13. La sangre de la bruja
La sangre de la bruja
(Sean)
El último en abandonar nuestra casa fue Lorem, que saltó de forma temeraria desde el balcón y se perdió en la distancia.
Cuando volví de quitarme los restos de sangre de Sera de la cara, Marcus continuaba ocupado en intentar restaurar el orden entre las otras figuritas que se habían caído al suelo y que por fortuna se habían salvado gracias a su embalaje.
–¿De qué quieres hablar a solas con nosotros? –pregunté curioso a mi madre. No se había movido de la silla ni para despedirse de los demás invitados.
–Necesito saber porqué. Por qué Marcus es la excepción a la regla de los licántropos. Por qué siendo lobo no lo mataste.
Eso llamó la atención de mi novio lo suficiente como para que dejara de hacer lo que hacía.
Mamá cruzó la habitación como tan solo ella podía hacerlo, y en un instante empujó sin miramientos a Marcus contra el sofá. Dejándole sentado.
–¿Qué...?
El vestido de mi madre comenzó a ondular, al igual que su cabello. Y sus dedos, expulsaron aquellos hilos de magia sobre el rostro del desconcertado Marcus.
–¿Qué haces, mamá?
–Buscar.
Entonces por encima del rostro de Marcus se sobreexpusieron otros. Como creados por los hilos mágicos, mostrando el mismo aspecto translúcido. El primero que reconocí fue el de Alexander, con las gafas que llevaba puestas la única vez que lo había visto en persona. Fue sustituido entonces por una mujer muy parecida a Marcus, y después, Elias. Tras ellos, aparecieron más caras, pero ya no pude reconocer a nadie.
–¿Qué hace? ¿Qué busca?–escuché preguntar a Marcus con cierto temor.
–No lo sé.
–Tus antepasados. Todo aquel con el que hayas compartido ADN—respondió mamá sin detener el movimiento de sus manos como quien pasase muy deprisa las páginas de un libro. –Shun, ¿reconoces a alguien? ¿Te suena alguno?
–Me sonaban el hermano y el padre de Marcus, pero los demás...
–¿De qué habláis? ¿Acaso estáis viendo algo que yo no veo?
Marcus nos recorría a mamá y a mí con la mirada, preocupado. Tal parecía que aquellos rostros sólo los podíamos ver nosotros.
Cientos de caras. Muchísimas. Una tras otra. Mamá incluso maldecía. Pasaron varios minutos, ni supe cuantos, hasta que se detuvo y contempló aquel rostro espectral en concreto con evidente asombro.
–Norah... –musitó como si se hubiera quedado sin aliento. Sorprendida, tuvo que poner cierta distancia con Marcus dando algunos pasos hacia atrás.
–¿Quién es Norah? –se atrevió a preguntar él, que desconcertado, todavía permanecía inmóvil donde mi madre le había empujado en un principio.
–Ella es la razón de que Shun no te hiciera daño alguno—respondió mamá aún como hipnotizada.
Marcus se inclinó hacia adelante en el asiento, y aquel rostro se desvaneció sobre la piel de su cara.
–Pero no sé quién es. No conozco a nadie con ese nombre.
–Yo sí—dijo mamá y nos dio la espalda mientras se abrazaba a si misma. –Yo tengo la culpa del anormal comportamiento del lobo que hay en mí hijo.
Vi temblar los hombros de mi madre y cayó de rodillas al suelo, haciendo que su cabello se esparciera a su alrededor como un vertido de petróleo. Hice ademán de ayudarla a ponerse en pie, pero me hizo un gesto con la mano para que no me acercara a ella. Ocultando su rostro de mi y de Marcus.
–Norah era amiga mía. Una buena amiga que me ayudó cuando buscaba la cura para la licantropía—por su voz, percibimos que le afectaba bastante el haberla recordado.
–¿Y por qué tienes tú la culpa de que Baboso no atacase a Marcus? ¿Acaso no fue una afortunada casualidad? –cuestioné.
