Capítulo 1.
1.- This Town-Niall Horan.
A veces pienso que somos como noches con cielos estrellados. Las estrellas están ahí para iluminarnos, pero no siempre podemos verlas, esto se puede deber a que el cielo está nublado o simplemente que no nos tomamos un segundo de nuestro tiempo para apreciar lo que nos regala la vida. Digo que somos como noches con cielos estrellados porque cada individuo camina justo al lado del otro, a veces podemos verlos, casi siempre seguimos caminando sin mirar atrás y nos sumergimos en nuestros problemas. Pero en las noches con cielos estrellados también aparecen las estrellas fugaces, rápidas, hermosas, interesantes y queremos saber todo de ellas, es ahí cuando permanecemos mirando el cielo, buscando, tratando de conseguir otra, podemos volver a ver una nueva, pero no siempre sucede de inmediato, solo pudimos ver esa estrella fugaz abandonando la compañía de las que aún permanecen a nuestra vista y puede que pase mucho tiempo para que veamos otra estrella fugaz como esa.
Después sale el sol en todo su esplendor y sentimos su calidez en nuestra piel. Nos olvidamos de la estrella fugaz, permanece en nuestros pensamientos, llega la noche y volvemos a buscar o simplemente... esperamos que otra espontáneamente caiga.
Lucky Jacobi fue la estrella fugaz de mi cielo estrellado, él estaba ahí, fijo, en el oscuro cielo brillando más que ningún otro, solo para mí y nadie más. Después... cayó
La primera vez que lo vi estaba cargando mis últimas cajas luego de sacarlas del camión de mudanzas. Mi madre acababa de casarse con Nicolas, Nick para los amigos, señor Hatch para los estudiantes. Era profesor de historia universal. Nos mudamos por su trabajo, al parecer una profesora se había jubilado en este instituto y él había obtenido el puesto. No pudimos quedarnos en los Estados Unidos, mi madre no pidió mi opinión, Nick mucho menos lo hizo. Solo tomamos nuestras cosas y nos fuimos de nuestro antiguo hogar.
Refunfuñé todo el camino hasta el nuevo lugar, también refunfuñaba cuando lo vi pasar montando su patineta, estaba vestido de negro y tenía una camisa a cuadros rojos desbotonadas, también pude notar que portaba unos auriculares en sus oídos. Patinó lejos de mí y yo no pude alejar mi vista de su cabello cubierto por un gorro tejido del mismo color de su ropa.
Me intrigó, sin embargo, no le presté mucha atención.
—Deberías dejar de teletransportarte al maravilloso mundo de Disney, princesa—escuché decir a Max, como siempre, burlándose de mí—. Olvídate que cargaré tu basura.
—Nunca pedí que cargaras mis cosas, Max.
Pasé a un lado de él golpeando su cabeza, no se quejó, pero noté el brillo malicioso en sus ojos. Nick no era tan malo, Max, su malévolo hijo, sería mi pesadilla a partir de ahora. O bueno, lo era desde que se convirtió en mi pequeño hermanastro. Dieciséis años y seguía comportándose como un niño de diez.
Gracias al cielo pude llegar a mi habitación sin ningún otro contratiempo. Coloqué las últimas cajas junto a la pila de ocho que estaban en una esquina y me arrojé en la cama. Todo había pasado tan rápido, pero al menos tuve tiempo de despedirme de la señora Marie, mi antigua vecina y quizás la única amiga que había formado a mis diecisiete años. Era un poco tímida y creía que las chicas no me veían muy divertida. Nunca había ido a una fiesta, al menos nunca me habían invitado a una, nunca había tenido una mejor amiga, por lo que no sabía lo que era tener una pijamada, mucho menos había tenido un novio, así que no conocía como se sentía besar. Obviamente eso no lo decía en voz alta, aunque la verdad era que no tenía a nadie para confesarle tales cosas, con la señora Marie hablábamos de conflictos políticos y el último chisme del barrio, nunca sobre problemas de adolescentes. Mi mamá y yo tampoco éramos muy unidas, con solo decir que me enteré que salía con Nick cuando ya estaban comprometidos.
Suspiré, miré mi teléfono y nada, no tenía a nadie que me extrañara en lo que llamaba casa, pero de igual manera extrañaba mi antigua habitación.
