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12. La intrusión

La intrusión

(Sean)

–Hola, Sean—dijo mi padre con semblante serio.

–Hola, papá.

Nunca le había visto de ese modo. Temeroso y preocupado. Ni siquiera me estrechó la mano o hizo ademán alguno de abrazarme.

–Pensé que no querrías verme nunca más. Cuando John me dijo que había sido invitado a esta fiesta, apenas lo podía creer. Desde que supe que habías recuperado la memoria, al no pasarte por la mansión, temí lo peor.

–Hay cosas que necesito hablar contigo—admití. –Pero de ahí a no querer verte nunca más... Tal vez debería. Lo que me hiciste no tiene excusa.

Papá cerró los ojos y tomó aire por la nariz.

–De todos modos, sabes perfectamente dónde vivo. De haber querido verme, habrías venido.

–Tenía miedo de que no me abrieras la puerta.

–¿Tan poco me conoces, papá? Hemos discutido muchas veces. Por tus ideas sobre la pureza de sangre y la naturaleza de nuestra especie. Por lo mucho que te disgusta mi estilo de vida lejos del grupo tan cerrado en el que has contenido a todos los demás. Hemos discutido casi toda mí vida y aún así, siempre he vuelto a ti. A verte. A pedirte consejo y a escuchar todo cuanto tenías que decirme.

No dijo nada, simplemente miró al suelo.

–Será mejor que hablemos en otra parte. No quiero aguarle la fiesta a nadie—dije y le abrí la puerta de la cocina para que él pasase por delante de mi.

Papá no rechistó y entró, apoyándose de espaldas a la encimera. Completamente apesadumbrado. Haciéndome sentir por primera vez en la vida, que él era el niño que se había metido en un lío y yo el adulto que le reprendería por ello.

–¿Qué necesitas saber? Responderé a todas tus preguntas—musitó.

–Quiero que me digas quién era la mujer a la que asesiné. Y también que me expliques el porqué me ocultaste que no se trataba de mi madre. No soy estúpido e imagino tus motivos, pero necesito escucharlo de tu boca.

–Era la mujer que cuidaba de ti. Una bondadosa aldeana que estuvo en nuestra casa en el lugar y el momento equivocados. Siento decirte que no recuerdo su nombre... Debería, pero siendo sinceros, sabes que durante los primeros años de tu vida estuve tan recluido en mí mismo que a muchas cosas importantes no les presté demasiada atención. Esa mujer y tú entre ellas.

–Soy consciente—dije. Me dolía saber que aquella pobre mujer, aunque no fuera mi madre, era una persona a la que recordaba con muchísimo cariño. Haberle quitado la vida aún seguía pesando sobre mi conciencia, y seguramente así sería mientras viviese. Para una parte de mí, esa mujer desconocida cuyo rostro aún tenía grabado a fuego en mi cabeza, siempre significaría mucho.

Era extraño que mamá hubiera sacado de mi mente el haber matado a aquella mujer. Sin embargo, yo era plenamente conocedor de que lo había hecho. Mamá quitó ese momento, ese instante en el que fui consciente de que había asesinado a alguien, pero no se deshizo de las escasas ocasiones en las que yo les había contado a mis amigos más cercanos el horrible trauma de mi pasado. Eso siempre estaría ahí de un modo u otro. En sus recuerdos y en los míos.

–¿Por qué te recluiste por aquel entonces? ¿Por qué me dejaste solo tanto tiempo? ¿Fue por mamá?

Él asintió levemente.

–Me destrozó la forma en la que nos separamos. Todo lo que ocurrió los últimos meses antes de que nacieras. Preocupándome constantemente que viniera a por ti y se te llevara lejos. Porque me odia, más que a nada ni a nadie. Xia es una persona extraordinariamente maravillosa, pero haberme convertido en su enemigo me consumía la vida. Además, yo la amaba. Seguía amándola con todo mí corazón aún con el paso de los meses y los años.

–Y yo pagué las consecuencias de eso—me apoyé también en la encimera, a su lado, y crucé los brazos. Sintiendo la imperiosa necesidad de dejar de mirarle. Aunque papá sí me observaba, pendiente de cada uno de mis movimientos.

