste de mi. Me enseñaste lo que esta nueva vida me ofrecía. Tu me amaste con todos mis defectos. Me amaste aún antes de que yo lo hiciera. Me amaste a pesar de que te rechacé muchas veces. Por eso no pude dejar de buscarte. Debía recuperar tu amor. Necesitaba volver a tenerlo.
–Basta, basta, basta–susurraba una y otra vez, sin destaparse las orejas.
–Debe quedar algo de Sean en ti, Shun. Debes sentir que todo lo que te estoy diciendo es cierto. Sean habría creído mis palabras. Tenemos un vínculo que...
–¡Pero yo no soy Sean!
En el acto, dejé de hablar, y un silencio sepulcral se instaló entre nosotros. Shun me miraba como si de repente fuese la persona que más odiara sobre la faz de la tierra. Tanto así, que tuve que apartar la mirada. Aprovechando el momento para limpiar la sangre de mis mejillas con el dorso de la mano.
Él se movió entonces. Fue hacia el diván, cogió su chaqueta y se la puso con rapidez.
–Jamás esperé que esto acabaría así—comentó en voz baja. –Lo nuestro era algo prometedor. Al menos, me lo parecía. Me alegro de haberme dado cuenta de cómo eras antes de entregarte mi corazón por completo.
–¿Y cómo soy? –pregunté aunque hablar me hiciera sentir como si se me desgarrase la laringe.
–Un mentiroso.
Sin más, fue hacia la puerta y la abrió. Antes de cerrarla, volvió a dirigirse a mi.
–Hazme un favor. Ni se te ocurra acercarte a mí de nuevo.
Me quedé allí plantado, inmóvil. Mirando la puerta por la que se acababa de marchar. Siendo consciente de que no volvería a verle nunca más en mí vida. Y de alguna manera, reaccioné.
Subí de dos en dos los escalones al piso superior. Abrí el armario y cogí las fotografías que semanas atrás habían adornado cada rincón de la casa.
Salí al balcón de nuevo. Esta vez llovía, pero no me importó. Me sujeté de la barandilla y comencé a descender por la fachada hacia el piso inferior. Así hasta el otro y el otro. Y pronto había llegado a la calle.
Me apresuré en ir hacia la puerta de entrada del edificio y pillé a Shun saliendo.
Abrió exageradamente los ojos al verme allí.
–¡¿Qué me dices de esto?!¡¿También es un invento?! –alcé las fotografías a la altura de su rostro. Una tras otra. Una y otra vez.
Él las contempló desconcertado, pero en ningún momento hizo ademán de querer quitármelas de las manos.
–¿De dónde las has sacado?
–Son nuestras. Joder, ésto tienes que creerlo. Es prueba suficiente de que no miento—y para recalcar mis palabras gesticulé exageradamente con las fotografías en las manos.
–No. No lo haces.
Decidió seguir su camino y pasó por mi lado. Golpeando su hombro con el mío de forma deliberada.
–Me parezco a ese chico. No demuestra nada. Es algo que ya sabía—dijo sin detenerse ni un momento. La lluvia parecía no molestarle en absoluto. Al contrario, el que más le fastidiaba era yo.
–Nunca dije que te parecieras. Dije que eras él—aún así, le seguí.
–Y yo te pedí, por favor, que no te me acercaras.
Dejé de andar. Mi ropa estaba empapada, y mi ánimo por los suelos.
–Ni siquiera esto te convence de mí sinceridad—dije dándome cuenta de que ya no había nada que pudiera hacer. Shun se alejaba cada vez más de mi, andando por el bordillo de la acera y mirando a ambos lados de la carretera. Probablemente esperase que pasara un taxi para volver a su casa.
Por suerte para él, vivíamos en una zona céntrica y a pesar de las horas, uno paró a su lado cuando lo reclamó con un leve gesto de la mano.
Antes de subir, giró el rostro hacia mi.
Habían al menos tres metros de distancia entre los dos y la intensa lluvia dificultaba que lo pudiera ver con total nitidez. Lo que sí pude fue escucharle con claridad. Como si lo tuviera a escasos centímetros.
–Ojalá puedas superar lo de Sean. De verdad lo deseo. Sino, nunca podrás ser feliz con nadie, Marcus.
Cuando el taxi se alejó, ya las lágrimas y la lluvia anegaban mi rostro.
