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11. La disculpa

La disculpa

(Marcus)

A regañadientes conecté el mp3 de Nat a los altavoces y comenzó a sonar esa insoportable música dance que tanto le gustaba. Debí negarme más tajantemente, pero también sabía que David y Zoe compartían las mismas preferencias que mi estrambótica amiga y que, de seguro, Ben se metería con mis gustos musicales.

Kyle continuaba sin moverse en el sofá, y Sean se retiró para quitarse el maquillaje que le habían dejado por toda la cara.

Nat se acercó a mi, mirándose en un pequeño espejo de bolsillo y pintándose nuevamente los labios.

–¿Cuándo llegan los demás?

–Creí que vendrías con algunos.

–Tomé prestada una moto y vine sola. David quizás traiga al Señor Láng—dijo cerrando el espejito.

–¿Viniste en moto con ese vestido? –era tan diminuto como los que solía usar Zoe.

Ella se lo subió un poco y me dejó ver que tenía unos pantalones cortos debajo.

–Trucos que tiene una.

Fui a la cocina a por las bebidas que había comprado esa mañana en el supermercado, y las saqué al salón. Distribuyéndolas sobre el mueble que antes estaba bajo el televisor.

–¿Ya lo habéis hecho? –preguntó Nat ejerciendo de mi sombra allá donde fuese.

–¿De qué hablas?

–¿Os habéis acostado? No habéis podido esperar, ¿cierto? ¿Ha sido como recordabas? ¿Fue anoche o esta mañana?

–Nat, no pienso hablarte de mi vida sexual. Ni sé porqué te interesa.

–Porque la mía es un verdadero asco. Ayuda a una amiga.

Acomodé una botella de refresco de fresa y suspiré derrotado.

–Anoche. Y sí, fue maravilloso.

–Me encantaría verlo.

–Estás mal de la cabeza.

–Grabaos y regaladme el vídeo por mi cumpleaños.

–Ni de coña—dije con estupor. Parecía hablar enserio. –Si quieres ver a dos tíos haciéndolo, busca porno gay en internet.

–¿Para qué voy a querer ver a dos tíos que no conozco?

–¿Y por qué a nosotros sí? Deja de pedirme eso. Si tanto lo quieres, que se graben John y Ben para tu disfrute personal.

–A ellos ya los he visto desnudos. Y a Sean. A ti todavía no—comentó despreocupada y me guiñó el ojo.

Me sentí como Kyle. Con la necesidad de ruborizarme hasta la estratosfera y más allá.

–¿Cuándo has visto tú a mi novio...? Ah, lobos. Pues olvídalo, guapa. No vas a verme. Ni lo volverás a ver a él—aclaré levemente molesto por culpa de los celos.

Cruzó los brazos y volteó el rostro haciendo una especie de ''jum'' con la garganta. Aunque acto seguido me sacó la lengua sonriente y se alejó para sentarse junto a un incómodo Kyle.

Sean bajaba de nuevo en ese instante y mis ojos se posaron en él aún sin pretenderlo. Estaba realmente guapo. Con una camisa blanca sin abotonar por la zona del cuello y remangada hasta los codos. Un chaleco que traía cerrado, a juego con sus acostumbrados pantalones oscuros de vestir. Un par de pendientes en las orejas que se había puesto de nuevo, aunque demasiado pequeños como para tintinear al rozarlos. Y, por supuesto, su inconfundible perfume.

Me sonrió desde el otro extremo de la habitación y casi se me cae la botella de vino tinto que tenía entre las manos.

Entonces sonó el timbre, y fue a abrir la puerta.

Zoe ni hubo dado un paso, cuando le plantó un beso en los labios a mi novio. Así, a bocajarro. Sin decir ni un mísero hola.

–Me alegro de volver a verte, cariño—dijo siendo ella misma la que le quitaba con los dedos el rastro de pintalabios y entraba en el salón.

–Y yo—dijo David estirando los brazos hacia Sean. –Dame un beso a mi también. Lo estás deseando.

Sean rió sonoramente y dejó que David le diera un pico.

–Pinchas—le dijo mi novio y se fundieron en un abrazo.

–¡Se acabaron los besos en los morros! –grité para llamar la atención de los recién llegados. Zoe se acercó a mi y me plantó un beso como el que le había dado a Sean.