–Las casualidades no existen como tal, Shun. Existe el destino. Las cosas que deben ocurrir, ocurrirán de un modo u otro. Hay situaciones que creamos en contra de nuestra voluntad y tienen consecuencias más allá de lo que imaginamos... Este es uno de esos casos. La muestra de que ni el paso del tiempo perdona nuestros errores.
Tomó una profunda bocanada aire, como si lo necesitara para poder continuar hablando.
–Yo conocí a Norah cuando empecé a interesarme por la brujería para deshacerme de la maldición lupina. Ella formaba parte de un aquelarre que escuchó mis súplicas y aceptó ayudarme. Fue algo así como una de mis maestras.
»Al principio, las pociones que preparábamos no servían para mantenerme bajo control cada noche. Y todos los hechizos y rituales que me enseñaban no eran más que ridículas puestas en escena por mi parte. Yo había nacido mujer loba, no bruja. Esa naturaleza y la mía eran incompatibles. Al menos, hasta que me quedé embarazada, y la desesperación me hizo probar hasta los métodos más peligrosos que pudieran salvarnos de tan horrible destino al bebé y a mí.
»Quería curarte a toda costa, Shun. Quería que no pasaras por lo mismo que yo o tu padre. Con todas mis fuerzas deseaba que pudieras ser normal, aunque yo no lo consiguiese. Sin embargo, muchas brujas empezaron a rechazar mis peticiones, excepto Norah. Ella me escuchó. Me ayudó tantas veces como le fue posible. Y cuando me salvó fue demasiado tarde, porque tú naciste maldito igual que yo.
–¿Qué pasó entonces? –interrumpió Marcus casi en el borde del asiento. –No entiendo a dónde trata de llegar con esta historia. ¿Por qué siente culpa?
Mamá se puso en pie con lentitud, y apoyó la mano en la pared, junto al destrozado ventanal que daba al balcón. Los pequeños cristales crujieron bajo las suelas de sus zapatos.
–Norah estudió las opciones que teníamos. El tiempo corría en nuestra contra, porque Wei no me dejaría curar al bebé una vez naciera. Nadie me lo permitiría porque iban a observarme con lupa, y me obsesioné con la idea de conseguirlo antes de que viniera al mundo. Así que las pociones que Norah comenzó a darme cambiaron de ingredientes. Lo que provocó que mi cuerpo pudiese crear magia. Que mis hechizos ya no fuesen meras e inútiles palabras que salían por mi boca. Incluso fui capaz de retrasar la conversión en licántropo varios minutos u ser yo misma la que controlase la mente del lobo al caer la noche.
»La principal razón de mis grandes avances, fue el ingrediente más poderoso de las mezclas de Norah. Y ese era su propia sangre. Uno de los ingredientes prohibidos por las leyes de las brujas en aquel entonces. Secretamente tomé sangre de Norah durante semanas. Incluso a pesar de la estrecha vigilancia que nuestra familia ejercía sobre mí, bebí algo de ella hasta el último día que estuve embarazada.
»Fue parte de esa sangre la que me proporcionó la magia que poseo a día de hoy. Se convirtió en mía. En la misma sangre que corría por mis venas. Esa magia se quedó en mí. Y gracias a Norah hoy puedo considerarme una poderosa bruja. Al igual que ella lo era.
Mamá me miró todavía desde su posición, encogida como un pájaro asustado.
–Esa sangre la probaste estando dentro de mí. Es la misma sangre que tiene Marcus. Es una sangre tan familiar que el lobo probablemente la reconoció. Yo tengo la culpa—repitió.
–¿La culpa? Hablas como si fuera algo malo—dije. –No atacar a alguien era lo que yo estaba esperando durante toda mí vida. Y tuve la suerte de encontrarme con Marcus.
–Espera—el mencionado se puso en pie. –Eso quiere decir que Baboso no habría atacado a absolutamente nadie de mi familia. Ni a Alexander, ni a Elias. Lo que significa... Menuda mierda.
Torció el gesto y se dejó caer de nuevo sobre el sofá, abatido. Le miré sin comprender nada.
–¿Y qué pasa con eso?
