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El trabajo para la organización era, en todo momento, estresante. Sus compañeros iban de un lado a otro, algunos con profundas ojeras y otros con una innegable mueca de agotamiento. Su oficina solía llenarse de papeles, montañas y montañas de informes, irrelevantes en su mayoría. Casi siempre, la solución se resumía en el típico algoritmo: aislar, investigar, medicar.
Lo acontecido en Westmore le resultó de lo más extraño. No era la primera vez que la enviaban a cubrir epidemias, sin embargo, nunca le hicieron lidiar con una enfermedad que en verdad fuera desconocida. El doctor Walker le había proporcionado los últimos informes disponibles. Por lo visto, la "peste gris" era responsable de la "psicosis enfermiza", como habían decidido llamarla. El informe responsabilizaba a un "grupo de células no tipificadas", xenomaterial, en otras palabras. Todo parecía señalar al afluente de la zona oeste, mismo que debía de contenerse, filtrarse y purificarse en el acuífero ubicado en los bosques de Westmore.
La doctora Fleur Vernon había puesto en marcha su plan de contingencia, pero había fracaso antes de poder instalarse con comodidad. Los jefes la habían contactado un total de cuatro veces esa tarde, siempre con la intención de amedrentarla para redoblar sus esfuerzos. Por lo visto, los peces gordos estaban asustados con la plaga de Westmore, como la conocían en el exterior. Ni peste gris, ni psicosis enfermiza, ambas eran distintas manifestaciones del mismo mal. Le habían sugerido (casi como una exigencia) que lanzara un equipo de rescate a la ciudad. El objetivo era simple: matar a los infectados. Fleur no se atrevió a cuestionar el razonamiento, sin embargo, ella tenía sus propias dudas al respecto.
Los pacientes que llegaban al estado de psicosis parecían imitar la conducta de la rabia furiosa, también le recordó al comportamiento típico de algunas entidades encefalopáticas, principalmente por priones. De hecho, aquellas células tenían un comportamiento demasiado similar al de un prion.
La mayor preocupación para la doctora Fleur era el escape de los pacientes del hospital, todos psicopáticos, ¿cómo podría lidiar con ello? Ya se había dirigido al gobernador, él se había comprometido con cercar la zona oeste y declarar la ley marcial. La policía estaba notificada, ellos deberían capturar a los pacientes en fuga. No obstante, también se vio forzada a movilizar a un equipo de militares.
Por si fuera poco, sus ayudantes iban como locos de un lado al otro, bastante alterados a causa de su tarea delegada. Lo poco que sabía acerca del incidente en la universidad le era suficiente para imaginar lo que había pasado y, por desgracia, lo que podría ocurrir. Todavía le quedaba una cosa más por saber, pero primero necesitaba el informe del doctor Walker, quien fuera el verdadero responsable del incidente. Pero no había tiempo para castigar culpables, Fleur necesitaba información, la suficiente para saber qué hacer. Si sus cálculos eran correctos, era cuestión de tiempo para que se diera otro incidente como el de la universidad o incluso peor, pues sería a gran escala. El escape de los infectados podría acelerar el proceso, por lo que la decisión más sabia, según su lógica, era limitar el brote a la zona oeste.
—Doctora, la están buscando.
Fleur volteó hacia su ayudante, mismo que sostenía un teléfono inalámbrico en su mano.
—¿Quién es? ¿El supervisor de nuevo?
—No, es un médico del hospital. Desea hablar con usted.
No podía tratarse de Nicholas Walker. Fleur imaginó que el doctor habría dado a conocer la directiva del estado hacia los enfermos. Era obvio, nadie renunciaría a su vida así de fácil.
