13
Jane se había recostado junto a la entrada del ascensor, con su rostro oculto entre sus rodillas y sus brazos rodeando sus piernas. Sus ojos estaban cerrados, no necesitaba ver, no quería seguir haciéndolo. Deseaba gritar, pero no podía, su ruido podía atraer a otros enloquecidos o, en todo caso, atraer atención no deseada. La seguridad que tanto había deseado se había esfumado, ya no existía, no estaba más ahí; de un momento a otro, yacía en la recepción del edificio principal, encerrada a causa de un cierre electrónico y, a la vez, por su propia seguridad, pues en el exterior deambulaban estudiantes con sus miradas perdidas y sus rostros desfigurados, incapaces de articular palabrasi inteligibles.
Vincent caminaba de lado a lado, manteniendo su mente ocupada con planes y alternativas mientras hacía un gran esfuerzo por ignorar los gritos que se habían apoderado del ambiente. Eran erráticos, por momentos más fuertes, desesperados; algunas veces guardaban silencio por un breve instante, pero no le cabían dudas: la trifulca continuaba en su ausencia. Había tomado la decisión correcta, sin embargo... ¿qué sería de Olivia? ¿En qué momento la había perdido de vista? Él negó aquel pensamiento, no debía distraerse con hechos pasados, ya no podía cambiarlos. Aun si ella estuviese viva, no podía regresar, pues él había descompuesto el ascensor apropósito. Jugar con el tablero electrónico no fue un desafío. Fue casi como si un niño tuviera una computadora por primera vez: apretó todos los botones y se detuvo cuando una voz electrónica le anunció se había bloqueado la cabina. ¿Y si alguien necesitaba el ascensor? Lo dudó por un instante, pero se convenció a sí mismo de que no debía pensar en ello
«Necesitamos un plan»
Vincent sabía que, si se quedaban un poco más, podrían ser alcanzados por los infectados. En ese momento, él se sentía responsable de la situación, de cuidar a Jane, de escapar de la universidad. Nadie le había pedido que tomara ese lugar, su amiga nunca le había pedido ayuda, ni suplicado por un plan de contingencia. Sin embargo, en su inusual actitud podía ver que ella estaba por quebrarse. Quizá fuera el cansancio, la cefalea o el haber visto a la muerte a la cara. La causa no era clara, no obstante, lo cierto era que ella no podía tomar decisiones independientes en ese momento.
Él decidió que debían salir de allí, la recepción del departamento de salud conducía a múltiples complejos áulicos y salas de exposición, no obstante, varios de los pasadizos también daban al patio trasero de la universidad, mismo en el que los deportistas entrenaban de sol a sol.
—Jane, tenemos que irnos—ordenó, mientras caminaba con dirección a ella—. Este lugar no será seguro por mucho tiempo más.
Ella abrió sus ojos y miró el suelo consternada.
«¿Y si nos quedamos aquí?
¿Y si nos atrapan?
¿Y si nos lastiman?
¿Y si... Nos volvemos locos?»
La idea de irse le aterró, pero la seguridad en los ojos de su compañero le hicieron saber, sin necesidad de intercambiar palabras, que no había lugar para discusiones. Vincent era un hombre bastante terco, y ella no estaba en condiciones de discutir con nadie. Ella se puso de pie y se limitó a seguir sus órdenes sin rechistar. En su mente primaba una idea: la muerte, la sintió cerca, y todavía podía ver a los alumnos enloquecidos, con aquellas muecas inhumanas que tanto le repugnaban. Sus manos temblaban, ¿en verdad no lo vio venir? Era evidente que algo pasaría, o quizá no. Ella tenía el presentimiento de que las cosas no irían bien, por eso se había posicionado junto a la salida de emergencia, pero nunca imaginó que la situación descarrilaría de aquella forma.