Hizo un exagerado mohín de disgusto y se hundió más en el asiento sin decir nada. Tuve que acercarme a él y, en cuclillas, ponerme a su altura.
–¿Me lo vas a decir?
–Creía que yo era para ti como ese bombón de chocolate que reservas para el final porque tiene el relleno que más te gusta, pero resulta que te podrías haber decantado por cualquier maldito bombón de la caja. Si te hubieras cruzado con Alexander primero...
–¿Eso qué? No me habría enamorado de Alexander.
–¿Ah no?
–Claro que no.
–¿Cómo estás tan seguro? Lo que tú deseabas era encontrar esa persona especial a la que no atacases cuando llegara la noche. Si las circunstancias hubieran sido diferentes y él hubiera estado en mi lugar... Quien sabe si estaríamos aquí ahora. Tengo de especial para ti lo mismo que él.
–Eso no es verdad. Suenas muy estúpido, Marcus.
–¿Sueno estúpido? ¿Acaso no era eso lo que buscabas? Lo acabas de decir.
–No me habría enamorado de Alexander porque no es tú. Y punto. Quizás me habría intrigado también el hecho de no atacarle, pero yo no me desperté una mañana pensando: voy a enamorarme hoy de Marcus porque no le ataqué anoche. Eso pasó porque se trata de ti. Tú hiciste que te quisiera. ¿Te has parado a pensar en que tal vez tú eras el tipo de persona que yo estaba esperando independientemente de eso? ¿Que eres la persona que me completa? Porque hasta que no nos conocimos, yo no me había sentido así por nadie. Y créeme, he conocido a mucha gente. Lo de no atacarte simplemente fue la guinda del pastel. De haberlo hecho te habría matado y esta relación sí que no existiría.
Marcus apretó los labios como si no supiera exactamente qué responder a mis argumentos.
–Sí que he dicho una estupidez—soltó por fin avergonzado. –Pero me ha molestado suponer que yo no era tan especial para ti como creía.
Le tomé ambas manos con las mías y se las estreché.
–Marcus, vinculé contigo. Recuerda eso siempre. He puesto mi vida en tus manos, porque si tú mueres, yo moriré contigo. ¿Y sabes lo que eso implica? Que jamás te veré morir. No podría soportarlo. Vivir sin ti queda completamente descartado.
No pudo contener la media sonrisa que se formó en su rostro. Justo lo que deseaba que me mostrase.
–Es como lo de si tú saltas, yo salto, ¿verdad?
–Nunca me dejarás atrás—confirmé y me incliné hacia él para besarle con ternura.
–Me he puesto celoso, perdóname—dijo interrumpiendo el beso. –Quizás porque Alexander siempre lo consiguió todo. Absolutamente todo lo que quiso en algún momento. La simpatía de la gente se la ganaba desde el minuto uno. No tardaban en dejarme de lado por estar con él.
–No conozco demasiado a tu hermano más que por sus actos recientes, pero puedo decirte sin temor a equivocarme, de que por dentro es lo más desagradable que he visto en la vida. Por fuera no puedo decir lo mismo—añadí guiñándole un ojo. Marcus rió en respuesta.
Mamá carraspeó cuando estaba a punto de besar a mi novio de nuevo. Ambos la miramos y parecía que se había recuperado completamente de su disgusto.
–Es irónico que yo que rechazaba vuestra relación en un principio, fuera la culpable de que haya podido existir. Y también lo es el hecho de que parte de la sangre de una gran amiga que siempre llevaré conmigo, la comparta con alguien como tú, Marcus.
–¿Eso le hace odiarme menos? –preguntó mi chico sin perder la sonrisa.
Mi madre soltó un largo suspiro.
–No es odio lo que siento por ti en realidad. Me parece que son celos. Los mismos que tú compartes hacia tu hermano. Tenemos más cosas en común de lo que creía.
–¿Y qué fue de Norah? ¿Dónde está?
–Murió hace más de cien años.
Marcus cambió el semblante, dejando ver que sentía lástima.
