23
Subían las escaleras, envueltos por un falso silencio. Las paredes vibraban, pero ninguno de los presentes prestó atención al detalle. Arthur avanzaba, con su mirada perdida en los interminables escalones. Los estudiantes lo seguían de cerca, perdidos en pensamientos confusos. ¿Había terminado? ¿Podían relajarse? En ese momento, la respuesta era irrelevante.
Al final del camino se alzaba una puerta de madera, misma que se mantenía impoluta en la oscuridad del pasillo. Arthur intentó abrirla, pero la misma no se movió ante su fuerza. Tomó carrera y embistió contra el madero, una, dos y tres veces. Con el último embate, el portón se desplomó ante los ojos del oficial.
La luz del atardecer los deslumbró y el vívido paisaje de la ciudad se mostró ante ellos. Salieron hacia una pasarela de metal, misma que se hallaba suspendida con dirección al vacío gracias a unas vigas de concreto. Arthur y los alumnos observaron el paisaje con una sonrisa en sus rostros. El oficial sintió su corazón revolverse. Un helicóptero sobrevoló alrededor del edificio y la luz de su reflector los cegó por un breve instante. Siguió de largo, como si ellos no fueran su prioridad.
—¡¡ESTÁN AQUÍ!! —gritó alguien.
Arthur alzó la mirada, topándose con el semblante frágil de una muchacha que no debía superar los dieciséis años. Le señalaba, con una mueca rebosante de pánico en su rostro. Arthur levantó las manos y, sin poder contenerse, sonrió a la joven.
—¡Soy policía! —dijo él—¡Muy pronto vendrán a buscarnos!
El espanto de aquella muchacha desapareció y fue reemplazado por una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Llegó la policía!
La figura imponente de aquella criatura desapareció del campo visual, agachándose para poder pasar por una puerta. Se trataba, sin duda, de un hombre semidesnudo, cubierto únicamente por una suerte de vendajes que ocultaban sus genitales del ojo público. Los presentes en la sala observaban atónitos el monitor de signos vitales, mismo que les confirmaba la noticia más horrible: todo el pelotón había muerto. Pero... ¿qué era esa cosa?
El comandante se había retirado hace un rato de la habitación, no sin antes amenazar a todos los presentes y advertirles acerca de lo que habían visto y oído. No podían decirle nada a nadie. Los otros jefes de la operación también se habían retirado, dejando instrucciones sobre el proceder de los contingentes sobrantes. Por el momento, la prioridad era eliminar aquella abominación.
Su silueta era humanoide, de hecho, aún conservaba algunos rasgos familiares: una nariz respingada, un ojo amarronado y piel color oliva donde todavía no se lucían aquellos terribles cascarones, mismos que parecían protegerlo contra todo daño. Sin embargo, su rostro estaba arrugado como un papel viejo, con su piel resquebrajada y rota como un cristal. Rita recordó ver algo que le hizo pensar que "eso" sonreía, sin embargo, no podía estar más lejos de la realidad. Las facciones de aquella bestia distaban de lucir humanas, no obstante, sus prolongadas comisuras labiales se extendían casi hasta su mandíbula, con un patrón irregular, como si su piel se hubiera desgarrado y dibujado en su rostro una macabra sonrisa. Sus dientes estaban siempre a la vista, blancos y relucientes, como la dentadura de un animal que busca intimidar a su presa. Aquella criatura era invulnerable a las armas de fuego convencionales y, sin duda alguna, gozaba de una gran fuerza y agilidad, pues él mismo había llegado al edificio de un salto, destrozado la pared y asesinado a mano limpia a los oficiales del pelotón.
La voz de Arthur se abrió paso una vez más en medio del barullo del cuarto y Rita, consternada, miró de reojo al comunicador de su escritorio. ¿Seguía vivo? ¿Cómo era eso posible? Él mismo se había puesto en una situación precaria, pero, gracias a él, la mayoría de los enloquecidos en el edificio se habían movido hacia su ubicación.
—¿Arthur? —preguntó—¿Dónde estás?
Le ofrecieron una botella del agua, pero él la negó con una sonrisa en su rostro.
—Quizá, alguien la necesita más que yo—dijo.
Los refugiados lo habían tratado como un héroe desde el momento en el que había llegado y habían reaccionado con júbilo a las buenas nuevas que el oficial les había dado: pronto, un helicóptero vendría por ellos. No, mejor aún, la avenida central sería asegurada en breve por los pelotones de las fuerzas especiales, ellos en persona los sacarían de allí. No obstante, también debía soportar las numerosas preguntas de los estudiantes, quienes preguntaban por sus amigos y familiares, mismos que habían quedado encerrados en la universidad durante aquella debacle. Arthur les explicó que los únicos supervivientes que había logrado evacuar eran los que lo acompañaban e hizo hincapié en los numerosos contingentes repartidos por los distintos departamentos de la universidad. Por desgracia, solo podrían conocer el número real de sobrevivientes cuando todo terminara.
Alexander llamaba por teléfono, pero sus padres no contestaban su llamada. No podía esperar para decirles que ya se hallaba a salvo, aislado de aquella pesadilla en la azotea del edificio central. Jane esperaba junto a él, ansiosa por recuperar su celular y hacer lo mismo: contactar a sus seres queridos. Vincent contemplaba el horizonte, mientras observaba a un pelotón de las fuerzas especiales avanzar por la avenida central.
<En verdad este es el fin>
—Veamos... ¿Qué haré cuando salga de aquí? —dijo en voz alta.
—Una siesta—dijo Jane—, necesito relajarme un poco.
Alexander los miró de reojo mientras insistía con una última llamada. La misma no tuvo fruto alguno.
—Yo creo que averiguaré el paradero de... alguien.
—Oh, miren quién se hace el misterioso—se burló Vincent.
—¿Estás preocupado? —preguntó Jane.
Ambos se conocían, ¿y cómo no hacerlo? Westmore era un pueblo chico o, siendo justos, mediano, pero con la población justa como para que todos allí se conocieran, por lo menos los locales. Había una sola escuela en todo el poblado, misma que concentraba a toda la juventud de la zona. Vincent era, quizá, la excepción a la regla.
—Es Rachel, quizá tuvo suerte y llegó a irse, pero... ¿Y si no lo hizo?
—¿A ella le dices y a mí no? —le preguntó Vincent—Mira, yo creo que si ella hubiera enloquecido, quizá la hubiéramos visto antes.
Alexander suspiró pensativo. Finalizó la llamada y regresó el teléfono celular a su dueña, quien lo recibió con una sonrisa gentil.
—¿Cómo creen que estén las cosas ahí afuera? —preguntó Alexander—Acá están todos como cábras y... ¿Fuera de los límites está todo bien?
—Parece que sí—dijo Jane—, mis papás no han tenido ningún problema hasta ahora.
—Créeme, si estuviera pasando algo en la ciudad, mis padres ya me habrían contactado—dijo Vincent—, no se pierden de los chismes grandes, aunque me sorprende que no se hayan dado cuenta de lo que pasa por aquí.
Jane miró de reojo a Vincent, quien no quitaba el ojo del pelotón que avanzaba por la calle central.
—Deben estar ocupados—murmuró.
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