5. La cruda realidad
La cruda realidad
(Marcus)
Me dio la impresión de que Sean resplandecía mientras bajaba uno por uno los escalones. Vestido con un mono completamente blanco, con la coquilla y los tirantes en un beige muy tenue y las botas y el bombín negros. Sujetando con gracia un bastón con la mano izquierda y con unas largas y llamativas pestañas postizas en el ojo derecho.
Sentía las pupilas de John sobre mí, pero las mías no podían apartarse de mí novio. Deseoso de que me mirase. De que me viera.
Tal y como los ratones seguían al flautista de Hamelín, empecé a caminar en su dirección. Él observaba cada rincón de la sala, sin detenerse en nada concreto. Echando un vistazo a lo que su madre le había preparado. Sonriente como si lo viera todo por primera vez.
Pocos pasos me separaban de él cuando una figura carmesí se le acercó, haciendo que me detuviera. Xia se le enganchó del brazo y le guió hasta otra zona de la habitación, donde cuatro señoras parecían estar esperándoles.
–Tenemos que sacarlo de aquí—dijo David a mi derecha de repente. Olía a chocolate y a cacahuetes.
–¿Ves cómo no está secuestrado? –comentó Ben a mi izquierda.
–Ponte al día, Ben. La teoría del secuestro quedó descartada hace tiempo. Está hechizado.
A pesar de que había dicho eso con bastante seguridad, ver a Sean cambiaba un poco la historia.
Conversaba y sonreía con naturalidad. Intercambiando miradas cómplices con su madre, que lo seguía sujetando del brazo. No se le notaba incómodo. Ni con ganas de salir corriendo. Tampoco apreciaba ninguna cadena u grillete en alguna parte de su cuerpo. Parecía ser un hombre libre con pleno uso de sus facultades mentales, lo cual, me aterrorizó. «¿Mis suposiciones respecto a nuestra relación y sus sentimientos serían ciertas?»
Xia exhibió a su hijo por la fiesta como un trofeo. Acercándole a cada invitado, presentándole a todas aquellas personas que yo había deducido que no conocía en absoluto. Sean se mostró educado y cordial en todo momento, como si realmente estuviera encantado de que fueran los invitados a su cumpleaños. Me pregunté entonces si alguien estaba realmente allí por él y no por su madre. Claro, excepto nosotros.
Ya nuestro grupo se había reunido y Natalie me había arrastrado con ellos hasta la mesa más cercana a la entrada. Todos observábamos a Sean y a su madre, esperando que de un momento a otro se acercasen a nosotros y nos metiéramos en un compromiso.
–Yo digo que lo dejemos aquí—comentó Ben con la mano llena de patatas fritas. –Está claro que se siente a gusto. Es su fiesta. Le diremos al señor Láng que su hijo no quiere regresar.
–Eso no lo sabemos—dije yo sin apartar la vista de mí chico, pero atento a la conversación.
–No nos ha visto. Si lo hiciera, se vendría con nosotros. Esperemos a que se quede solo—dijo Nat.
–Es por su madre. Quizás esté así porque quiere recuperar el tiempo perdido con ella. Si me dice eso, me voy de la fiesta en este instante y le dejo tranquilo... Al menos por unos días—añadí nervioso.
Ansiaba que me viera. Que me mirara. Que supiera que estaba en su fiesta. Que se alegrara y viniera a abrazarme. Un abrazo, es todo lo que pedía.
Conforme el tiempo pasaba, la sala se iba llenando más de gente. Mujeres y hombres. De la misma edad de Xia e incluso algunas más ancianas. Todas las señoras parecían alegrarse mucho de verse las unas a las otras. Supuse que hacia tiempo que no se veían, aunque me dio por pensar en lo que la bruja de los espejismos me había dicho cuando la interrogué.
«Las brujas nos ayudamos entre nosotras. Y muchos años hace que tu novio era buscado.»
