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6. La relación a escondidas

La relación a escondidas

(Marcus)

Bajé los escalones de dos en dos, bastante enfadado. Todavía sin poderme creer la impasibilidad del señor Láng.

John me abordó en mitad del pasillo y tiró de mi hasta su habitación. Una vez estuvimos los dos dentro, cerró la puerta.

–Marcus, perdona por irnos así ayer.

–No pasa nada. Teníais que marcharos para no convertir la fiesta de cumpleaños en el baile de fin de curso de Carrie.

–Me refiero... –. John se sentó al borde de su cama, con la cabeza gacha. –Ver así a Sean... Ben no lo aguantó. Ni David. Ellos son los más cercanos a Sean.

–Lo entiendo. Tranquilo—dije sincero.

–Fue muy fuerte que no supiera quiénes éramos nosotros. Si mi corazón se siente como si lo estuvieran comprimiendo, no quiero ni imaginar lo que sientes tú.

–Intento no pensar en él como si lo hubiera perdido, ¿sabes? Sigue estando. Es Sean. Su piel y su sangre huelen igual. Su voz suena de la misma manera. Sus ojos son los mismos, aunque no me miren como yo desearía. Simplemente... Tengo que entrar otra vez en su cabeza—dije y me senté junto a mi amigo. John me observaba, comprensivo.

–¿Y qué piensas hacer? Si no quieres que la señora Láng se interponga, vas a tener que actuar a escondidas. Y lo más importante, que es saber si este nuevo Sean comparte los gustos del antiguo.

Mostré una media sonrisa sin poder evitarlo.

–Creo que los comparte—comenté seguro.

John sonrió también, imitándome.

–¿Por qué lo crees?

–Anoche, antes de que Xia me echara de la fiesta, besé a Sean.

–¿Qué?

–Yo... No lo planeé. Lo juro. Él estaba a mi lado y le abracé, porque lo necesitaba de verdad. Pero luego, no pude parar. Quise más. Y él estaba tan cerca... Se trata de Sean. Es mi novio. Le he besado muchas veces, para mí era algo natural. No lo controlé.

–¿Y él qué hizo?

–Me correspondió. Lógicamente le pilló por sorpresa, pero después se dejó llevar.

John, entre carcajadas, me palmeó el hombro.

–Estás hecho todo un ligón. Quién te ha visto y quién te ve, Marcus. Parece mentira que seas el mismo chico al que le daba vergüenza que pensáramos que era novio de Sean, y lo negaba cada vez que podía.

–He cambiado, supongo—dije avergonzado. –Sean es el culpable.

–Es evidente.

A pesar de que el ambiente se había relajado, yo me puse serio de nuevo.

–Sean no se transformó. Anoche. No se convirtió en Baboso. Ni su madre tampoco. Encontró la cura.

En los ojos de mi amigo brilló la esperanza.

–¿Sean está curado? ¿Es una persona normal?

Asentí. Sin embargo seguía sin gustarme lo de referirnos a la licantropía como una enfermedad. En ese caso, lo mío también lo era.

–Entonces es posible...

–John, no sabemos a qué precio.

–Xia Láng jamás dañaría a su hijo. Y vimos a Sean. Estaba bien. Tú estuviste con él. Si Sean es normal, los demás podríamos serlo también.

No pude decirle nada más. Era comprensible que John quisiera llevar una vida como los demás. Poder estar con Ben a todas horas. Eso es lo que él deseaba.

Decidí que ya era el momento de irme y di por finalizada la charla con el ilusionado John. Aunque en cuanto salí al jardín, me topé con Ben. Fumando distraído, con la mirada perdida en algún punto lejano.

–Yo no tiro la toalla—dije para llamar su atención, colocándome a su lado.

–¿De qué hablas? –preguntó sin mirarme siquiera.

–Sean.

–Pues quizás deberías. Esto nos queda grande.

–¿En serio?¿Te rindes? Nunca esperé eso de ti. Dejar tirado a quien consideras tu hermano.

–Ese no es mi hermano—dijo soltando al césped la colilla y pisándola para apagarla. –Ni tu novio. Y ninguno de nosotros tiene los conocimientos o la capacidad de hacerle volver a ser quien era.

–Tal vez encontremos la forma.

