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Capítulo 13: Gran Momento

La pequeña Anet Bowie acababa de abrir los ojos, percatándose de que se hallaba cerca del punto de Frízzy (F-53), un lugar poco concurrido. Ella estaba inerte encima de un cadáver que desprendía un líquido espeso y había comenzado a quedar morado, debido a la falta de circulación de sangre.

Ann miró a su alrededor, fijándose en que el cielo seguía igual de gris que siempre, pero el frío aumentaba conforme ella intentaba recordar lo que había sucedido.

La niña castaña observó hacia el canal, encontrándose con que ningún barco estaba transitando el mar. Entonces, ella viró hacia atrás para notar que nunca fue su imaginación, F-53 lucía como una ciudad lúgubre, perfecta para desechar cuerpos.

A ella le interesó la formación de los oscuros y altos edificios, los cuales parecían peones alineados en un tablero de ajedrez. Así mismo, el resto de las construcciones grisáceas y pequeñas aparentaban ser las crías de los más grandes.

Ann fijó su vista hacia el frente. Justo a unos metros bajando el puente, se encontraba H-55, Hesitate, la ciudad más caótica de Trésse, la cuna de los asesinos más peligrosos de la isla. Allí, donde los edificios se cimentaron sin orden y todos eran de tonalidades diferentes del café, era el sitio al que regresaría.

Un adulto pasaba de camino a Frízzy cuando vio a una niña llorando.

Él se preguntó cuánto tiempo había pasado desde la última vez que ella sonrió, ya que recordaba haberla visto antes, pero no reconocía la felicidad en ella. La gente extrañaba su sonrisa, su forma de caminar despreocupada, sus comentarios de aliento,...

Ellos anhelaban su parte humana, y precisamente ello era lo que el hombre con traje quería observar en la pequeña de vestido floreado y coleta.

Él intentó levantarla, sin embargo, cuando la tomó entre sus brazos se fijó en que las manos de Anet estaban manchadas de sangre otra vez. De inmediato, la bajó, colocándola a metros del muerto.

—¿Qué sucedió? —indagó él, conteniendo la náuseas.

—Te arrepentirás por preguntar —confesó El Monstruo cuando Anet le cedió el control.

Ella cambió su andar despreocupado por uno errático y vacío. Mientras tanto, el sujeto admiró cómo las personas pasaban, juzgando a la niña.

Ellos querían llamar a las autoridades.

—Soy Lizandro. Dame unos segundos, buscaré mi teléfono —pronunció el hombre, confiando en que podría ayudarla.

Una bala atravesó su cabeza cuando se descuidó.

Nadie lo pudo haber previsto porque la niña no daba señales de cargar con un arma. Anet acercó el nuevo cadáver al antiguo y se puso encima del nuevo para saquearlo.

Ella necesitaba dinero y cualquier cosa que pudiera servirle para sobrevivir.

Cuando la policía llegó, la pequeña se había camuflado entre la gente que apareció en el puente porque oyeron disparos.

—Necesitamos una ambulancia —comentó un civil.

—Es demasiado tarde —alegó un oficial. Él estaba cansado de la misma rutina.

Fue así como todos se cuestionaron acerca de lo ocurrido.

Silencio.

Nadie se atrevía a delatar a la niña, quien trataba de recordar lo que había sucedido, pero esta vez. Su mente estaba en blanco y desconectada de su cuerpo.

Un joven adulto, que admiró el asesinato desde lejos, se armó de valor y exclamó enfadado: —¡Fue la niña!

La gente sabía a quién se refería y la obligaron a dar un paso al frente.

—¿Qué pasó? —preguntó Ann, soltando el arma. Ella no comprendía por qué había dos cadáveres ni menos el motivo de tener su ropa cubierta de una solución escarlata.

—Llévensela a la comisaría —ordenó el oficial Scott, tomando la pistola entre sus manos.

—¡Mátenla! —suplicaba multitud.

El hombre falleció porque la niña tomó el arma de uno de los policías para acabar con la vida de su oponente.

«Lo merecía», se burló el Monstruo, «quería herirte».

—No, por favor... —chilló la niña a una voz que solo ella podía percibir. Ella estaba asustada, su amigo mental actuó sin consultarla, y eso hacía que Ann le temiera y quisiera arrancarlo de ella, aunque sabía que no podía.



Anet pasaba junto al puente donde asesinó a aquellos hombres cuando su cabeza comenzó a consumirse por sí sola porque los recuerdos no funcionaban para su mejoría.

El gélido y violento aire contaminaba sus pensamientos, haciéndola estremecerse porque no contaba con las prendas adecuadas para protegerse.

No había algo que pudiera hacerla estar estable durante el viaje. Ella caminaba, nostálgica, reprimiendo sus emociones y tan siquiera pensar en el desgarrador sonido de su voz, contraía su estómago.