Esas mujeres eran amigas de Xia. Estaban allí por eso. Porque la apreciaban. Seguramente la habían ayudado en la búsqueda de su hijo y ahora estaban celebrando que lo había encontrado. Esa fiesta, más que por el cumpleaños de Sean, era por ese motivo. Estaba convencido.
Una mujer de avanzada edad se entretuvo hablando con la señora Láng lo suficiente como para que Sean se acercara a una de las mesas para picotear algo. Momento que no desaproveché.
Sin esperar a mis compañeros, me apresuré en llegar junto a Sean. Sin embargo, cuanto más cerca estaba de él, veía mejor las diferencias. No me había dado cuenta antes, pero en su mejilla izquierda ya no estaba la cicatriz que Elías le había hecho con ''La asesina de licántropos''. Y tampoco estaban los piercings de su oreja.
Cuando llegué a su lado, vi que estaba comiendo unos ganchitos naranjas que olían a queso. Y también sujetaba el bastón con la axila para poder agarrar una botella con un refresco blanco en su interior.
–Sean—dije para llamar su atención. Pero ni levantó la vista del cuenco de ganchitos. –Sean, hemos venido a sacarte de aquí—añadí. Ésta vez sí conseguí que me mirase.
–¿Qué?
–Te sacaremos de aquí. Te llevaré a casa—continué. La forma en la que me miraba hizo que, aún siendo un vampiro, sintiera un extraño estremecimiento en la columna.
–Ésta es mí casa—comentó afable.
–No es la nuestra... –. Él se limpió la mano con una servilleta ajeno a mi sensación de alarma. –¿Prefieres quedarte?
–Claro, es mí fiesta—rió divertido y me tendió la mano ahora ya limpia de restos de ganchitos. –¿Quién eres?¿Cómo te llamas?
Sentí como si una bala me hubiera atravesado el pecho, lo cual me hizo rememorar el trágico día en casa de Alexander. Le miré estupefacto. Su media sonrisa. Esperando pacientemente a que le devolviera el saludo. Realmente no me reconocía. No tenía ni la menor idea de quién era yo.
Alcé la mano de forma inconsciente y la estreché con la suya.
–Yo soy Marcus—dije con voz rota. Me dolía mucho haberle tenido que decir eso otra vez a él.
–Yo soy Shun, el hijo de Xia. Eres amigo de mi madre, ¿no? Es genial ver por fin a gente de mi edad en esta fiesta.
Me observó intrigado. Quizás porque aún no le había soltado la mano. O quizás porque no le decía una palabra.
Es que no podía hacerlo. Lo intentaba con todas mis fuerzas, pero mis cuerdas vocales se habían puesto en huelga y mi lengua se negaba a moverse.
«¿Shun? ¿Pero qué estaba pasando? ¿Ese era el hechizo? ¿Un Sean completamente nuevo en todos los aspectos?»
Finalmente se soltó de mi apretón.
–Mola tu disfraz de Drácula... ¿Christopher Lee?
Quise abrazarle muy, pero que muy fuerte en ese instante.
–El tuyo de Alex DeLarge también está genial—dije no sé como y busqué con la mirada a los demás.
Seguían en el mismo sitio, pegados a la mesa, como si la pudieran usar como escudo en caso de ataque. Le hice un gesto a Sean para que me esperase y me acerqué a mis camaradas.
–Tenemos un problema.
–Déjame adivinar. No se quiere ir—comentó Ben hastiado.
–No sabe quién soy—dije agobiado.
–¿Pero sólo tú o...?
Ben se interrumpió cuando mí novio se nos unió.
–¿Son tus amigos, Marcus? –los ojeó a todos y les fue tendiendo la mano al tiempo que se presentaba. David fue el primero, visiblemente atónito. Ben cambió su semblante, tan triste que por una vez sentí pena por el. John sonrió falsamente cuando llegó su turno, intentando aparentar una serenidad que quedaba muy fuera de su alcance. Zoe le dio un par de besos en las mejillas y Natalie, que no se podía contener, lo abrazó y le marcó la mejilla con su pintura de labios. –Es un placer conoceros a todos—dijo con sus plateados ojos brillantes por la emoción.
