Presagios oscuros
⚠️️Este One-shot (NO) es apto para personas sensibles. Posibles descripciones fuertes.⚠️
Hacía años que no sucedía, que algún animal herido le gritara su dolor a la luna en lo profundo del bosque que rodeaba la desolada cabaña de Bill.
Estaba cenando un plato de frijoles grandes y calientes, como a él le gustaban, cuando de repente, un grito. Un grito estridente que lo hizo saltar sobre la sórdida silla de madera en la que estaba sentado. Con la cuchara en el aire, con la boca abierta en una mueca de desaprobación, murmuró:
—¡Maldita sea, ahora tengo que salir con mal tiempo para ver qué diablos está pasando!
Dejó la cuchara y se levantó, dirigiéndose hacia donde estaba su chaqueta, con pasos lentos y cansados.
Refunfuñando como la olla en la que antes había cocinado los frijoles, empezó a colocarse su cálida chaqueta de cazador de invierno, primero una manga, luego la otra. Tomó su sombrero de plumas de ganso y lo empujó sobre su cabello canoso. Tenía casi 60 años, ya no era el hombre fuerte y valiente de un tiempo.
Estaba por dirigirse a la puerta, las tablas del piso de madera crujían debajo de él, se detuvo por un momento, fijando la miranda en el fuego crepitante de la chimenea.
«Me gustaría acostarme ahora, frente a ese fuego, en lugar de salir bajo una fuerte tormenta».
Soltó un suspiro, miró por encima de la chimenea y vio su fiel escopeta 12 calibres, esperando a que él la recogiera. Liberó el arma de los soportes de la repisa de la chimenea y luego se la colgó en un costado, como si de un bulto pesado se tratase.
Finalmente, salió a la luz de la luna, una luz muy tenue, de hecho, casi inexistente.
La nieve se arremolinaba a su alrededor y podía sentir el silbido del viento, susurrando en sus oídos la misma vieja historia, una historia que había escuchado hacía años y que creía conocer perfectamente. Mientras tanto, los gritos del animal en peligro habían cesado.
«¿Qué clase de animal sería?»
Bill caminaba, reflexionando sobre ello. Por un momento le pareció que podría haber sido un grito humano; pero no, no era posible. Sin duda, era un ciervo o un zorro que se había topado con algunas de sus trampas. Quiso ser imaginativo, considerando que también pudo haber sido un lobo, pero cada vez había menos lobos en esa región a medida que pasaban los años.
«¿Y si se trataba de una persona? ¿Pero qué persona tendría el coraje de adentrarse en el bosque bajo a una tormenta? Bueno, yo estoy haciendo lo mismo, sin embargo, se trata de mi trabajo».
A raíz de estos pensamientos, se dio cuenta de que ya había entrado en el espeso bosque de abetos que rodeaba su cabaña. Incluso el viento pareció calmarse, como si el viento también se hubiera perdido en el curso sus pensamientos. De repente, su pie se atoró y, asustado, dejó escapar un grito de dolor.
—¡Maldita sea!
Había tropezado con la pierna mala. Sonrió nerviosamente por su torpeza y pensó que ya estaba demasiado viejo para ser guarda bosques. Reanudó su andar y llegó al claro de Yharman. Ese claro lleva el nombre del antiguo jefe indio, se decía que había sido enterrado allí, hace cientos de años, cuando el tiempo se contaba al ritmo de las lunas y las puestas de sol.
En ese pequeño espacio abierto, cubierto de hierba verde y sin cultivar, delimitado circularmente por el bosque, Bill notó que había algo tendido en el centro del claro. Era enorme...
«¿Un alce?»
—No pienses tonterías, Bill. Sabes muy bien que los alces no llegan tan lejos —se dijo así mismo.
El primer y último alce que Bill encontró en ese bosque, fue en el lejano verano de 1964. Ese año el verano había sido realmente muy caluroso, el alce había recorrido un largo camino, buscando un lugar donde poder encontrar refugio del furioso calor veraniego.
«Eso no es un alce»
Reflexionó, mientras abría la boca y trataba de escudriñar mejor el suelo frente a él con sus pobres ojos cansados.
—¡¿Hay alguien ahí?! —gritó, sobresaltándose al instante, asustado por el sonido de su propia voz.
—Joder, me he convertido en un miedoso— susurró con tristeza.
Era verdad. Bill ahora se asustaba hasta de su propia sombra, gritaba de miedo, incluso con solo ver una escena sangrienta de una película de terror clase B. Pero a pesar de eso, en un arranque de coraje, avanzó hacia la figura que yacía en el suelo. Mientras tanto, casi parecía como si la ventisca que hasta hace poco lo rodeaba, estuviera disminuyendo.
Llegó a dos metros de la figura en el suelo y cuando se dio cuenta de lo que estaba mirando, sintió que sus piernas flaqueaban bajo el peso de ese cuerpo ya no joven ni elástico.
—¡Dios mío, no!
Equipó el rifle y lo mantuvo nivelado. Mas no podía apartar los ojos de la masa de carne y sangre que yacía aparentemente sin vida sobre la hierba.
—¿Qué carajo?
Por fortuna (o por desgracia), gracias al providencial mejoramiento de la época, Bill pudo ver el cuerpo mutilado de un hombre, vestido de cazador, completamente empapado de sangre.