–Sí. Olvidándonos de él. Tenemos toda la eternidad para hacerlo—Ben iba a marcharse, pero le sujeté del brazo. Me miró con reproche.

–Lo traeré de vuelta.

–Me gustará ver cómo lo intentas—le solté y se alejó varios pasos, rumbo a la entrada de la mansión.

–Xia le curó—escuché cómo se detenía y sentí que volvía a mirarme, aún cuando yo todavía le daba la espalda. –John está entusiasmado. Y siento por cómo late tu corazón ahora, que no te desagrada que eso sea posible de conseguir.

–No te preocupes por mi corazón. Debería preocuparte más el tuyo. Te lo arrebataron y entiendo que quieras recuperarlo. Me parece una pérdida de tiempo y una estupidez intentar nada, pero si nos necesitas, solo dilo—concluyó antes de entrar en la casa.

Tomé un taxi cerca de la mansión y ordené que me llevaran al 1835 de Hexstreet. La residencia de la señora Láng.

Tenía un revoltijo de emociones dentro de mi. El miedo por Xia que había sentido antes de conocerla, ahora se había transformado en coraje. Una rabia tan intensa, que me impulsaba a ir a por Sean aunque ella no estuviera de acuerdo. Aunque me hubiera echado de su casa de aquel modo tan amenazante.

Trataría de guardar las distancias con ella, pero con Sean, ni de broma. Lo que le había dicho al señor Láng y a Ben era cierto. No pensaba abandonar la partida a medias, yo nunca había sido de esos. Además, le debía a Shun una explicación por el beso que le había robado, y por la forma en que me fui de su fiesta sin despedirme siquiera.

Ambos lados de la carretera estaban casi despejados de vehículos a comparar con la noche anterior, y ya la decoración de Halloween había desaparecido del jardín de la casa de la señora Láng, aunque no del resto de casas colindantes.

Subí los pocos escalones de la entrada y llamé al timbre, que esta vez sonó con el clásico ''ding-dong''. Escuché pasos en el interior y supliqué por que se tratara de Sean y no de su madre. No tenía ganas de ponerme a darle explicaciones de mis actos a ella. Aunque seguro que me cerraría la puerta en la cara antes de dejarme decir una palabra.

Por desgracia, me abrió Nadie. Seguía llevando el chaqué de la fiesta y volvió a mostrarme aquella espeluznante sonrisa en cuanto se dio cuenta de quien era.

–¿Está Shun? Necesito hablar con él.

Nadie asintió, pero no dijo nada.

–¿Puedo pasar?

Esta vez negó con la cabeza, pero seguía sonriendo. Hizo algo parecido a una leve reverencia y me cerró la puerta en las narices.

Chasqueé la lengua y bajé los escalones lentamente. Tendría que venir en otro momento. Quizás por la noche. Intentar averiguar cuál era el dormitorio de Sean y lanzar piedrecitas a su ventana para que se asomara.

–Marcus—escuché a mi espalda cuando ya estaba llegando a la acera. Le miré con sorpresa, porque no esperaba que saliera a mi encuentro.

–Se... Shun. Hola.

Llevaba un pantalón largo de pijama a cuadros, y una camiseta que se amoldaba perfectamente a su torso. Aún estaba despeinado y con ojos somnolientos. No era de extrañar. Hacía pocas horas que había terminado su fiesta.

–Pensé que no volvería a verte—dijo con la voz un poco ronca.

–Te debía algunas explicaciones—aclaré.

–Eso es verdad—tímido, miró al suelo y se mordió el labio inferior.

Era genial no producir saliva, porque sino estaría babeando como un San Bernardo. Ver a un ruborizado Sean no era algo que estuviera acostumbrado a contemplar.

–Creí que te ibas a quedar hasta el final de la fiesta—continuó. –¿Mi madre te echó? Me habló muy mal de ti después de que te fueras.

–Sí. Me echó. Pero quería hablar contigo del beso. Y por eso he venido, aún a riesgo de que tu madre me asesine.

Sean rió.

–No exageres. No te haría daño. Lo que pasa es... Que nos vio besarnos y no le sentó demasiado bien. Me pidió que no me acercara a ti de nuevo.

–Sin embargo, aquí estás.

–Aquí estoy—reconoció todavía avergonzado.