–Puede que a pesar de que ahora la conoces, no te hayas dado cuenta de que te pareces mucho a ella, Sean. Físicamente eres más similar a mí, pero tu personalidad es la de ella aún a día de hoy. Recuerdo que eras un niño muy alegre. Te pasabas el día riendo por cualquier cosa. Xia era así. Con una sonrisa permanente incluso en los malos momentos. Por eso siempre se le dio muy bien hacer amigos, porque tenía una empatía y conexión con los demás que yo no compartía del mismo modo. Y conforme crecías, me percaté de que tú eras su vivo retrato.

»Incluso tu forma de mirarme, Sean, me recordaba a tu madre. Y eso me dolía tanto, que me hizo apartarte. Quería olvidarla para dejar de sufrir. Alejarla de nosotros para que su estilo de vida no nos tocara. No te tocara...

»Me di cuenta entonces de que me necesitabas y no podía seguir evitando enfrentarme a mi pasado. De algún modo saqué fuerzas y me recompuse. Supongo que fue por ti. Para sacarte adelante como podía, de la mejor manera que supe. Probablemente no fue la correcta, ni la mejor, pero todas las personas de allá afuera pensarán que lo hice muy bien—dijo señalando con la cabeza hacia la puerta de la cocina. Al otro lado escuchábamos la música y las voces de mis amigos.

Puso la mano sobre mi hombro y le miré. Sentía las lágrimas agolparse en mis ojos, pero no quería derrumbarme. Él estaba en las mismas condiciones que yo. Y si me desmoronaba, lo arrastraría conmigo.

–Nunca debí ocultarte lo de tu madre, aunque me aterrase que pudieras ir tras ella y dejarme. Tampoco debí permitir que creyeras que aquella mujer era Xia. Tendría que haber hecho muchas cosas de un modo diferente. Hablarte de ella en algún momento de tu vida. Explicártelo todo de hombre a hombre. No negarte el que la tuvieras a tu lado. Darte la opción al menos para que hicieras lo que creyeras conveniente. Sin embargo, no lo hice. Actué de un modo egoísta y cobarde. Por todo ello, y aunque quizás no tenga ya valor u credibilidad alguna para ti, te pido perdón, hijo.

Abracé a mi padre y lloré como un niño sobre su hombro.

–No te odio, papá. Nunca podría hacerlo—dije entre sollozos mientras me rodeaba con sus brazos. A pesar de todo, de ocultarme algo tan importante. De haberme dejado crecer engañado. Siempre había estado ahí. Papá había sido todo para mí desde que tenía uso de razón. Él era la persona que yo quería llegar a ser. Mi superhéroe como en las historietas de Marcus. El que me levantaba cuando caía. El que me curaba cuando dolía. Y el que me había dado todo cuanto tenía a su alcance y más.

Puede que el hecho de que mamá ahora estuviera en mis recuerdos limara cualquier aspereza que hubiera podido tener de haberme enterado en otro momento. Aunque ya no importaba. Sabía que él se arrepentía. Que era sincero. Y que al igual que mamá, me quería por sobre todas las cosas.

Cuando nos miramos a los ojos, vi que él estaba igual de emocionado que yo. Era tan extraño ver a mi padre así, que inevitablemente me entró la risa y se la contagié.

Poco después, cuando nuestras emociones se calmaron, volvimos al salón. Ya estaba lleno de gente. John, Ben y mi madre habían llegado, pero al contrario de lo que esperaba, papá y ella no se lanzaron a la yugular del otro. Respetuosamente se saludaron con un gesto y mamá se acercó a mi cuando él se alejó.

–He hablado con Marcus—susurró mamá cuando me abrazó y apoyó la cabeza en mi pecho. –Me ha perdonado.

–Es el mejor—dije y le besé en la frente con cariño.

Vi que Marcus me miraba desde el otro extremo de la sala. Conociéndole, seguramente habría deseado acercarse a mí desde que había salido de la cocina. Mamá volvió a tomar asiento y fui hacia mi novio, que ahora que me fijaba mejor, tenía un regalito de mi madre en el lado derecho del cuello.

–¿Mamá te ha hecho de las suyas? –pregunté tomándole del mentón como si fuera a besarle.

–¿Me ha salido urticaria, o una verruga? –Marcus se mostró asustado de repente y se palpó varias veces la zona.

