Capítulo 1: El despero
Todo transcurría de manera ordinaria, como cualquier otro día. Había pasado un año desde que la chica con locura me había conquistado, aunque nunca fui realmente consciente de mis propias emociones. Siempre me consideré el típico chico emo rabioso.
- ¿Señor Griff, dónde debo colocar esta caja? - me preguntó el chico, sosteniendo la caja en lugar de mi habitual bufanda maldita.
- ¿No puedes deshacerte de esa bufanda por un momento siquiera? - bromeó el jefe, sorprendido por el apego que el chico tenía a su bufanda. - Ponla en el pasillo diez. Seguro algún entusiasta querrá comprar muñecos de Spike.
El adolescente se dirigió hacia el pasillo, recorriendo los amplios pasillos de la tienda de regalos, mientras los fanáticos de Brawl realizaban sus compras, tanto los personajes del juego como personas comunes.
Un susurro y un toque familiar hicieron que Edgar soltara la caja por sorpresa, solo para que su bufanda maldita la atrapara antes de caer al suelo.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas esas bromas estúpidas? - me giré para ver a la chica con enojo e impresión.
- Oh, vamos, Edgar. Solo fue una pequeña broma - se rió la chica con su típica expresión de locura.
- Si yo la hubiera roto, ¿pagarías por ella? Apuesto a que no, maldita loca - respondí con mal humor.
- Mira, Edgar, necesito que me cubras un minuto. Tengo una cita con un chico. ¿Puedes hacerlo?
Dudé por un momento, pero luego me di cuenta de que tal vez no estaba bromeando. Me disculpé y le golpeé suavemente el hombro.
- Está bien, Colette. Pero me lo tendrás que pagar.
Ella me agradeció y se fue rápidamente hacia su cita, mientras yo pensaba en lo ingenuo que fui al creer su broma.
Al finalizar mi trabajo, el jefe Griff me reprendió por no prestarle atención a mis tareas debido a mi amistad con Colette. Tenía sospechas que no entendí, pero solo sonreí y me marché.
Cuando era adolescente, fui un simp por una chica.
- No soy un simp, jefe - le respondí con un reproche.
- No te dejes llevar, Edgar. No arruines una amistad así. A veces es mejor guardar las emociones para ti mismo - me aconsejó el jefe.
No entendí del todo su consejo, pero recibí mi paga y me fui a casa. Me encerré en mi habitación y caí al suelo, frustrado.
Mi cuarto estaba vacío y oscuro, y fue entonces que mi bufanda maldita me entregó un ramo de flores que había escondido en ella.
- Se los iba a dar para pedirle una cita, pero parece que se encontraba muy apurada. Siempre habrá una segunda oportunidad. Siempre.
Mientras nuestra otra protagonista se encontraba inmersa en su propio mundo, se había arreglado y disfrutaba de su cita con su príncipe azul. Kevin, un chico alto, de ojos azules y cabello rubio, parecía ser el don perfecto, como sacado de las típicas novelas de antaño.
La chica lucía muy feliz junto a él, disfrutando de la comida, la conversación y la clara química entre ellos. Aunque se habían conocido meses atrás, nunca antes se habían atrevido a profundizar en su relación. Kevin decidió invitarla a una cita para poder conocerse mejor, y resultó un acierto, ya que parecían almas gemelas. La peculiaridad y la locura de Colette eran lo que más atraía al chico, quien disfrutaba de escuchar sus fantásticas historias y creencias.
Sin embargo, al conversar sobre un cactus que se movía y lanzaba espinas, Kevin, entre risas, le sugirió que no debería hablar de esas cosas en público, para evitar que la tomaran por drogada o algo parecido. A pesar de no creer realmente en las ideas de Colette, optó por no desilusionarla y ocultó su escepticismo.
Tras la cita, cada uno regresó a su hogar. Colette, al llegar a casa, se halló sola, con una sensación desolada. Se dirigió hacia una foto y un cuadro de su difunta madre, cambiando las flores del jarrón con tristeza, pero manteniendo una sonrisa tierna.
Colette reflexionó sobre su peculiaridad y cómo solía ser considerada una mentirosa por su forma de ver el mundo. Sin embargo, encontró consuelo en su amigo Edgar, quien la apoyaba y entendía como nadie más.
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