Él devolvió la vista a los adoquines de la acera. A la espera de que le aclarara las cosas, pero sin atreverse a preguntar directamente. Tendría que acostumbrarme a este Sean tan cohibido.

–Siento lo del beso.

–¿Lo sientes? –cuestionó con lo que me pareció decepción.

–No siento haberte besado—me apresuré en aclarar. –Sino la forma en la que lo hice. Fue un impulso... Te pido disculpas si te molestó.

–Me pilló por sorpresa, pero no me molestó—reconoció con las mejillas ligeramente sonrosadas. Eso, admito, hizo que me pareciera de lo más adorable.

–Me alegro.

Sean por fin me miró y me devolvió la pequeña sonrisa que yo le mostraba también a el.

–¿Les cogiste cariño?

–¿Cómo?

–A los colmillos. ¿Se te olvidó despegarlos?

–No puedo quitármelos. Son míos. Es una de las cosas que conlleva ser un vampiro.

La expresión de Sean cambió, ampliando su sonrisa. Se acercó a mi y tocó uno de mis colmillos con la yema de su dedo.

–Que idiota he sido. Debí darme cuenta de que por eso no comiste ni bebiste nada durante la fiesta.

–¿Me espiabas?

–Claro que no—dijo entre una risa nerviosa. –Hablo del rato que estuvimos juntos.

La timidez de Shun comenzaba a agradarme bastante.

–Ya...

–Oye Marcus, ¿tienes teléfono? –preguntó cambiando de tema.

Asentí y lo saqué del bolsillo delantero de mi sudadera. Iba a tendérselo, pero recordé que el fondo de mi pantalla era una foto de Sean, así que lo sostuve contra el pecho.

–¿Para qué lo quieres?

–Para darte el mío, si te parece bien—dijo como si su voz se fuera apagando igual que la llama en una fogata. Puso cara de circunstancias. Seguramente creía que había metido la pata al hacerme ese ofrecimiento. –No conozco a demasiada gente de mi edad en esta ciudad, por no decir a nadie. La mayoría son amigos de mi madre. Conocerte en la fiesta...

Seleccioné el teclado y le tendí el teléfono. No habría problema siempre y cuando no viera las fotografías.

–¿Esto significa que ya somos amigos? –cuestioné cuando me devolvió el teléfono móvil.

–Eso parece.

–¿Y no te da miedo? Soy un vampiro. Podría morderte y matarte.

–Me arriesgaré—dijo en tono de coqueteo, lo cual me pilló con la guardia baja. Dio media vuelta y subió las escaleras hasta que llegó a la puerta, que, ahora que me fijaba, estaba entreabierta. –Dame un toque, Marcus, para tener yo tú número—añadió antes de entrar y cerrar tras de si.

Creo que ni tardé un segundo en darle el toque y pude marcharme a casa con la sensación de un trabajo bien hecho. Le gustase o no a la señora Láng, Sean y yo volvíamos a acercarnos.

Mi estado anímico al entrar en el apartamento era diferente. Por fin podía relajarme un poco. Aunque Sean no me recordara, ni cabía posibilidad alguna de que lo hiciera a corto plazo, la situación había dado un giro a mi favor que agradecía infinitamente. Fue satisfactorio dejarme caer en el sofá, contemplar la pantalla de mi teléfono y saber que de un momento a otro, podía sonar la melodía que me anunciase que Sean se acordaba de mi.

En algún momento me quedé dormido, y la canción de cabecera del anime Rurouni Kenshin resonó por la habitación. El teléfono vibraba sobre la mesita de centro y lo cogí despertando de golpe.

–¿Te apetece salir esta noche? –fue lo primero que me dijo Sean. Le escuchaba algo inseguro.

–¿Es una cita? –pregunté sentándome en el sillón para hablar más cómodo.

Él se quedó callado unos instantes.

–Es una salida a escondidas, porque mi nuevo amigo es tan bueno que me va a sacar de casa sin que se entere mi madre, y me va a llevar a sitios interesantes que como vampiro seguro que conoce—comentó.

–Siento decepcionarte, pero no conozco demasiados sitios interesantes. Sonará a coña, pero soy un vampiro bastante hogareño.

–Eso también me vale. Lo importante es... ¿Me sacas de aquí?

Eso me extrañó y cambié mi postura en el sofá, inclinándome hacia adelante.

