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04 | Emboscada

El colegio.

Muchos lo odian, muchos... Sí, todos lo odiamos.

¿Qué más hay que decir del colegio?

Nada demasiado increíble, o por lo menos no más de lo habitual.

Pasillos. Profesores. Tareas. Un ciclo sin fin. Al colegio solo lo salva la gente que lo habita, encontrarse con los amigos, reírse de las tonterías, sentarse al fondo mientras te hundes en tus auriculares mesuradamente.

Claro que nada de eso en mi caso, y mucho menos en clases de matemática.

Las clases de matemática son a primera hora del lunes; según James, es inadmisible, ya que deberíamos empezar la semana con algo tranquilo como arte, para mantenernos motivados y no matarnos desde el comienzo.

El señor Harrison nos enseña matemática. Es uno de los maestros más jóvenes de la escuela, no le calculo más de veinticinco. Tiene ojos brillantes oscuros y un tatuaje en el brazo que siempre está cubierto por la mitad de su chaqueta arremangada. Es el tipo de profesor que defiende las causas perdidas, el que se queda más tiempo fuera de sus horas de clase para absolver dudas, no de los que huyen de cualquier tiempo extra con adolescentes, ni de los que se quejan con otros profesores de sus estudiantes. Y no debería ser una figura innovadora para un maestro, pero empíricamente lo es.

Aquí mi pregunta para Yahoo!: ¿Puede un profesor ser sexy mientras explica funciones de segundo orden?

Ni siquiera debo revisar las respuestas.

¡Y tiene un blog de viajes!

Está bien, puede que hace un tiempo tuviera un flechazo por él, puede incluso que revisara su canal de YouTube más de lo normal, ya saben, solo un poco del típico impulso maniático de los domingos.

Ahora mismo está sentado al frente con las piernas cruzadas sobre su escritorio, tiene la cara iluminada por la luz del sol, y está explicando los principios de la derivación. Siempre nos recuerda que si la teoría está clara, la práctica es sencilla.

Desde mi pupitre tengo una vista directa a James, en mate suele sentarse junto a la ventana, dice que así se distrae de los ejercicios, yo suelo sentarme junto a la pared por la razón opuesta.

Está sosteniendo discretamente su teléfono con una mano y con la otra agarra un lápiz. Seguramente está escribiéndose con Maddie.

Han superado la frontera de su primera semana como enamorados y son la prueba viviente de que no todos los adolescentes heteros se dedican a las demostraciones públicas de afecto físico.

Lo que es genial, no quiero estar almorzando y levantar la vista solo para encontrármelos comiéndose la boca. Suficiente tengo con encontrármelos comiéndose con los ojos cada vez que pueden.

James está completamente cautivado en el laberintico país de las maravillas de la popular y perfecta Maddie, enganchado al celular, aprovechando que Harrison no lo ve para teclear. Y eso es mucho viniendo de él, James puede parar perdido en matemática, pero no es de los que se arriesgan a ser atrapados con el celular en manos. 

Es complicado no estar celoso, aunque es una extraña forma de celos, como estar feliz por él que casi contagia el amor, y al mismo tiempo enfermo de verlos juntos.

Necesito un manual para este tipo de situaciones y para la vida en general.

¿Qué puedo hacer? No me pondré a luchar por el amor de James con Maddie. No lo haré. De alguna forma ella ya ganó, me toca aplaudirles.

Por eso pasé la semana muy ocupado tratando de evitarlos. Lo siento, si me sobrecargan de sentimientos incontrolables, me cortocircuito.

Vuelvo a centrarme en la pizarra, estoy algo adelantado en cálculos inferenciales, así que me permito mantener los ojos cerrados por un rato y pienso que es muy evidente. Claro que sí, he estado distante sin explicaciones y con dificultad suelto un monosílabo si me preguntan algo. Seguir pensando en esto me pone nervioso y cuando estoy nervioso pienso que James lo sabe, que todos lo saben, que incluso aquella maceta está esperando la oportunidad de emboscarme.

Sé que James se dio cuenta inmediatamente. Lo sé, lo sé, lo sabe. Solo que no sé exactamente lo que sabe. No me ha dicho nada, él es así, está esperando a que yo se lo diga. A las buenas. Que vaya por él y le pregunte si podemos hablar, que nos reunamos en su casa y, mientras vemos una película, lo suelte todo.

Pero en cualquier momento va a perder la paciencia y me sacará las respuestas a como haya lugar. Entierro mi rostro entre mis manos, necesito relajarme, ha sido una semana horrible.

—Recuerden que queda tres días para la entrega del trabajo y saben que no doy extensiones —explica Harrison—, no soy su amigo ni mucho menos su padre, no me encargo de solucionarles los problemas, porque no los amo. He resistido gatitos bebés antes de torcer el brazo, no piensen recurrir a mi humanidad, ustedes, demonios, se llevaron lo último que quedaba.

Una ola de cuchicheos poco animados abate la clase, somos los seres más afligidos y mortificados del planeta. No obstante, lo somos por Harrison, él puede llamarnos demonios y lograr que lo abracemos. Toda la clase lo ama.

—Sí, sí, eso es, me alimento de su dolor —lo dice sonriente, con ese aire contemplativo—. ¿Preguntas?

Un chico levanta la mano.

—¿Pau?

Siempre nos llama por los nombres, es un poco extraña esa falta de formalidad, aunque a mí me hace sentir bien, como un poco más adulto.

—¿Puedo ir al baño?

El profesor le da un pase y nos vuelve a mirar.

—¿Preguntas que no tengan que ver con incontinencias? —bromea. Otra chica levanta la mano—. ¿Sí, Nora?

—¿Podemos irnos?