–Te ha marcado. Como a mi.

–¿Marcado? ¡Nat! Préstame tu espejo—le faltó tiempo para correr y mirarse. Pero no tenía motivos por los que preocuparse. Por lo que sabía, aquello era completamente inofensivo, y de hacer algún daño, eso era algo que sólo mamá podía conocer. Mi novio empezó a rascarse como si le hubiera picado una pulga.

–No es nada malo—intenté tranquilizar. Marcus miró a mamá como si necesitara su aprobación. Y por fin se relajó.

El almuerzo fue lo mejor del día. Tenía muchas cosas de las que hablar con mis amigos. Conocer todo lo que había pasado con ellos en los últimos meses durante mi ausencia. Y había tantas novedades que me pasé casi todo el tiempo escuchando embobado los cambios que habían tenido lugar en sus vidas.

Me fascinaba saber que aunque mamá le guardaba rencor a mi padre, había ayudado a todos los hombres lobo que se presentaron ante su puerta. Sin preguntar y sin pedirles nada a cambio de la cura.

–Así que ya no vivís en la mansión—dije a Ben que asintió mientras mordía un pedazo de pizza con mucho queso.

–Mi intención era seguir allí, ya sabes, por si tu padre me necesitaba. Aunque John quería algo de intimidad. No está mal eso de vivir los dos solos, pero es algo a lo que todavía me estoy acostumbrando. Aún hay mañanas en las que me despierto escuchando las rejas de la puerta abrirse. Lo juro.

Sonreí. Yo apenas había vivido un par de años en esa mansión, pero Ben llevaba en ella mucho tiempo. Estuvo en todas sus remodelaciones. En todas las peleas que se habían librado dentro. Y me parecía de lo más normal que tuviera pesadillas con el lugar o que se imaginase que seguía dentro. Porque durante un tiempo yo mismo la percibí como una trampa de la que no se podía escapar.

Él hablaba con nostalgia, como si echase de menos a mi padre; que dicho sea de paso, estaba sentado muy cerca de él. Pero Ben no conocía otro jefe. Otra figura paterna. Habían compartido techo desde que papá evitó que se colgara con una soga y se quitara la vida por aquello en lo que se había convertido. Ben sentía que le debía la vida, y era de los que pagaba sus deudas hasta el final.

Josh apenas entró en detalles de lo que estaba haciendo con su vida, y se mostró claramente sorprendido cuando descubrió que los demás podíamos evitar convertirnos en lobos al caer la noche. Natalie seguía como siempre, aunque permanecía sospechosamente callada escuchando con atención a Lorem hablar con Kyle.

Al cabo de un rato, Marcus, que estaba a mi lado, se puso en pie y ofreció café a los presentes antes de ir a la cocina.

–Lo malo de no transformarme cada noche—oí decir a David en voz baja a Ben. –Es que Zoe ha decorado el dormitorio de forma exagerada. Hay al menos veinte cojines sobre la cama, y es un coñazo tener que quitarlos cada vez que nos vamos a dormir. Además, luego ponlos en su lugar o se cabrea.

–Es raro vivir teniendo tantos muebles, ¿verdad? –secundó Ben. –Ni sabía lo que era una cheslong. Bueno, sabía lo que era, pero me importaba una mierda cómo se llamaba.

–¿Qué es una cheslong? –preguntó David como si le hubieran hablado en una lengua muerta.

De pronto, Gokû saltó del regazo de Natalie y subió como una exhalación las escaleras hacia el dormitorio. Lorem cogió al pobre Kyle de la camiseta y tiró de él tan deprisa, que en un instante ambos estaban ya en el techo. Todos le miramos extrañados, hasta que escuchamos los cristales que daban al balcón romperse, y a la puerta de entrada despedazarse como en El resplandor.

Se trataba de varios vampiros que entraban a lo loco, al igual que adolescentes en un concierto de su ídolo. Tan rápido como me levanté de la silla para enfrentarles, me di cuenta de que no podía dar un paso. Que algo me lo impedía. Y la culpa era de mamá. Que permanecía impasible en su sitio, dando la espalda a los que acababan de colarse por el balcón, como si la cosa no tuviera nada que ver con ella.

–No me hagas esto... –supliqué a mi madre que ni me miraba.