Le comprendía perfectamente. A pesar de los años que tenían la mayoría de ellos, en apariencia eran mas jóvenes que el resto de los invitados. Éramos el aire fresco de la celebración. Y se notaba que Sean lo agradecía.
–No puedo creer que mi madre os haya invitado. Empezaba a pensar que sólo podría hablar en esta fiesta sobre hechizos y asquerosos ungüentos—comentó animado. Intentaba desesperadamente sacar conversación a las seis personas desconcertadas que simplemente le miraban como si temieran decir o hacer algo inapropiado.
Era evidente que ninguno sabíamos cómo actuar. Sean no nos recordaba, y no teníamos las habilidades ni el conocimiento para devolverle la memoria. ¿O si?
–Sean...
–Nosotros tenemos que irnos—me interrumpió Ben. –Se nos hace tarde para volver a casa.
Ni siquiera dijo adiós antes de desaparecer a través de las telas de araña.
–Un placer conocerte—dijo John y siguió a su pareja.
Yo intenté detener a David.
–No me dejéis solo—supliqué.
–¿De qué sirve? No sabe quién eres, Marcus. Esto es algo que nos supera. Él también se irá pronto de su propia fiesta... Si nosotros no nos vamos ya, nos convertiremos en lobos por el camino—dijo y tomó a Zoe de la mano, yéndose tras los otros.
Natalie volvió a besar a Sean en la misma mejilla y luego hizo lo mismo conmigo.
Ahora sí, nos habíamos quedado solos.
Sean parecía apenado.
–Creo que he espantado a tus amigos. Lo siento.
–¡No! Tú no... Ellos... Tienen toque de queda. En donde viven. Tú también te irás pronto, ¿verdad?
–Claro que no. La fiesta no acaba hasta mañana. ¿Tú te quedarás hasta el final?
En su pregunta parecía haber un tinte de súplica que no pasé por alto.
Claro que iba a quedarme. Quería hacerlo. La fiesta de cumpleaños de Sean era muy importante para mí. La había planeado yo, para él y sus amigos, los de verdad. Iba a ser un día divertido. Tal vez sin la tarta de cuatro pisos, ni la tienda entera de artículos para fiestas en el salón de nuestra casa, pero habría sido perfecta. Le habría dado su regalo: el colgante. Se lo habría puesto en el cuello y él a mi el otro idéntico. Me habría besado, y yo se lo habría devuelto. Le habría dicho que le quería y él...
–¿Te quedas, Marcus?
–Por supuesto—sólo por ver la sonrisa que me mostró, valía la pena quedarme aún sufriendo ante su falta de memoria.
–Así que...conoces La naranja mecánica—dijo cogiendo un par de chuches de chocolate con forma de cucaracha. –Nadie en esta fiesta ha acertado con mi disfraz.
–Mis amigos tampoco han sabido que iba de Drácula.
No podía evitar mirarle embelesado a pesar de todo. Como cuando nuestra vida era normal, antes de ésta situación. Porque aunque se trataba de Sean, no era él por completo. Y de manera sutil, percibía todas las diferencias. Este Sean parecía algo tímido, nada que ver con el original. Introvertido. Le notaba inseguro, como si estuviera pensando todo el tiempo en qué decir. Qué tema de conversación sacar.
–¿Cómo no van a reconocer a Drácula? –rió sonoramente y me tendió un par de cucarachas más, en una servilleta doblada.
–No, gracias. No como de eso.
–¿Estás a dieta?
–¿Shun? –la señora Láng se nos acercó como si se deslizara por una pista de hielo y no por aquel reluciente suelo. Estúpidamente utilicé la capa para taparme un poco el rostro. Esa mujer no me conocía y si se daba cuenta de que yo no había sido invitado por ella, me echaría a patadas. Dijo algo a Sean en el oído y él se alejó.