–Las brujas mueren. Tienen la capacidad de hacer que el tiempo pase por ellas de un modo más lento, pero llegada su hora, todas dejan este mundo. La inmortalidad de la que disfruto yo viene por mi parte de licántropo. Pero Norah dejó mucho. Evidentemente formó una familia, y tuvo grandes amigas que la recordarán mientras vivan.
Mamá se mostró alegre tras dejar a un lado la melancolía, y se deslizó de manera elegante hasta el mueble que antes estaba bajo el televisor.
Acercó su mano a la figura rota de Marcus, y aquellas hebras la recompusieron sin esfuerzo. Marcus abrió tanto los ojos que fue un milagro que no se le salieran de las cuencas.
–Os mandaré a Nadie para que os ayude a limpiar este desastre—dijo antes de lanzar un beso volado en nuestra dirección y convertirse en humareda oscura que se disipó en el aire.
–Me acabo de enamorar de tu madre—soltó Marcus de repente haciéndome estallar en carcajadas.
Caroline, nuestra asistenta fantasma y Nadie, dejaron impoluto el salón a la mañana siguiente de la fiesta. Pocos días después, ya teníamos un televisor nuevecito en su lugar correspondiente, las repuestas videoconsolas de Marcus, una mesa de centro y hasta un par de cuadros abstractos con los que adornar las paredes. También la puerta y el ventanal destruidos fueron reemplazados, e hice además que quitaran la jaula para rellenar ese espacio con un par de estanterías que cargamos de libros y cómics de Marcus.
Todo parecía volver a la normalidad finalmente. Como si nada de lo pasado hubiera ocurrido en realidad. Como si ser Shun hubiera formado parte de un sueño que con el paso de los días iba olvidando. Volviendo a mi vida de siempre. Recuperando el equilibrio de las cosas.
Pasaron un par de tranquilas semanas hasta que Marcus me pidió que le acompañase a la mansión porque necesitaba hablar con mi padre. Lo cual me resultó extraño, sobre todo cuando vi que había cogido la espada que fue de Elias del cajón del mueble donde la había guardado tras la muerte de Sera. Sin embargo, no dije nada al respecto y nos presentamos allí juntos.
Al contrario de lo que cabía esperar, en el jardín había tanto hombres lobo como vampiros. Pero vampiros que no conocíamos de nada. Ninguno de los que habíamos visto en nuestra casa. No se trataba de los mismos que seguían a Sera durante el ataque.
Asombrados, nos bajamos del coche, viendo como todos se mostraban amigables entre ellos. Mirases donde mirases les veías socializar con mis amigos licántropos, algunos, incluso se entrenaban con ahínco, haciendo piruetas sobre el césped. Conviviendo como si se hubieran integrado perfectamente en aquel lugar y con aquellos compañeros.
–¿Quién es ésta gente? –preguntó Marcus tan desconcertado como yo y tendiéndome la mano para que la tomara con la mía.
–No tengo ni la menor idea.
–¿Cuántos vampiros ha acogido tu padre?
–Más de los que se trajo aquel día, eso está claro.
Entramos en la mansión bajo la atenta mirada de todos aquellos vampiros que se percataban de nuestra presencia. Cuchicheando entre ellos de forma nada sutil. Marcus suscitaba su interés, y eso era evidente. Su nombre era lo que más se podía escuchar entre sus susurros.
Mi novio, nada acostumbrado a llamar tanto la atención apretó mi mano con fuerza, como si aquellos vampiros fuesen a tirar de él y a separarnos de un momento a otro.
David se nos acercó antes incluso de llegar a lo alto de las escaleras.
–Escuché el motor de tu coche—dijo a modo de saludo. Tras él, en el pasillo, habían más vampiros. Unos ocho pude contar antes de que entraran en alguna habitación o pasaran por nuestro lado para bajar al piso inferior.
–¿De dónde han salido todos estos vampiros? –cuestioné a mi amigo. Marcus ya había soltado mi mano y continuó subiendo los escalones para ir al despacho de mi padre.
