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Hubo un momento en el que llegué a creer que estabas muerto.
Y lo seguí creyendo.
Hasta que te vi cruzar por esa puerta.
Era como ver a un fantasma.
O a un muerto viviente.
Estabas pálido, delgado, y unas profundas ojeras surcaban tus ojos.
No tenía ni la más remota idea de que te pudo haber pasado.
Y me buscaste.
Me buscaste por toda la cafetería.
Hasta tus ojos se toparon con los míos.
Y casi, casi pude como si tus ojos se llenasen lágrimas.
Me rompía el corazón verte así.
Empujaste a todos, aun después de que gritaran demasiados improperios.
Y corriste.
Corriste hacia mi.
Y me abrazaste.
Porque ambos estábamos en casa.
Sólo podía escuchar mi nombre, que salía de tus labios.
Como un interminable susurro.
Y me sentí débil.
Porque me di cuenta de muchas cosas.
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