No podía moverme. Mi cuerpo no respondía, salvo para temblar por los sollozos. Sujetaba con tanta fuerza las fotografías, que las notaba arrugarse bajo mis dedos.
Sentí una repentina y profunda oleada de soledad que me abrazó como una vieja amiga a la que no había visto durante mucho tiempo, pero a la que no había echado de menos. Una soledad que calaba los huesos como el agua que caía en ese momento del cielo. La misma soledad que Sean había conseguido echar a patadas de mi lado.
Mi segunda oportunidad se había ido al traste y ya no había vuelta atrás.
Continuaba lloviendo con fuerza cuando entré en el edificio. Mis pasos iban dejando huellas en las baldosas del vestíbulo. Y los pantalones y la camiseta parecían pesar varios kilos de más.
Me metí en la ducha con ropa y todo. El agua estaba tan caliente que veía salir el vapor y extenderse por el cuarto de baño. Me quité la camiseta y la dejé caer a mis pies. Pero sentía cada gota clavarse en mi piel como agujas en una dolorosa sesión de acupuntura.
Ni siquiera cogí una toalla al salir y pararme como sonámbulo frente al espejo. Viendo a Alexander con su psicópata sonrisa, al igual que la que me dedicó Nadie en la fiesta de Halloween. La sonrisa con la que parecía decirme que lo que me pasaba lo tenía más que merecido.
Y seguramente así era.
Tal vez debí pedir ayuda a los amigos de Sean. Quizás si todos hubieran corroborado mis palabras cuando me había sincerado con Shun, nada de esto estaría pasando. Incluso Wei Láng, si supiera todo antes de mi metedura de pata, puede que hubiese intervenido.
Me había visto capaz de hacerlo solo. Creí que sería suficiente después de tantas semanas junto a Shun. De las demostraciones de cariño que supuse ciegamente correspondidas al cien por cien.
Y fue un craso error el haber considerado su pregunta como una señal del universo para revelar quién era Sean.
Me sentía sin fuerzas y me dejé caer sobre la cama. Agradeciendo internamente a la asistenta que las sábanas no olieran al perfume de Shun. No me sentía capaz de poder soportarlo.
Un par de días aguanté estoicamente la separación impuesta por Shun. Un par de terribles días en los que lloré, maldije, e incluso recé. Un par de días que acabaron por ser demasiado de lo que yo podía soportar.
Caía la tarde cuando, cual despojo humano, me presenté ante la casa de la señora Láng.
Cuando subí los pocos escalones que habían hasta la puerta, me llegó el aroma a hierba húmeda y barro por la lluvia que hacía poco había dejado de caer. Y sentí un nudo en la boca del estómago cuando pulsé el timbre.
Nadie abrió, vistiendo su acostumbrado chaqué y sus inmaculados guantes blancos. No tardó en mostrar esa espeluznante sonrisa al reconocerme.
–Necesito hablar con la señora Láng—impulsé hacia adelante mi cuerpo dispuesto a entrar, pero él se anticipó a mis movimientos, y pronto la palma de su mano estaba sobre mi pecho. Deteniéndome. –¿Acaso no está?
Él asintió.
–Entonces avísale de que estoy aquí. No pienso marcharme hasta que no hable con ella.
Nadie ladeó la cabeza como si no hubiera entendido del todo lo que le había dicho. Sin embargo, de su espalda, salieron dos brazos más, como cuando sirvió la tarta en el cumpleaños. Y me sujetó por los antebrazos al tiempo que me empujaba con la mano que seguía en mi pecho.
Mis piernas se elevaron cuando me alzó al pasar por los escalones y finalmente me dejó sobre la acera. Igual que si fuera una bolsa de basura que acabase de tirar.
En un visto y no visto volvió a estar en la puerta y la cerró.
Sin embargo, le había advertido. No me marcharía hasta hablar con la bruja.
Crucé la calle hacia la casa de enfrente y robé varias piedrecitas de su adorable caminito de entrada. No las echarían de menos.
–¡Xia Láng! –grité lanzando la primera piedra contra el cristal de la ventana de su dormitorio. La luz estaba apagada, pero no me cabía duda de que sabía que yo estaba allí fuera. Lancé otra. Y otra más. Gritando su nombre a cada pedrada. –¡Puedo estar aquí toda la noche!¡Nadie me espera en ninguna parte!¡Señora Lááááng! –canturreé a sabiendas de que odiaba ese apellido. –Dé la cara.
