25
Había una gran tranquilidad en el refugio. La noche estaba al caer, los profesores habían escuchado sus instrucciones al detalle; las preguntas se habían terminado, la operación final estaba por comenzar. Debían evacuar, pero no podía confiarse. Rita no le había dicho todo, él era consciente de ello; los detalles del plan eran muy escuetos, pero al menos recibirían apoyo logístico. Un equipo de rescate había diezmado a los delirantes frente al edificio y habían establecido un perímetro para que un equipo de rescate los asistiera.
Debían saltar del edificio, los bomberos habían desplegado grandes colchones de aire para amortiguar la caída de los estudiantes. Por alguna razón, parecían muy apurados por evacuarlos, pero Arthur no deseaba cuestionar las decisiones de la central, después de todo, eso significaba que el infierno también terminaba para él.
Los profesores habían formado filas con los alumnos, sin especificar criterio alguno para priorizar a los estudiantes. El único requisito era simple: debían estar dispuestos a saltar. Un helicóptero sobrevolaba el edificio, con su reflector apuntado hacia las ventanas de la ciudad universitaria. Por lo visto, buscaban supervivientes.
—¡De a uno, conserven el orden! —gritaba una de las profesoras.
Arthur estaba al borde del barandal. Ayudaba a los estudiantes a lanzarse hacia el vacío, confiado en que nada les pasaría al caer sobre el colchón. Les inspiraba confianza, les recordaba que todo había terminado, les felicitaba por sobrevivir. En el fondo, él deseaba que alguien le agradeciera por su "trabajo", si es que podía llamarlo así. Cruzó su mirada con ojos conocidos: era Alexander, uno de los muchachos que había escoltado. Ambos intercambiaron sonrisas cómplices, sabían que su sentir era el mismo, que la euforia que recorría sus cuerpos era auténtica. La razón era conocida, no hacía falta intercambiar palabras.
—Todo irá bien de aquí en más, chico—dijo Arthur.
—Fue duro, ¿no?
Uno de los estudiantes se lanzó al vacío. Se oyó un grito de pánico, uno que se fue ahogando conforme se acercaba al suelo. Arthur siguió con la mirada al muchacho, un bombero lo estaba socorriendo para sacarlo rápido del colchón.
—¡Que salte el siguiente! —gritó el bombero.
—Te toca, chico—dijo Arthur.
—Nos vemos abajo—respondió.
Y, con una sonrisa, decidió lanzarse al vacío. Su caída fue silenciosa, el bombero no tardó en sacarlo del colchón de aire.
Arthur sonrió cuando Alexander lo saludó, no obstante, no tuvo tiempo de responder. Una estudiante se había apresurado junto a él. No podía esperar para saltar y olvidarse de aquel terrible incidente.
—¡Arthur, dile a todos que se pongan a cubierto!
Su sonrisa desapareció en ese instante.
—¡TODOS AL SUELO!
El helicóptero patrullero había desplegado sus metrallas con dirección a la universidad. Arthur logró verlo de reojo, con sus oficiales apuntando hacia un lugar donde no se hallaban ellos. Abrieron fuego, los estudiantes comenzaron a gritar desaforados. Los profesores intentaron mantener el orden, sin embargo, los disparos comenzaron a ascender en dirección a la azotea. Llevó sus manos a la cabeza por instinto, mientras su mirada vagaba por los rostros de los jóvenes a los que debía proteger. Los disparos cesaron y una gran polvareda nubló la visión de los presentes.
—¡Continúen bajando! —gritó uno de los bomberos—¡Ahora!
Un estudiante echó a correr con dirección al barandal y, de un salto, se lanzó con dirección al vacío. Otro le siguió de cerca, siguiendo su desesperado camino. Un griterío se apoderó de la azotea y los jóvenes comenzaron a chocar entre sí, desesperados por resguardarse del peligro.
—¡Arthur! ¡Sal de ahí, salta, haz algo!
Un impacto metálico retumbó en sus oídos y un millar de alaridos se sumaron a los desesperados gritos de los refugiados. Sonidos guturales le erizaron la piel y una presencia aterradora le hizo sentir un escalofrío. Sintió temblar al suelo con cada paso de aquella criatura, misma que se ocultaba tras la polvareda. Miró su arma de reojo, le quedaban pocas balas, sin más munición para protegerse.
Junto a él pasó un joven, creyó reconocerlo. Llevaba una joven en brazos, avanzó hasta el barandal y, sin pensarlo dos veces, dejó caer a la muchacha al vacío. Luego, él cayó junto con ella. La luz del proyector lo cegó por un breve instante, el helicóptero estaba frente a él, con sus armas apuntadas hacia la azotea. Una silueta se dejó ver desde aquella polvareda, se trataba de una persona de gran estatura, contextura gruesa y postura erguida. Hacía temblar el suelo con cada paso que daba y, a sus espaldas, se hallaba una multitud.
La nube se disipó gracias al viento de las hélices, revelando el horrible rostro de aquella criatura. Y, antes de que Arthur pudiera gritar de horror, el helicóptero abrió fuego.
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