De pronto yo sentí un empujón. Como si un fuerte golpe de viento tirase de mi cuerpo hacia atrás.
Xia Láng era la culpable. Con la rabia danzando en sus iris violetas y la mano alzada a la altura de mi pecho, pero sin siquiera tocarme.
–Cómo te has atrevido a venir aquí. A pisar mi casa—musitaba como si fuera un rezo más para ella misma que para mí. Las suelas de mis zapatos resbalaban por la superficie del suelo con mucha facilidad y pronto choqué la espalda contra la pared. –Tú no deberías estar en este lugar. No deberías estar hablando con mí hijo. Wei te ha mandado. Wei se ha pasado de la raya. No me quitaréis a Shun. No me arrebataréis a mí niño de nuevo.
La sensación no era dolorosa, pero era horrible no poder moverse. Sentía que aún usando todas las fuerzas que tenía, no podía librarme de aquel extraño embrujo. Sus dedos se movían en el aire como los de un titiritero.
–Madre... –la voz de Sean hizo que la mujer se detuviera. Las rodillas me fallaron y caí al suelo.
–Lo has traído. Gracias, cariño—dijo ella como si no hubiera pasado nada, y cogiendo la pequeña pala de acero para cortar la tarta que Sean le ofrecía.
Antes de irse hacia la mesa donde estaba el pastel, giró el rostro hacia mí y susurró un audible ''lárgate''.
Sean me ayudó a levantarme.
–¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
–¡Shun!¡Ven aquí!
Ya toda la gente de la fiesta estaba en corrillo alrededor de la mujer. Sean me pidió disculpas con la mirada y fue con ella.
Como no pensaba ni por asomo marcharme, fui con los demás. Apretujándome entre las personas al pasar para estar lo más cerca posible de la acción. Xia volvió a mover los dedos hacia la parte de arriba de la tarta, y el número ''22'' apareció ante los presentes, formado por flamantes llamas.
–Falta un trescientos—comenté de forma mal disimulada entre una tos falsa. Los ojos de la señora Láng se posaron en mi como un par de cañones de pistola. Amenazadores. No me importó. Aquello parecía una mala obra de teatro, y todos los presentes participábamos en ella. Sean era el pobre protagonista engañado, viviendo una mentira; y ella la déspota y manipuladora directora. Había que bailar a su son o sino, estabas perdido. Pero algo que Xia no tenía en cuenta es que yo también consideraba mío a Sean, y ella me lo había quitado a mí.
No sabía cómo se rompía el hechizo con el que había alterado los recuerdos de mí novio. Sin embargo, iba a encontrar la manera de que me recordara de nuevo. Si me iba de esa fiesta, Xia Láng ganaba, y no estaba dispuesto a dejárselo tan fácil. Así que no me achanté ante su mirada, ignorándola incluso cuando Sean apagó a soplidos los números de fuego y rompí en aplausos imitando al gentío.
Sean no tardó en venir a mi lado y ofrecerme un poco de pastel.
–Tampoco como tarta, lo siento.
–Eres el alma de las fiestas—comentó riendo.
La señora Láng hizo un leve movimiento de muñeca, y la tarta entera fue cortada en pedazos perfectamente idénticos. Se puso a ofrecer un poco a cada invitado, incitándoles a acercarse más. Me di cuenta de que el tipo del chaqué había aparecido junto a ella; y con una maestría que le habían aportado un par de brazos extra que le salieron del cuerpo, no dejaba de servir el postre a diestro y siniestro.
–¿Quién es ese tío? –pregunté a Sean sin salir de mí asombro. Todavía recordaba su perversa sonrisa y la forma en la que me había mirado.
–Nadie—respondió chupando el glaseado de su pulgar.
–Que sí, mira, aquel—señalé con ahínco.
–Es Nadie. Se llama así. Nadie.
