10. La vuelta a casa
La vuelta a casa
(Sean)
Desperté sobre una cama. Boca arriba. La luz del sol entraba por una ventana y daba de lleno en mi rostro.
Me incorporé despacio, para ubicarme. Dejando que mis ojos se adaptasen a la creciente luminosidad. Recordando lo ocurrido durante la noche anterior. Todavía llevaba puesto el pijama, con la camisa manchada de sangre reseca y estaba dentro de mí dormitorio. El aroma a café entraba por la puerta entreabierta y escuchaba a mamá hablar con Nadie en el piso de abajo.
Sin embargo, no tenía apetito. Me levanté con rapidez, tomé una ducha y me puse lo primero que vi en el armario. Unos vaqueros y una camiseta con figuras geométricas estampadas en la parte delantera.
–Voy a ver a Marcus—le dije a mamá cuando se me acercó mientras me estaba poniendo la chaqueta.
–Buena suerte—deseó sincera.
Le besé en la mano y salí de casa. Corrí calle abajo hasta una carretera más concurrida y tomé un taxi que muy pronto me dejó en nuestro apartamento.
El corazón me latía tan rápido, que llegué a pensar que me podría estallar en el pecho. Las paredes del ascensor se me antojaban estrechas, y me faltaba el oxígeno. Tenía miedo. Pánico de que Marcus no me quisiera ver más. Que lo hubiese lastimado hasta el extremo de llegar a odiarme.
Con fuerza, con los puños, toqué en la puerta. No escuchaba nada al otro lado. Ni siquiera la televisión. Él podría no estar en casa.
–¡Marcus! ¡Marcus abre! ¡Soy yo!
Di incontables golpes. Sin resultado.
–¡Marcus!
–¿Shun?
Lo dijo en voz baja, y que la puerta estuviera de por medio no ayudaba demasiado a escucharlo con claridad, pero estaba seguro de que había pronunciado mi nombre.
–Marcus, abre. Necesito hablar contigo.
Sus pies se arrastraron por el suelo hasta la puerta. Estaba descalza.
–Si vienes a reclamarme... Si continúas sin creerme, será mejor que te vayas.
Escuché un suave golpe y cuando habló y su voz sonó tan cerca, me di cuenta de que había apoyado la frente en la puerta.
–Shun... Quiero verte. De verdad que no hay nada que desee más que mirarte a los ojos. Pero no son tuyos. Son los ojos de Sean. Y sé que te molesta que te compare con él. Quizás lo mejor para evitarnos problemas, para evitar que se rompan los pocos pedazos que quedan de mi corazón; es que no te abra la puerta. Que no te vea. Porque no podré dejarte marchar si lo hago. Y tú tienes una vida en la que no hay lugar para mi. Lo dejaste muy claro la última vez que nos vimos.
–Necesito hablar contigo, Marcus. Es importante. Abre—las palmas de mis manos se apoyaron en la puerta, como si así pudiera atravesarla y tocarle. No escuché nada por su parte, y eso significaba que él permanecía inmóvil. –Marcus, soy yo. Soy Sean.
Sentí ganas de llorar. No sabía si porque él lo estaba haciendo, o porque una parte de mi ser se había desgarrado con sus palabras.
–Perdóname. Debí creer todo lo que me dijiste. Lo de las fotografías. Lo de mi madre. Tú tenías razón. Ella te sacó de mi cabeza. A ti. A mi padre. A Ben y a los demás. No debí decirte las cosas que te dije.
–¿Me crees? –su voz sonó esperanzada, pero en el mismo tono suave.
–Empate, Marcus. Te empate con toda mi alma.
No tardó ni tres segundos en abrir la puerta y mirarme de arriba abajo con sus desiguales ojos muy abiertos.
–Eres tú—dijo antes de abalanzarse sobre mi, abrazándome con tanta fuerza que de haber sido humano me habría matado. Yo no perdí el tiempo, y me aferré a su torso. Las manos de Marcus rodearon mi cuello y su mejilla presionaba la mía.
