_ ¡Aún no me lo creo! _ dije furiosa y tirando cada prenda de ropa que salía de mi maleta.
_ ¿Qué te pasa?, preguntó mi compañera de cuarto.
_ ¿Qué me pasa? ¿Acaso no te das cuenta? ¿Es que tú estás feliz en este antro de mala muerte al que llaman internado?
_ Pero...
_ Acá no estamos internadas... ¡Estamos enterradas en vida! _ dije con desesperación.
Empezaron las clases. Siempre me gustó estudiar pero este año 2018 se presentaba muy aburrido.
Mis padres me amenazaron, durante tres alocados años, que si no cambiaba mi actitud, mi destino sería un internado para señoritas. ¡Nunca los creí capaces de hacerlo! Pero lo hicieron y aquí estoy, ¡muerta en vida! Sin bailes, sin tragos, sin chicos... Mi vida se acabó, lo sé.
La profe de Literatura es demasiado seria, para mi gusto, pero es una asignatura que siempre me ha gustado; me permite soñar y, por ahora, es lo único que puedo hacer. Hoy dijo que comenzaríamos un nuevo proyecto. La miré con aburrimiento, seguramente sería escribir un ensayo... ¡Ufff!
Sin embargo, a medida que hablaba, yo me entusiasmaba más y más.
Muy cerca al internado de señoritas existía un internado de chicos e intercambiaríamos cartas. ¡Qué emoción!
A partir de mi primera misiva, mi vida cambió. Es cierto que nos comprometimos a no hacer nada por ver a los chicos, pero sí podíamos soñar.
Empezaron a llegar las cartas desde el internado vecino y en el nuestro se respiraba alegría y esperanza.
Volví a sentirme feliz.
Cada vez que leía: "Querida Diana:..." mi corazón se aceleraba.
Marcelino era muy dulce. Nos contamos todo, nuestra vida y nuestros sueños. Sentíamos que nos conocíamos de siempre. No hubo secretos entre nosotros. Los dos sabíamos que, sin importar el tiempo que transcurriera, un día nos encontraríamos.
Ahora, cada uno ya era parte de la vida del otro.
Se acercaba fin de año y con él, la angustia de pasar unos meses sin saber el uno del otro.
Ya estábamos en la fiesta de despedida, algunas felices de regresar a casa, pero yo estaba tan furiosa como aquel lejano primer día de internado.
Fue entonces que sonó el timbre de la entrada principal. Todas quedamos esperando la entrada de nuestras familias. En lugar de ellos, quienes entraron fueron los chicos del internado.
El mundo se borró para mí.
Marce y yo no nos conocíamos pues no podíamos intercambiar fotografías, sin embargo, con uno de ellos nos fuimos acercando. Al enfrentarnos, dijimos nuestros nombres al unísono:
_ ¿Diana?, dijo él.
_ ¿Marce?, pregunté temblando.
Él era tal como lo imaginaba. Su sonrisa me iluminaba y su mirada me atrapaba.
Me dijo:
_ Eres la chica de todos mis sueños. ¡Al fin te encontré!
La profe de Literatura puso una música como para poner a todos a saltar.
No sé lo que hicieron los demás. Marce y yo bailamos nuestra música, la que sentíamos en nuestro corazón, muy pegados... Bueno, no tanto como hubiéramos querido.
Nuestro primer beso fue el primer día de 2019.
¡Y mennnncantooó!