–¿Va todo bien?

–Sí. Es solo que... Bueno, mi madre me sobreprotege, ¿entiendes? Siempre está encima de mi y necesito salir un poco. Lo haría yo solo, pero ahora te tengo a ti para darme la valentía que necesitaba para hacerlo. Además, he pensado que podríamos continuar con lo que ayer empezamos.

–Enseguida voy—dije y colgué sin saber si le había dejado con más palabras en la boca.

Ya estoy frente a tu casa—escribí y le envié el mensaje a Sean. Me sentía como Romeo esperando a su Julieta, pero con la ventaja de los teléfonos móviles.

Espera a que la luz del dormitorio de mi madre se apague. Me avisas y salgo.

Así que la ventana de la derecha del segundo piso que daba hacia la calle era la de la habitación de Xia. Tomé nota mental para visitas futuras y le envié un mensaje de confirmación a Sean.

Allí, con las manos en los bolsillos, esperando a mi novio en plena noche y a expensas de su madre; me sentí un chico normal. El chico que nunca había sido por culpa de mi timidez y mi falta de habilidades sociales. Esas cosas eran las que dominaba Alexander. El que salía con las chicas. El que las llevaba a sitios divertidos. El que recibía sus llamadas y acaparaba el teléfono durante horas. Las citas para mí eran algo que quedaba lejos de mi alcance. El tener pareja. El besar a alguien. E intimar ni se diga.

Pensé en las curiosas sorpresas que podía darnos la vida. Sean era el que ahora vivía esa situación. Al resetear su cerebro era él el que pasaba por todo eso, y mi incontinencia labial había favorecido que todo lo realizara conmigo de nuevo y por primera vez. Francamente, me parecía lo justo, porque él había supuesto todos esos grandes pasos para mi también.

Las luces del dormitorio de la señora Láng se apagaron pocos minutos después, y por fin Sean salió a mi encuentro.

Llevaba una chupa de cuero negro sobre una camiseta de esas con letras escritas al frente, unos pantalones vaqueros y unas deportivas a las que se veía no le había dado demasiado uso.

Sean solía vestir de forma completamente diferente. Siempre con cierta elegancia. Con pantalones de traje, camisas de manga larga, chalecos de vestir en ocasiones, y casi siempre corbata. Pocas veces le había visto de manera informal. Salvo cuando se puso mi pantalón de chándal tiempo atrás o con las ropas de ratero con las que nos infiltramos en Las Cloacas.

Lamentablemente era otro de los detalles que me recordaban que Sean ya no era él mismo. Aún así, sonreí a Shun cuando cruzó la carretera y se me acercó.

–Quedas con un vampiro en plena noche. No sé si elogiar tu valentía o criticar tu falta de buen juicio.

–¿No has pensado que quizás me guste el peligro?

Yo alcé las cejas. No esperaba esa respuesta.

–¿Tengo pinta de peligroso?

–No—admitió y soltó algunas carcajadas que intentó amortiguar tapándose la boca.

Eché un vistazo rápido a la ventana de la señora Láng y tomé de la mano a Sean para alejarnos de la casa de una vez por todas. Él no puso objeción alguna y se dejó llevar por mi.

–He estado pensando. Y lo cierto, es que te mentí por teléfono. –Me miró de soslayo, curioso. –Sobre lo de que no conozco sitios interesantes, y eso no es verdad del todo. Hay un sitio que apuesto a que te gustará. ¿Conoces Las Cloacas?

Detuvo sus pasos y me miró con los ojos centelleantes por la emoción. Cómo un niño al que le dices que le vas a llevar al parque de atracciones.

–¿Las Cloacas? ¿Iremos ahí?

–Si tú quieres, te llevaré a un lugar que no está muy mal. Sólo he ido una vez, pero conservo buenos recuerdos de el. Eso sí, confío en que no esté cerrado.

Caminamos casi una hora hasta Las Cloacas. Emocionados, hablando de nuestras cosas. Sobre todo Sean, que parecía animarse conforme los kilómetros hacia nuestro destino iban disminuyendo.

