31
La vida solo podía ponerse peor, incluso si ella pensaba que no quedaba nada más por ver. Jane Anand miró al techo de su habitación, tal y como lo había hecho desde que había llegado al hospital. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un día? ¿Dos? ¿Una semana? Las horas se le hicieron interminables, mismas que había transcurrido, en general, dormida. Los médicos la visitaban de vez en cuando, le preguntaban tonterías y se retiraban con cara de maravillados o de incrédulos. Ignoraban sus palabras, solo les importaban las respuestas a sus cuestionamientos.
¿Cómo había terminado así? Jane dudaba de sus recuerdos, en especial por las preguntas de los médicos, mismas que parecían orientadas a ver si su memoria se hallaba intacta.
"¿Recuerdas tu nombre? ¿Sabes dónde estamos? ¿Sabes que mes es? ¿Sabes qué año es? ¿Quiénes son tus padres? ¿Dónde estudiaste? ¿Qué almorzaste hoy?"
Por supuesto que sabía las respuestas, pero los médicos cuestionaban sus memorias con suspicacia, como si buscaran constatar que no estuviera mintiendo. ¿Por qué mentiría sobre sus recuerdos? Jane había llegado a la conclusión de que, quizá, todo lo que recordaba era una mentira: nunca fue una estudiante en Westmore, nunca conoció a Vincent Douglas, jamás hubo un incidente horrible en la universidad, nunca vio a dos personas comerse entre sí.
"Los médicos deben de pasarla en grande conmigo—pensó ella—, ¿cómo va a ser real eso?"
Y, si eso era cierto y había perdido la razón, ¿cuánto tiempo llevaba allí? No obstante, algo en ella insistía en que todo era una conspiración, algo no estaba bien allí. Jane sí fue universitaria, sí conoció a Vincent Douglas, sí sobrevivió a una horrible masacre. En su memoria, aquellos recuerdos se sentían reales. Todavía podía sentir el polvo en su nariz, sus ojos secos. Recordó preguntarse cómo había llegado allí, en qué momento se había atrevido a saltar. Junto a ella estaba Vincent, un bombero los arrastró a ambos lejos del colchón. Sintió el suelo temblar, como si una mole estuviera sacudiendo el mundo.
Pero todo eso no era real, ¿o sí?
La puerta de la habitación se abrió, misma que era blanca, igual que toda la habitación. Entró una enfermera, ¿o era una médica? ¿Acaso había diferencia? Daba igual, le haría las mismas preguntas de siempre, pondría cara de fascinación y le tomaría muestras de sangre por milésima vez en el día. Algunas veces, Jane se preguntaba si no podría morir desangrada tras tantos pinchazos.
La mujer se veía algo alterada, algo en su rostro perturbó a Jane, quizá fueran sus ojos, o la forma en la que relamía sus labios. Le costó comenzar a hablar.
—Tenemos que irnos—dijo—, te llevaremos a otra habitación.
Jane no reaccionó, despertando la impaciencia de la enfermera que no dudó en levantar la voz:
—¡MUÉVETE, AHORA!
La tomó del brazo y la arrastró con dirección al pasillo. Tan pronto salió de aquella habitación blanca, un pasillo gris le dio la bienvenida. Un hombre chocó con ella, otro embistió a la enfermera. Ambas se alejaron de aquellas personas, eran médicos o enfermeros o camilleros, daba igual. Corrían, un murmullo constante se apoderó del ambiente. Jane sintió a su cuerpo congelarse, su mente quedó en blanco: estaba pasando de nuevo.
Su cuerpo se movió por sí mismo. No, en realidad alguien más lo estaba manipulando. Era esa mujer, pero otra persona más le estaba ayudando. Un hombre, con un camisolín y guantes. Ellos dos hablaban, pero Jane no sabía de qué. Miró sus labios, se sintió incapaz de leerlos. Escuchaba todo a su alrededor, pero no lograba distinguir lo que decían. Entendía el lenguaje, pero era incapaz de retener aquellas palabras en su mente. Veía rostros, ¿estaría Vincent mezclado entre ellos? ¿O el otro chico? ¿Cómo era su nombre? Lo conocía, y muy bien. Alexander no estaba por ninguna parte.
Una puerta se cerró a sus espaldas, alguien comenzó a sujetarla por las piernas. La colocaron sobre una cama, con las piernas abiertas de par en par y los brazos a ambos costados. Su cuerpo se resistió de inmediato. Se sumergió en una violenta lucha, pero era imposible ganar. Una fuerza colosal la inmovilizó sobre la cama, la ató de manos y pies. Sus ojos estaban desorbitados, veía a todas direcciones y a ningún lugar a la vez. No pudo identificar a su captor, pero no era esa mujer. Las ataduras dolían, en especial si se movía. Jane sintió que su boca se movía, su respiración estaba agitada, ¿estaba gritando? ¿Qué era lo que estaba diciendo? Sintió un pinchazo en su brazo, pero no pasó nada.
Una mujer llegó corriendo, joven en apariencia, pero con un agotamiento antinatural en su mirada. Ambas hicieron contacto visual por un breve instante, ¿qué estaba mal con ella? ¿Por qué se veía tan aterrada? ¿Acaso ella era un monstruo? Jane recordó al estudiante que vio desde el comedor de la estudiante, aquel que había atacado al profesor. Podía verlo con claridad, destrozando la humanidad de su víctima. ¿Acaso se había vuelto como él?
Comenzó a llorar, su cuerpo no podía dejar de sacudirse, quizá por miedo. En ese momento, no era capaz de saber lo que estaba sintiendo. Y, mientras aquella médica la miraba horrorizada, todo se apagó.
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