Le atormentaba la idea de que la locura fuese contagiosa, ¿cómo era eso posible? Jane recordó las teorías en las que Vincent creía, mismas que adjudicaban a la epidemia el extraño aumento en los disturbios y la delincuencia. Pero aquello no tenía el más mínimo sentido, no para su juicio, los enfermos no perdían la razón, no así. Aquellas muecas no eran propias de un humano, sino de un ser incapaz de comprender la gesticulación, la conducta humana. Los gestos de los enloquecidos eran exagerados y retorcidos, como un dibujo mal hecho, como una pintura que se ha desdibujado.
Vincent se le acercó de pronto, consciente de que su compañera ya no estaba allí, pues su voluntad yacía presa por el pánico y los pensamientos traidores, mismos que le habían paralizado por completo. Él la tomó por los hombros y miró a sus ojos, aquellos que le observaron, sorprendidos, con aquel color avellana.
—Jane, saldremos de aquí—le aseguró—, pero tenemos que movernos, no sabemos...
La puerta principal del gran salón se abrió. Un estudiante entró y se dejó caer enseguida dando un portazo antes de su caída, aprovechando la inercia de su cuerpo. Algo se estampó contra el cristal que rodeaba a la puerta y tanto Vincent como Jane voltearon para observar lo que ocurría. ¿No estaban cerradas las entradas y salidas? Vincent estaba seguro de que lo había intentado, pero la puerta principal yacía sellada.
Un muchacho golpeaba la puerta con desesperación, con sus manos empapadas con sangre y sus ojos inyectados con furia. Gritaba, sin embargo, de su boca solo salían sonidos guturales, gemidos y balbuceos incomprensibles para los presentes. De sus labios escurría baba, espesa y repugnante.
El estudiante, malherido, miró hacia Vincent y Jane que, conscientes de lo que pasaría, retrocedieron con discretos pasos. La mirada del joven se iluminó al identificar a uno de los dos.
—¿Vincent? ¿Eres tú? —preguntó—Te encontré, ¡al fin te encontré!
El muchacho se puso de pie y se acercó con acelerados pasos a Vincent, con una mueca de esperanza en su rostro. Sin embargo, no recibió el mismo gesto por parte de quien fue, hasta hace pocos minutos, su amigo.
—No te acerques, Luke—amenazó Vincent—. Déjanos seguir nuestro camino.
Sintió la culpa carcomerle el pecho. Era uno de sus amigos, uno de los que debieron reunirse con el aquella tarde para ver el partido. Sus heridas eran extrañas, pero Vincent no dudó de que alguna debía provenir de algún mordisco.
—¿Qué? —preguntó, desconcertado por la reacción de su amigo—¿Esto es una broma?
Él negó con la cabeza.
—Luke, no te acerques.
Una herida se lucía en su brazo, un corte cuya sangre era contenida por un vendaje improvisado; otra en su cuello, un mordisco poco profundo, de extrañas e inusuales características, sin las lesiones terribles de los caninos de un perro, con la huella de una dentadura estrecha y familiar. Vincent y Jane pensaron lo mismo y temían que él fuera a enloquecer en breve, igual que los estudiantes que se habían refugiado en el comedor. Lo habían visto y no tenían duda de que podía repetirse.
Contrariado por la reacción de su amigo, Luke se acercó de nuevo, pero esta vez con mayor decisión y firmeza. Vincent se interpuso entre él y Jane, propinando un empujón a quien alguna vez fue su amigo. Él trastabilló y cayó al suelo; miró hacia él, confundido por su reacción. Quizá, el muchacho malherido no era consciente de su propia condición.
—¿Qué diablos te pasa? ¿Sabes todo lo que he pasado por tu culpa? —preguntó y miró a Jane de reojo—Jane, por favor, ¿puedes decirle que...?
—Luke, ¿cómo te hiciste esas...?