Conversaciones que me ayudaron a descubrir que Xia Láng no solamente había extraído recuerdos de la mente de su hijo, sino que además le había añadido muchos nuevos. Situaciones que Sean nunca había vivido con ella en la vida real. Otros cumpleaños. Mudanzas a diferentes ciudades. Antiguos amigos de su etapa infantil a los que añoraba. Para Sean, en su cabeza, él había tenido una infancia plena y feliz junto a su madre. Teniéndose el uno al otro siempre. Protegido en exceso desde que tenía uso de razón, porque Xia le había advertido de los peligros del mundo exterior, y siempre se mantenía a su lado para evitar que nada malo pudiera pasarle.

Por eso Sean necesitaba salir. Deseaba tener una vida propia. Poder descubrir el mundo que su madre tanto le había restringido. Y por eso sus palabras y acciones se veían tan genuinas e inocentes. Shun no era ni la sombra de Sean en cuanto a experiencias se refiere.

No pude evitar burlarme de Xia Láng en mi fuero interno, porque al parecer, la jugada le había salido algo torcida. Quería abarcar tanto a su hijo, apretaba con tal fuerza el alma de Sean entre sus dedos, que él estaba ansioso por escapar de eso.

Yo representaba todo lo que su madre le prohibía. Era un vampiro, una criatura que debería mantener alejada porque simbolizaba uno de esos peligros del exterior. Con el añadido de que la propia Xia me había rechazado frente a su hijo, lo cual me daba muchos más puntos.

Era comprensible que Sean se rebelara, y había encontrado en mí la llave para escapar del yugo materno.

Me cubrí con la capucha al adentrarnos por uno de los callejones, porque si los vampiros nos atacaban siendo Sean un humano común y corriente, podríamos no salir muy bien parados. En cambio, los Sin Sangre no me preocupaban. No volverían a cometer el error de capturar a un Láng.

Shun me recordó a mí la primera vez que pisé aquel lugar. Mirando a todas partes, que a pesar de las nocturnas horas, estaban llenas de vida. Gente y criaturas extrañas que incluso hablaban en otros dialectos. Era como entrar en la cantina de Mos Eisley de La guerra de las galaxias. Por eso me había fascinado en mi primera incursión.

Seguí los mismos pasos con los que Ben nos había guiado tiempo atrás y nos detuvimos frente a una puerta metálica.

La abrí yo, no fuera que nos encontrásemos una desagradable sorpresa al otro lado, pero no. Era justo lo que esperaba. Una sala llena de gente bailando sin parar, con luces de distintos colores recorriendo a todos y cada uno de los presentes, sin enfocarse en nada concreto. La música a todo volumen que, en alguien como yo, incluso me hacía sentir que el corazón me volvía a latir en el pecho.

Sean se mostró maravillado, como Charlie en el interior de la fábrica de chocolate. Y sin soltarle de la mano, le adentré más en aquel lugar.

–¿Te gusta? –pregunté en su oído cuando ya habíamos alcanzado el centro de esa especie de discoteca.

–¿Bromeas? No se me ocurre nada mejor para mi primera fuga... Aunque no sé bailar—admitió él en mi oído esta vez. –¿Me vas a enseñar tú?

–Yo tampoco sé bailar. La última vez que estuve aquí, simplemente me dejé llevar—reconocí cerca de su oreja nuevamente. La verdad es que aquel tipo de locales no me gustaban. Nunca habían llamado mi atención. Pero aquella vez con Sean, aún cuando sólo bailamos un par de minutos, lo guardaba en mi memoria como uno de mis más preciados recuerdos.

Repentinamente, antes de que me separase de su rostro, noté que su mano se soltaba de la mía y sus dedos acariciaron una de mis mejillas. Le miré a los ojos, tan cercanos como en su fiesta de cumpleaños. Y entonces me besó.

Sus manos se aferraron con fuerza al cuello de mi sudadera y las mías lo tomaron de las caderas, aunque de forma tortuosamente lenta, las terminé desplazando a su trasero.

Sean no temblaba ahora. Fue su lengua la primera en mover ficha. E incluso se permitió el lujo de morder con suavidad mi labio inferior antes de detener el beso.

–Tienes razón. Hay que dejarse llevar—dijo recuperando el aliento.