Su ropa estaba casi tan manchada como la de mi pijama y en sus carrillos todavía quedaban rastros de sangre seca. Marcus había llorado por mi culpa.
Sintiendo la necesidad de consolarle, con los dedos acaricié sus desordenados cabellos.
–Lo siento—musité sin saber qué más decir. Me había preparado mentalmente para una discusión. Su justificado rechazo. Y sin embargo, al no ser lo que obtuve, me quedé casi sin habla.
Se apartó lo suficiente como para mirarme a los ojos. Le brillaban tanto por la emoción que me sobrecogió el saber que era por mí.
–No fue tu culpa, Sean –. Me acarició la mejilla de manera muy dulce y me escudriñaba el rostro como un ciego que viese por primera vez. –Sean. Mí Sean–. Repitió una y otra vez, con media sonrisa que le hacía más hermoso aún si cabe.
–Te lastimé, Marcus. Jamás quise hacerlo.
–Yo te hice lo mismo a ti, así que estamos en paz. ¿Funcionó?¿Por eso estás aquí? Hablaste con tu madre tras mi ataque de rabia, ¿no?
Inevitablemente, miré a su espalda y pude ver que el salón estaba en el mismo estado en el que se encontraría tras un fuerte ciclón.
Los brazos de Marcus se apartaron de mi, y me dejó espacio para adentrarme en la habitación. Puso cara de estar en apuros. Aunque bien mirado, tampoco era para tanto. El sofá y el diván simplemente habían sido movidos hasta las paredes del fondo. Las pocas bajas eran la mesita de centro completamente destrozada, la televisión hecha añicos y...
–Tus maquinitas, Marcus—eso sí me sorprendió e incluso lo dije con cierta pena. Parecía una de las pesadillas de mi novio convertida en realidad. Todo pedazos desperdigados y cables.
–Se me fue de las manos—reconoció algo incómodo. Sin embargo, sus figuritas no habían sufrido daños y era un alivio. Los estantes y el mueble que estaba bajo el televisor permanecían intactos. –Estaba frustrado y ni me di cuenta apenas de lo que hice.
Marcus cerró la puerta de entrada y yo no pude evitar acercarme al sillón. En el apoyabrazos estaban nuestras fotografías. Arrugadas y con manchas de sangre.
En mi mente visualicé a mi chico sentado en ese sofá, triste. Herido. Sin dormir en toda la noche. Contemplando aquellas fotos y suplicando porque yo le recordara de nuevo.
Los brazos de Marcus me rodearon la cintura, pegando su pecho en mi espalda. Plantó cortos besos en la piel de mi nuca y eso me devolvió a la realidad.
–Te eché mucho de menos—soltó como si ronroneara. Yo reí.
–¿Tienes intención de que lo hagamos en medio de este desastre?
–No—dijo con plena seguridad.
No pude evitar darme la vuelta y mirarle extrañado.
–¿Ah, no?
–No. Pero no es porque no quiera hacerlo. Siempre quiero. Contigo, claro. Precisamente por eso, no podemos hacerlo aún.
–Me estoy perdiendo, Marcus.
–A ver, quiero hacerlo. Pero con Sean. Y tú, todavía eres Shun. Tu pelo está perfecto tal y como lo llevas hoy. Es el pelo de Sean. Sin embargo, tu ropa y tu perfume son de Shun.
–Entonces, si me doy una ducha y me cambio...
–¡Será perfecto! –interrumpió con ahínco. –Yo recogeré un poco esto, y subiré. O no. No tenemos porqué hacerlo. O sea, me vale con estar contigo. Con ropa y todo. Lo importante es estar juntos. Vestidos o desnudos.
Ahí estaba mí Marcus. El de la incontenible y nerviosa verborrea.