–No te me pongas celoso, Marcusito.

Me pasé el dorso de la mano por la boca. Y no pude evitar una mueca de desagrado.

–Eres la primera chica que me besa, ¿sabes?

–¡¿Qué?! –Nat se levantó del sofá realmente alterada. –Zoe, ¿por qué lo has hecho? Debí ser yo.

–No debió ser ninguna—aclaré. Me ignoraron.

–Marcus siempre recordará su primer beso con una chica y no podrá relacionarlo conmigo. ¿Cómo has podido?

–Sólo es un beso. No montes un drama—dijo Zoe y la besó a ella en los labios también, haciendo que se callara.

–¿En qué se ha convertido esta fiesta? –murmuré.

Kyle miraba boquiabierto la escena, completamente sonrojado, pero con media sonrisa que indicaba que no se lo estaba pasando tan mal como esperaba en un principio.

Puse distancia con las chicas y me percaté de que el Señor Láng estaba frente a Sean. Había venido con David y Zoe. Y me sorprendió verle vestido con un formal traje negro y corbata, y no con sus acostumbrados kimonos de dos piezas.

David pasó por mi lado, al tiempo que sacaba el teléfono móvil de su bolsillo.

–Quiero una foto de eso—le escuché decir a las chicas. –Repítelo para mí, Zoe. Por lo que más quieras.

Yo no sabía qué hacer. No podía acercarme a Sean y a su padre. Tenían una conversación pendiente que yo no debía interrumpir. Así que cambié de dirección y me senté al lado de mi mejor amigo.

Vi como Sean y su padre entraban en la cocina para hablar a solas y simplemente me quedé allí esperando. Expectante.

Josh fue el siguiente en aparecer, y me pilló por sorpresa que lo hiciera. Me abrazó y me dio un par de palmadas en la espalda.

–Me alegro de verte—dije sincero. Hacía mucho que no sabía nada de él.

–John me contó lo que le pasó a Sean. Tenía ganas de veros a todos de nuevo. Me pareció una gran oportunidad.

Natalie no tardó en abrazarle con ímpetu. Incluso David se alegró de verlo. Tal parecía que yo no era el único que llevaba tanto tiempo sin verle.

–¿Acaso te has echado novia? ¿Es eso lo que te mantiene tan ocupado? –reprochó Zoe de una forma afectuosa.

Él se puso ligeramente nervioso.

–Es algo complicado—fue lo que dijo como defensa.

David, Zoe y Natalie empezaron a aturullarle a preguntas, de las cuales, él respondía con evasivas. Yo quise unirme a la charla, pero mi mente estaba puesta en la cocina y en Sean. En si todo estaría yendo bien. En si discutirían hasta el punto de tener que echar al Señor Láng de nuestra casa. Por sobre todas las cosas, lo último que deseaba era que Sean lo pasara mal, que sufriera; y sería culpa mía por haber invitado a su padre.

Sentí la urgente necesidad de morderme las uñas aún a sabiendas de que no serviría de absolutamente nada. Además, no me volverían a crecer. Estaban tan cortas como el día en que había muerto, pero tan afiladas que eran capaces de cortar cualquier cosa, entre ellas, la piel de Sean.

Sonó de nuevo el timbre y abrí la puerta como automatizado, perdido en mis pensamientos. Sin embargo, volví a la tierra al encontrarme cara a cara con Ben.

Mis ojos pasaron de él a John, y finalmente a Xia Láng.

Con su brillante, largo y lacio cabello suelto. Su vestimenta elegante y roja como la sangre fresca. Su piel blanquecina y aquel aroma a flores. Aunque lo único que la hacía diferente a otras veces, lo que la hacía distinta a mis ojos, era su mirada. Afable. Limpia. Sin aquel característico rencor. Sus pupilas ya no eran cuchillos; sino hermosas e inofensivas violetas.

–Hola, Marcus—dijo consciente de mi estupefacción.

–¿Nos dejas pasar o qué? –soltó Ben empujándome ligeramente y entrando en la sala.

–Bienvenidos—conseguí decir. John apretó mi muñeca a modo de saludo y siguió a su pareja.

La señora Láng en cambio, pareció sopesar si entrar o no.

–Está en su casa—dije esperando alentarla. Y lo conseguí.