«Ya no puedo más», suspiró. El recorrido estaba matándola rápido debido a que también pensaba en el cruel plan realizado con Ulises para su supervivencia.

Ella presentaba psicosomatización, pero no impediría que continuara con su misión. Su compromiso con la humanidad era tan grande que olvidaba diferenciar entre acciones positivas y negativas.

Anet oyó una campana, un ding-dong que la atemorizaba. Es más, el miedo fue compartido con El Monstruo, quien la orilló a girarse porque tuvo un mal presentimiento.

—Me tuviste preocupado, querida Anet —dictó Amari, el líder de los Leones, silbando para que su gente apareciera—. Átenla como se merece.

—A la orden, jefe —respondió alguien entre dientes.

Una soga para el cuello, una segunda para los brazos y una última para las piernas. Para humillarla aún más, colocaron un pedazo de carne en su boca como si fuera una mordaza.

Amari estaba ensimismado, gozando lo que pronto haría con Anet para que comprendiera quién mandaba en Trésse. Eufórico, él ordenó: —Cúbranle los ojos al toro.

Ann perdió la visión, valiéndose por completo de su audición, la cual estaba fallándole porque se estaba disociando del presente. Sus oídos apenas podían oír que Amari tenía increíbles planes con ella, comenzando con latigazos y violación sexual.

«Por lo menos, la carne tiene buen sabor», comunicó Anthony, intentando que la host no pensara en qué les pasaría apenas llegaran a la sede de los Leones.

enfadó El Monstruo, «...Me genera agruras en el estómago tan siquiera pensar en que es carne cruda».

—Cállense —expresó Anet sin que se entendiera lo que dijo. Ella olvidó que nadie más podía escuchar las voces de El Monstruo y Anthony.

—¿Qué dijiste? —le cuestionó el joven adulto vestido como criminal cuando oyó que ella emitió un sonido extraño.

—Deseo que te pudras en el Averno —rugió ella, quitándose el pedazo de carne de la boca. Al instante, agregó un escupitajo a la cara de uno de sus mortales enemigos.

—¡Patéenla! —dictó Amari, deteniendo la caminata.

Sus sequitos permanecieron inmóviles.

—¡Dije que la pateen! —repitió Amari—. Si no lo hacen, los degollaré uno por uno, forzándolos a herirse mutuamente.

Un niño de doce años fue quien comenzó la violenta escena, golpeando con un palo la espalda de Anet. En los ojos del pequeño, había pavor, torpeza y decisión.

El resto de los seguidores utilizaron diferentes armas punzocortantes a Anet, e incluso algunos aprovecharon que estaba semi inconsciente para toquetearla a su gusto y hacer la boca de ella rozara con sus penes.

El corazón de Anet latía cada vez más lento, la piel tenía más hematomas y la sangre chorreaba sin cesar. Ella podría morir.

La joven castaña contuvo las ganas de retorcerse, a pesar de que la lastimaron con puños y una variedad de armas ligeras como sombrillas.

—¿Crees que soy débil? —preguntó Amari, alzando el mentón de Anet.

—Claro, tuviste que pedir la ayuda de tus tutelados para herirme —dijo ella, escupiendo sangre. Su rostro sangraba y sudaba simultáneamente—. No tienes las agallas para lastimarme tú mismo.

«Déjame darles una buena lección para que sepanquién es más poderoso», solicitó El Monstruo.

«¿Para qué? ¿Quién tomará el control de este desahuciado cuerpo?», repuso Anthony porque quería salir.

«Tú», aclaró la Criatura, «los manipularás con tu comportamiento misterioso y seguro de ti mismo. ¿Nos das luz verde, Anet?».

—Pero buscaremos la forma de encontrar a Lucien porque... —espetó ella, enseñándoles que necesitaba ir a urgencias.

El Monstruo contó hasta tres para aparecer y hacer de las suyas.

Con escaza movilidad, consiguió que varios los Leones se alejaran de Anet.

—En serio, Amari. Cometiste un error al meterte con nosotros —advirtió El Monstruo.

—¿Nosotros? ¿Quiénes son nosotros? No jodas, Anet. No sabes qué más inventar —rio Amari tras ser herido por Bowie, quien seguía luchando, pese al horrible dolor que tenía.

—¡Anet, Anthony, el Monstruo o la Criatura! —gritaron al unísono tres voces, una errática, otra serena y una última que parecía estar aterrada. Ellos lograron que el cuerpo se mantuviera de pie, temblando, pero dopado por la adrenalina.

—Las manos por donde las veamos —dijo Lucien, apareciendo acompañado por Marie y Camile—. Mier... Camile, aleja a Anet de aquí. Marie, cura al amor de mi vida.