–Hay que ser muy gilipollas para venir a esta casa cuando se está celebrando una fiesta con lobos como invitados—dijo Ben cogiendo a uno del cuello.

–No me quiero romper el vestido—comentó Natalie subiéndose al sofá y usando los zapatos como arma.

Marcus salió desconcertado de la cocina, y algo hizo clic en mi cerebro. Había tenido problemas al salir a la calle meses atrás. Algunos vampiros le atacaban, y él estaba convencido de que actuaban bajo las órdenes de Sera.

Sabía por David y Ben que La Organización seguía existiendo. Aún con menos miembros, continuaban considerándose un grupo en activo. Incluso sin el mando del psicópata de Elias. Y aunque Sera no estaba en nuestra casa en ese momento, seguramente todos los recién llegados eran sus subordinados.

Por desgracia, tal y como temía, en cuanto los vampiros vieron a Marcus, fueron a por él ignorando la presencia de mis amigos.

–¡Mamá! –grité desesperado, pero ella continuaba haciendo caso omiso de mis reclamos.

John acudió al rescate, y empujó a mi novio dentro de la cocina.

–Mamá, necesito que me dejes salir. No va en broma—dije serio, pero no sirvió de nada tampoco.

Escuché un gruñido y vi como Ben se transformaba por completo en cuestión de segundos, cargando contra los vampiros que se agolpaban en la puerta de la cocina intentando entrar. David no tardó en hacer lo mismo, y Zoe también al darse cuenta de que otro vampiro entraba por la puerta.

–¿Sigues pensando que curarse no es una buena idea? Podrías estar ayudando a los chicos—le dijo mamá a mi padre. Su cara era de desconcierto absoluto, como si por primera vez en su vida no supiera qué hacer. –No eres nadie durante el día sin la Esencia de Luna.

–Naciste siendo lobo. Y además eres una bruja. Podrías estar echándoles una mano tú—respondió él a sus provocaciones. La tensión se podía cortar con un cuchillo. –Sigues estando maldita a pesar de todo, ¿no?

–Yo sólo protejo mis intereses—los ojos de mamá se centraron en mí por primera vez en mucho rato.

–El vínculo hace que Marcus sea tan importante para nosotros como Sean, Xia.

–No pierdo a Marcus de vista.

Cuando mamá dijo eso, me di cuenta de que Marcus había salido de la cocina y ayudaba a Natalie a defenderse de un molesto intruso.

–¡Marcus Aslin!

Sera entró en la sala al igual que un meteorito cayendo sobre la tierra. Con pasos firmes y raudos. Tan furiosa, que su rabia se podía incluso respirar en el aire. Un torbellino carbón y rubí. A mí se me cortó la respiración por un instante. Marcus le daba la espalda y no sabía si le iba a dar tiempo de reaccionar antes de que ella le alcanzara.

La recién llegada no traía arma alguna en las manos, pero era consciente de que no las necesitaba para acabar con cualquiera que se le pusiera por delante. Y en ese momento no tenía más objetivo que Marcus, como si ambos estuvieran solos en la habitación.

Por fortuna, mi novio no solo reaccionó deprisa, sino que fue capaz de esquivar varios de sus ataques. Cuando Marcus cayó al suelo sentí como si me hubieran golpeado en la espalda con una maza.

–¡Mamá, déjame salir de una vez! Mamá libérame, ¡ya! –Marcus se arrastraba por el suelo cuando yo me di de bruces contra la madera ante la falta de protección mágica de mi madre.

–Nunca debiste convertirte en un vampiro—escuché decir a Sera por encima del bullicio general, mientras yo forcejeaba para evitar que un vampiro me clavase en el pecho un trozo afilado de vidrio. –Debiste morir aquella noche. Me costó tanto que salieras de casa. Haciéndome pasar por la ingenua PrincesaLeia22 en aquellas charlas de internet. La típica tonta que haría que levantases el culo del sofá. Tú hermano te quería muerto, y que no quedase rastro alguno de tu cuerpo. De no ser por Elias que quiso darte una oportunidad, lo habrías estado de verdad. Usé al maldito licántropo para que acabase con tu miserable vida. Elias me lo habría agradecido con el tiempo. Ni habría descubierto que yo estaba detrás de ello. Siempre cumplo los trabajos que nos encargan los clientes, y tú fuiste el error que pienso reparar.