–Tengo una idea—dije yo. Eso pareció quitarle un peso de los hombros porque dejó de hablar a su frenética manera. –Voy a ducharme, a ponerme un pantalón cómodo y comerás. Porque por la cantidad de sangre que veo en esta sala, pronto tendrás que recuperar fuerzas. Y necesitarás estar al cien por cien esta noche—le guiñe un ojo y caminé hasta los escalones.
–¿Así que será esta noche? –me lanzó una mirada pícara desde su posición.
–Todas las noches—aclaré. –Ya Baboso no nos las quitará más.
Fue un alivio descubrir que tanto el dormitorio como la cocina estaban intactos. Marcus no se había cebado con ellos, pero la nevera estaba completamente vacía, a excepción de una única bolsita de mi sangre. Así que no me quedaría otra más que pedir comida a domicilio cuando llegara la hora de la cena.
Me senté en el sofá que ya estaba colocado en su sitio, y esperé a que Marcus bajara. Le tocaba el turno de la ducha y de quitarse aquella ropa con los vestigios de la noche pasada.
Gokû se acercó y llamó mi atención para que le acariciara. Lo cogí.
–Bolita de pelo, ahora eres el único animal de esta casa, ¿lo sabías? Todos los mimos serán para ti.
–Mentira. No es el único animal. Me tienes a mí.
Marcus se me acercó con tal rapidez, que del susto, Gokû se zafó de mis manos y salió corriendo hacia alguna parte. Mi novio traía el cabello aún mojado y se terminaba de poner la camiseta que usaría como pijama.
–Hola—le dije cerrando los ojos cuando me besó y se sentó tan cerca de mi que casi compartíamos una sola plaza del sillón.
–Todavía no puedo creer que estés aquí. Que seas tú. Que vuelvas a amarme como yo te amo—dijo en medio de cada beso.
–Nada hay más convincente que una palabra grabada en la piel.
–Lo siento, me quedé sin ideas. Estaba completamente desesperado. Ya no sabía qué más hacer para que hablaras con tu madre. Ella me odia a muerte y no escuchaba nada de lo que le decía—Marcus dejó de besarme y se tumbó boca arriba entre mis piernas, apoyando la cabeza y parte de su espalda en mi pecho. Yo le cubrí con mis brazos, y me tomó distraídamente de las manos.
–Mi madre no te odia tanto. Simplemente se equivocó en sus métodos.
–¿No estás furioso por lo que te hizo?
–Es mi madre. A pesar de todo, no puedo enfadarme con ella.
–Al menos te ha traído de vuelta—comentó jugueteando con mis dedos.
–Quiere pedirte disculpas.
–No le guardo rencor. Ya no. Así que le diré que está perdonada.
Sonreí. Marcus seguía siendo un chico maravilloso.
–Otra cosa buena ha salido de esto, al margen de recuperar a mi madre—dije y le besé en la coronilla. –Aún sin recordarte, me volví a enamorar de ti. Lo cual demuestra que estamos hechos el uno para el otro.
–Y yo me he dado cuenta de algo—el tono de su voz de pronto era firme. Como si fuese a dar una orden. –Si algún día ves que no quieres continuar esta relación, si alguna vez dejas de quererme o estás cansado de mí; tendrás que ser tú quien de el paso. El que rompa. Porque yo jamás sería capaz de dejarte por mi propia voluntad. Todas estas semanas sin ti, han sido un infierno.
–Marcus, eres lo que más me importa en esta vida. El vínculo que hice contigo lo demuestra. Excepto la muerte, nada ni nadie me separará de ti. No volveré a lastimarte, y si sufres, compartiré tu dolor por siempre.
Entrelacé mis dedos con los suyos y sentí que se aferraba a mi mano con fuerza.
–Significas todo para mi, Sean—se revolvió en el asiento, y de nuevo estábamos cara a cara. –Convirtiéndome en vampiro volví a nacer, y tú has sido mi segunda oportunidad en la vida. Tú me has enseñado cosas que ni habría imaginado aprender. Estaba solo y perdido. Incluso me suponía un esfuerzo respirar cada día. Sin embargo, contigo... No puedo alejarme de ti porque eres la razón por la cual vivir me parece hermoso.