Anduvo de forma pausada. El vestido que traía, como acostumbraba, era largo y parecía flotar alrededor de su cuerpo. Al llegar a donde me encontraba yo, besó tímidamente mi mejilla y siguió a los demás. Entonces cerré la puerta, aturdido.

Todos habían formado una especie de corrillo circular. Reían, se daban abrazos o chocaban las manos. Natalie se enganchó del brazo de Ben, que no parecía molesto en absoluto mientras conversaba con Josh. Y Kyle correspondió al interés que sentía John por conocerlo y se mostró por fin relajado en el sofá. Ahora sí, ya estaban todos los invitados. Sólo faltaba que Sean volviera de la cocina y podría comenzar oficialmente la fiesta.

–La casa está diferente a como la vi en vuestras mentes—dijo Xia a mi lado de repente.

Yo di un respingo, como si hubiera escuchado un disparo.

–Faltan cosas—admití. –Las he roto.

–Tienes una forma curiosa de redecorar.

–No fue algo planificado.

Ella pareció comprender, porque no volvió a pronunciarse al respeto.

–Lo siento mucho, Marcus. –Que volviera a decir mi nombre, y no cualquier apelativo despectivo, de algún modo, me regocijaba y entristecía al mismo tiempo. Me ponía en su lugar, aunque no la justificaba en absoluto. Sabía perfectamente por qué había hecho lo que hizo. Y yo mantendría lo que le había dicho a Sean. –Te pido perdón por todo cuanto te dije, y el modo en que te traté.

–No se disculpe. Ya no es necesario. He decidido olvidar todo lo que pasó. Usted es la madre de Sean y sé que le quiere tanto como yo. Todos cometemos errores. Si Sean no tiene nada que reprocharle, yo menos—dije mirando a mis amigos y no a ella. Sintiendo sus ojos posados en mi rostro. –Aunque si necesita escucharlo, está perdonada.

Noté sus labios en mi mejilla, cálidos y dulces. Fue tan maternal, que por un instante, sentí que se me hacía un nudo en la garganta.

–Otro en tu lugar habría puesto a mi hijo en contra mía dadas las circunstancias. Y pensar que siempre he odiado a los vampiros... Sin embargo, tú eres un buen chico, Marcus. Sé que cuidarás de Shun. Te ayudaré a hacerlo.

Lo siguiente que noté, fue la palma de su mano en el lado derecho de mi cuello. Una caricia rápida, aunque al mismo tiempo, la percibí como si estuviera cargada de electricidad. Vi manar algo oscuro de las yemas de sus dedos y no pude evitar palpar la misma zona que ella me había tocado.

No sentía más que mi piel.

–¿Qué me ha hecho?

–Velar por ti—dijo calmada y se acercó a la mesa para echar un vistazo al picoteo. Torció el gesto. Nada de lo que veía parecía apetecerle.

Eso me hizo olvidar lo ocurrido y sacar el teléfono de mi bolsillo.

–Voy a pedir las pizzas, ¿de qué las queréis?

Los demás no tardaron en rodearme y en hacerme sus peticiones. Salvo la madre de Sean, John y Kyle. Pediría una con pepperoni en deferencia a mi mejor amigo y otra con ternera para mi novio. Los demás me volvieron loco. Hasta que Ben me arrebató el teléfono de las manos.

–Te olvidarás de todo, mejor llamo yo.

Intenté quitarle mí teléfono, pero se revolvía de un modo que me lo impedía.

–Tengo una memoria fantástica. Mejor que la tuya, seguro.

–Pide que las traiga un repartidor guapo—dijo Nat como si no le afectaran nuestras riñas.

Ben me ignoró completamente y salió al balcón para llamar. Derrotado, le hice un corte de mangas para que lo viera a través del cristal. Me lo devolvió sin dejar de hacer el pedido y sin mirarme siquiera.

–Niños—susurró la señora Láng tomando asiento en una de las sillas que rodeaba la mesa. Se notaba que no estaba acostumbrada a un ambiente como en el que se encontraba. A pesar de ello, nos miraba a todos con cierto aire cariñoso.

Ben entró de nuevo en la sala y me lanzó el teléfono como si fuera una pelota de playa.

Iba a replicarle su actitud, pero sonó el timbre.

Nat corrió a abrir la puerta, aunque era imposible que se tratase del repartidor de pizzas.