–Durante una semana tras la fiesta, no paraban de llegar. Todos con la misma cantinela. Que no tenían donde ir. Que Sera u alguno de sus siervos los había convertido en vampiros y que ya no sabían qué hacer con sus vidas ahora que ella había muerto. –David hablaba con total tranquilidad por el pasillo, ignorando el timbre alto de su voz y que lo pudieran escuchar cuantos pasaban por ahí. –Todos querían ver a Marcus. Preguntaban por él. Escucharon que fue quien había matado a Sera y puesto fin a La Organización. Me parece que en sus cabezas, Marcus ahora es su Wei Láng.
–¿Insinúas que es su líder? Marcus va a negarse. Ya lo escuchaste en la fiesta.
–Se lo hemos dicho todos, hasta la saciedad. Natalie incluso lo gritó el otro día. Hacen caso omiso.
Le seguí hasta su dormitorio. Zoe y Natalie estaban tumbadas sobre la cama viendo la televisión. Curiosamente las dos vestían pijamas de mangas y pantalones largos y apoyaban las cabezas en gordos almohadones.
Me fijé en que la habitación mostraba un aspecto distinto. La cama y el armario seguían allí; pero además del televisor, habían añadido una cómoda, un tocador e incluso un perchero en el que colgaban varios abrigos junto a la puerta abierta. Sin poder evitarlo y recordando la conversación de David y Ben, desvié la vista hacia el montón de cojines formando una pequeña montaña que había en un rincón.
Natalie, tan rosa como el algodón de azúcar, se me lanzó al cuello en cuanto se percató de que yo estaba allí.
–¿Has visto a los nuevos inquilinos?
–Son muchos.
–Ninguno tan guapo como nuestro Marcus, pero algunos no están mal—dijo haciéndome cosquillas en la mejilla con el cabello rosado de la peluca.
–Ben está que se sube por las paredes—dijo David acomodándose junto a Zoe ahora que se había quedado un hueco libre. La abrazó de forma cariñosa.
–Cree que Xia le hizo algo al señor Láng en la cabeza. No entiende cómo deja que se queden aquí—añadió Natalie divertida enganchada a mi como un koala al tronco de un árbol.
–La razón es Marcus. Por eso los deja aquí—dije yo con seguridad.
–Eso es justo lo que yo le dije a Benjamin—comentó Zoe antes de que nos interrumpieran dando un par de tímidos golpes en la madera de la puerta.
Era un chico menudo de cabellos castaños que no aparentaba tener más de unos quince o dieciséis años.
–¿Eres Sean Láng? –de forma educada, permanecía en el umbral.
–Sí. ¿Querías algo?
–Simplemente conocerte. Hemos oído hablar mucho de ti—entró en la habitación con pasos firmes y me estrechó la mano. Se me hacía tan extraño que un vampiro que no fuese Marcus nos tratara de un modo amigable, que inconscientemente entrecerré los ojos y, desconfiado, examiné su rostro en busca de cualquier mínima señal de amenaza. –Me llamo Thomas—continuó ignorando mi escrutinio.
A ese chico le siguieron otros. Y algunas chicas también. Incluso pude conocer formalmente a tres de los que nos habían atacado durante la fiesta.
Eran más simpáticos de lo que esperaba. Y vestían muy diferente a los vampiros del nido. De un modo más informal y cómodo. Nada que ver con aquella secta de Elias y Sera.
–Es como si buscasen asilo—comentó David cuando el último de los vampiros abandonó su dormitorio. –Dicen que están pasando cosas fuera.
–¿Qué clase de cosas?
–Las criaturas están siendo asesinadas—dijo Zoe. –Vampiros, demonios... Los seres sobrenaturales parecen estar en peligro.
–Son rumores—aclaró Natalie mirándonos a todos con algo de temor. –Nadie sabe si es cierto. Han muerto algunos, sí, pero los licántropos estamos bien. Incluso los que ya no viven aquí. Siempre mueren criaturas. Los Sin Sangre nos llevan capturando desde hace décadas. No es ninguna novedad que nos maten. Jamás publicarán en ningún periódico la perdida de un mítico. No es motivo de alarma.