–Fuera de aquí, mocoso impertinente—dijo una furibunda voz tras de mi.
Xia se mostró por fin. Con el cabello ondeando contra la gravedad aún sin viento. Vistiendo una larga bata de seda color borgoña que también parecía flotar. Y con los pies descalzos sobre el césped.
–No pienso marcharme. No hasta que me escuche.
–Ya te dije la otra vez, que no vas a convencerme. Nada de lo que digas o hagas servirá. Vete.
El humo oscuro en el que se convirtió su cuerpo me atravesó y reapareció en el rellano, dispuesta a dejarme solo de nuevo.
–He estado viendo a Shun estas últimas semanas—dije haciendo que desistiera en su intención de entrar en la casa. Me miró, tal y como esperaba. –Hemos estado juntos cada noche desde la fiesta. Muy juntos—resalté.
Sus ojos llamearon con una furia incontenible, pero tan pronto como la sintió, la dominó.
–¿Y qué esperas obtener diciéndome algo así?¿Es una patética amenaza?¿Piensas que mi hijo se pondrá en contra mía para seguirte a ti? Los lazos que tengo con él son demasiado fuertes como para que los puedas romper, aunque hayáis estado jugando a las casitas.
–Unos lazos falsos. Es la única forma que se le ocurrió a usted para conseguir que le quisiera. Pero si se hubiera molestado en conocer a Sean, se habría dado cuenta de que no necesitaba hacer todo esto. La habría querido, porque es su madre.
–Ahórrate los discursitos sobre moralidad. Deja ya de perder tu tiempo y el mío.
La puerta se abrió sola, como si la casa la recibiera por voluntad propia. Aunque yo no podía dejar que la conversación terminara ahí.
–Se lo suplico... –dije hincándome de rodillas sobre la tupida hierba. Ya no tenía absolutamente nada que perder. Mi única opción era tocar el corazón de esa mujer lo suficiente. Si podía hacerle ver que mi sufrimiento era tan real como insoportable, quizás sintiera algo de empatía hacia mí. –Se lo ruego.
Xia Láng desde lo alto de las escaleras parecía casi tan inalcanzable como la misma luna. Con una mirada de puro e indestructible hielo.
–Devuélvame a Sean. Haga que me recuerde de nuevo. Créame que no se lo pediría si no me sintiera tan destrozado por dentro–. A pesar de que no necesitaba respirar, sentía como si me faltase el aliento. No tenía fuerzas ni para levantar los brazos, que permanecían a cada lado de mi cuerpo como un peso muerto. –Sé que lo quiere. Y yo también. Es lo que más amo en el mundo. Y ya no me queda nada. Sin Sean, estoy solo. Perdido. No tiene idea de lo que me cuesta decirle esto... Pero ya no soy capaz de concebir la vida sin él. Después de todo lo que pasamos juntos. Las cosas que tuve que superar para darme cuenta de lo que sentía por su hijo—dije hipando por culpa del llanto.
De pronto me sentí como un niño que hubiese perdido a su madre en el parque. Desvalido y asustado.
–Ya me he dado cuenta de que no puedo luchar contra usted—concluí en apenas un murmullo.
En algún momento aquella mujer se acercó a mi, se arrodilló a mi altura, e inesperadamente, me abrazó.
Sus finos brazos rodearon mi torso, y se cruzaron en mi espalda. Olía a flores frescas y a cenizas de incienso. También a sangre; y era un olor muy familiar. Sangre de Sean.
–Puedo ayudarte—dijo en mi oído quedamente. Como si arrullase a un bebé–Puedo sacar a Shun de tu cabeza. Así no sufrirás más.
Sus dedos se aferraron a mi coronilla y me atusaron el cabello. Cerré los ojos, sintiendo mi cuerpo como mecido por las olas. Me encontraba muy relajado. Incluso un suspiro brotó involuntariamente de mis labios.
La tela roja de su bata parecía irradiar el mismo calor reconfortante de una hoguera. La suave piel de su mejilla rozaba con la mía, y susurraba sin cesar una especie de cántico extraño que me llegaba a los tímpanos como si ella estuviera a kilómetros de mí.
Sentí cansancio. Ganas de sumirme en un sueño que se me antojaba agradable. Placentero. Como hacía semanas que no conseguía disfrutar.
