Morte
La muerte tiene un y mil rostros, por ello para algunos es un castigo y para otros un regalo.
Era una tarde de enero, cuando Eileen salió de su casa.
Bajo un calor asfixiante y en medio de su juego infantil se dirigió inconscientemente hacia el frescor que ofrecían los frondosos y densos arboles del bosque cercano.
Cualquier persona con un mínimo de sentido, dudaría en entrar a un lugar con tal apariencia de peligro. Pero digamos que a sus tiernos siete años, Eileen no era el ser más razonable.
Hipnotizada por el misterio que desprendía aquel amplio conjunto de verdes, imaginaba historias increíbles y fantasiosas sobre todo lo que se podría ocultar allí.
Poco entendía sobre la reticencia de su madre en dejarla aventurarse por esos lares. Pero esta vez podría hacerlo, después de todo era mamá la que la había mandado afuera a jugar, lo que hacía cuando iba a hablar con papá y no quería que Eileen escuchara.
Con suavidad dio una paso hacia adentro… un segundo… nada ocurrió.
Soltó una risa alegre antes de sumergirse entre las sombras de los árboles.
Su imaginación voló por los aires, ella era una aventurera descubriendo un nuevo continente, una domadora de bestias salvajes, una princesa a la que iban a rescatar, un hada de un mundo fantástico. Ella era todo y nada a la vez.
Giró vertiginosamente, haciendo ondear su cabello castaño y su vestido veraniego rosa. Rió a carcajadas, mientras abría los brazos tratando de abarcar el azul cielo que se vislumbraba entre las copas de los árboles.
Un sonido hizo que parara de manera brusca. Se oían como ligeros pasos y el arrastre de algo.
Se asomó entre algunos arbustos en dirección del ruido, encontrando una escena un tanto particular.
Alguien con una capa y capucha se encontraba parada en medio del claro. La capucha fue bajada, revelando a una mujer que aparentaba unos 40 años, de figura esbelta, con un largo cabello negro que se ondeaba ligeramente en las puntas.
Giró hacia ella como si supiera que estaba oculta, una sonrisa se dibujó en el rostro extremadamente pálido.
- Ya se que estás ahí pequeña, puedes salir, no voy a hacerte daño.
Una blanca mano se extendió desde los oscuros ropajes hasta ella.
Eileen salió de su escondite con cautela, mirando fijamente con sus ojos castaños, llenos de curiosidad. Una vez llegó frente a su interlocutora, arrugó el seño en una infantil muestra de estar analizándola.
Ahora que la tenía de frente le parecía realmente hermosa , sus rasgos eran afilados, perfectamente definidos por la delgadez de la mujer y unos bellísimos ojos casi negros.
Ella era tan… era tan…. ¡exótica! ¡Eso es! ¡Ahí estaba la palabra que buscaba!
Volvió a fijar sus ojos en su acompañante, que sonreía paciente esperando el término de la inspección.
- Entonces… ¡yo soy Eileen! ¿Tu cómo te llamas?- habló con su usual entusiasmo infantil extendiendo la mano.
La mujer rió suavemente, antes de responder estrechándosela.
- Realmente tengo muchos nombres, pero tú puedes llamarme Morte. Es un gusto conocerla señorita Eileen.
- Ese es un nombre un poco raro- comentó Eileen.
- Lo sé, a muchas personas no les gusta, de hecho, no le gustó yo en general- agregó Morte arrugando el entrecejo.
- Pero a mi me agrada- interrumpió Eileen- me agradas tú y creo que eres muy Bonita- argumentó no queriendo que su nueva amiga se ofendiera.
Morte solo asintió en agradecimiento por el halago, para posteriormente dirigirse hacia un tronco arrastrando sus largos ropajes negros y sentarse con elegancia en su improvisado asiento palmeando su derecha, en una invitación a Eileen para imitarla.
- ¿Vives cerca? Nunca te había visto – preguntó la menor tan pronto como se sentó.
- Se podría decir que sí, viajo mucho de hecho, y ¿tú? Pequeña florecita.
La niña sonrió encantada con el apodo y contestó rápidamente.
¡Si! Vivo justo a lado, en una casa amarilla con las ventanas blancas, solo somos yo, mi papá y mi mami, el es vendedor y viaja mucho, a mamá eso no le gusta tanto, ¡pero tenemos un gato! Se llama Chita y duerme casi todo el día, mi abuela suele decir…
Un monólogo sobre la vida y ocurrencias de la menor interrumpió el silencio del bosque, la voz aniñada contrastaba con la seriedad y reverencia del bosque.