Ninguno de los Leones sobrevivientes se movió. Ellos permitieron que Camile y Marie obedecieran a Lucien. Entonces, los líderes de dos clanes distintos se miraron.

—Pero, ¿quién tenemos por aquí? Lucien Fernández, líder de las Ballenas —befó Amari a Lucien—. No entiendo cómo hiciste para llegar al poder, siendo el más inepto de los postulantes... Recuerdo que siempre gimoteabas después de tus entrenamientos.

—Maña —respondió Lucien. En ese momento, un disparo culminó con Amari, logrando que la Anarquía de los Leones comenzara. Pero, ¿quién jaló el gatillo? ¿Por qué lo hizo?

Un sujeto enmascarado se atrevió a acercarse al cuerpo sangrante para extirpar la bala como si no fuera complicado. Al retirarse la máscara, Anet reconoció al joven debido a una marca de nacimiento que él tenía en la cara.

«Quiero saludarlo», solicitó ella a sus identidades. El Monstruo y Anthony accedieron.

—Ja-son Bowie, me alegra saber que estás vivo —dijo Anet vagamente, permitiéndose llorar porque encontró a uno de sus hermanos mayores.

—Largo —ordenó Jason a su clan, ignorando a su hermana menor. Su gente lo obedeció.

Cuando solo quedó la familia de Ann, él corrió despavorido e infantilmente hacia la persona que más extrañaba.

El joven de cabello oscuro lloró, estrujando a su hermana perdida, quien tuvo que sobrevivir aislada de la sociedad.

Entre llanto, Jason se lamentó: —Todos estos años, creí que estabas muerta... ¿Sabes algo acerca de Vilorius?

—No... Somos tres en mi cuerpo —confesó Anet—. Anthony, El Monstruo o la Criatura, y yo, tu verdadera hermana.

—Supuse que no eras tú ninguna de las identidades que se defendió, a pesar de que estás muy herida. La primera, El Monstruo; y la segunda, Anthony, ¿correcto?

Ella asintió, apapachando a su hermano, pero se resbaló del pecho de Jason debido a que tenía escasas energías.

—Vilorius está dentro del edificio de mi clan —agregó Lucien, ingresando a la plática.

—Los acompañaré, pero luego me iré para discutir con mi clan un acuerdo... Deseo que los Leones apoyen a Ann —comentó Jason, mirando a Lucien.

Marie soltó un comentario: —¿Te agradaba mucho tu jefecito? Observé que te complació acabar con su misera vida.

—Mujer bellísima —Jason se inclinó, después de entregar a Anet a Lucien—. Permíteme decir que él era una arpía. De hecho, era un peligro hasta para mi gente. ¿Qué opinas?

«Me agrada su personalidad», admitió Anthony, «...Quisiera que él se quedara con nosotros lo que nos sobre de...».

Gritos, había muchos gritos y una enorme desesperación.

Anet se desvaneció y no contaba con tiempo de sobra. Ella fallecería si no atendían la inmensa cantidad de heridas que tenía alrededor de su pequeño cuerpo.

«A-12, Urte», se repitió cuatro veces hasta que oyó algunas voces.

Ella no podía explicar qué se oía en el plano terrenal, pues solo percibía murmullo desconsolado, lamentos y alguien gritando que Ann no podía morir aún.

La familia había hecho torniquetes, echado alcohol sobre el cuerpo, puesto vendas, etc., pero no había señales de vida. Ann pereció cuando solo quería llegar a otra isla para convertirse en la líder que el mundo necesitaba.

«¡Despierta, Anet!», dijo El Monstruo, intentando reanimarla, «...Anthony, ¡ayúdame! No podemos permitir que...».

Un grito ahogado alertó a los alteres.

Ella pasó de estar frente al océano a encontrarse arropada en una cama cómoda y caliente. Así mismo, estaba rodeada por medicinas y sentía una horrible jaqueca.

Anet revisó su cuerpo porque sabía que ella murió.

Fue gracias a ese incidente que ella revaloró su vida y comprendió que no podía fallecer hasta que la Anarquía terminara.

—Annie —soltó Jason, rodeando a su hermana menor—, ¿tienes hambre? Marie preparó el almuerzo, tu platillo favorito.

—No estamos en Trésse —dijo Ann sin dirigir la mirada a su hermano—, pero tampoco nos encontramos en Urte.

—Oficialmente, estamos en El Progreso —reveló Jason, tamborileando los dedos sobre las mantas que Ann usaba y se detuvo cuando vio que ella se tocó la frente.

¿Dónde estuvo la noción del tiempo de Anet? Su cuerpo estaba en tierra, aunque su mente divaga entre dos mundos: la vida y la muerta.