Levanté la mirada al escuchar tres suaves golpes en mi puerta, mamá me sonreía con timidez y preguntó si podía pasar, a regañadientes asentí, no quería hablar con ella.
—Aurora...
—Aurie—corregí—. Soy Aurie.
Odiaba mi nombre, siempre surgían chistes como los de Max. La princesa de Disney, la bella durmiente. Eran chistes inocentes, hasta que se volvieron usuales e incomodaban.
—Tengo una hija que se llama Aurora, no Aurie—mamá se quejó. Extendió la mano para acariciar mi cabello y me alejé, por lo que suspiró—. Aurora, por favor, no me lo hagas más difícil.
—Es la tercera vez que haces algo sin siquiera hablarlo conmigo, mamá. Primero papá, después Nick y ahora esto.
—Sobre tu papá...
—¿De verdad quieres hablar de papá en este momento?
Mamá desvío su mirada al suelo al sentir como mis ojos la perforaban. Ella no le gustaba hablar de mi padre, a mí tampoco, quizás era la única cosa en la que estábamos de acuerdo, por lo que nunca traíamos a papá en nuestras pocas conversaciones.
—Sabes que amo a Nick—dijo ella en cambio.
—Lo sé, pero no me dejaste saber de él hasta que tenías el anillo en tu dedo.
Me dolió, porque eso confirmó que mamá y yo teníamos una nula conexión madre e hija.
—Aurora, yo...—se interrumpió, frunció el celo y finalmente suspiró caminando hacia la puerta—. Solo quería decirte que los arreglos ya están hechos, mañana tienes tu primera clase en el instituto Greenwood.
Me estremecí, era difícil empezar en un instituto nuevo, mañana y el resto de la semana serían una pesadilla.
—De acuerdo.
—Quiero que sepas que acepté esto porque es bueno para nosotras—me dio una sonrisa y huyó, de nuevo no quería escuchar mi opinión.
Esto era bueno para ella, para su esposo, incluso para Max. ¿Lo sería para mí?
Me levanté de la cama y caminé a las puertas que daban hacia el pequeño balcón. Era el porqué había hecho una competencia con Max por las escaleras de la casa de dos pisos y que había ganado exitosamente. Era quizás lo más bonito de la casa después del jardín, al menos no todo era malo.
Esa fue la segunda vez que lo vi.
De nuevo en su patineta, al parecer solo había dado un corto paseo y estaba volviendo a su casa. Frente a la mía. Éramos vecinos.
Recogió su patineta y la coloco bajo su axila caminando los metros restantes antes de llegar a su puerta, pero antes de abrirla se detuvo e inesperadamente se volvió, por lo que con mejillas sonrojadas viré mi cabeza hacia la derecha intentando disimular que no lo estaba viendo como una loca chismosa.
Esperé, conté, uno, dos, tres, quince, treinta, cincuenta, sesenta.
Al minuto pensé que era seguro, pero no, él me miraba tan curioso como yo lo había hecho desde un principio. Esta vez no alejé la mirada curiosa. Nos miramos, parecía que había pasado una eternidad. Hasta que al final la guerra de miradas curiosas acabó, mi vecino me sonrío y me saludó con su mano, luego entró a su casa y todo acabó.
Me sentí inesperadamente abandonada, era extraño, quizás me sentía curiosa por aquel chico. Nunca me habían interesado los chicos más que los enamoramientos hacia mis cantantes favoritos o algún actor que estuviera a la moda. ¿Pero un chico que estuviera tan cerca de mí? Jamás. Mis compañeros de clases de mi antiguo instituto eran un poco trogloditas y solo tenían aserrín como cerebro.
Pero no lo conocía a él, solo me había saludado y sonreído.
Golpeándome mentalmente por pensar en demasiadas tonterías me adentré de nuevo a mi habitación. Empecé a desempacar algunas de mis cosas, zapatos, ropa y mis libros favoritos, hasta que di con el tesoro maldito. El gastado diario de cuero me gritaba por ser leído, pero no lo haría, era demasiado cobarde para leerlo.
Ver aquel diario me había bajado los pocos ánimos que tenía. Noté que ya estaba oscuro afuera, vi el reloj y ya eran las ocho de la noche. Mi estómago gruñó y me extrañó que no me habían llamado para cenar, por lo que arrastrándome salí en busca de la cocina. ¿No habían hecho cena? Estaba en mi último escalón cuando escuché las risas.