–Pediste justo lo que quería, Ben. Un chico guapo—comentó ella fascinada.

Lorem la besó en la mano y la hizo girar sobre si misma, como si bailaran.

Miré a Ben.

–No sabía que lo habías invitado.

–Querías a los amigos de Sean, ¿no? Él lo es también. Además, nos ayudó a encontrarlo—soltó cogiendo patatas.

–No te confundas. No he dicho que me parezca mal que lo invitaras.

Lorem se adueñó de media sala simplemente con su presencia. Vistiendo de blanco como siempre que lo veía, aunque con un garbo que no le había notado en otras ocasiones. Respondió a los saludos que le brindaron, incluso al mío. Sin embargo, no tardó en acercarse a Kyle y sentarse a su lado.

–Tú tienes claros problemas sociales—dijo. Sólo le faltaba relamerse.

Me acerqué a ellos y tiré del brazo de Lorem para que se levantara.

–No te alimentes de mi amigo—pedí en tono de orden.

Él alzó las cejas.

–¿Acaso no es una fiesta? En las fiestas siempre hay comida.

–La comida está en la mesa.

–No la que me gusta—dijo y volvió a mirar a mi amigo. –Adoro probar cosas nuevas.

–Hablas como un pervertido.

–Hablo como alguien hambriento, vampiro. Que me alimente de él un poco no le hará el menor daño. Y no te confundas. Los humanos para mí son comida. No me proporcionan más placer que ese.

–Tampoco eres del tipo de Kyle.

–Tú tranquilo. Si estuviera intentando copular con él, le habría quitado la ropa en cuanto entré por la puerta sin importarme los que estuvieran presentes.

Sacudí la cabeza para apartar la espantosa imagen que había formado en mi cerebro y lo solté del agarre cuando me di cuenta de que Sean y su padre salían de la cocina.

Se mostraban tranquilos, incluso sonrientes, y eso me hizo soltar un suspiro de alivio.

Sin embargo, el semblante del señor Láng cambió en cuanto se dio cuenta de que su esposa y él estaban en la misma habitación. Sólo faltaban los negros nubarrones sobre nuestras cabezas para dejarnos más en claro que se avecinaba una tormenta.

No obstante, se miraron, inclinaron levemente sus cabezas a modo de saludo, y se ignoraron por completo.

Wei se acercó a los demás, que se habían juntado alrededor del sofá, donde Lorem nuevamente parecía intentar captar a mi amigo como si fuera el líder de una secta. Xia en cambio se levantó de la silla para abrazar a su hijo. Él la recibió de buen grado, y la besó en la frente. Poco después, Sean se acercó a mi.

–¿Mamá te ha hecho de las suyas? –me preguntó tomándome del mentón y mirándome el cuello.

–¿Me ha salido urticaria, o una verruga? –cuestioné alarmándome. Hacía poco que su madre me había acariciado justo donde él me miraba.

–Te ha marcado. Como a mi.

–¿Marcado?

Volví a tocarme, pero continuaba sin sentir nada.

–¡Nat! Préstame tu espejo—pedí corriendo hacia su bolsito rojo de charol que descansaba sobre el diván junto a los abrigos de los demás invitados. Ella no impidió que lo abriera.

Allí estaba la marca, justo como la había llamado Sean. La media luna invertida a un lado del cuello. Idéntica a la que mi novio tenía en el pecho y John en el hombro.

Actuando de forma absurda, me rasqué la zona. Como si aquella especie de tatuaje fuera a quitarse de ese modo.

–No es nada malo—comentó Sean con voz tranquilizadora.

La señora Láng volvía a estar en su silla, y nos observaba pendiente de lo que ocurría. Simplemente asintió cuando la miré. Y por alguna razón, desapareció el temor que sentía.

Natalie puso mala cara cuando vio al repartidor, aunque se le pasó enseguida el disgusto, cuando, por fin, todos estuvimos sentados alrededor de la mesa.

Yo los contemplaba a todos. Hablando y comiendo. Riéndose a carcajadas o recriminándose cosas entre bromas. Porque en realidad, no tenía nada más que hacer. Yo no comía lo mismo que ellos. Ni bebía porque los refrescos no me sabían a nada y era repugnante. Lorem estaba igual que yo. Sentado junto a Kyle, claro. Pero manteniendo animadas conversaciones con el resto.