Me cortó el aliento escuchar sus sinceras palabras. Sus ojos, que sólo me contemplaban a mi, como si no hubiera nada más valioso en el universo. La mirada que estaba convencido, le mostraba yo al observarle a el.
Le tomé del rostro y tiré de él hacia mí para besarle. No opuso resistencia alguna, y como si hubiera perdido las fuerzas, dejó que su cuerpo cayera ligeramente sobre el mío. Durante un rato nos besamos en los labios, en el cuello y en las manos. Marcus me besó en los párpados, y yo a él en la punta de la nariz. Regalándonos miradas cómplices, caricias mal disimuladas, francas sonrisas y silencios cargados de nuestro intenso amor.
Él me mordió en el cuello finalmente, y ambos continuamos abrazándonos como si fuésemos dos imanes con distinta polaridad. No nos separamos siquiera cuando llamé por teléfono a un restaurante cercano para que me trajesen algo para cenar, aunque sí lo hicimos cuando Marcus se levantó para abrirle la puerta al repartidor.
–¿Por qué tardas tanto? –preguntó Marcus a mi espalda, saliendo de la cocina donde seguramente me había servido la comida.
Sin embargo yo no podía moverme. Pegado al suelo en aquel lugar. Mirándola fascinado. Algo que llamó mi atención desde el sofá y me hizo salir al balcón. Algo que hacía mucho tiempo que no contemplaba, pero que sabía que existía. Que me dominaba. Que cambió mi vida en contra de mi voluntad desde que tenía uso de razón.
–¿Qué haces? –Marcus se posicionó a mi lado, y miró hacia donde yo lo hacía.
–Es hermosa. Hermosa y horrible al mismo tiempo.
–¿La luna?
–No he podido mirarla en todo su esplendor desde que cumplí los cinco años. Ni siquiera siendo Shun lo hice. Es de esas cosas que sabes que están ahí y las pasas por alto.
Marcus permaneció en silencio unos instantes.
–¿Sientes algo al observarla?¿Alguna sensación lobuna?
–No—admití. –Aunque poder verla me llena de gozo. Saber que ahora no es mi enemiga, hace que el odio que sentía hacia ella se desvanezca.
–¿Odiabas a la luna? –preguntó divertido y me dio la mano.
–Mucho. Sólo percibirla me hacía aborrecerla.
–Entremos. Tienes que cenar—dijo tirando de mí hacia el interior de la casa.
Tal y como había supuesto, toda la comida estaba servida en la mesa, en mi sitio habitual.
–Voy a hacerte una fiesta—soltó sin más mientras yo cenaba. –El sábado, por ejemplo. Es un buen día para celebrar cosas.
–¿Una fiesta?¿Por qué?
–Por tu cumpleaños.
–Eso fue hace semanas.
–Ya lo sé. Pero yo había planeado hacerte una aquí, en la casa. Con tus amigos más cercanos. Y también quería darte... Podemos cambiar el tema de la fiesta. Puede ser una de bienvenida. Al fin y al cabo, has vuelto. Es como si hubieras estado lejos mucho tiempo, en el extranjero o algo así. Por desgracia, ya no sería de temática Halloween, pero bueno.
–Di la verdad. Te hacía más ilusión disfrazarte que mí cumpleaños—bromeé.
–Para nada—dijo fingiéndose ofendido. –Lo tenía todo planeado a la perfección. No iba a quedar igual que la macro fiesta que dio tu madre, pero seguro que te habría gustado más.
–La que dio mi madre no estuvo tan mal. La tarta estaba deliciosa y terminé la noche besándome con un cuasi desconocido.
Ese comentario le hizo desfruncir el ceño levemente.