–Dicen que han muerto Sin Sangre también—dijo David. –Que Las Cloacas empiezan a parecer un desierto. Algunos no se atreven a salir de sus casas o se marchan de la ciudad.
–Hay un miedo generalizado—dijo Marcus uniéndose a la conversación y cerrando la puerta tras de si. –Tu padre me acaba de decir lo mismo. Que estos vampiros han traído noticias.
Salvo yo, todos parecieron ignorar el hecho de que Marcus llevara una katana en las manos. Y aunque la traía envainada en su funda, reconocía la característica empuñadura. Era la misma que tiempo atrás había cogido del despacho de mi padre.
–No hay nada confirmado. Nadie ha sido testigo de ninguno de esos asesinatos—volvió a puntualizar Natalie algo alterada. La sentí temblar contra mi cuerpo.
–Es motivo de preocupación siempre y cuando las muertes aumenten en número día tras día. Como si fuera una especie de purga—continuó Marcus dejando la espada sobre la cómoda. Casualmente, encima del mueble también estaba doblada su camiseta, la que Zoe se había llevado prestada.
–¿Mi padre piensa que es una purga?
Todos le miramos en silencio. Natalie me abrazó con más fuerza.
–Eso es lo que parece. No muere solo una criatura al azar. Mueren en grupos. Varios de ellos a la vez. Si están juntos, son atacados sin piedad. Por eso están huyendo los que pueden y se marchan de Nibbletown.
–El señor Láng no me había dicho eso. No sabía lo de los grupos—comentó David consternado. –Pensaba que se trataba de víctimas aleatorias.
–No hace mucho que lo sabe, o eso me dio a entender. No quiere tampoco sembrar el pánico sin necesidad. Está tratando de averiguar quién anda detrás de esto y qué es lo que busca con los asesinatos. Entonces, tendremos que ver lo que podemos hacer. Por ahora, los licántropos no habéis sufrido bajas. Ni aquí ni fuera de la mansión.
–¿Lo veis? Estamos a salvo—Natalie se relajó y se apartó de mi para ir con Marcus.
–¿Y qué criatura lo hace? ¿Intuyen eso al menos? Las mordeduras u heridas pueden decirnos mucho al respecto–dijo Zoe, que aunque seguía sobre la cama, ya no mantenía la misma postura tranquila.
–Usan balas. Las heridas son de disparos.
–Balas especiales—susurré. No cualquier proyectil podía matar a las criaturas. Cada una de nosotras era distinta y teníamos nuestras propias debilidades. Conseguir un arsenal para matar a otros monstruos no era sencillo, y si alguien llevaba a cabo esa tarea, debía tener un poderoso motivo entre manos.
–Pues como usen balas de plata estamos jodidos—David, alterado, salió de la habitación con rumbo a alguna parte. Dejó la puerta abierta tras de si, y vi que algunos vampiros volvían a estar al otro lado. Amontonándose como palomas en busca de migas de pan.
–¿Podrían ser los humanos? –preguntó Natalie ahora aferrada a Marcus. –¿Querrán exterminarnos?
–No creen que existamos siquiera—le soltó Zoe.
–Pero algunos saben que somos reales. Quizás alguien se ha cansado de hacer la vista gorda. O puede que alguna criatura se metiese con la persona equivocada y se trate de una especie de venganza—siguió Natalie. –Puede ser que busquen a alguien en concreto y estén pagando los inocentes.
–Podrían ser muchas cosas—dije yo.
La cabeza me daba vueltas. Pensar en lo que ocurría ahí fuera y de lo que ni Marcus ni yo habíamos sido conscientes. Viviendo con tranquilidad nuestras vidas.
Miré a mis amigas. Con las mandíbulas tensas. Intentando ocultar su pánico. La cara de Marcus era de póker, como si no quisiera preocuparnos más de lo que ya lo estábamos.
