Lo tuvo que abandonar, pero él seguía vivo. No había nada que pudiera hacer por él, sin embargo, no podía decir lo mismo de la segunda división. Se hallaban en el patio deportivo de la universidad, buscando una forma de alcanzar a un contingente en el segundo piso del edificio principal. En parte, debía de agradecerle a Arthur por distraer a los enloquecidos, pero al mismo tiempo sentía una gran culpa. ¿Y si hubiera muerto? Por suerte, no era el caso. Ese muchacho estaba vivo y coleando, oculto en un pasadizo de evacuación, no obstante, estaba haciendo el camino inverso. Al final del camino encontraría la azotea y, en teoría, a un contingente de alumnos que se había refugiado allí.

—Central, aquí 411, no hay nadie en este lugar. Llegamos tarde.

La imagen transmitida por los oficiales era desoladora. Rita desvió la mirada, incapaz de soportar la crudeza de aquella masacre, no así los veedores, quienes se esforzaron por identificar los restos que podían verse en el monitor. La conclusión fue rápida: no estaban todos los cuerpos.

—¡¿Pero qué...?!

Rita regresó su mirada hacia el monitor, pero se topó enseguida con una escena confusa. Los veedores se hallaban atónitos y contemplaban sin respuesta a sus preguntas lo que parecía ser una gran cortina de humo. La luz no tardó en abrirse paso, acompañada por una brisa que se llevó consigo aquella polvareda. Fue entonces que vieron una sombra humanoide cuya estatura sobrepasaba a los soldados que, confusos, retrocedieron con sus armas en alto.

—¡Policía, identifíquese!

La polvareda se disipó y, con ella, la imagen se volvió nítida. Casi al mismo tiempo, los soldados abrieron fuego.