La posición en la que el cuerpo se encontraba era antinatural, los brazos le faltaban, probablemente habían sido arrancados, o devorados. Podía ver la carne desgarrada, el blanco de los huesos sobresaliendo entre la mezcla de carne color rojo oscuro.
El hombre yacía boca arriba, y en su rostro, mejor dicho, donde alguna vez hubo un rostro, tenía una especie de abertura. Era como un gran cráter de piel triturada, de la cual, aún se distinguían vestigios de una pasta blanca y gelatinosa.
—¡Dios! ¡¿Quién hizo esto?!—gritó aterrorizado.
—Está bien, tengo que mantener la calma, no entraré en pánic...
No pudo terminar de murmurar esa frase para sí mismo, que su estómago se rebeló, rechazando todos los deliciosos frijoles que había comido hace poco. Se dio la vuelta rápidamente y cayó a cuatro patas cuando las primeras arcadas sacudieron su vientre, vomitando hasta el sabor amargo de la bilis.
Luego de la desbordante expulsión gástrica, el viejo Bill se sentía exhausto, aun así, se puso de rodillas tratando de recuperar el aliento. Volteó a mirar el cadáver, aún estaba allí, espantoso y destripado, con el rostro hundido y terriblemente desgarrado, no, no era un mal sueño. Sintió el miedo recorrer su cuerpo nuevamente, se puso de pie mientras sostenía el rifle, preparado para protegerse de cualquier sorpresa. Lo que sea que haya atacado a ese hombre, podría estar todavía por ahí, incluso podría estar mirándolo en ese momento, hambriento y sediento de sangre.
—¿QUIÉN ERES? ¡¿EH?! ¡SAL HIJO DE PUTA! ¿QUIÉN TE DIO PERMISO DE VENIR A ROMPERME LA POLLA? ¡MUÉSTRATE, COBARDE!
Era un patético intento de valentía. Sin embargo, su agarre en el arma temblaba, incluso había comenzado a sudar a pesar de los 2 grados bajo cero.
Giró sobre sí mismo, haciendo rápidos movimientos circulares, tratando de forzarse para mantener la situación bajo control.
Paseó su mirada 360 grados alrededor del claro, lentamente, se acercó al camino por donde había llegado. Tenía que salir de allí cuanto antes, se volvió hacia el cuerpo, desde la distancia parecía no tener forma, como una masa inmóvil. Reprimió otra arcada, procurando de no recordar aquel rostro desfigurado, aunque sabía que lo soñaría hasta la muerte.
El miedo seguía en su extremo, se apoyó contra un árbol, no podía caminar, le dolía la pierna que años antes había sido operada delicadamente y que con la edad, nunca había ido del todo bien.
—¡Oh, no ahora, por favor! ¡Virgen santa! ¡Ahora no, carajo!
El dolor se volvió insoportable y en dos segundos cayó de bruces en el suelo, tratando de calmar el dolor de la rodilla con las manos. Intentó volver a ponerse de pie, lo intentó, pero la pierna estaba bloqueada.
Nada que hacer, viejo amigo.
Escuchó que algo se movía entre la maleza, exactamente detras de él. Se quedó quieto, Inmóvil, como una estatua, listo para percibir el más mínimo ruido. Miró a su derecha y a su izquierda, luego lentamente, trató de recuperar la escopeta que se le había caído cuando ocurrió el dolor.
Él no se rendiría, lucharía para sobrevivir, sí, lo haría. Primero estiró un dedo, luego fue acercándose poco a poco, hasta que pudo posar su mano sobre el arma. Entonces, sintió una cálida bocanada de aire en su mejilla.
Paralizado por el terror, notó la presencia de un... algo a su lado, terriblemente demasiado cerca. Con una lentitud de ensueño, Bill volvió la cabeza. Y así fue como vio lo que parecía una especie de perro, pero en realidad no lo era. Era mucho más grande, con una cabeza negra, sin ojos ni orejas. Solo una gran mandíbula abierta, con unos dientes muy largos, de los cuales aún colgaban jirones de carne.
El aliento caliente que despedía aquella bestia, olía a sangre y miedo.
Un terror se apoderó de Bill, el pobre hombre estaba al borde del desmayo, entonces la bestia gruñó de satisfacción, mientras se preparaba ligeramente para morder la cabeza de su víctima.
En un gesto desesperado, el anciano intentó protegerse el rostro con el brazo y el rifle que sostenía en la mano, pero fue en vano. El perro-bestia hundió sus grandes fauces en la cabeza de Bill Roberts, quien se sorprendió al oír el crujido desarticulado de sus propios huesos faciales, destrozados bajo el poderoso mordisco de la bestia.
Ni siquiera tuvo tiempo de gritar, después de un destello cegador, todo se volvió negro. Negro como el cielo sobre él, negro como el pelaje del perro-bestia que mientras tanto continuaba mordisqueando la cabeza de Bill.
Negro como la muerte que se impuso ante la vida de dos víctimas, sin esperanza, una muerte aniquiladora y violenta, bajo torbellinos de nieve y tenue luz de luna.
Todo continuaba. La nieve caía, el viento silbaba suaves, inquietantes, lentos aullidos lastimeros. Susurros nocturnos, presagios oscuros.
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