Sentía los ojos de mamá fijos en mi nuca mientras intentaba avanzar por la sala, pero era como si fuera varios metros más grande. Ayudé a John en el proceso, con un vampiro que se le había colgado de la espalda como si fuera una mochila con dientes.

De repente vi a Ben salir disparado hacia atrás, chocando contra el suelo con fuerza.

Ya llegaba a la altura de Marcus cuando Sera estiró el brazo izquierdo para cogerle e intentar, estaba convencido, arrancarle la cabeza de raíz.

–Aquella noche, debiste morir...

La sangre me salpicó ligeramente la cara y la ropa. Escuché reír a Marcus y gritar a Sera. La habitación quedó en silencio después de aquel estallido, como si todos se hubieran detenido a contemplar lo que estaba pasando.

El brazo inerte de Sera había caído junto al cuerpo de Marcus, que continuaba boca arriba con la espada en alto apuntando hacia la vampira que, entre gemidos de dolor, no tardó en caer de rodillas y llevar la mano que le quedaba a la parte de su anatomía que ahora le faltaba.

–¿Te resulta familiar? –preguntó Marcus ahora poniéndose en pie frente a ella. Sin dejar de apuntar con el arma a la vampira. Aquella espada era una especie de trofeo que él se había guardado tiempo atrás, y me parecía irónico que la hubiera utilizado contra aquella criatura en concreto. –Acabo de rebautizarla con tu sangre. ''La asesina de licántropos'' a partir de ahora será conocida como ''Buffy'', ya sabes, como la que cazaba vampiros en aquella serie de la tele.

Sera no miraba a Marcus, ni se movía apenas. Se notaba que sufría. Aunque no podía sentir por ella ningún tipo de lástima. Al contrario, sonreí levemente por las ocurrencias de mi novio aún en momentos como ese.

–No me gusta matar a nadie, salvo a mi padre, que la verdad es que no me desagradó. La única persona a la que deseo ver muerta a día de hoy es a Alexander. Pero has venido a mi casa. Has golpeado a mi amigo. Y tu gente ha interrumpido nuestra fiesta. Me hiciste daño en algunas ocasiones pasadas, pero no se me había pasado por la mente que yo sería quien te matase ahora mismo.

Ella alzó el rostro esta vez, como si le costase ver a quien tenía delante.

–Elias—pronunció con un hilo de voz antes de que mi novio le cortara la cabeza.

Marcus observó con detenimiento el cuerpo de la vampira caer al suelo y el charco de sangre que se extendía por el parquet. Sin embargo, a los pocos segundos algo pareció llamar su atención, soltó un grito contenido y avanzó hasta un lugar de la sala. Se agachó, dejó la espada a sus pies, y cogió un par de objetos que había tirados en el suelo.

–¿Quién ha roto mí Joker? –preguntó a punto de llorar.

Nos recorrió a todos con la mirada, y se centró en el vampiro que estaba más cerca de su posición.

No tardó en coger la espada de nuevo y apuntar amenazante al tipo que, en el acto, alzó las manos a modo de rendición.

–¿Has sido tú? No sabes lo que has hecho. Una figura original del Joker interpretado por Jack Nicholson. Una maravilla de la creación. Uno de mis tesoros. ¿Sabes lo que me costó conseguirla? Vale mucha pasta, capullo.

–Yo... No...

Los vampiros que quedaban, unos seis a lo sumo, parecían completamente desconcertados. Como niños perdidos en un centro comercial; sin saber muy bien lo que tenían que hacer sin sus padres. Mis amigos habían vuelto a su forma humana, y desnudos, continuaban también en las mismas posiciones en las que habían permanecido durante la muerte de Sera. Me daba la impresión de que todos esperaban alguna palabra de Marcus sobre lo que debían o no hacer con los intrusos.

La vida de esos vampiros dependía de mi novio.

–Marcus—dije llamando su atención. Él bajó el arma y me miró.

Era evidente que los vampiros tenían miedo. Ya su líder no estaba. Había caído frente a ellos. Y sus expectativas de seguir con vida eran escasas.