Si estaban cenando, pero decidieron no llamarme esta vez. No los culpaba, no estaba de los mejores ánimos para compartir con ellos, bueno, nunca lo estaba.
Volví a mi habitación y estuve en mi laptop hasta que dieron las diez, la puerta de la habitación sonó y esta vez fue Nick con un plato en sus manos quien llamaba.
—Te traje la cena—se acercó y dejó el plato en mi mesa de noche al ver como no me movía y solo lo observaba—. Tu mamá dijo que era mejor no molestarte, pero no quería dejarte sin comer.
Como dije antes, Nick no era tan malo, la verdad era un buen tipo, pero aún no me sentía cómoda. Y su hijo era el demonio personificado.
La primera vez que hablé con Nick le pregunté por qué no estaba con su esposa. Él mencionó que había muerto, el cáncer es una mierda había dicho.
Cáncer, el pequeño monstruo que se alojaba en los seres humanos y los destruía poco a poco sin querer dejar rastro de lo que alguna vez esas personas fueron. Algunos de ellos luchan, otros deciden no hacerlo. Sea cual sea la decisión solo hay dos salidas, te salvas o no lo haces, lastimosamente ellos no pueden decidir lo que pasará, el pequeño monstruo lo hace.
—¿Extrañas a tu esposa?—dije, Nick se sorprendió pero se recuperó casi de inmediato.
—Ella fue una buena mujer, la mejor, la consideré el amor de mi vida. Así que, respondiendo a tu pregunta, sí, la extraño, todos los días de mi vida.
—Pero amas a mi madre.
Eso lo tenía bien en claro, Nick estaba enamorado de mi madre y tenías que ser un tonto para no verlo.
—Que haya conseguido el amor de mi vida una vez y me lo hayan arrebatado no significa que no pueda permitirme amar otra vez.
Las estrellas fugaces vienen a mi mente, puedes ver una alguna vez, pero quizás pase mucho tiempo para que vuelvas a conseguir a una que te embelese tanto como la primera.
—Gracias por la cena, Nick.
Volví a mirar la pantalla de mi laptop, pero todavía podía sentir la presencia de Nick a mi lado. Sabía que estaba extrañado por mis preguntas, yo lo estaba, pero ver el tesoro maldito hacia esas cosas en mí, por eso lo escondía debajo de mi cama, lejos de los ojos de todos y de los míos. Tuve que haberlo dejado, pero no podía hacerlo. Al final, era lo único que tenía de papá.
La mañana siguiente no fue mejor, sabía lo que venía, ser la chica nueva del instituto.
Sin embargo, me armé de valor, moví las frazadas a un lado y me levanté tratando de elevar mis ánimos.
En la casa había tres cuartos de baño, uno en la habitación de mamá y Nick, uno que se suponía debía compartir con Max y el de invitados. No me molesté en detenerme en el segundo, fui directamente a la planta baja y tomé mi ducha en el cuarto de invitados. El primer mes de casados de mamá y Nick fue un verdadero infierno, tenía que acostumbrarme a la presencia de Max, el chico era como el moco verde que se alojaba en tu nariz y que todos veían con discreción burlándose mentalmente de ti, moco verde molesto y vergonzoso, ese era Max, más en la parte de molesto. El chico se quedaba minutos de más en el único baño de la antigua casa solo por hacerme rabiar, una vez me fui de casa sin cepillarme los dientes solo por su culpa. Cosa a favor de la nueva casa, era más espaciosa, esperaba verlo mucho menos.
Después de la ducha y vestirme entré a la cocina. Max, el moco, ya estaba ahí, sonriéndole inocentemente a mi madre. Mamá lo amaba, la verdad es que no sabía el porqué. Nick entró detrás de mí, cuando nuestros ojos chocaron aprovechó y me sonrió, sin embargo, no le devolví la sonrisa, solo me senté lo más alejado a Max, y mordisqueé el pan tostado que mi madre había dejado en mi plato. Desinteresada de la conversación que se había iniciado en la mesa, ojeé a mi alrededor, todavía faltaba mucho por desempacar, me preguntaba si mi madre aprovecharía el tiempo en el que no estaríamos y lo haría ella sola o simplemente esperaría a que estuviéramos todos para ayudarla. Espero que sea la primera opción.