Fleur salió de su tienda de campaña. La ciudad de Westmore le recordaba un poco a su tierra natal: rodeada de árboles, surcada por ríos, acompañada por el rumor lejano de las aves y el viento. A la vez, ese pueblucho tenía un aire urbano que le recordaba a las grandes ciudades, con gente por doquier, autos circulando y motores haciendo ruido. No obstante, a ella siempre le tocaba ver la peor parte de las ciudades. El cordón policial había cortado el tráfico alrededor del hospital, donde montones de ciudadanos curiosos, familiares preocupados y periodistas se habían congregado para obtener información.
El pavimento quemaba bajo la luz del sol y, de hecho, del mismo se desprendían ondas de calor que distorsionaban el paisaje lejano. Su tienda de campañana se hallaba en medio de la calle, rodeada por oficiales que iban de un lado al otro, militares que custodiaban posiciones estratégicas y médicos que trataban heridos. Muy pronto, esos pacientes deberían ser ejecutados.
El Código Z era el último recurso a la hora de contener un brote, mismo que solo había visto en libros y como parte de anécdotas estrafalarias en los cuarteles del centro de control de enfermedades. Realmente no existía ningún protocolo con ese nombre, pero sí una indicación mencionada en el manual de bolsillo de la organización:
"Si la seguridad pública corriera grave riesgo, se priorizará la supervivencia de la sociedad".
Inhumano, ilegal, inmoral, anti-ético. La mayoría de los consultores de ONGs opinaban lo mismo, al igual que los distintos gobiernos que entraron en conocimiento de dicha línea. Sin embargo, el director decidió conservar ese protocolo, solo por las dudas. La razón de su inclusión fue una teoría surgida en el 2016, durante un brote de ébola que afectó a un pueblo específico del áfrica, lugar donde Fleur ejerció su cargo por primera vez, no como líder, sino como médica de campo. La enfermedad, bien conocida y documentada por todos los médicos, se había salido de control debido al surgimiento de una nueva cepa, menos letal en el corto plazo, fulminante al largo plazo, sin cura, resistente a la terapéutica conocida, sin métodos de profilaxis más allá de las típicas medidas preventivas. Se creía que todo el pueblo estaba infectado y no se disponían de recursos para salvarlos a todos. Los recursos que podrían ser usados para aplacar el sufrimiento de los infectados eran necesarios también para tratar otras dolencias en los alrededores. En aquel entonces, se decidió dejar morir a los infectados por aquella cepa y reservar los recursos para atender el resto de necesidades en el poblado.
Por supuesto, el supervisor de Fleur fue despedido y la organización puesta en la mira de todas las organizaciones de derechos humanos.
Paralelamente, en un pueblo cercano había surgido una parasitosis por un hongo de la familia Cordiceps, mismo que ya era bien conocido por manipular el sistema nervioso de pequeños invertebrados. Los efectos en humanos de aquella infección eran mínimos, al menos en ese momento. Como no podía ser de otra forma, se decidió aislar a los infectados hasta su inevitable deceso, utilizando en ellos los recursos que hubieran sido destinados a los infectados con ébola. Se los trató con terapias de sostén, pero todos murieron por causas desconocidas. Eventualmente se dijo que murieron a causa de una respuesta inmunológica letal, pero ella prefirió ignorar los detalles.
La coexistencia de estas situaciones en un mismo terreno geográfico llevó al nuevo director a plantear soluciones extremas para situaciones extremas, dejando aquella línea en su instructivo para principiantes como un recordatorio de que no se puede salvar a tdos.
Fleur estaba cansada de decidir la muerte de sus pacientes. Nunca pensó que el Código Z fuera puesto en marcha, no obstante, el director le había planteado un escenario aterrador, uno que no solo podría poner en riesgo a Westmore y sus alrededores. El mundo entero estaba en sus manos, eso le habían dicho antes de ordenarle lo que creyó imposible. No podía permitirlo, la plaga de Westmore no podía salir de allí.
Ella alzó su mirada hacia el hospital, un edificio gigante, con más de siete pisos y dos de subsuelo. Las luces de su fachada seguían encendidas, como si nada hubiera pasado.
—Soy Fleur Vernon, ¿con quién hablo?
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