No eran extrañas las reyertas entre criaturas de nuestra naturaleza. Igual que las personas normales, no todos teníamos un temperamento agradable o fácil de llevar. Claro que habían peleas y muertes de vez en cuando. Y por desgracia la mayoría quedaban impunes. No se le daba tanta importancia al asesinato esporádico de una criatura. Las autoridades humanas nos dejaban al margen. Las cosas debían arreglarse entre los implicados y sus allegados. Pero siempre se sabía quién hacía qué y aquel que debía intervenir lo hacía. Todo se solucionaba y cada cual continuaba con su existencia.
Sin embargo, todo esto parecía ir más allá de una simple bronca o mal entendido. Más allá de un ataque de ira momentáneo. Más allá de una mera venganza.
–Si tu intención es vengarte, no vas en contra de cualquier criatura que se cruza en tu camino. En todo caso buscas al que cometió el agravio en tu contra y si no estás muy bien de la cabeza, le atacas a él y a los que le rodean. No te paseas por Las Cloacas blandiendo un arma y acabando con todos—dije finalmente.
–Son los humanos—sollozó Natalie contra el pecho de Marcus. –Nos tienen miedo y nos quieren muertos.
–Yo no creo que lo sean—dijo mi novio acariciando la espalda de la chica. –Estoy con tu padre, Sean. Es una criatura la que hace esto, o varias. Alguna Organización nueva de chiflados. Pensadlo, incluso matan a Sin Sangre, que al fin y al cabo también son humanos que ya de por si mataban a criaturas antes de esto...
Todos permanecimos en silencio, mirándonos unos a otros. Y cuando Marcus consiguió calmar a Natalie y que la chica se sentara en la cama junto a Zoe, me tomó de la mano.
–¿Podemos hablar? –susurró en mi oreja.
Ni esperó a que le respondiera para tirar de mí y salir ambos al pasillo. Los vampiros nos dejaron espacio para que pudiéramos pasar, pero seguían con los ojos fijos en nosotros. Con los mismos rostros inquietos que los nuestros, por culpa de la información y las suposiciones escuchadas en el dormitorio de David y Zoe.
Marcus me guió hasta la habitación de Natalie. Supuse que porque necesitaba que estuviéramos a solas.
El dormitorio de nuestra amiga también había cambiado. Había pintado las paredes de un violeta intenso y añadido más muebles que Zoe. Todos decorados con desordenadas prendas de ropa de llamativos colores y pelucas, que incluso colgaban de un gancho tras la puerta. Había tantos muñecos de peluche que apenas se podía ver la colcha sobre la cama. Y miles de brillantes pegatinas por todas partes.
–Tú padre nos ha invitado a vivir aquí temporalmente—soltó Marcus en cuanto puso el seguro a la puerta. El tono de su voz ya no se parecía en nada al que había empleado delante de las chicas. Tenía miedo.
–¿Por qué?
–Por nuestra seguridad. Por tú seguridad. Y yo estoy de acuerdo—se acercó a mi y me abrazó con más fuerza de la que había empleado Natalie. –Sea quién sea el que hace esto, ahí fuera los dos solos no estamos a salvo. No puedo cuidar de ti las veinticuatro horas del día por mucho que me gustaría hacerlo. No puedo permitir que vuelvan a apartarte de mi lado. No puedo dejar que te maten—expresó con prisa. Como si fuera a quedarse sin oxígeno y tuviera que soltar todo de golpe o no tendría otra oportunidad de hablar. –Aquí somos muchos. Nos podremos defender mejor. No somos inmunes a las balas, Sean. Y moriré si te hacen daño.
Su mentón descansaba sobre mi clavícula y sus manos me acariciaban los cabellos de la coronilla con cierta desesperación.
–Vivamos aquí, por favor. Al menos hasta que sepamos qué ocurre. Haz eso por mí. Mantente a salvo por mí.
Su angustia se me contagió sin que pudiera evitarlo. El miedo más atroz se había apoderado de él y yo lo sentía con la misma intensidad. Definitivamente el vínculo que había entre nosotros cada vez se volvía más fuerte, y eso alteraba por completo mis emociones.
–¿Por qué estás así? ¿Qué es lo que te ha contado mi padre que no nos hayas dicho, Marcus?
Continuará...
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