—¿No es así, Aurora?
—¿Ah?—la miré confundida, como siempre frunció el ceño.
—Dije que de seguro estabas muy emocionada por la nueva escuela.
—Oh si, muy emocionada—el sarcasmo brotó de mí sin poder evitarlo, mordí nuevamente mi tostada y me concentré en los restos evitando la mirada penetrante de mi madre.
—Me alegra saber eso, Aurie. Será divertido hacer de tu profesor—bromeó Nick aunque no le encontré ni la más mínima gracia a su comentario—. Yo estoy un poco asustado, sé que la anterior profesora de historia era excelente, quiero dar la talla. Será bueno ver una cara conocida entre los alumnos.
—Lo harás excelente, corazón.
—Tranquilo papá, lo harás muy bien.
Sé que mamá esperaba que le diera unas palabras de aliento a su esposo, pero mi respuesta fue solo morder lo que quedaba de mi tostada. A mamá no le gustó el gesto.
—¿No quieres decir algo, Aurora?
—Creo que sigue en el maravilloso mundo de Disney—se burló Max lanzando un pedazo de tostada en mi frente. Levanté mi ceja y rodé mis ojos.
—Ja ja, muy gracioso, mocoso.
—Niña mimada.
—Excremento de mono.
—¿Excremento de mono? Muy original, Aurora.
—Bueno, ya basta, chicos—Mama alzó la voz. Ambos solo nos miramos con el odio que sentíamos.
Odio que aún no entendía de su parte, yo solo se la devolvía porque él era aún poco cruel conmigo.
A quince para las ocho de la mañana salimos para subir al auto de Nick. Max como siempre compitió conmigo por el asiento del copiloto, pero era tonto que lo hiciera, prefería una y mil veces ir atrás. El chico aún no lo había captado, pero él tenía la necesidad de ganarme en todo.
Antes de abrir la puerta trasera del auto, lo ví por tercera vez, otra vez su camisa negra, pantalones del mismo color y su gorro tejido, esta vez tenía una camisa a cuadros de color azul. No levantó la mirada hacia nosotros, solo puso su patineta en el suelo y en poco tiempo lo perdí de vista.
—¿Puedes subir al auto, princesa? Llegaremos tarde si sigues pensando en tu castillo.
No discutí, subí al auto y Nick empezó a conducir. No participé en la conversación padre e hijo sobre hockey, aunque conocía cada palabra de la que hablaban. Papá había sido profesional, hasta que fue obligado a dejarlo.
Mordí mi labio inferior y me obligué a no pensar en él.
Veía los árboles pasar, la primavera había llegado hace unas semanas y estaba deseando que el otoño volviera. Odiaba la primavera, las alergias se alborotaban por el polen de las flores y en verano no era mucho mejor, el calor siempre era desagradable. Equipo frío por aquí.
Cuando llegamos al instituto quedé un poco sorprendida, era bastante grande, incluso más que mi anterior instituto. Me asusté, porque estaba segura que me perdería y odiaba pedir indicaciones.
—De acuerdo, que tengan un gran día chicos—se despidió Nick de nosotros con una sonrisa de oreja a oreja—. Espero verlos más tarde y recuerden, no podré regresar con ustedes, pueden tomar el autobús para volver a casa o caminar, no estamos muy lejos.
Nick se alejó rápidamente caminando hacia la entrada. Max y yo por el contrario nos quedamos lado a lado mirando el edificio frente a nosotros.
—¿Estarás bien?—preguntó mirándome un poco preocupado. Me extrañé.
—¿Te importa saber si estaré bien?—dije incrédula.
Max se encogió de hombros.
—Las princesas suelen abrumarse un poco y más tú, a veces pienso que le tienes fobia a las personas.
—Jodete, mocoso.
—Las princesas no dicen groserías.
Suspiré exasperada y empecé a caminar dejando al mocoso a mis espaldas. El chiste de la princesa parecía jamás acabar.
Cuando pisé por primera vez el interior del instituto me abrumé. Cientos de estudiantes caminaban de un lado al otro, sin importarles quien pasaba por su lado. Daba gracias al cielo por lo distraídas que eran las personas, odiaría que vieran mi rostro confundido en estos momentos. Caminé sin rumbo por unos minutos hasta que ví la puerta de vidrio a lo lejos, el canto de los ángeles se escuchó en mis oídos. Había conseguido las oficinas administrativas del instituto, estaba a salvo.