–Admito que eso estuvo muy bien. –Marcus entonces me tomó de la muñeca, impidiendo que me llevase el tenedor a la boca. –¿Sientes como si te hubiera engañado? ¿Como si hubiese estado con otra persona a tus espaldas a pesar de que eras tú?
–¿Qué?
–Al principio, el estar con Shun no estaba mal aún con todos los cambios. Era un tú más tímido y temeroso. Era un tú al que le podía enseñar cosas y no al contrario. Un tú que se ruborizaba con el más mínimo comentario inapropiado y me parecía adorable. Sin embargo, conforme pasaban los días, empecé a sentir que te estaba siendo infiel. Porque ya no eras tú. Él era otro. Lo convertí en otra persona, en alguien que te había robado la piel y se había disfrazado con ella.
–Por eso dejaste de corresponder a mis muestras de afecto e insinuaciones—dije comprendiendo. El asintió y me soltó de su agarre.
–No eran realmente tus besos y tampoco tus caricias. Yo me enamoré de ti, Sean. Me costó darme cuenta de mis sentimientos en su momento, lo sabes. Pero se trataba de ti, siempre se trata y se tratará de ti. Era como si al no estar tú, Shun fuera con lo que tenía que conformarme, y esa sensación no me gustaba.
Coloqué la punta del tenedor en el borde del plato y le miré con seriedad.
–Marcus, yo habría hecho lo mismo. Si hubiera sido al revés, habría actuado del mismo modo que tú. Exactamente igual. No te preocupes por eso ya. No siento como si me hubieras engañado. Al contrario, siento que me quieres tanto que no podías mantener las distancias o dejar de buscarme. Querías tenerme cerca, y me alegro de que no te rindieras. Que hablases con mi madre. Conmigo. Todo cuanto hiciste, te lo agradezco. Sino no estaría aquí ahora.
La silla de Marcus cayó al suelo cuando se levantó de golpe y me abrazó, alzándome del asiento al tiempo que él también se ponía en pie.
–Temí que te gustase ser Shun. Que esa vida nueva te pareciera mejor. Sin mi ni los demás en ella.
–Una vida sin ti, Marcus, me parece inconcebible. No quiero esa vida. Durante más de trescientos años fue la que tuve, y no la echo de menos.
Sonrió aliviado contra la piel de mi cuello. Tal parece que esa sería una noche de aclaraciones, abrazos y arrumacos.
Terminé de cenar y volvimos al salón.
–Espérame aquí—dijo él, y apresurado, subió de dos en dos los escalones hacia el dormitorio.
No repliqué y salí al balcón de nuevo. La brisa indicaba que se avecinaba lluvia, pero el cielo aún estaba lo suficientemente despejado como para ver infinidad de estrellas y la magnifica luna.
Entonces sentí en mi cuello el roce de algo fino y frío. Marcus estaba detrás de mí y me ponía una especie de colgante.
–Feliz cumpleaños—dijo en mi oído cerrando el enganche finalmente y dejando que cayese por su propio peso. Era pequeño y ligero. De reluciente oro blanco. Lo sostuve en la palma de la mano y lo contemplé. Eran unos colmillos muy parecidos a los suyos que parecían morder un pentáculo igual que el de mi tatuaje, salvo que en su interior había una media luna como la que me había marcado en la mano aquella bruja tiempo atrás.
–¿Cómo has conseguido algo así? –pregunté sorprendido. Era una especie de símbolo muy nuestro.
–Lo diseñé junto con el joyero. Pasé una tarde de lo más entretenida. ¿Te gusta?
–Es precioso.
–Quise dártelo en Halloween, pero fui a tu fiesta creyendo que podrías haber sido secuestrado y que debía rescatarte. No era plan de llevar este regalo. Y menos mal que no lo hice, porque no hubiera tenido el mismo significado para ti.
–Me alegro de que no lo hicieras. Esto es demasiado personal como para haberlo compartido con Shun—comenté acariciando la delicada joya con la yema de los dedos.