Jane perdió la voz de repente. Pudo ver la mirada de los enloquecidos en el semblante de Luke. Sus piernas temblaron, su mente quedó en blanco y una sensación terrible se apoderó de su cuerpo. Su rostro se vió poseído por el terror, y retrocedió despavorida, tironeando a Vincent de su camiseta mientras intentaba huir de él. Sin embargo, aquel muchacho estaba lejos de perder el control.
Vincent entendió lo que le ocurría a Jane y, contrariado con sus propios pensamientos, permaneció frente a ella.
—No tiene caso, lo del cuello es un mordisco—dijo Vincent—, pero todavía se ve... Normal
—¿Normal? —preguntó, desconcertado por aquella afirmación.
—Escucha, Luke, si todavía estás cuerdo vete lejos, enciérrate en algún baño y no salgas.
—¿Qué? —preguntó— ¡No puedes hacerme esto! ¡¿Sabes todo lo que soporté hasta ahora por tus estupideces?! ¡Todo esto es por tí! ¡Él viene por tí!
Vincent guardó silencio, confundido por las palabras de su amigo.
—¿Él? —masculló Vincent—Creo que has comenzado a desvariar. Vete, o me encargaré de ti personalmente.
El muchacho suspiró y levantó sus manos en señal de rendición. Retrocedió con dirección al extremo opuesto de la sala.
—Muy bien, pero... ¿vas a escucharme?
—Depende de lo que quieras decir—amenazó Vincent.
—Mira, imbécil. De algún modo te buscaste problemas con Mike, ¿se puede saber qué le hiciste? Anda como loco por ahí, repartiendo navajazos a todo lo que camina mientras te busca.—levantó su brazo y señaló la herida que llevaba vendada—. Esto me lo hizo él, lleva un buen rato persiguiéndome. Creo que lo perdí, ahí fuera hay un espectáculo increíble.
Vincent guardó silencio, y Jane, confundida, dio un paso al costado para mirarlo de reojo, buscando explicaciones en su semblante. Sin embargo, no pudo verlo sin sentir aquel cosquilleo helado recorriendo su espalda.
—La última vez que lo vi andaba por la biblioteca, mientras no vayas por allá todo estará bien, espero.
Luke dio la vuelta y marchó hacia la puerta que se hallaba en el otro extremo del salón.
Un aluvión de pensamientos arrasó la mente de Vincent, ¿por qué en ese momento? ¿Acaso se estaba aprovechando de la crisis? Repartir puñaladas por ahí, solo para cobrar venganza por una estupidez, le resultó una idea delirante. Sin embargo, las palabras de su viejo amigo no le parecieron falsas.
«¿Acaso perdió la cabeza?»
Mike Spencer no era más que un matón, un apostador abusivo del que se sabía poco. Justo por ello, la mayoría de los estudiantes lo evitaba, salvo Vincent, quien disfrutaba de jugar con dinero de vez en cuando.
Luke abrió la puerta y, resignado, volteó para ver a su amigo por última vez.
—Cuida mucho de la chica, tú y yo sabemos que luego irá por ella. Intenta salir de aquí.
Vincent tragó saliva. Su dentadura rechinó y una corriente de ira recorrió su cuerpo. ¿Cómo era que Luke sabía que Mike iba por Jane? Se supone que solo él sabía de aquella amenaza.
«Pensé que él no lo haría»
—Luke, yo... Lo siento—se disculpó Vincent—, pero las cosas son así. Los hemos visto, nosotros...
—Tranquilo, les creo—dijo él—. Parece que hoy no es mi día de suerte, pero... Supongo que no debí bajar la guardia.
Volteó y caminó con dirección a la puerta. Vincent se vio tentado a ir por él, arrepentido del trato que le había dado y también ansioso por información. Sin embargo, Jane lo tomó del brazo y lo detuvo. Luke debía irse y Vincent tenía que darle a ella unas cuantas explicaciones.
—Sabes —dijo Luke—, si nos hubiéramos reunido fuera para ver el partido... Quizá no hubiéramos terminado metidos en este lío.
Se llama Luke, como Skywalker y Howland.
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