Preparativos navideños...
Estamos a dos escasas semanas de la Navidad, la fiesta de la familia.
Como todos los años, la idea es juntarnos en la casa de mis abuelos, todos juntos, mi familia y la de mi pareja.
Las familias no se parecen en nadaaa...
Una es muy protocolar y aristocrática, la otra es tremendamente bohemia.
Una gusta del champagne y la otra del vino, la cerveza, el whisky, el fernet.
Una prefiere la mesa bien puesta, con enormes platos y minúsculos alimentos, variados y en platos diferentes; la otra está feliz comiendo choripanes más una picadita.
De los postres no se puede hablar.
Unos desean variedad de postres elaborados, servidos en fina vajilla, y los otros mueren por esos helados servidos en los vasos, donde los sabores se mezclan con el sabor de las bebidas que se hayan tomado.
Esta situación no es nueva; se repite año tras año.
Pero este año los "aristogatos" están verdaderamente insoportables.
¡Ya no aguanto más!
Me levanto airada de la mesa de los desacuerdos y le envío un mensaje a mi pareja:
- ¡Estoy harta de tu familia! ¿De dónde sacaron tanta fineza? ¡No tienen dónde caerse muertos y tienen las pretensiones de un Onasis!!! ¡Por favor! Mira mi amorcito, el próximo año tú festejas con la realeza y yo los saludaré desde el Caribe y a bordo de un crucero. ¡Te lo prometo!
Satisfecha, voy a servirme una cerveza bien helada para volver a la mesa, cuando siento que todos los teléfonos comienzan a sonar. Todos, menos el mío.
Me siento a la mesa, pero está vacía. Todos andan por el patio, gesticulando de manera algo rara. Incluso me envían algunas miradas asesinas.
Yo, tranquila, disfrutaba de mi cerveza.
Uno a uno se fueron acercando, se sentaron, me miraron.
Les sonreí. Pensé que también querían cerveza. Les dije que en la heladera había más y que se podían servir.
Nadie se movió. El aire se volvió tenso.
- ¿En qué quedamos, entonces?, pregunté
Mi suegra me extendió su teléfono, diciendo:
- Tú dirás.
Mientras leía, sentí que la sangre se agolpaba en mi rostro, para desaparecer, también de golpe.
Ahí estaba mi mensaje a mi pareja.
Yo les había enviado a ellos el mensaje y no a mi pareja.
- ¡Tierra tragameee!!!
No era momento de dar marcha atrás.
Los enfrenté. Les dije todo lo que tenía atragantado desde que los conocí. Reconocí que los llamaba "aristogatos", y ahí, increíblemente, se rieron. Les dije también que no quería lavar quinientos platos y miles de cubiertos, vasos, compoteritas y demás. Que yo también quería disfrutar a mi manera. Que ya no necesitaba hacer méritos para que me aceptaran, pues mi pareja y yo nos amábamos y nada nos separaría. Además, no quería fingir más, quería ser yo misma.
Para mi sorpresa, mi suegra me abrazó, proponiendo algo genial y que todos aplaudimos: las fiestas serían rotativas. Un año, bohemias, y al siguiente, aristocráticas.
Todos cambiaríamos para poder adaptarnos; ellos no serían tan finos ni nosotros tan bohemios.
¡Felices Fiestas!
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