–¿Qué hacemos con ellos? –preguntó Ben acercándose a una vampira morena que ni intentó evitar que él la sujetase por el antebrazo de forma brusca.

–Trabajaremos para ti, Marcus Aslin—dijo el vampiro tembloroso al que mi chico acababa de amenazar. –Pero no nos mates, por favor.

Marcus torció el gesto con desagrado.

–No quiero formar parte de vuestra absurda Organización. Ni pienso sustituir a esa loca—dijo señalando con la cabeza el cadáver de Sera.

–Pues te serviremos—dijo otra vampira que estaba junto a Josh. –Haremos lo que quieras.

–Quiero que os larguéis.

–Pero no sabemos donde ir—dijo otro.

–Sera nos convirtió en vampiros. Sin ella, ¿qué hacemos? No conocemos otra cosa—comentó la que estaba retenida por Ben.

–Úsalos, Marcus—dijo Natalie. –Pueden ser útiles contra tu hermano cuando vayas a partirle la cara. Forma tu super pandi de vampiros.

–Ni se me ocurriría convertir a más gente en vampiros para formar un grupo.

–Nunca vienen mal un par de manos extra—dijo Zoe. –Cuando sepas donde está y vayas a por Alexander, nos tendrás a nosotros y a estos.

–Pero si no valen para nada—comentó despectivamente Ben soltando a la vampira y cruzándose de brazos.

–Marcus aprendió muchas cosas. Ellos también pueden—dijo John secundando la moción de las chicas.

–Una palabra tuya, y los mato yo mismo—dije. –¿Qué quieres hacer?

–Hay sitio en la mansión—dijo de repente mi padre. Todos le miramos sorprendidos, incluso las criaturas indeseadas. Papá odiaba a los vampiros. Y todos conocían a Wei Láng al menos de oídas y eran conscientes de ese detalle. La enemistad estaba profundamente arraigada por sus ideales. Pero tal parecía que Marcus había marcado un antes y un después en el modo de ver las cosas de mi padre. –Han quedado habitaciones libres ahora que algunos se han ido. El ala de los que no estamos ''curados'', está lo bastante alejada como para que no supongamos un peligro para vosotros.

Marcus parecía conmovido cuando le contemplé. Como si entendiera el motivo por el que mi padre les daba una oportunidad a aquellos vampiros.

–En muchas ocasiones, necesitas estar rodeado de los tuyos—continuó papá, mirando a mi novio. –Compartís una naturaleza que os puede llegar a convertir en una familia. Si los aceptas, claro.

Eso éramos nosotros. Natalie. Josh. Zoe. David. Ben. John. Marcus y yo. Una familia. La que habíamos escogido tener.

Mi padre se levantó de la silla y tomó su abrigo del diván, que ahora que me fijaba, estaba junto a la jaula, como si lo hubieran empujado durante la lucha.

–¿Alguien se viene conmigo? –preguntó directamente a Marcus. Papá ya debía marcharse, o en un rato se convertiría en un lobo no domesticado. Josh se acercó a él aprovechando el aire meditabundo que había en la habitación.

–Yo me voy con usted. Tengo otro coche abajo por si alguien no cabe en el suyo, señor Láng.

Todos los vampiros miraban a Marcus.

–Marchaos con ellos—soltó. No me pilló por sorpresa que lo hiciera. Conocía su manera de ser, y dar la orden de matarlos a todos hubiera sido demasiado para él.

Las miradas de gratitud no se hicieron esperar. Un vampiro estrechó la mano de Marcus antes de salir con mi padre por la puerta.

–Ha sido una fiesta muy interesante—comentó Zoe empezando a subir los escalones. –Os cojo algo de ropa.

David, Ben y John la siguieron.

Yo me tomé un momento para observar la sala y ver en el estado en el que había quedado todo. Entre lo que Marcus había roto en su ataque de ira pasada y lo de ahora, el salón necesitaba un urgente lavado de cara. Además estaban los cuerpos de los vampiros fallecidos. Manchas de todas clases. Y cristales por doquier.

Mamá seguía sentada a la mesa todavía intacta, tomando vino de su copa de forma relajada.

–No nos ayudaste a matar a ningún vampiro—dije acercándome para ver si reaccionaba. –Seguro que habrías podido con unos cuantos.

