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32

Lloyd Westmarch estaba al teléfono. Mientras tanto, tanto médicos como pacientes se acomodaban en el piso de internación. Los especialistas estaban como locos, corriendo de un lado al otro, algunos enojados por la invasión a su espacio de trabajo, otros nerviosos por el ruido que los pacientes y médicos refugiados provocaban. Unos pocos tenían miedo, pero se lo guardaban para sí, con pensamientos cobardes y planes disparatados que deseaban no tener que usar. Pero, sin duda, el paciente que más problemas estaba dando era Jane Anand, quien yacía dormida en su camilla, aunque atada de manos y pies. El doctor Walker miró de reojo a la muchacha, se percató de que sus manos habían comenzado a palidecer.

Uno de los enfermeros justo pasaba por ahí, Walker lo detuvo y le pidió, con ingeniosas señas, que aflojara las ataduras de la paciente. El enfermero le puso mala cara y siguió de largo, mascullando un "hazlo tu mismo" que el doctor entendió enseguida. Sus manos estaban ocupadas, una con el teléfono, otra con una lapicera. Debió dejar su tarea por un breve instante para salvar las manos de aquella jovencita.

En aquella habitación se había instalado un griterío desorganizado, gemidos de pacientes, quejas de médicos furiosos, pedidos de ayuda y murmullos disconformes. Nicholas Walker decidió salir de la internación, topándose enseguida con las miradas paranoides de los oficiales de seguridad, mismos que voltearon hacia él como si hubieran visto un horrible monstruo. Les sonrió y saludó, ellos imitaron el gesto. En el pasillo aguardaban pacientes, familiares y personal de limpieza que huyó de la planta baja siguiendo a la manada. Sus miradas buscaban una respuesta, pero el doctor Walker no podía dárselas. Siguiendo por el pasillo, se cruzó con el ala de internación ginecológica, misma que las propias ginecólogas habían decidido aislar del caos que acontecía en el exterior, pues habían reportado estar lidiando con al menos tres parturientas. Al final del pasillo, se hallaba la oficina de la jefa de sala, una mujer que no venía al hospital hace dos meses. A esas alturas, su destino no importaba, necesitaba de un lugar donde nadie le distrajera.

Lo que Lloyd le reportaba le resultó, cuanto menos, extraño. Dijo que a la guardia habían llegado montones de heridos en distintas ambulancias, politraumatizados, víctimas de un choque protagonizado por un autobús y un conductor imprudente. Un paciente en la sala de espera generó un alboroto, quizá harto por el caos de la guardia o por la prolongada demora; como fuese, no era la primera vez que un paciente enloquecía tras entrar en consciencia de que debería esperar más, por lo que la policía intentó reducir al individuo. He ahí cuando su relato se tornaba de lo más inusual.

—Escuchamos gritos en la sala de espera, no le dimos mayor importancia, los cirujanos estaban todos ocupados y no había médicos disponibles. Ya podría estarse infartando y tendría que esperar, no podemos clonarnos, ya sabes como funciona. Uno de los camilleros sintió lástima por lo que ocurría afuera, no sé qué habrá pensado, pero quiso salir a ver lo que ocurría, en especial porque alguien pateaba la puerta. ¿Puedes imaginarlo, no? ¡El muy imbécil dejó entrar a un montón de alborotadores! ¡Todos locos! Se lanzaron sobre los pacientes, médicos, enfermeros. El imbécil del camillero terminó muriéndose, parece que el paciente enloquecido le clavó un cuchillo en el cuello.

Yo estaba atrás de todo, lo ví pasar, logré llevarme conmigo a un par de pacientes, unos médicos que estaban estabilizando a un par de politraumatizados y una mujer con amenaza de parto prematuro, también del choque. ¿Puedes creerlo? Olvidate de los dos politraumatizados, se murieron, la mujer sigue con contracciones, pero sangra mucho. ¿Tienes forma de enviarnos a alguien?

—Me gustaría hacer algo, pero estoy encerrado en el piso de internación—dijo Walker—, ya ordené a la seguridad que mantuvieran aislada la guardia y el acceso al subsuelo.

La oficina de aquella mujer estaba ordenada con fina pulcritud, con un escritorio reluciente en su centro, misma en la cual se lucía un monitor, una taza vacía de cerámica y una foto donde se lucía la doctora y su familia, posando sonrientes en un paisaje verde.

—¡¿En serio?! ¿Qué pasó? —preguntó—Es demasiada casualidad, ¿y la policía?

—Ya les dije—respondió Walker—, parece que el comisario ya no está más al control, ¿sabes? Los tipos dijeron que aislarían el edificio y que nos arreglemos hasta entonces, muy esperanzador. También se lo comuniqué a Cassandra, antes de decirle a los polis, por supuesto. Ya salió del hospital, va al ayuntamiento para hablar con el gobernador.

—¡Maldita sea! ¿Entonces qué hacemos? ¿Quedarnos aquí y simplemente nos jodemos?

—Sí, exacto—dijo Walker.

Alguien sujetó a Walker por el hombro. Sorprendido, volteó y se encontró con la expresión cansada del doctor Osler, quien se había manchado su guardapolvo con sangre.

—Lloyd, presta atención—dijo Walker—, intenta durar todo lo que puedas. Cuida a la paciente, no creo que podamos llevarte nada.

Nicholas encendió el computador y abrió la consola de vigilancia del hospital. Sudó frío y enseguida se limpió con el dorso de su mano.

—No salgas de donde estás, ¿te parece? —añadió Walker.

—Si no envías alguien pronto, esta mujer morirá—dijo.

—Lo sé, pero no hay nada que pueda hacer ahora.

La comunicación se cortó, por lo visto, Lloyd había decidido cortar la llamada. Nicholas lo estaba mirando por la consola de vigilancia. Tal y como había informado, se hallaba refugiado en un baño junto con unos médicos, dos muertos y una mujer que, por lo visto, intentaba sobrellevar el trabajo de parto.

—¿Viste el resto de la planta baja? —preguntó el doctor Osler.

Walker asintió con la cabeza.

—Sí, bueno, creo que estamos perdidos.

El incidente no se limitaba a la guardia. Los alborotadores habían llevado su locura a toda la planta baja: la recepción, la guardia traumatológica y la mesa de entradas. Los muertos estaban por todas partes. Los enloquecidos, por su parte, se habían amontonado en la guardia general de adultos, quizá conscientes de que todavía quedaban supervivientes encerrados entre las habitaciones de internación.

Walker se negó a ver el estado de la guardia de niños.

—¿Te hicieron algo? —preguntó Nicholas.

El doctor Osler negó con la cabeza.

—La sangre no es mía. Escucha, tenemos que salir de aquí, cuanto antes.

—¿Por dónde? ¿La salida de emergencia? Lo más probable es que no nos dejen abandonar el hospital hasta que sepan lo que pasó.

—¿Piensas lo mismo que yo? —preguntó el Dr. Osler—Porque si es así...

—Bueno, imagino que ya nos vamos a enterar. Hasta entonces... ¿Quieres verlos? Los exámenes histológicos están listos.

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