Epílogo.
Su hija nunca se atrevió a enviarle las amargas cartas a su padre por el pavor que le causaba que él las leyera y enfureciera aún más.
Pero pronto las cartas fueron halladas y entregadas a su destinatario.
La joven nunca volvió a escribirle nada a su padre.
Su padre volvió a ser el mismo de siempre con ella.
Su hija moría en sus adentros, volviéndose más tajante con las personas, exigiendo ese amor que nadie podía darle a excepción de un padre que parecía no quererla.
Su padre la alejó cada vez más.
Cada día el corazón de la muchacha es inerte como el oro, y frío como el invierno.
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