–Los habría matado si te hubiesen herido.

–Algunos lo intentaron.

–Y estaba atenta, no te preocupes. No iba a permitir que te hicieran ni un rasguño, Shun. Pero esta rencilla era de Marcus, no mía. Hay asuntos que deben solucionar aquellos que tienen el problema. No siempre se puede recibir ayuda externa. Esto le ha enseñado cosas. Ha aprendido. Tu novio tiene pendientes algunas cuestiones relacionadas con su pasado. Lo vi en su cabeza cuando entré en ella. Esas son sus flaquezas, pero se convertirán en un aliciente cuando consiga superarlas; porque todo se ve mejor desde la cima de la montaña. Y tendrá que escalarla solo.

–Yo no dejaré que lo haga solo.

Mamá tomó mi mano entre las suyas.

–Lo sé, y eso me aterra. Te han herido de gravedad por ese chico varias veces. Sé que vuestro amor es fuerte, que ahora crees que puede superarlo todo. Sin embargo, no siempre será así. La gente puede cambiar. Mostrarte una cara que no sabías que existía. El vínculo no te garantiza que Marcus vaya a amarte eternamente, ni que vaya a agradecer lo que hayas hecho por él. Él no puede sentir tu dolor, y eso para ti es una desventaja, Shun.

Me senté a su lado, poniendo mi otra mano sobre las suyas.

–Necesitas conocer más a Marcus. Tratar de verle como yo lo hago. Porque me siento alguien invisible hasta que sus ojos me miran. Y sé que él comparte el mismo sentimiento. Por eso nos necesitamos el uno al otro.

Ella lo observó. Volvía a estar con aquella figura rota en las manos. Mirándola apesadumbrado. Natalie estaba junto a él, parecía que reconfortándolo.

–¿Todavía sigues llorando por tu juguetito? –preguntó Ben volviendo a bajar. Llevaba puestos uno de mis pantalones. David, en cambio, unos pantalones anchos de Marcus.

–Déjame en paz—fue la respuesta de Marcus sin voltearse siquiera.

–Tienes miles—comentó David intentando calmar los ánimos.

–Lo mismo te hicieron un favor—siguió Ben.

Vi a Marcus contenerse para no girarse y golpearle en la primera parte de su cuerpo que pillara.

–Ya vale—pedí cansado. Mis amigos me miraron como si no recordasen que yo estaba en la sala.

–¿Cuántos pantalones tienes sin estrenar? Voy a quedarme este. Seguro que no lo echarás de menos. A saber desde cuándo llevaba puesta la etiqueta que le quité—comentó Ben.

Entonces vi algo blanco caer al suelo y me di cuenta de que Lorem y Kyle ya habían bajado del techo, y estaban sentados en el sofá como si nada. Bueno, como si nada no. La parte de atrás de la camisa de Lorem estaba hecha jirones por lo que había tenido que quitársela y la tiró sobre el parquet como si fuera un desperdicio más.

En cuanto a Kyle, éste parecía estar intentando recuperarse del espanto, evitando mirar mucho a su alrededor u al diablo que tenía al lado. Con el rostro ceniciento y desencajado.

Zoe fue la siguiente en bajar las escaleras, con una camiseta de Marcus y uno de mis boxers. John optó por una sudadera y otro pantalón de chándal.

–Continuaremos la fiesta otro día, ¿os parece? –soltó la chica acercándose a su novio.

–Te devolveré esto la próxima vez que nos veamos, Marcus—dijo John.

–Puedes quedártelo, pero Zoe, esa camiseta sí la quiero de vuelta. Me gusta mucho.

–Vas a tener que ir a la mansión para recuperarla.

–Señora Láng, volveremos a llevarla a su casa—se ofreció Ben con un tono amable que sólo le escuchaba con mi padre.

–Tengo un asunto pendiente aquí, preferiría quedarme un poco más con mi hijo y su novio a solas—dijo ella. Marcus y yo cruzamos una rápida mirada cargada de confusión.

–¿Podéis llevarme a mi? –les preguntó Kyle pálido, como si le hubieran extraído toda la sangre del cuerpo. Por su aspecto, a nadie pillaría por sorpresa si terminase echando la papilla. –No me siento muy bien.

Continuará...

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