–¿Nadie? ¿Qué clase de persona se llama Nadie?
–Una... que no sea una persona—aclaró. –Es nuestro mayordomo. Pero no intentes sacarle conversación. No habla. Con nadie—recalcó la última palabra y me guiñó un ojo.
–Me da mal rollo—reconocí.
–¿Por qué?
Miré a Sean para responderle, pero me percaté de algo que hasta ahora no había tenido en cuenta. Tras él, en la pared, había un antiguo reloj de péndulo semi oculto entre falsas telas de araña. Y según la hora, ya fuera sería de noche. Pero mí chico estaba delante de mi, sin rastro de Baboso en sus facciones. Miré también hacia su madre, perfectamente normal a pesar de que por mis conocimientos en la historia de los Láng, sabía que era una mujer lobo de sangre pura.
Ante semejante revelación, sólo se me ocurrió lo evidente. Xia Láng había encontrado la cura.
–Sean, ¿te sientes bien? –le pregunté preocupado y sujetándole por el codo.
–Es la segunda vez que me llamas Sean. ¿Quién es?
–Sólo responde. ¿Cómo estás?
–Perfectamente.
–¿No sientes nada raro?
–¿Debería? –había un ligero mosqueo en su tono.
Dejé de sostenerle y me alejé un poco de él.
Eran demasiadas cosas que procesar y me sentía aturdido. Llegué hasta una de las mesas y busqué entre los botellines el líquido que más se asemejara al agua, aunque, sin suerte, opté por coger un hielo de una cubitera que misteriosamente no dejaba que se derritiera su contenido.
Necesitaba despejar mi cabeza y pasé el cubito por mi nuca. Era estupendo saber que tampoco se derretiría en contacto con mi piel.
–¿Qué ocurre? ¿Eres tú el que no se siente bien?
Sean puso una mano en mi hombro e hizo que me volteara a mirarle.
–Puedo avisar a mi madre. Ella sabe hacer remedios que...
El cubito cayó al suelo cuando alcé los brazos y rodeé el torso de Sean. Pegué mi pecho al suyo y enterré la nariz en uno de mis lugares favoritos. El espacio que había entre su mandíbula y su clavícula. Oliendo su piel y su sangre. Sintiendo y escuchando el latido de su corazón aún con la estridente música.
Aunque él se tensó. Tieso como palo de escoba. Yo sólo necesitaba un abrazo suyo, pero sus manos no correspondieron mí muestra de afecto.
Apenado, decidí que debía separarme de él; pero cuando mi rostro se encontró con el de Sean, teniéndolo tan cerca, no pude distanciarme. Viendo mi reflejo en sus desconcertados ojos grises. Sintiendo su cálido aliento contra la piel de mi cara. Con sus labios a escasos centímetros de los míos.
Se sobresaltó cuando lo besé, mas no dio muestra alguna de querer apartarme. Sus labios sabían a infinidad de dulces y pronto mi lengua acarició la suya, que permaneció quieta al principio, pero finalmente sucumbió a los reclamos de la mía. Noté los temblorosos dedos de Sean situarse en mi cintura y cómo su cuerpo entero se estremecía bajo las manos que yo todavía mantenía en su espalda.
–Marcus... –murmuró recuperando el aire que necesitaban sus pulmones.
–Feliz cumpleaños—fue lo único que pude responder con una sonrisa bobalicona.
Entonces sentí la urgente necesidad de alejarme de él. Di varios pasos hacia atrás, apartándome de su cuerpo y di media vuelta sin pronunciar palabra alguna.
La puerta volvió a abrirse sola para mí. Salí de la casa y al pie de los escalones me topé con una acusadora Xia Láng. Sus juguetones dedos en alto me indicaron que había sido culpa suya el que hubiera abandonado la celebración de esa forma tan abrupta.
–Te pedí por las buenas que te marcharas de mí casa y no me hiciste el menor caso.
–¿Por las buenas? Me estampó contra la pared.