Me di cuenta de que la señora Láng era demasiado exquisita con la comida, demasiado como para tocar el trozo de pizza que había cogido como por compromiso y dejó sobre una servilleta. Aunque, fingiéndose inocente, había hecho que el vino del señor Láng saliera disparado hacia la cara de éste cuando había intentado beber, empapándole el rostro y manchando parte de su ropa. Mirando hacia otro lado cuando los ojos acusadores de Wei le recriminaron la broma de mal gusto que había hecho.

David zampó más que ninguno, y se comía los pedazos de corteza que Zoe descartaba. John y Ben, sincronizados, se daban a probar cada pedazo antes de llevárselo a sus respectivas bocas. Y Sean, que era el más importante para mí, se mostraba tan contento, que me felicité por haberle organizado aquella fiesta.

La música sonaba por debajo de nuestras voces y carcajadas. Incluso el señor Láng olvidó el incidente del vino y compartió bromas con Lorem. Todo era tan distendido, que la tarde nos pilló todavía alrededor de la mesa casi sin darnos cuenta. Con Gokû en el regazo de Natalie. Con los pocos pedazos de pizza que aún quedaban ya fríos sobre los platos. Y con las botellas de vino y refrescos a medio terminar.

John y yo nos pusimos al día. Me había contado que Ben y él ya no vivían en la mansión Láng, a pesar de que aún trabajaban para Wei. Sin embargo, Zoe, David y Nat, sí continuaban viviendo allí aunque ya estuviesen curados.

Al parecer, casi todos los hombres lobo que el señor Láng había acogido, ya dominaban a su animal interior; salvo los más cercanos a Wei, que al igual que su jefe, compartían la misma transformación que él al caer la noche. Por lo tanto, gran parte de la mansión se había librado de las rejas. Tenían más libertad, aunque habían habilitado un ala de la casa para aquellos que todavía seguían siendo licántropos al cien por cien.

Mi amigo se notaba más feliz que nunca hablando de todas las cosas que podía hacer ahora. Radiante. No dejaba de sonreír ni aunque se tratara de un tema de conversación neutral. Sentado junto a Xia, a la que miraba con los ojos brillantes, como a su salvadora. Me sorprendió también darme cuenta de que Ben no había salido al balcón a fumar ni una sola vez; y que aunque apenas había cruzado palabras con John durante el almuerzo, ambos estaban sentados muy juntos, hombro con hombro. Y parecían decirse todo con una simple mirada o gesto. Más compenetrados aún si cabe que antes.

Decidí que ya era hora de sacar los pastelitos que había comprado y reservado en la nevera para ese momento. Ben, David y el señor Láng accedieron al café que me ofrecí a prepararles y fui a la cocina.

Sin embargo, tuve que salir de nuevo al salón, cuando escuché el fuerte ruido de vidrios rompiéndose con violencia y golpes varios.

Al menos siete vampiros habían aparecido en la habitación. A través del balcón y la puerta de entrada que estaba destrozada casi por completo.

Wei Láng continuaba sentado, al igual que Xia en el otro extremo de la mesa. Lo único que ella hacía, era dirigir su mano hacia Sean, que parecía rodeado de repente por una especie de escudo blanquecino del que se esforzaba por salir con los puños.

Lorem, que de algún modo había sido capaz de sacar unas alas membranosas y puntiagudas de su espalda; estaba pegado al techo como si fuera una lámpara, sujetando a mi amigo Kyle, que espantado, observaba la escena bajo sus pies e intentaba no gritar. Kyle tenía vértigo.

Ben y David no parecían preocupados en lo absoluto. Sus manos eran peludas garras de uñas afiladas y esquivaban los ataques de los vampiros con gracia y precisión. Natalie se había subido de un saltó al sofá y pegaba a uno de los intrusos en la cabeza con unos de sus taconazos. Y Josh no tardó en romper una botella contra el rostro de otro.

Un par de vampiros más pasaron por encima de la barandilla, pero uno volvió a caer al vacío cuando Zoe le dio una fuerte patada en el pecho.

Sin embargo, cuando los invitados no deseados me vieron, ignoraron por completo a mis amigos y vinieron a por mi.

–¡Mamá! –chilló Sean que seguía luchando por escapar de aquella especie de burbuja que lo rodeaba.

Los brazos de John me empujaron a la cocina y atravesamos juntos la puerta vaivén.

