Con mi mochila al hombro
Casi sin darme cuenta abandoné todo lo que amaba, mi familia, mis amigos, mi patria. Abandoné todo por huir de una sola persona, a la que amé pero que se transformó en mi peor enemigo, y me transformó en nada, en alguien invisible, sin valor, sin principios, sin dignidad. Junto a él dejé de existir.
¡Pero hoy bastó para mí!
Hoy desapareceré de la vida de todos. Nadie me necesita aquí.
Me fui a Londres a ofrecerme como voluntaria en alguna misión humanitaria. Me dijeron que estaban buscando voluntarios para África y sin dudarlo ni un instante, llené el formulario para ser parte de la misión.
Por primera vez en mucho tiempo me sentí considerada y admirada.
A las 48 horas estaba embarcada en un avión, junto a un grupo de veinte personas entre los que había médicos, enfermeros, maestros. Ahí mismo estaba yo, sin ninguna profesión pero con muchas ganas de servir.
Llegamos a una zona devastada por problemas políticos y raciales, donde reinaba la hambruna, la violencia física contra los más vulnerables, que iba desde terribles golpizas que terminaban en una muerte impune, hasta la violación de mujeres, así como de niñas y niños, sin importar la edad que tuvieran.
Ante tanta miseria humana, estuve a punto de echarme a llorar, pero me contuve. Por el contrario, me puse a la orden de los organizadores de la misión.
Solo en un instante de flaqueza pensé en lo que había dejado atrás, pero lejos de sentir nostalgia, me vi ninguneada por todos. Uno por agredirme y los otros por hacer la "vista gorda."
Me aboqué a la misión con todas las fuerzas. Ayudé a los profesionales, fui maestra, enfermera, doctora; también fui mamá de muchos niños huérfanos.
Ante tanto dolor, también los voluntarios necesitábamos sentirnos contenidos. Así fue que uno de los médicos de la misión, no importa el nombre, y yo, terminamos locamente enamorados. En medio del caos, nosotros éramos nuestro propio remanso.
Y pasó el primer año. La misión florecía.
Pero todo lo bueno caduca.
Recibí una carta de mi familia (aún no sé cómo me encontraron), donde simplemente me decían que debía volver con mi antigua pareja pues los tenía amenazados con quitarles todo. ¡Materialistas!
Mi mayor amargura fue el ver que ni siquiera me preguntaron cómo estaba. Yo los amaba y sentía devoción por mi pequeño sobrino. Pero me volví a sentir ninguneada por mi propia familia. Lo hablé con mi pareja actual, le dije que volvería tan pronto solucionara todo.
Marché tan firme y decidida como cuando me escapé.
Mi familia y mi ex me esperaban en la casa familiar.
Cuando me vieron, supieron que no sucumbiría. Vieron a una mujer fuerte, sin miedos, de mirada frontal, dispuesta a todo. Yo era la de siempre pero todos ellos me habían minimizado.
Bastó con decirles todo lo que me guardé por años. Los vi avergonzados pero no arrepentidos.
Y muy liviana, con la mochila casi vacía, volví al lugar donde podía servir y amar.
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