Subió los escalones decidida y se puso a mi altura en el rellano.
–Marcus Aslin, no me obligues a hacer cosas que no quiero hacer—dijo apuntándome con el dedo índice.
–Así que sabe mí nombre.
–Por supuesto. Te saqué de la mente de Shun—reconoció tranquila. Como si lo que había hecho no fuese una crueldad. –Sé todo lo que él sabía de ti.
–¡¿Y por qué lo hizo?! ¡Sean era mí novio! ¿Con qué derecho me saca de su vida?
Abrió exageradamente los ojos y el bajo de su vestido ondeó como si estuviera hecho de humo.
–¡Con el derecho que Wei me dio al sacarlo de la mía!
–Yo no tengo la culpa de eso. Ni sus amigos tampoco.
–Todos vosotros representáis a Wei. ¡Todos! Formáis parte de una vida que Shun no debió tener. Una vida que erradiqué. Una vida que ya no existe, porque jamás se la devolveré—sentenció furiosa.
Toda su hermosura se desvaneció ante mis ojos. Se convirtió en un ser horripilante. Desagradable. Tenerla delante incluso se volvió insoportable.
–No tuvo en cuenta los sentimientos de su propio hijo. Le quitó todo sin importarle lo que tuvo que pasar para conseguirlo. Simplemente pensó en usted. Realmente es una bruja, señora Láng.
Alzó ambas manos de forma violenta, pero se contuvo, cerrando los dedos en un puño.
–Xia para ti, vampiro. Láng es una palabra ponzoñosa. Y será mejor para ti que continúes con tu existencia sin mí hijo en ella.
Dio por terminada la conversación y las bisagras rechinaron cuando la puerta se abrió y pasó por mi lado dispuesta a entrar en la casa de nuevo.
–Está usted muy tranquila. Sigue incluso en ésta ciudad, aún sabiendo que su marido vive no muy lejos de aquí. ¿No teme que venga en busca de Sean?
Soltó una risilla, parecida a la que le había escuchado mientras conversaba con las mujeres de la fiesta.
–Aunque Wei se presente ante mí puerta, Shun no lo reconocería. Para mí hijo, su padre murió antes de que naciera. –Sentí de repente sus labios cerca del lóbulo de mi oreja y una de sus manos en mí cuello, como la afilada hoja de una guillotina. –Todo cuanto digas será inútil. Todo cuanto hagas no servirá de nada. Lo que tenías no existe. Por tu bien márchate y no vuelvas. Y no te preocupes, que por la cuenta que me trae, velaré porque no te ocurra nada malo.
Se convirtió en simple humareda oscura y me quedé allí solo asimilando las palabras de aquella mujer.
Entré en mi apartamento totalmente desolado. Incrédulo todavía. Intentando hacerme a la idea de lo rápido que habían cambiado las cosas en tan pocas horas.
Creer que Sean estaba secuestrado era diferente. Nos daba la opción de rescatarle. De sacarlo de ese martirio y de que volviera a su rutina. Pero Shun era harina de otro costal. A él le gustaba su vida. Quería a su madre. Su casa nueva. Tenía un modo diferente de ver las cosas y era completamente normal. Shun no era un hombre lobo. No se había criado con su padre. No tenía a sus amigos. No me tenía a mi. Y una parte de mí cerebro, aunque no me gustaba en absoluto, pensaba que no era malo del todo que Shun tuviera una nueva oportunidad de ser feliz. De empezar de cero sin ese trauma que le había marcado. Sin ser dos criaturas diferentes obligadas a convivir en un mismo individuo. Ahora sería un hombre de día y de noche. Él quería eso. Y por fin lo tenía.
Tomé una larga ducha y fui a la cocina a medio vestir. Tenía hambre y sentía esa debilidad que anunciaba que podría perder la consciencia de un momento a otro. Sin embargo, cuando abrí la nevera y saqué una de las bolsitas con la sangre de Sean, me asaltaron más las ganas de llorar que de alimentarme.