En mi cabeza, de repente, los que me acunaban eran los brazos de mi madre. Mis labios se curvaron en una sonrisa y a tientas, me aferré a la tela que la cubría. Ella me protegía. Con ella estaba a salvo. Su voz era tan dulce que me estremecí.
Todo era paz mientras avanzaba por un pasillo. La felicidad más infinita me embargaba cuando abrí una puerta y entré en una habitación.
John. Ben. Natalie. David. Zoe. Josh. Wei. Todos estaban allí y parecían esperarme. Pero tan pronto como aparecí, uno a uno, comenzaron a salir por la misma puerta por la que había llegado yo.
A pesar de todo, no me importaba. Les veía desaparecer y continuaba sonriendo. Como si una visita tan fugaz fuera lo habitual en ellos.
Mis cosas favoritas los sustituyeron al marcharse. Mis estantes llenos de figuras. Mis cómics. Mis videoconsolas y juegos. Mis películas y libros. Gokû. La rejilla en el techo.
Y Sean.
Sean estaba sentado en el sofá. Llevaba puesto mi pantalón de chándal y también mi sudadera.
Me senté a su lado y sentí la necesidad de cogerle de la mano.
Sin embargo, no pude. Le atravesé como si fuera un holograma. Y su silueta comenzó a borrarse, como un dibujo bajo la lluvia.
El desasosiego se apoderó de mí alma y no sé de donde saqué las fuerzas para de un empujón, apartar a Xia Láng de mi.
Su cuerpo cayó hacia atrás, sobre la hierba. Me miraba atónita y de las yemas de sus dedos salían unas finas hebras de un blanco casi transparente, que se movían como si tuvieran vida propia.
–No se atreva a hacerme eso de nuevo—dije poniéndome en pie costosamente. Me dolía el pecho. La cabeza me daba vueltas.
Me tomé un segundo para cerciorarme de que todo lo que debía estar en mi mente, seguía allí.
Ella no se movió. Seguía observándome como si yo acabase de salir bailando de la cámara frigorífica de una morgue.
–¿Cómo lo has hecho? –preguntó con cierta sorpresa. –¿Cómo has podido evitarlo?
Me sentía mareado, y me costaba horrores enfocar la vista en ella.
–No voy a dejar que saque a Sean de mi cabeza—dije trastabillando hacia detrás. Casi caí de bruces contra un pequeño arbusto.
–Pretendía ayudarte—Xia se puso en pie. Con el cabello y la bata ondeando otra vez. Demostrando que se trataba de un ser sobrenatural. –Quería hacer que dejaras de sufrir.
–Usted no lo entiende... No quiero olvidar a Sean. No quiero seguir existiendo sin saber que él existe. Manipular los recuerdos de la gente no es la solución para todo.
–La única opción que te queda es que lo superes como una persona normal. Es algo que todos aprendemos a hacer en la vida. No vuelvas aquí a quejarte.
Se sacudió la bata de algunas briznas de hierba que se negaban a abandonarla. Me miró con notorio desagrado y subió los escalones decidida.
–No puedo superarlo. No quiero hacerlo. No me merezco... Sean y yo no nos merecemos lo que nos ha hecho.
–Hazte a la idea de una vez por todas de que Shun no sufre en absoluto. Sin saber que existes será más feliz todavía.
–Volverá a sacarme de su cabeza... Las últimas semanas las eliminará de su memoria como si jamás las hubiese vivido.
–Shun está mejor sin ti. Todo lo que vi en sus recuerdos entonces, refuerza mi convicción.
En lo alto de las escaleras se volvió hacia mi y me echó lo que sentí que era un último vistazo.
–No soy tonta, vampiro. Sabía que mi hijo ha pasado contigo todas estas noches. Lo dejé estar porque supuse que se terminaría desencantando de ti, y que todo volvería a lo de antes. Que estés aquí suplicando, me demuestra que Shun por fin ha entrado en razón, y es preferible sacarte de su mente de nuevo. Pasa página, por tu bien. Sé que lo que tienes con mi hijo, ése gran error, no puedo deshacerlo. Pero hazte un favor, olvida a ese tal Sean, porque de verdad, ya no existe. Sean era el hijo de Wei. Y Wei no se merecía tenerlo. Tú tampoco lo merecías. Fuiste producto de un trauma que jamás debió tener. Sabes perfectamente, que de otro modo, mi hijo se habría enamorado hace mucho tiempo de otra persona. Espero que todo esto te sirva para aceptarlo y seguir tu camino. No te mereces a alguien como Shun, criatura.