Con las manos temblorosas entré, esa fue la cuarta vez que lo vi, esta vez tan cerca que solo tenía que extender mis manos y tocarlo. Estaba concentrado mirando su teléfono, su patineta apoyada en el único asiento desocupado. Sintiendo mi mirada penetrante la levantó de su teléfono y el color azul de los ojos me hizo tragar profundo, eran quizás los ojos más bonitos que alguna vez había visto.
Luego vio hacia mis espaldas y volvió su mirada al teléfono.
—Princesa, muévete, llegaremos tarde—escuché decir a Max, volteé y noté como miraba curioso al chico de los ojos azules. Aprovechó la cercanía conmigo y susurró en mi oído—. Aww la princesa Aurora acaba de conseguir al príncipe Phillip.
—¿Puedo ayudarlos en algo?—La secretaria detrás del escritorio evitó que golpeara en la cabeza a Max.
El chiquillo caminó hasta la señora y sonrió felizmente.
—Maximiliam Hatch, penúltimo año—declaró orgulloso. Debía estarlo, siempre había estado en el cuadro de honor de su anterior instituto. Curiosamente el moco me señaló—. Y Aurora Campbell, es su último año.
Le agradecí mentalmente, estaba un poco nerviosa, principalmente por la presencia masculina en los asientos de la oficina.
—Oh, ¡los hijos del profesor Hatch! ¡Bienvenidos a Greenwood!
Mordí mi lengua para aclarar que Nick no era mi padre, la señora estaba tan feliz que no quería romper su burbuja. Nos dio nuestros horarios y un papel con algunos números, aclaró que esos serían nuestros casilleros hasta que nos graduáramos y no era posible los cambios. Max preguntó por direcciones, pero justo en ese momento el teléfono sonó y la señora contestó, unos minutos después dejó el teléfono en su base y miró hacia nuestras espaldas, en los asientos dónde se encontraba el chico de ojos azules y su patineta.
—Jacobi, tu tío te espera.
No lo miré, pero pude sentir como un escalofrío recorría mi espalda al escuchar cómo se levantaba. Después, me percaté como la puerta de la oficina del director era cerrada.
Interesante, el director era su tío.
Al finalizar las últimas instrucciones y las direcciones suministradas por la secretaria finalmente dejamos la oficina. Max no me dijo una palabra y se fue como un cohete dejándome con los tiburones. No sabía a dónde ir. Me quedé de pie frente a la puerta de cristal en mi espalda, sin saber por dónde empezar. Estaba considerando llegar tarde hasta que sentí los dos golpecitos en mi hombro. Cuando me di la vuelta nuestras miradas colisionaron, sus ojos azules me hicieron soltar un suspiro de anhelo, eran tan brillantes y tan llenos de vida.
—Número.
Sentí que mis oídos de nuevo escuchaban el canto de los ángeles. Estaba segura que parecía una idiota mientras lo miraba como si de un Dios caído del cielo se tratara, pero no podía evitarlo, su mirada me mantenía embelesada.
—¿Aurora? ¿Cuál es el número de tu casillero?
Mi nombre por primera vez se escuchó precioso, quizás era la primera vez que no me molestaba en corregir mi nombre.
—¿Co-cómo sabes mi nombre?—me quise golpear la cabeza al escucharme tartamudear. Pero él no se burló, en cambio, sonrió de lado, podría haberme faltado el aire.
¿Es así como se sentía cuando un chico te gustaba?
—El chico, ¿Max? Lo dijo allá dentro.
—Oh.
Escuchar el nombre de mi hermanastro finalmente me despertó de mi ensoñación. Sonrojada le extendí el papel que anteriormente me había dado la secretaria del director. Lo inspeccionó con atención y el reconocimiento brilló en sus ojos.
—Eres afortunada, cuatro tres ocho, te tocó un intocable.
¿Un intocable? ¿De qué hablaba?
Me hizo un gesto para que lo siguiera y empezó a caminar sin esperarme. Prácticamente troté detrás de él como perrito faldero, pude notar como las chicas lo miraban con anhelo, algunos chicos también, estaban aquellos que lo miraban con envidia, otros con admiración. Sin embargo, no presté mucha atención.