—¿Cómo están El Monstruo y Anthony? —preguntó Jason.

—Igual de asustados que yo, creían que morimos —respondió ella.

—Quisiera hablar con ellos —pidió el pelinegro con un par de nubes grisáceas.

Anet meneó la cabeza porque sus alteres necesitaban descansar. Además, ellos todavía procesaban que la Anarquía terminaría pronto.

Lucien apareció, quedándose pegado a la puerta porque no sabía si era prudente hablar con su chica. Entre tanto, Camile y Marie se hicieron presentes, incitando a que el moreno entrara a la habitación.

Marie ingresó al cuarto, sosteniendo un plato con comida. Ella silbó una canción de cuna después de que superó el caos con Anet y Ulises.

El Monstruo cambió con Anet.

—Gracias por la comida —agradeció él, aunque quien terminó comiendo fue Anthony.

La extraña coordinación de las tres identidades mantuvo tranquila a la familia.

—Supongo que tienes un plan para llegar a Urte. ¿Qué quieres hacer estando allí? Perdón, ¿qué tienen planificado? —supuso Lucien.

—Descuida —contestó la gruesa, errática y áspera voz—, solo habla en primera persona del singular. Alguien te responderá... En este caso, yo seré el vocero.

»Anet quiere que vayamos a la otra isla para reestablecer el orden mundial, pero no desea que matemos a nadie. Anthony vela por lo mismo, a excepción de que él si llegaría a usar la fuerza bruta ya que nadie debe meterse con nuestra familia.

»Y yo estoy igual, pero sí soy violento. Adoro matar, por lo que alguien tiene que vigilarme. Creo que ya he demostrado de lo que soy capaz.

—¿Planean ir solos o podemos secundarlos? —siguió Lucien.

—Secúndenos —agregó Anthony—. No deseamos estar lejos de ustedes, son nuestra familia.

Anet contenía las palabras porque no sabía cómo resultaría el plan. Ella anhelaba caminar por las calles sin temor a ser asesinada, consciente de que a más personas les sucedía lo mismo... Pero antes de ello, necesitaban hacer alianzas.

—No podemos movernos a menos que los Elefantes y las Jirafas nos lo permitan —confesó Marie—. Seguramente, ya se corrió el rumor acerca de la muerte de Amari Batiño.

Todos sabían que ninguno de los alfas de esos clanes estaría contento con que Lucien Fernández, alfa de las Ballenas, tuviera el apoyo de los Leones; mucho menos accederían a colaborar con ellos si se enteraba que trabajaban con Anet Bowie.

«Ellos nunca estarán satisfechos con ninguna decisión que tome el nuevo alfa de los Leones y mucho menos con las de Lucien», se desilusionó Anthony.

—¿Podremos convencerlos? —dijo Camile, abrazándose a sí misma.

—Cam, no se puede tratar con ninguno de esos clanes —estornudó Anet—. Sus líderes son máquinas sanguinarias. Además, todos en sus manadas son sumisos a sus líderes. No son como los Leones ni las Ballenas.

Camile se alteró, pero Lucien no dejó que su amiga siguiera a regañadientes.

—Te guste o no, este es el plan —resopló el moreno.

—En fin, Luke. ¿Será que pueda ver a Vil? —pidió Anet.

—Sí, pero no arriesgaré su vida —confesó Lucien.

—Él es la única esperanza para que el plan funcione, cariño —contestó Ann, manipulando a su novio. Ella tomaría ventaja de sus sentimientos.

«Espero que esto funcione», rogó Lucien. Él pensó en sus padres porque ellos le dirían que debía apoyar a Anet, a pesar de lo que pidiera.

—Marie, elige a ocho hombres. Ellos acompañarán a Vil en una misión —cedió Lucien. Anet sonrió cansada, pero un poco animada porque vería a su otro hermano mayor.

Su familia la dejó a solas con su pareja.

Lucien mantuvo distancia pues no sabía cómo empezar la conversación. Él estaba molesto por aceptar que uno de sus mejores hombres saliera de su consultorio.

Anet apartó las mantas, enseñando sus múltiples vendajes. «¿En qué está pensando?», se cuestionó ella al ver que su novio la miraba.

El moreno deseaba sacar a Ann de la batalla para tener una vida de ensueño con ella, pero la arrogancia de ella comenzaba a preocuparle.

Lucien se sentó en la cama, decidido a mantenerse callado. Él seguía recordando que sus padres se mostrarían un poco decepcionados si veían que no dominaba en la relación.

«A partir de este momento, no puedo permitir que ella continúe tomando decisiones. Como el hombre de la relación, me toca protegerla a como dé lugar», reflexionó.

Ellos se miraron y no expulsaron ningún sonido, solo respiraciones.


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