La volqué en un vaso y la metí en el microondas. El olor del líquido granate tan familiar hizo que me sintiera más solo que nunca y cuando me la tomé, lo hice allí mismo. En el suelo. Apoyando la espalda en el mueble de la cocina. Sin ganas de ir hasta la mesa, ni de sentarme en la silla.
Fui a la mansión Láng cerca del mediodía. Y parecía una de esas mañanas ajetreadas. Con gente en los jardines, en el recibidor y por los pasillos. Aún así, John se dio cuenta de que yo subía las escaleras hacia el despacho del señor Láng y me llamó para que me detuviera.
–¿Cómo te fue anoche? –preguntó al pie del primer escalón.
–¿Te importa si hablo con Wei primero? Luego te contaré todo.
Asintió y seguí mi rumbo. La puerta del despacho estaba abierta cuando llegué arriba y el señor Láng permanecía sentado tras la pantalla de su ordenador.
–Sé lo que vienes a decirme—dijo mientras yo entraba y cerraba tras de mi. –Benjamin me informó esta mañana. Mí hijo no os recuerda. Así que supongo que a mi tampoco.
–Cree que usted murió. Antes de que él naciera. Su mujer le cambió los recuerdos y no se cortó un pelo en modificarlos a su antojo. Nos sacó a todos de su cabeza, y le da completamente igual.
Los ojos de Wei se desviaron de mi y vi como su nuez subía y bajaba cuando tragó saliva. El aire se enrareció. Se volvió pesado. Mí mano continuaba en el pomo y ni intenté acercarme al señor Láng. Le vi palidecer un poco y se acentuaron sus ojeras.
–Lo tengo merecido—dijo seco.
–Usted vale. ¿Pero nosotros? ¿Por qué tenemos que pagar por sus errores? No es culpa nuestra, pero ella lo hizo de todas maneras. Tiene a Shun, y le importa una mierda lo demás.
–¿Shun? Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre –. A pesar de las circunstancias, Wei sonrió levemente con nostalgia. –Así llamamos al niño cuando nació. Se lo cambié para que Xia creyera que yo pude haber tenido otro hijo, con otra persona, y que así lo pasara por alto si escuchaba hablar de él. Aún así busqué uno que sonara similar al de su nacimiento.
–No se ofenda, pero me gusta más Sean. Shun es... No es igual.
El rostro de Wei volvió a ser el del principio, sobrio.
–¿Cómo está? Benjamin me dijo que se fue de la fiesta y apenas me contó gran cosa. No pudo soportar la situación. Le entiendo bien. Sean siempre ha sido su mejor amigo, exceptuando a John. Lo ha visto como a un hermano desde que se conocieron tiempo atrás. ¿Mí hijo es feliz?
–Sí. Es una felicidad falsa, pero sí.
–¿Te parecería mal si te dijera que me alegro por ello?
–Es su hijo. Sé que quiere lo mejor para él—admití. De repente, y a pesar de todo, sentí una oleada de cariño hacia el hombre que tenía delante.
–De haber sido al revés. Si Sean hubiese sabido que su madre estaba viva y que yo no le había contado la verdad; ahora mí hijo no estaría contento. Me odiaría. Sentiría dolor y coraje. Sin embargo, es feliz. Eso me consuela. Aunque yo le haya perdido para siempre. Es justo que su madre le recupere.
–Es justo que lo recupere, pero no de esta manera. ¿No va a hacer nada?¿Se quedará ahí? –. Di algunos pasos acercándome más al escritorio. Y Wei Láng se me antojó pequeño. No podía ni compararle con el de la primera vez que le vi. Tan imponente y majestuoso.
–No. No haré nada.
Se recostó en su silla y la hizo girar levemente para mirar hacia la ventana. Golpeé la superficie de la mesa con el puño, pero ni se inmutó.
–¡Pues yo no renunciaré a Sean!
Continuará...
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