–Este es para mí, ¿me lo pones? –dijo mostrándome otro idéntico.
–¿Iremos a juego? –le toqué el hombro para que me diera la espalda, y en unos segundos cerré el broche alrededor de su cuello.
–Quería algo bonito y único que pudiera decir a todos que estamos juntos. Es algo tonto supongo—sugirió avergonzado.
–No es tonto. Es un detalle muy hermoso, Marcus.
Se dio la vuelta y le besé de forma tierna en la comisura de los labios.
–Está siendo un día increíble—susurró.
–Y todavía no ha terminado.
Volví a besarle, aunque esta vez de un modo apasionado y le hice entrar en el salón sin despegar nuestros labios ni un solo instante.
Marcus me rodeó con sus piernas y en volandas lo llevé escaleras arriba, depositándolo sobre la cama con delicadeza. Tumbándome sobre su cuerpo. Él me acarició los músculos del pecho como un músico lo haría con las cuerdas de una guitarra. Sabiendo los puntos exactos donde tocar, aún con los ojos cerrados y perdido completamente en el beso que estábamos compartiendo.
–¿Por qué te pusiste una camiseta? –pregunté mientras recuperaba el aliento. Marcus tenía la mala costumbre de llevar siempre demasiada ropa puesta.
–Porque soy imbécil—rió mientras se quitaba la dichosa prenda y la lanzó al suelo por encima de su cabeza.
Hizo ademán de volver a engancharse a mi, pero yo me bajé de la cama con el objetivo de quitarme los pantalones. Aprovechando mi ventajosa posición, tironeé del bajo de los de Marcus para deshacerme de ellos también. Sorprendiéndome el ver, que al igual que yo, él tampoco llevaba ropa interior.
–Vas aprendiendo—dije y él se carcajeó, recibiéndome de buena gana de nuevo sobre el colchón.
Sin que tuviera ni que pedírselo, me cedió el turno dominante esa noche. Contorsionándose y gimiendo bajo el roce de mis caricias por todas las zonas de su cuerpo a las que me era posible llegar. Con las piernas de nuevo aferradas a mi cintura, como unas fuertes tenazas de las que no podría ni quería librarme en toda la noche.
Cuando entré en su cuerpo de un modo tortuosamente lento, Marcus me sujetó del rostro. Creí que su intención sería besarme, pero simplemente se limitó a mirarme a los ojos. Sus pupilas brillantes. Su boca entreabierta. Su cabello revuelto. Todo él en conjunto, me encendía como una mecha.
–Sean... –fue lo único que salió de su boca antes de que le besara y acallara lo que pretendiera decir.
Sus manos sujetaron mis glúteos, lo cual le encantaba en demasía. Y dejó de besarme en los labios para entretenerse con el lóbulo de mi oreja. Sentí un leve mordisquito que provocó que irremediablemente aumentara el ritmo.
–No me dejes nunca, Sean.
–Ni en el infierno me alejarán de ti—sentencié antes de morder su labio inferior.
Sentí una punzada en el corazón. Un pinchazo profundo, de tan solo pensar que Marcus y yo podríamos haber estado separados por culpa de unos falsos recuerdos. Tanto así, que lo abracé con toda la fuerza que pude sin llegar a lastimarle. Deseando que permaneciera entre mis brazos por siempre.
La causa de que despertara esa mañana no fue ni más ni menos que la bola peluda que teníamos por gato. Durmiendo tranquilamente en mi almohada y provocando que el roce de su pelaje me hiciera cosquillas en la nariz.
Marcus no estaba a mi lado, aunque le escuchaba trajinar en el piso inferior. Caminando de acá para allá y hablando en voz baja con quien supuse que sería la asistenta.
Recogí mi pantalón del suelo y cuando me lo puse, bajé.
Me había equivocado. Kyle era el que se encontraba colgando en la pared unas guirnaldas de colores y un cartel con letras impresas en donde se leía ''Bienvenido a casa''.