Harrison solo se ríe y al sonar la campana todos escapan por la puerta en una avalancha. Entonces sucede lo inevitable, James decide acabar con esto: me intercepta.

Cierra la puerta del salón cuando todos se han ido y yo apenas me he dado cuenta que soy el último. No digo nada mientras meto mi libreta en la mochila.

—Sabes que tenemos que hablar. —Me está mirando fijamente, con sus ojos abatidamente azules, el azul de la mañana cuando se encuentra con el mar.

Recordatorio: dejar de hacer ridículas comparaciones con sus ojos.

Sigo sin decir nada.

—Will, puedes contarme lo que sea.

No. No lo que sea. Si se lo cuento acabará con nuestra amistad. El pensamiento es tan fuerte que siento que estallará mis neuronas.

—Si no quieres contarme está bien; al menos no me ignores, estuviste toda la semana raro. No sé qué está pasando, tampoco estás siendo justo.

Siento una ola de algo, de todo, pánico, orgullo, miedo... es tan fuerte que me obligo a cerrar los ojos. Ahora parece que va a molestarse y yo también. Qué fácil es decirlo.

—No hagas un escándalo por esto —le digo de manera tosca, no hay necesidad de mirarlo para darme cuenta de que lo he herido. Me rehúso a ceder, solo necesito un poco más de tiempo para procesarlo y todo volverá a ser como antes. 

Me cuelgo la mochila en el hombro.

—No estoy haciendo nada, eres tú quien camina como alma en pena. Me preocupas.

—No lo hagas, no te preocupes.

—No puedes pedirme eso —Cierra los ojos, está encontrando qué decir—. Algo te está pasando desde hace días, actúas diferente, ni recuerdo la última vez que hablamos sobre algo que no sea el almuerzo.

—¿Qué quieres que te diga?

—¡La verdad! Es sencillo. No tienes que hacerlo más difícil.

Aprieto la mandíbula. Esto es muy suyo: cambiar las cartas del juego, actuar como si fuera yo quien lo ha acorralado en una clase vacía. Si no quiero hablar que se lo trague y me deje en paz. 

—No hay ninguna verdad. —Rodeo la clase, me las arreglo para escapar de allí.

A mis espaldas él vuelve a hablar:

—Maddie lo sabe —dice, y me detengo porque es una sentencia a muerte, un paso en falso y directo a la horca—. No me quiere decir porque le hiciste prometerlo. 

Maddie lo sabe desde el curso pasado, cuando lo descubrió por equivocación, y aun así... Aun así. Supongo que a veces el amor de algunos desobedece el de otros.

Me quedo quieto esperando lo siguiente que dirá.

—Vamos Will, ¿es algo que hice? ¿Hice algo malo? ¿Algo que no te gustó? Si es eso, lo siento en serio, a veces no me doy cuenta. Quiero que estemos bien.

Suena tan triste, dolido; y siento culpa, yo he hecho que esté así, yo he provocado que las cosas estén así entre ambos.

Sé que estoy siendo duro, que James también se siente mal, no me gusta nuestra situación actual. Odio no estar listo para enfrentarlo.

Salgo de la clase.

Es ilógico que algo tan estúpido como un enamoramiento sea capaz de arruinar una amistad. No quiero permitirlo.

De hecho, toda esta situación es un chiste cruel del destino. Antes solíamos compartir muchos juegos privados, el favorito de James hasta los catorce era el de 1, 2, 3 ¡Meteorito! Consiste en encontrar algo peor que morir aplastado por un meteorito con el objetivo de salvar nuestra amistad.

Si mueres aplastado por un meteorito es algo rápido, hace falta un único impacto y quedas destrozado, no lo sentirías. Por lo que la estrategia fue siempre encontrar muertes lentas y dolorosas; masticado por un dinosaurio, una enfermedad terminal, enterrado vivo, un enamoramiento por él, por ejemplo; claro, esta es nueva y no la sabe.

Es algo tonto, siempre creí que era su juego preferido porque le gustaba escuchar hasta qué punto daría todo por nosotros, por nuestra amistad. Él tiene algo de culpa de que esté condenado a no contarle nada sobre lo que siento por él, yo lo daría todo, y si todo supone dejarlo ser feliz con Maddie en la ignorancia de lo que siento, está bien.

Hemos superado mucho y esta no será la excepción.

Nos conocemos desde los seis, es una cantidad absurda de tiempo para alguien que tiene diecisiete, no tengo recuerdos precisos de mi vida antes de conocerlo. Incluso nuestras madres son amigas, tuvimos que compartir niñera, juguetes, nos peleamos, lloramos, nos reconciliamos, nos unimos en huelgas de hambre para contrarrestar castigos; vivimos muchas primeras veces y estuvo ahí cuando mi padre se fue, se encargó de cuidarme cuando me quedaba solo; estuvo ahí cuando difundieron ese asqueroso rumor sobre mí. Él siempre estuvo ahí.

Sin embargo, mis sentimientos hacia él fueron precipitados; mi cuerpo conspirando contra mí y notando a James. No tengo la certeza de cuándo sucedió, el anterior año posiblemente, con las hormonas en el juego y al comenzar a dejarse el cabello largo.

Fue como estar cayendo en un tobogán interminable y haber olvidado que al final me espera un chapuzón de agua. Una colisión repentina en la inaudita marea donde te gusta tu mejor amigo hetero.

Desearía no haberme dado cuenta nunca. ¡Ha sido una tortura! Sigo tratando de bloquear los sentimientos, mas constantemente me siento atraído hacia él y constantemente me acerco demasiado. No puede salir nada bueno de esto. 

Por eso hui toda la semana, porque se supone que el tiempo y la distancia curan, pero no he mejorado.

Así que sí, esta no es una historia de amor, es una de amor no correspondido. 

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