–Sé que no lo merezco—dije y eso, evidentemente, la pilló por sorpresa. –Y sé que de no ser por la mentira del señor Láng, Sean y yo... Probablemente nunca nos habríamos enamorado. Quizás ni lo habría conocido aquella noche en la que desperté como vampiro. Seguro que mi hermano habría solicitado igualmente mi asesinato. Pero yo me habría quedado en casa. Asustado. O hubiese matado a alguien para alimentarme como el monstruo que soy y me habría unido a los vampiros del nido. Aunque lo más seguro es que seguiría amargado en mi sofá, lamentando mi suerte. Seguiría creyendo tontamente que mi hermano me quería. Que mi padre no existía. Que mi destino era estar completamente solo. Que mis únicos amigos eran los virtuales o mi vecino Kyle. Que no valía para nada, porque nunca destaqué.
»Sin embargo, Sean apareció aquella noche. Me dio las agallas para enfrentar a mi hermano y a mi padre. Me dio el regalo de no convertirme en un asesino. Me sacó de mi escondite. Me brindó la oportunidad de conocer a sus amigos, a los que ahora aprecio, a algunos incluso como si fueran de mi familia. Me dio una vida que amo casi tanto como a él.
»Sé que todo lo que le cuento ya usted lo sabe. Que lo vio en su cabeza. Pero sólo vio la versión de su hijo. Le cedería gustosamente mis recuerdos, si no temiera que los destruyese. Me gustaría que viese mi lucha interior. Lo que me costaba alejar a Sean, porque mi vida se convirtió de la noche a la mañana en un caos. Lo que me costó admitir que sí, que le quería. Y necesité ayuda para poder sacarlo, porque yo no soy de los que expresan sus sentimientos con facilidad.
»Tal vez Shun no lo recuerde, pero yo sí. Y no solo yo. También sus amigos. Su padre. Porque toda esta locura, es porque usted odia a Wei.
Sus ojos esquivaron los míos durante un instante. Lo suficiente para demostrar que Wei Láng no era su tema preferido.
–Tenemos algo en común. Shun es lo más importante para ambos. Si de verdad lo quieres tanto como dices, déjalo marchar. Déjalo conmigo. Con nadie más estará tan protegido.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Había gastado hasta el último rastro de pólvora de mis cartuchos. Asentí sintiéndome completamente inútil y di media vuelta dispuesto a marcharme.
Tenía ganas de vomitar, aunque no me era posible hacerlo siendo vampiro. La opresión en el pecho era insoportable. Y me temblaban tanto las rodillas que parecía un borracho dando tumbos por la calle.
Me sentía débil y fui directamente a la cocina cuando llegué a casa. Saqué la penúltima bolsita de sangre de Sean y la volqué en un vaso.
La tomé fría y era repugnante. Sin embargo, lo que me importaba era no perder la conciencia.
Pronto tendría que llamar a John para pedirle el valioso líquido elemento que me mantenía lúcido entre los vivos. No quería más sangre que la de Sean, pero no podía recurrir a él. Eso se había terminado del todo.
Fui al salón arrastrando los pies y me quedé mirando la habitación. Vacía. Sin rastro alguno de vida. Las fotografías arrugadas todavía estaban sobre la mesita de centro.
Y sentí un repentino y violento impulso.
El vaso ya casi vacío de sangre que tenía en la mano, lo lancé con tanta fuerza contra el televisor que la pantalla se resquebrajó.
Aparté de un empujón el sofá haciendo que chocara contra el saco de boxeo, y volqué la mesita de centro. Las fotografías se desparramaron por el suelo, por entre los cristales de la rota mesita. Aunque no pude parar ahí.
Tiré las videoconsolas al suelo. Las pateé. Y me obcequé en darle puñetazos al televisor hasta que me sangraron los nudillos y el aparato se desenganchó de la pared y cayó al suelo hecho pedazos.
Las manos me temblaban cuando me las miré. La sangre se deslizaba por mis mejillas, y también por entre mis dedos en gruesos hilos que pintaron con gotas el suelo.
Entonces vi la luz.
Shun no creía en mis palabras. Tampoco en las fotografías.
Pero esto no podría ignorarlo.
Volví a la cocina, abrí el cajón de los cubiertos y saqué un cuchillo.
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro