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7. La cura

La cura

(Marcus)

Degustar la sangre de Sean era mejor de lo que recordaba. Estaba increíblemente sabrosa, a comparar con la que todavía tenía en varias bolsitas en la nevera.

Shun gimió de un modo sumiso cuando le hice tumbarse debajo de mi en el sofá, mientras mis colmillos continuaban hundidos en su cuello. Sus brazos rodearon mi torso como si me abrazara, y sus dedos me acariciaron los omóplatos por encima de la tela de la camiseta.

El corazón le latía a mil por hora y su piel se erizó cuando rocé con las yemas de los dedos los músculos de su estómago, mientras buscaba a tientas la hebilla de su cinturón.

–Marcus—le escuché pronunciar. Sin embargo, yo estaba perdido en el sabor de su sangre, la tibieza de su cuerpo y en la sensación que su simple cercanía me provocaba. Mis dedos seguían ocupados con la tarea de quitarle el cinturón, para poder finalmente dar rienda suelta a mis instintos. –Marcus, espera—dijo de nuevo. Se revolvió un poco debajo de mi, y me di cuenta de que intentaba evitar que aquello fuera más allá.

Dejé de morderle en el acto. Unos hilillos de sangre brotaron de la herida que aún no había empezado a cerrarse, marcando su cuello con un par de finas líneas rojizas. Me fijé en que sus mejillas mostraban un llamativo rubor cuando mis ojos buscaron los suyos, y parecía evitar cruzar su mirada con la mía a toda costa.

–No vayas tan deprisa, por favor–murmuró.

Me di un puñetazo mental. No era a Sean a quien tenía entre los brazos a pesar de todo. Debía dejar que la costumbre guiara mis actos. Me separé de él lo más rápido que me fue posible y volví a sentarme tal cual estaba antes de empezar con todo aquello. Sean también se incorporó y se acomodó la ropa. Y ambos nos quedamos como idiotas mirando al frente; a la televisión apagada, o a algún estante del mueble, mientras recobrábamos la compostura.

–Perdona—dije yo rompiendo el hielo y cubriendo el problema bajo mis pantalones con uno de los cojines del sofá.

–No, no te disculpes. Es cosa mía—se puso en pie de repente, nervioso. –Será mejor que me vaya.

–¿Tan pronto? –Mierda. Encima había provocado que prefiriera irse a su casa antes que aguantar mi compañía. –No es necesario que...

Hizo un gesto con la mano para silenciarme, cogió su chaqueta del diván y salió por la puerta.

Yo no había ni podido levantarme para evitarlo. Patidifuso como estaba y con la libido a nivel del suelo. Espantado al ver como mi contador de puntos volvía a ponerse a cero. Completamente seguro de que Sean no volvería a entrar en el apartamento nunca más.

Entonces me cabreé conmigo mismo.

Di varios puñetazos en el acolchado asiento del sofá. Necesitaba desahogarme de algún modo. Grité, grité tantos insultos hacia mi persona que estaba convencido de que los vecinos me habían escuchado. Y agotado, me hundí en el sillón dispuesto a no levantarme nunca más.

Gokû se tumbó sobre mi estómago mientras amanecía y la exigua luz del sol entraba en el salón a través del ventanal. Ronroneó cuando le acaricié el suave pelaje de su cabecita, y no tardó en quedarse dormido. No tenía nada mejor que hacer, así que decidí quedarme inmóvil para ejercer de cama gatuna.

Hasta que sonó el timbre y tuve que ir a abrir la puerta, haciendo que el gato se marchase al piso superior.

Sean tomó mi cabeza entre sus manos y sus labios se unieron a los míos de manera desenfrenada. Yo gruñí en respuesta, le arrastré conmigo al interior de la casa y cerré la puerta con el talón.

–Siento haberme ido así. Estaba... Asustado. Me comporté como un imbécil—dijo cuando él mismo detuvo el beso.

–Ahora el asustado soy yo. Es de día y tu madre estará despierta. Si descubre que estás aquí, me cuelga.

Soltó una risotada y se apartó de mi cuerpo.

Sean llevaba una ropa distinta a la de por la noche. Una camiseta de otro color, unos vaqueros más oscuros y un anorak con capucha que no tardó en quitarse y dejar sobre el diván nuevamente.

–Ves a mi madre como el ogro que no es.

–Es una bruja poderosa. Eso no me lo puedes negar.

–Ella no sabe que me marché, tranquilo. Pero no pude dormir en toda la noche. Necesitaba verte—reconoció volviendo a colgarse de mi cuello y me besó de forma pausada.

–Shun... –musité con voz queda contra sus labios. –No empieces algo que no quieras terminar—advertí. Si seguíamos con aquel peligroso juego; si él no estaba realmente seguro de que deseaba pasar al siguiente nivel, ni yo sabía si podría detenerme una vez cruzado el límite.

–Llevo toda mi vida con miedo. Intento no ser un cobarde y a la primera de cambio salgo corriendo. Por eso no he pegado ojo. No he hecho otra cosa más que pensar en tus besos y en cómo me tocabas...

Estaba colorado hasta las orejas por la ansiedad que le había provocado pronunciar aquellas palabras. Sonreí de medio lado y decidí tomar la iniciativa, besándole con la misma pasión con la que él me había sorprendido cuando le abrí la puerta.

Como tanto me gustaba hacer, coloqué las manos sobre su trasero, pero esta vez lo alcé por los glúteos y lo guié en volandas hasta el sofá, donde le recosté debajo de mi, mientras yo, a horcajadas, evitaba aplastarle con mi cuerpo.

Sus manos no se despegaban de mi coronilla, con los dedos enterrados entre mis cabellos. Las mías volvieron a buscar el cinturón, pero Sean no llevaba ninguno esta vez, y no pude evitar sonreír aún sin dejar de besarle.

«Buen chico.»

Entonces me centré en su camiseta, en quitársela. Sean estaba mucho mejor sin ninguna prenda puesta, desde que le había conocido tuve eso muy claro. Localicé el borde de la tela y tironeé de ella con ambas manos, escuchando el ruido que hacía al rasgarse.

Por fin pude acariciarle sin impedimentos el torso desnudo y la urgencia llegó a mi como un huracán que arrasa una ciudad de improviso.

Detuve el besuqueo para deshacerme de mi propia ropa. Sacando por encima de mi cabeza, juntas, la sudadera y la camiseta que llevaba debajo, lanzándolas a la otra punta de la habitación. Sean aprovechó ese momento para quitarse los restos de su maltrecha camiseta y posó ambas manos en mi pecho, ahora tan expuesto como el suyo.

Me incliné hacia él nuevamente, dispuesto a besar cada centímetro de su anatomía. Sin dejar de sonreír por la plena entrega de mi amante. Hasta que algo llamó mi atención. Allí, en la piel de su pecho; justo sobre su corazón, en un tono negruzco, estaba la marca tatuada de una media luna invertida. Le tomé de la mano izquierda y contemplé su palma. Ya no había ni rastro de la que la hechicera había grabado en ella. Se trataba de otro de los cambios que me recordaban que el que tenía delante no era Sean.

Él me miró extrañado y para disimular, le planté un casto beso en el dorso de la mano. Volvió a incorporarse y buscó mis labios. Entonces el Marcus racional se marchó de la habitación dando un portazo.

Dejé de pensar si lo que hacía era lo correcto. Dejé de darle vueltas al hecho de que la persona con la que estaba no era Sean al cien por cien. Dejé de preocuparme por Xia Láng y si se enteraba de lo que su hijo y yo hacíamos a sus espaldas. Dejé de ser yo mismo para tomar apasionadamente a aquel hombre, que al fin y al cabo, era el dueño de mi mustio corazón.

Se mostró dócil entre mis manos, rendido al placer por completo. Permitiendo que mis manos y mi boca se deslizaran por todos los poros de su piel sin ningún tipo de impedimento. Los sonidos que salían de su garganta eran musicales a mis oídos. Notas perfectas. Sin desafinar. Una melodía tan hermosa, que de ser por mi, la estaría escuchando hasta el fin de los días.

Cuando todo terminó, continuamos tumbados en el sofá. Abrazándonos.

Mis brazos le rodearon, reteniéndole como las correas de una camisa de fuerza. No quería que se marchara. Que se le pasara por la cabeza la idea de volver a su casa. Ya estaba en ella. Ese era su lugar, conmigo.

Con la punta de la nariz rocé la piel de su nuca y él soltó un suspiro de satisfacción.

–Te quiero, Sean—dije antes de quedarme dormido.

Escuché el sonido del timbre y abrí los ojos. Encontrándome con la desagradable sorpresa de que Sean ya no estaba a mi lado.

–Ya voy—anuncié mientras subía a toda prisa las escaleras para sacar del armario alguna prenda que ponerme encima.

Al abrir, descubrí que era John quien venía de visita.

–Pasa, John—dije contento. Me alegraba de verle. Él obedeció a mi ofrecimiento y entró en la casa.

–Quería saber cómo estás. Cómo lo llevas—dijo mostrando una leve sonrisilla que tomé como muestra de su amabilidad hacia mi.

Le hice un gesto para que tomara asiento, y ocupó una plaza en el sofá.

–Muy bien. Lo llevo de maravilla—dije totalmente sincero. Hacía pocas horas que Sean y yo habíamos estado como jamás creí que volvería a estar con él. Lo cual, me devolvía un poco a la calma, aún con los drásticos giros de los últimos días.

Me senté al borde del diván, para poder hablar con John más cómodo. Él parecía algo inquieto de repente. Me daba la impresión de que quería decirme algo, pero no se atrevía.

–¿Llevas de maravilla que Sean no...te recuerde? –soltó por fin, confundido.

–Esa parte no—aclaré. –Pero la situación ha cambiado. –Sus ojos mostraron cierto interés, y decidí seguir hablando. –Prométeme que no se lo dirás a nadie. Y con nadie, incluyo a Ben, por supuesto.

–Cuenta con ello—dijo con plena convicción.

–He estado viendo a Sean, a escondidas. Y aunque no le he contado nada de su vida antes de quedar desmemoriado, eso no ha impedido que, en cierta forma, volvamos a salir juntos.

La cara de John era un poema. Con la boca entreabierta por el asombro, y los ojos incrédulos.

–¿Saliendo juntos otra vez?¿Has conseguido que se reenamore de ti?

–Todo empezó después de que le besara en la fiesta, supongo que le causé buena impresión—dije pagado de mi mismo. John rió. –Desde entonces hemos quedado cada noche. Al principio salimos a pasear por Las Cloacas. Este nuevo Sean parece realmente amante de las cosas peligrosas. Me he percatado de que le atraen debido a que su madre, al menos en sus falsos recuerdos, siempre lo ha mantenido dentro de un cascarón. El agujero que le dejó para respirar era demasiado pequeño. Y su hijo necesitaba una mayor bocanada de aire.

–Y tú le has estado haciendo la respiración boca a boca, ¿no es así? –comentó divertido.

–Y otras cosas—añadí guiñándole un ojo. No hizo falta más para que entendiera perfectamente de qué estábamos hablando.

–No te creo—soltó sorprendido. –¿Os habéis acostado? ¿Te has acostado con el nuevo Sean?

Cogí el teléfono móvil de la mesita de centro y ojeé los números que aparecían en la pantalla.

–Hace unas horas, de hecho—dije con orgullo, y antes de devolver el teléfono a la superficie de la mesa, miré hacia el ventanal.

Era de noche.

Y John estaba allí sentado. Frente a mi. Algo inaudito.

–John... –musité. Ahora me tocaba a mi lo de asombrarme. –¿Por qué no eres un lobo de tamaño descomunal?

Él soltó un suspiro. Como si hubiera estado esperando a que me diera cuenta desde que llegó.

–Me curé.

–¿Qué?¿Cómo?

–Fuimos a ver a Xia Láng. Ben y yo. Nos curamos—dijo visiblemente emocionado. Sin dejar de sonreír.

–¿Entonces ya no sois...?

–No es así como funciona. No hemos dejado de ser hombres lobo—aclaró. –Simplemente, lo que ella hace... Nos ayuda a controlarlo. A dominar al lobo. Que no salga si nosotros no lo deseamos. Y si aparece, que sea bajo nuestras condiciones.

–Vamos, que... Es como inyectaros Esencia de luna, pero sin la jeringuilla de por medio.

–Eso es. El lobo no nos someterá jamás. Se acabaron sus noches. Ahora nos pertenecen. La luna ya no es su dueña—dijo con evidente alivio. John había ansiado eso siempre. Estaba claro.

Le miré durante algunos minutos. Mi amigo John, con los ojos relucientes, quizás conteniendo lágrimas de alegría. Siendo un hombre libre de la opresión del lobo.

Recordé a Ben. El momento en el que le dije que Sean estaba curado. Su corazón dio un vuelco tan fuerte, que lo habría escuchado aún sin ser vampiro. Supuse que en otras circunstancias, Ben jamás se habría deshecho de la maldición. Habría continuado siendo como era para complacer al señor Láng. Pero, sin duda, había decidido curarse por John. Para estar con él. Y eso era lo maravilloso que tenía Benjamin. Todo lo que era capaz de hacer por John.

–¿Y Xia accedió a curaros como si nada?¿A pesar de que sois antiguos amigos de Sean, y de que pertenecéis, según su criterio, al bando de Wei?

–Temía que rechazara ayudarnos, pero se mostró realmente feliz de saber que los subordinados del señor Láng no compartían sus ideales. Le encantó la idea de que prefiriésemos convertirnos en criaturas como ella. Sanas. Esas fueron sus palabras.

–Lógico. El señor Láng cree que ser hombre lobo es una bendición del cielo o algo así. Un regalo incomparable. ¿Cómo se lo tomó él?

–Hablamos con el señor Láng antes de hacer nada. Y se mostró verdaderamente comprensivo. No puso impedimentos. Lo cual es bueno, porque no somos los únicos que visitarán a la madre de Sean. Muchos irán a buscar la cura.

–David, Zoe y Nat, ¿van a ir?

–Sin duda.

Me alegró sinceramente. Mis amigos se merecían ser felices, y con eso lo conseguirían.

–Lo que no comprendo es que acabas de curarte y vienes a verme. En lugar de estar con Ben vuestras primeras noches—comenté recostándome en el diván.

–Merecías saberlo. No habría conocido la cura de no ser por ti. Además, Ben está abajo, esperándome.

Volví a incorporarme.

–¿Ben está abajo? Joder, sí que me odia. Prefiere quedarse en la calle antes que subir aquí. Pensé que estaría tan feliz de haberse convertido en alguien normal, que no dejaría de meterse conmigo. No sé, a modo de celebración.

–No es eso... –. La tristeza se adueñó de la voz de John. –Es esta casa. Ha estado muchas veces aquí. Para él es la casa de Sean.

Sentí un arañazo en el corazón.

–Y Sean no está—dije entendiendo su postura.

–Y aunque hubiese estado, no sería Sean.

–No. No lo es.

Me puse en pie, agobiado de repente, y comencé a andar por la habitación.

–Siento como si lo estuviera engañando. Como si le fuera infiel. Aunque es él mismo. Sé que son gilipolleces. Que no debería darle vueltas a esas tonterías, pero así es como lo percibo.

–Sean sigue siendo tu novio. Marcus, es normal que sigas amándole, eso no se pierde de un día para otro. –John continuó sentado, pero no perdía detalle de mis movimientos. –Si le pasara a Ben, Marcus, yo tampoco me rendiría. Le buscaría hasta debajo de las piedras. Te lo quitaron. No es como si hubierais roto la relación voluntariamente. Fue por obligación. Eso no es justo. Y no puedes culparte por volver a estar con él, aunque sólo sea el borroso reflejo de lo que era antes.

–Su personalidad es completamente diferente—dije deteniendo mis pasos y apoyando las manos en el respaldo del sofá, junto a John. –Y lo demás. Ya no está la cicatriz en su mejilla que le hicieron al protegerme. Ni lleva esos pendientes en las orejas, que tintineaban un poco cada vez que se secaba el cabello al salir de la ducha. Tampoco está la media luna de su mano, la que le pusieron a cambio de mí trébol. Nuestras experiencias han desaparecido, al igual que sus recuerdos. No es que no soporte al nuevo Sean, porque sería un embustero si lo dijera. Pero la falta de esas cosas es lo que me recuerda una y otra vez que se trata de Shun. Incluso esa maldita luna invertida que ahora tiene en el pecho.

John se puso en pie, de cara a mi y tiró hacia un lado del cuello de su jersey, mostrándome la piel de su hombro izquierdo. Allí se veía en tono negruzco la marca de media luna invertida. Igual que la de Sean.

–¿Como ésta? –. Preguntó. Yo asentí. –Fue cosa de Xia Láng. Ben también tiene una. Nos marcó tras la cura. Dijo que nos protegería.

–Es una mentirosa. Con esas lunas puede localizaros. Quién sabe si más cosas. Usó la de la mano de Sean para encontrarle y llevárselo.

–Sea mentira o no, ninguno tenemos la potestad de hacerla desaparecer—respondió tranquilo.

–¿No te preocupa? ¿Y si no solamente la utiliza para encontraros, sino que os hace daño a través de ella? Os chupa la energía o algo así.

John mostró un gesto de extrañeza absoluta ante mis palabras, pero yo veía a Xia capaz de cualquier cosa, y más, si era algo dañino.

–He visto muchas películas—reconocí para justificarme.

–No me importa lo que haga, Marcus—volvió a decir con la misma calma. –Esa mujer nos ha dado una nueva oportunidad en la vida que jamás podré agradecerle como se merece. Y aunque estoy de acuerdo contigo en lo de que está muy mal lo que le hizo a Sean; debo admitir, que no la odio. No puedo hacerlo. Perdóname—concluyó afligido. Sin embargo, le comprendía. Claro que sí.

No pasaba nada. Yo la odiaría por los dos.

–Bueno, va siendo hora de que me vaya. Ben debe estar desesperado—comentó y se acercó a la puerta.

–Bajo contigo. Me apetece saludarle.

John asintió y bajamos juntos en el ascensor. Ben estaba dentro del Mercedes plateado del señor Láng, en el asiento del piloto y con medio brazo izquierdo por fuera de la ventanilla. Fumando.

Miró hacia nosotros cuando nos acercamos al coche, y abrió la puerta del copiloto para que John se subiera. Éste lo hizo, y bajó su ventanilla en deferencia hacia mi. Entonces me asomé por ella y me dirigí a Ben.

–Enhorabuena—dije.

–Ahora podremos discutir a cualquier hora—aclaró.

Sonreí.

–Cuando quieras. Ya sabes dónde encontrarme. Y John tiene mi número por si ves que no puedes aguantar las ganas de morder el polvo.

–Sigue soñando—dijo con una escueta sonrisa que se esfumó enseguida de su rostro. –No nos has pedido ayuda, con Sean. Tantos lloriqueos en la mansión... Creí que estarías suplicando de rodillas en nuestra puerta.

–Me basto yo solo—comenté con seguridad. Él alzó una ceja.

–Ahora que conozco personalmente a la señora Láng, estoy más que convencido de que el que morderá el polvo en toda esta historia serás tú, vampirito.

–Xia nunca me mataría, Ben—dije con retintín. Vi como John apretaba los labios, conteniéndose para mantener el secreto que le había contado en el apartamento. –Aunque agradezco de verdad que te ofrezcas a guardarme las espaldas.

–Nunca he hecho tal cosa—entrecerró los párpados y me miró desafiante. –Sólo quiero estar en primera fila si te embarcas en una misión kamikaze. Jamás dije que te protegería.

–Yo sí lo haría, Marcus—comentó John. Ben chasqueó la lengua con evidente fastidio al tiempo que rodaba los ojos.

–Lo sé, John. Yo haría lo mismo por ti. Y tranquilo, Ben. Cuando me alce con la victoria, serás el primero al que llame. Sé que te encantará verme tan feliz.

Soltó un sonoro resoplido.

–Sabes perfectamente lo que me encantaría—fue lo último que dijo antes de que se marcharan y yo regresara al ático.

No volví a ver a John ni a Ben en varias semanas. Ni a Natalie. Ni a David. Ni a Zoe. Tampoco supe gran cosa de Josh, que parecía muy ocupado con algún asunto.

Sin embargo, noche tras noche, Shun cruzaba las puertas de nuestra casa.

Compartíamos apasionados momentos. Pasábamos juntos agradables ratos. Charlábamos hasta altas horas de la madrugada. Y disfrutábamos de la compañía mutua.

Pero aún así; y a pesar de todo, conforme pasaban los días, yo iba echando más de menos a Sean.

Deseaba despertar el primero por las mañanas y hacerle el desayuno. Que él saliera antes del trabajo para darme una sorpresa y estar conmigo. Dejar a medias partidas de videojuegos con mis amigos, porque Sean me distraía con sus besos, y así no había manera de continuar jugando. En definitiva, lo echaba de menos a él. Al mío. Al que me miraba como sólo Sean lo hacía. Al que yo había conocido el día que cambió mi vida por completo. El día que morí y él me ayudó sin esperar nada a cambio.

Todavía conservaba algunas bolsas de su sangre en la nevera. No me atrevía a probarlas. Eran como los vestigios de lo que fue mi novio.

En ocasiones incluso abría el armario y contemplaba su ropa. Ordenada de forma maniática y perfecta. O rociaba al aire su perfume, simplemente para evocar su cercanía.

Me había convertido en un Marcus patético, aferrado al recuerdo de su gran amor. Como si Sean hubiera muerto. Como si no lo hubiera asimilado todavía, aún con una nueva relación en ciernes.

Incluso contemplar sus fotografías era una pesadilla. Una broma sádica. Porque ansiaba con todas mis fuerzas sacar al Sean que veía en cada una de las imágenes.

Mirarme al espejo también iba a peor. Alexander se reía de mí al otro lado. Extasiado con lo mal que yo lo estaba pasando.

Y entonces llegó lo más insoportable.

La alegría que me producía ver a Shun se transformó en dolor. Como si me clavaran alfileres en el corazón.

Dejé de sentir igual sus caricias. Tampoco anhelaba sus besos. Y el sabor de su sangre se me antojaba diferente.

Shun, igual que Xia, se convirtió para mí en otra persona.

Lo asocié a mi y a Alexander. Como si Shun y Sean fueran hermanos gemelos. Físicamente idénticos, pero nada que ver en sus personalidades. Sean me gustaba más. Era indiscutiblemente mejor. Y yo le estaba engañando con alguien que no me llenaba del mismo modo. Alguien con quien mi alma se sentía incompleta.

Podía escucharla chillar y retorcerse, tal y como la había visto Lorem cuando lo conocí. Pero esta vez mi alma no sufría ante la idea de ir al infierno, sino por haber perdido a su otra mitad.

Esa noche, como las demás, Shun apareció ante mi puerta.

Si se había dado cuenta de mi actitud cada vez más reacia o no, no daba señales de ello. Se mostraba igual de risueño, cariñoso y amable.