—¿Qué significa que me tocó un intocable?
—Hay cinco casilleros en Greenwood que son anhelados por la población estudiantil. Los casilleros de los cinco Intocables. Era un grupo de chicos muy conocidos en el instituto, se graduaron hace unos años. La tradición es que el que tenga uno de sus casilleros probablemente sean personas recordadas en este lugar.
—Vaya, ¿tan famosos eran?
—Lo eran. Hacían bromas, principalmente a los nuevos como tú—se detuvo frente al casillero cuatro tres ocho y me lo señaló—. Este era el casillero de Connor Pirce, justo en el medio de los otros cuatro.
Me sorprendió verlos pintados de otro color, mientras que los demás eran azules los cinco casilleros frente a mi eran de un color naranja.
—El mío es el cuatro tres siete—comentó divertido, abrió su casillero mientras yo lo miraba curiosamente sin ningún amago de querer abrir el mío—. Al parecer somos vecinos, otra vez.
Me sonrojé, él me recordaba de ayer al mirarlo desde mi balcón.
—¿De quién era tu casillero?—pregunté aún interesada en la historia y la tradición de los casilleros.
—Bart Taylor, según cuentan era el peor del grupo—rio mientras tomaba algunas cosas y finalmente cerraba la puerta del casillero, luego se recostó en ella mirándome divertido—, por lo que supongo que tener su casillero hará que sea verdaderamente recordado.
—¿Te gustaría ser recordado?
Su sonrisa no murió, quedó pensativo, observándome como si fuera a una incógnita para él, así como él lo era para mí.
—¿A ti te gustaría ser recordada?
—Yo pregunté primero, Jacobi.
—¿Cómo sabes mi nombre?—imitó mi pregunta de hace unos minutos.
—Uh... en la oficina, también le escuché—contesté sonrojada, sabía que para este punto parecía algo muy parecido a una manzana—, ¿es ese realmente tu nombre?
—Soy Lucky Jacobi, solo que sin la parte afortunada [1], por eso me dicen Jacobi.
—Soy Aurora Campbell.
—Lo sé.
—Pero me gusta que me digan Aurie—aproveché de aclarar.
—Me gusta más Aurora que Aurie.
—A mí me gusta más Lucky que Jacobi—reté y eso le pareció divertido.
En ese momento el timbre sonó y las masas empezaron a moverse. Sin embargo, Lucky se quedó de pie en su sitio hasta que el pasillo quedó solo con nosotros.
—Sería muy triste pensar que en mi funeral solo estarán mis padres y mi hermana. Quiero un gran funeral, Aurora, pero deseo que las personas que estén ahí lo hagan porque me apreciaron de verdad, que me llevarán en su corazón—lo miré confundida sin saber de qué estaba hablando—. Esa es mi respuesta de si quiero ser recordado. Ahora, dame tu horario, déjame llevarte a tu salón.
[1] Lucky, en inglés "suerte", razón del chiste.
¡Iniciamos!
Bueno, varios puntos antes que todo:
1.-Actualizaré a mi ritmo, así que si te quedas es bajo tu riesgo. Estoy ocupada, escribo otras historias y de verdad quiero darle mucho amor a Lucky, lo poco que tengo escrito siento que es diferente y quiero que siga existiendo esa diferencia, así que pido tiempo.
2.-Cada capítulo tendrá al inicio una canción, la mayor parte deprimentes hasta la muerte jajajaja soy fanática número 1 de las canciones tristes y lentas, muchas me inspiraron para escribir COLLIDE, una en particular que diré más adelante.
3.-La historia tendrá aprox. 20 capítulos o eso creo, como siempre, ya tengo el final en mi cabeza, ya sé como va a acabar, pero el desarrollo está por verse, igual no creo extenderme demasiado, solo lo necesario.
4.-Disfruten la lectura, den recomendaciones si sienten que algo no está bien, aunque llevo años en esto todos los días aprendo y mucho más de ustedes.
Así que... Bienvenidos a la historia de Aurora y Lucky :)
P.D. ¿Quién recuerda al instituto Greenwood? O mejor, ¿quien recuerda a Los intocables? Aparecerán mucho por aquí, este libro también es demostrarme a mi misma mi evolución desde ellos hasta ahora <3
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