- ¿ Tu vas a la escuela Morte?- preguntó al darse cuenta de que no había dejado hablar a Morte en ningún momento .
- No florecita, estoy demasiado ocupada para eso- respondió Morte comenzando a deslizar sus finos y fríos dedos por el cabello ajeno.
Eileen se acercó más extrañamente encantada por las caricias proporcionadas y por el suave olor a jazmín que desprendía su compañera.
Algo raro, puesto que era una completa desconocida, pero sencillamente había algo en la presencia de la mujer que la hacía sentir en casa.
- ¿ Y en qué estás ocupada?.
Morte pareció pensar un poco su respuesta.
- Recojo flores- dijo finalmente.
La niña abrió los ojos grande por la emoción, ¡eso sonaba tan bonito! Vivir recogiendo flores de todos los lugares del mundo.
- ¿Y es divertido?
- A veces, por lo general recojo las flores que el tiempo marchita, otras que se rompen por la violencia de su corta vida, algunas frescas y bellas – Morte calló momentáneamente- pero en algunas ocasiones es triste hacerlo.
- ¿Por qué?- preguntó con su usual curiosidad.
- Porque algunas flores son tan hermosas , tan jóvenes, tan llenas de color, de vida, que da pena arrancarlas.
El silencio volvió a hacerse presente, para nada incómodo, solamente un silencio reflexivo, mientras que Eileen miraba ligeramente preocupada como el rostro de su amiga se entristecía levemente.
Continuaron así hasta que Morte interrumpió el momento con voz suave.
- Así que algunas veces, las dejo un poco más- finalizó deteniendo las caricias y poniéndose en pie.
Estiro una mano en dirección a Eileen, ayudándola a levantarse.
- Vamos florecita, tienes que volver a casa.
- ¿Tan pronto?- protestó esta con un puchero.
- Este es el momento exacto- decidió Morte- un poco menos y es temprano, un poco más y será tarde.
Tomó de la mano a la niña introduciéndose entre los árboles por un camino distinto al que anteriormente tomó Eileen.
Su agarre era firme, su piel fría y sus pasos apresurados.
Eileen le seguía el paso mirándola extrañada, se fijó en su alrededor con curiosidad, hasta que vislumbró adelante en los costados una silueta grande.
Su corazón saltó al identificar completamente la imagen de un hombre mayor, con una desarreglada barba, chaleco manchado y un bolso negro desgastado.
Un escalofrío subió por su espalda al ver los ojos del hombre. Están rojos como si se los hubiera frotado mucho y este la miró con una sonrisa escalofriante.
Un tirón repentino la trajo a la realidad, Morte ya no solo caminaba, ahora corría velozmente arrastrando a la niña tras suyo.
Eileen temblaba, cerró sus ojitos a la espera de chocar contra algo.
Más eso nunca pasó.
- HEY NIÑA, REACCIONA- una voz masculina la sobresaltó y abrió los ojos, Morte no estaba ahí. Su mano era sostenida por un joven que la miraba preocupado, ambos estaban a la orilla del bosque.
Eileen volteo hacia atrás sin poder ver nada.
- ¿Qué hace una mocosa cómo tu en un lugar así?. Será mejor que regreses con tus padres – el tono del joven era amable a pesar del regaño- ¿puedes llegar sola hasta tu casa?
Eileen asintió y este le sonrió. Un eco de un grito masculino resonó en el bosque. Ella volteó asustada, el joven también miró extrañado hacia el bosque.
- ¿Qué fue eso?
- ¿Morte? – susurró con un tanto de miedo.
- ¿Qué?
- Nada
Su acompañante arqueó una ceja, mirándola con una expresión curiosa.
- Hay un señor que grita por cualquier cosa, es un poco raro- mintió con una alarmantemente rapidez y sencillez.
El joven le dio una pequeña palmada en la cabeza y se dispuso a continuar su camino.
- Ya vete a casa mocosa, y deja de meterte en sitios peligrosos ¿quieres?.
Eileen asintió una vez más, sin cuestionar y se dirigió hasta su casa.
Guardando el recuerdo profundo en su mente.
Tan profundo que con el tiempo se fundió entre sus sueños, como si este fuera uno más.
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