Entró en la sala como acostumbraba, dejando su chaqueta en el diván. Saludó a Gokû cuando frotó su pelaje en el bajo de su pantalón, y tomó asiento en el sofá.

–Vienes pronto—dije seco sin poder evitarlo, mientras giraba el pomo para cerrar.

–Mi madre trabaja mucho últimamente y se acuesta más temprano—comentó poniéndose cómodo. –¿Qué hacemos hoy?¿Salimos?

–No me apetece—respondí sin más y me senté a su lado, pero manteniendo las distancias.

Se quitó las deportivas y se acercó a mi, acurrucándose junto a mi cuerpo. Mis músculos se tensaron y evité mirarle.

–Podemos ver una peli—dijo con una ligera decepción.

Sin decir palabra, me incliné hacia adelante. Cogí el mando a distancia de la televisión que estaba sobre la mesita, y la encendí. Shun tomó mi mano cuando me acomodé nuevamente a su lado, de un modo distraído, observando la pantalla. Comportándose con naturalidad.

Yo miré sus dedos. Los dedos de Sean entre los míos. Eran cálidos y de tacto suave. Respiré hondo, aspirando su perfume. Olía a Shun. Un aroma algo cítrico, como a pomelo y un toque de cuero, supuse que por el abrigo. Sean olía diferente. Su esencia favorita era una mezcla de sándalo y canela. Y esa fragancia revolucionaba mis sentidos.

Shun en algún momento me quitó el mando a distancia de la mano, y se puso a cambiar los canales de la televisión. Yo, sin embargo, no veía ni escuchaba nada. Hundido en mis pensamientos. Dándole vueltas a todo lo que estaba mal en esa situación.

Pero a pesar de todo. De mi estado de ánimo. De mis reticencias y dudas. No podía echar a Shun. No quería alejarle por completo. Porque si lo hacía, eso, probablemente, significase que Sean iba a desaparecer de mi vida para siempre y de manera definitiva.

–¿Estás bien? –. Escuché que preguntó. Parecía analizarme cuando le miré.

–Claro.

–Me da la impresión de que tienes la cabeza en otra parte. No escuchaste ni una palabra de lo que te dije, ¿a qué no?

–Estoy algo distraído—admití. Sus dedos soltaron los míos, y se acomodó mejor para poder mirarme.

–Últimamente te pasa mucho—dijo ligeramente molesto.

Así que sí se había percatado de mi actitud.

–¿Hay algo que deba saber? –preguntó esta vez con un tinte de temor en la voz. Sus pupilas se enfocaron en el suelo. –¿Algo que no te atrevas a decirme?

–Claro que no—respondí con muy poca credibilidad. Nunca había sido un buen mentiroso. –¿Por qué preguntas eso?

–Porque ya no te comportas como antes—comentó sin titubeo alguno. –He intentado pasarlo por alto, puesto que es la primera vez que estoy con alguien de esta forma, e intento aprender. Intento ser lo que tú quieres. Hacer las cosas que te apetecen, porque realmente me gustas, Marcus. Me gustas mucho. Y me encanta estar contigo, aunque éstas últimas semanas no has sido precisamente la mejor de las compañías.

Yo le miré sorprendido. Además de reproche, había tristeza y desilusión en sus palabras.

–Sé que al principio parecía que estaba a tu lado simplemente para experimentar. Para probar cosas nuevas. Todo lo que me había sido prohibido. Pero siento cosas reales por ti, Marcus. Y si tú no estás seguro de que tengamos algo, será mejor que me lo digas. Por favor. No estés conmigo por compasión, o por ayudarme a escapar de mi vida.

–No estoy contigo por compasión—dije saliendo por fin de mi conmoción cerebral momentánea.

–Entonces, ¿por qué?¿Para olvidar a alguien?

Le miré sin comprender nada, y continuó hablando al darse cuenta de mi desconcierto.

–¿Quién es Sean? –soltó a bocajarro.

Continuará...

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