–Hola—dije para llamar la atención de los chicos.
Habían sacado la mesa de la cocina y la habían puesto en medio del salón. Marcus estaba entretenido sirviendo patatas fritas en cuencos de colores.
–Llegas justo a tiempo—comentó sin prestarme demasiada atención. –Ayúdanos.
–Hola Kyle—me acerqué al chico pelirrojo y le estreché la mano.
–Me alegro de verte, Sean—comentó intentando no caer de la silla a la que se había subido para colocar la pancarta.
–¿En serio tengo que ayudar en mi propia fiesta?
–Si no te hubieras despertado... –dijo mi novio sin dejar de abrir bolsas de aperitivos.
–Aún tengo sueño—dije y corrí hacia los escalones. Marcus me impidió avanzar más, poniéndose en medio como un muro de ladrillos infranqueable.
–No cuela. Ya has dormido mucho y dentro de un rato llegarán los invitados.
–A mis amigos no les importará que esté durmiendo cuando lleguen—Marcus puso mala cara. –Lo tenéis todo controlado. Deja que tome una ducha y me ponga otra ropa.
–Me parece bien. No es plan de que tus padres te vean a medio vestir.
–¿Invitaste a mis padres?¿A los dos? –. Eso no auguraba nada bueno.
–Llamé a John esta mañana para que avisara a todos. Obviamente tu padre no iba a faltar... Lo de tu madre salió de John. Dijo que si me parecía bien, Ben y él pasarían por ella.
–¿Y te lo parecía? Mi madre odia a mi padre. Imagina la fiesta que nos espera, Marcus.
Él se apartó de mi camino y volvió a la mesa despreocupado.
–Son adultos, Sean. Sabrán comportarse. Esta fiesta es para ti. No te la fastidiarán.
Puse mi mejor cara de ¿de verdad te lo crees? Y subí.
Escuché sonar el timbre en cuanto salí del cuarto de baño.
–¡Traigo música! –la aguda voz de Natalie podría escucharse desde Marte y todavía ni había cruzado la puerta de entrada.
–Tengo música—oí decir a Marcus.
–No me gusta tú música. No entiendo lo que cantan y eso me pone nerviosa.
–¿Y entiendes el chunda chunda sin sentido?
–Al menos la mía se puede bailar.
–La mía también si le pones ganas—Marcus tenía un tono de molestia, aunque ya estaba más que acostumbrado a la personalidad de la chica. Yo no pude evitar reírme. Aún sin estar presente, era plenamente capaz de imaginarme la escena.
–¿Este quién es?
–Es mi amigo Kyle. Esta es Natalie.
Kyle no dijo una palabra.
–Le va a explotar la cabeza. ¿Está bien?
–Está un poco cortado. Ten paciencia. Dentro de un rato será capaz de decirte alguna cosa—Marcus se carcajeó.
Me miré al espejo y tras decidir que era mejor prescindir de la corbata porque la fiesta no tenía pinta de ser demasiado formal; volví a bajar.
Kyle ahora estaba sentado en el sofá, tieso como una tabla de madera. Sentí pena por él. Ni siquiera había una televisión a la que pudiese mirar para disimular su estado de nervios.
–¡Sean! –una centella amarilla limón se me enganchó del cuello y me dio tantos besos en las mejillas que ella se había quedado sin carmín en los labios. –Ahora sabes quién soy, ¿verdad? ¿Verdad, Sean?
–Sí, lo sé, Natalie. Y me alegro mucho de volver a verte.
–Te eché de menos, Sean—dijo abrazándome en calma por fin.
Parecía una muñeca de cabellos y vestido amarillo intenso. Aunque traía en principio los labios rojos y un cinturón del mismo tono. Sus zapatos eran verde lima, pero brillantes y en su estilo.
–Lo siento, Nati. Siento haber hecho que te preocuparas.
Continuará...
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