–Busca algo para defenderte—inquirió sujetando la puerta para que no la pudieran mover hacia adentro. Fuera continuaban escuchándose pasos y golpes.

–Lo mejor que tengo para defenderme está fuera—dije nervioso. Aún así, abrí el cajón de los cubiertos y cogí un afilado cuchillo de trinchar.

Cuando volví la vista a John, ya se había convertido en el descomunal lobo de pelaje rubio ceniza que recordaba del anterior ataque a la mansión. En esa forma, no tardó demasiado en arrancar de cuajo un brazo que había conseguido abrirse paso a través del hueco de la puerta. Alguien chilló al otro lado.

John empujó la puerta, lo cual no le supuso ningún esfuerzo, y le seguí.

Ben, David y Zoe eran lobos también ahora, y al menos cuatro vampiros nuevos intentaban evadirse de sus ataques.

–¿Sigues pensando que curarse no es una buena idea? Podrías estar ayudando a los chicos—comentó Xia a Wei, que parecía pegado a la silla en contra de su voluntad. Con evidente rabia contenida por no poder participar en la pelea. –No eres nadie durante el día sin la Esencia de Luna.

–Naciste siendo lobo. Y además eres una bruja. Podrías estar echándoles una mano tú—le rebatió él. –Sigues estando maldita a pesar de todo, ¿no?

–Yo sólo protejo mis intereses.

–El vínculo hace que Marcus sea tan importante para nosotros como Sean, Xia—recalcó.

–No pierdo a Marcus de vista—dijo ella con aire de superioridad.

Tuve que acudir en ayuda de Nat para que se zafara de uno de los vampiros que la molestaba clavándole a éste el cuchillo de trinchar en la espalda. Ella me lo agradeció convirtiendo sus manos en garras y arrancándole al susodicho la cabeza de cuajo.

–¡Marcus Aslin!

El gritó sonó detrás de mí, pero no necesitaba girarme para saber de quién se trataba.

Sera se me acercaba directa y certera, como un balón hacia la canasta. Vestía un mono de reluciente látex negro y llevaba unas botas de tacón de aguja del mismo material en apariencia. Su cabello pelirrojo estaba recogido en una coleta alta. Y bajo el párpado inferior del ojo izquierdo ésta vez llevaba tatuadas dos lágrimas rojas. Había añadido una nueva desde la última vez que la había visto.

Sus ojos destilaban rabia, más intensa que la que me habían mostrado los de Xia Láng en diversas ocasiones.

Esquivé un par de zarpazos que intentó darme, como cegada por la ira. Caí al suelo, y rodé sobre mi mismo para evitar un puñetazo que hizo crujir el suelo.

–¡Mamá, déjame salir de una vez! –escuché decir a Sean mientras, a gatas, me arrastraba por el parquet con una meta clara en la cabeza. Alcanzar el mueble que había bajo el inexistente televisor.

Sera seguía todos mis movimientos, intentando sujetarme por los pies.

–Mamá libérame, ¡ya! –escuché un golpe contra el suelo, y un quejido por parte de Sean. Finalmente, Xia lo había dejado salir.

Yo, como pude, fui esquivando piernas y patas. Vidrios rotos. Lo que parecían pequeños charcos de vino, y un par de cajas con mis figuritas intactas todavía dentro. Había más vampiros en la habitación que al principio y muchas manchas de sangre también.

El lobo negro azabache que reconocí como Ben fue a por Sera, pero ella, apenas sin inmutarse, le golpeó en el torso haciendo que éste cayera hacia atrás soltando un gruñido grave al chocar contra el suelo. A la misma vez que ella, claramente molesta, iba diciendo cosas que supuse iban dirigidas hacia mí, pero en las que no podía centrarme dada mi situación.

Por fortuna, la intervención de mi compañero me había dado justo el tiempo que necesitaba para alcanzar el cajón y sacar a una vieja conocida de su interior.

Entonces, sin perder ni un segundo, me posicioné boca arriba, alcé la espada, y un chorro de sangre espesa y fría me salpicó en la cara.

Antes de reírme orgulloso por mí hazaña, llegó a mis oídos el desgarrador chillido de Sera, mezclado con las últimas palabras de su boca que logré escuchar.

–Aquella noche, debiste morir...

Continuará...

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