Sin decir palabra, le hice soltar la tela de mi sudadera y coloqué sus manos sobre mis hombros. Devolví las mías a su trasero, puesto que no se había quejado. Y comencé a moverme como aquella vez. La primera en la que Sean y yo nos sumergimos en nuestro propio e íntimo espacio, bailando a nuestra manera, ajenos a todo. Ben no estaba allí para sacarnos del local. Ni debíamos buscar el nido de los vampiros. Éramos solamente Sean y yo. Bueno, Shun y yo.

Estuvimos allí dentro horas. Bailamos a nuestro modo. Seguimos con las conversaciones que habíamos dejado a medias por el camino. E incluso Sean se animó a probar una bebida de un color verde radioactivo como salida de unos dibujos animados.

Aún era de noche cuando abandonamos el lugar. Sin embargo, pronto amanecería y Shun debía estar en casa para entonces.

Él tomó mi mano esta vez durante el trayecto de vuelta y parecía desilusionado ante la idea de que debíamos dar por concluida aquella especie de cita.

–¿Me buscarás de nuevo esta noche? –preguntó cuando ya estábamos en la puerta de su casa. Reacio a meter la llave en la cerradura.

–Si quieres que lo haga, aquí estaré. Tú solo pídeme que venga, y me tendrás.

Sonrió por mi respuesta y me dio un fugaz beso en los labios.

–Pensaré en ese momento. En el que vuelva a verte—dijo. Abrió con prisa la puerta y entró.

Fui a casa directamente para dormir y me desperté justo a tiempo para tomar una ducha, cambiarme de ropa y volver en busca de Sean.

Tenía la curiosa sensación de que eso se convertiría en un ritual entre los dos. En el que cada noche yo iría en su busca para liberarlo de las garras de la malvada bruja, literalmente. No me disgustaba, por supuesto. Sin embargo, seguía sin terminar de acostumbrarme a Shun. Tenía una vocecilla en la cabeza que me repetía una y otra vez, que por fuera, quizás se tratara de Sean, pero por dentro no. Y eso no me terminaba de llenar. Me seguía sintiendo incompleto. Como si todavía no hubiera encontrado a mi novio.

Esa noche y la siguiente llevé a Shun otra vez a Las Cloacas. Descubrimos nuevos recovecos. Nuevas tiendecillas y sus curiosos objetos a la venta. Observamos algunas criaturas que ni yo supe decir qué eran. Nos robamos más besos el uno al otro. Y nuestra floreciente relación parecía fortalecerse bajo el amparo de la luna.

Nadie en la mansión Láng sabía de mis avances con Sean. No pensaba decirlo aún. Ben me había dicho que avisara si los necesitaba, y por ahora las cosas iban demasiado bien como para solicitar el auxilio de alguno de ellos. Xia Láng continuaba sin enterarse de nada, y contarle algo del tema a Wei no me parecía lo apropiado todavía. Él parecía querer mantenerse al margen. Y dejaría que él solito se diera cuenta de su error.

Para variar, la cuarta noche de citas decidí llevar a Sean a nuestro apartamento. Sentía curiosidad por qué le parecería reencontrarse con su antigua casa a pesar de no saber que lo era. Y me agradaba la idea de volver a tenerlo bajo aquel techo que nos pertenecía a ambos.

Elogió el edificio, el vestíbulo e incluso el ascensor. Pero sin duda, lo que más le gustó, fue la casa. Alabó lo espaciosa que era, las hermosas vistas de la ciudad desde el balcón y hasta mis figuritas repartidas por el mueble que rodeaba la televisión.

Yo me senté en el sofá mientras le observaba curiosear todas las cosas que ahora adornaban nuestro salón.

Entonces, señaló la jaula de la pared.

–¿Qué haces con eso? –divertido, y tal y como hice yo en su día, se metió dentro para toquetear las cadenas.

–Venía con la casa. Creo que al anterior dueño le iba el bondage.

Me miró como si no me creyera en absoluto y salió de la jaula.

–Creí que encerrabas a jovencitos para sacarles toda la sangre, y luego los hacías desaparecer para que nadie pudiera reclamar el cadáver—dijo y se sentó junto a mi en el sillón.

–Eso sólo lo haré contigo—bromeé, dejando como quien no quiere la cosa, la mano sobre su muslo.

–A mi no tendrías que encerrarme—comentó con seguridad. –Podrías beber cuanto quisieras. Tienes mi permiso. –Y miró hacia otro lado, dejando la piel de su cuello expuesta ante mi.

Continuará...

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