12
Alexander pensaba, sin prestar atención al recorrido, en los acontecimientos recientes y en su indudable relación con el aviso de Gregory, incapaz de hallar una explicación para lo que había ocurrido. Por supuesto, cabía la posibilidad de preguntárselo directamente, pero él tenía algo aún más prioritario.
«¿Estás bien?»
Escribió aquel mensaje y lo envió a su hermana, Rachel. Pensar en que algo le hubiera ocurrido le producía una preocupación insoportable. Le horrorizaba considerar que algo le pudo pasar, algo como lo que había visto antes, con el muchacho y el salvaje. Había otras personas en su mente: sus padres, sus abuelos, ¿qué pensarían de todo esto? Incluso su pobre perro, mismo que siempre le daba la bienvenida luego de un largo día de ausencia.
«¿Podré volver a verlos?»
Aquel pensamiento lo estremeció. La idea de no poder abrazar a su madre, no charlar más con su padre, no poder acariciar más a su perro, ni oír sus irritantes ladridos. ¿Tendría una segunda oportunidad?
Su teléfono vibró mientras observaba la pantalla. Recibió una respuesta: "estoy bien, ¿dónde estás?". Escribió, deseaba tranquilizarla, ¿cómo estarían las cosas fuera de la universidad? No deseaba volver más dura aquella horrible experiencia, ni preocuparla por que algo pudiera pasarle a él. Lo bueno, quizá, era que Rachel no había llegado a ver las atrocidades de los enloquecidos.
Avanzó sin importarle la dirección, acompañado por aquella estudiante desconocida y por el policía. Él había mencionado la oficina de un conserje, con la esperanza de poder escapar a un lugar seguro por allí. Alexander caminaba, con su vista clavada en su celular, concentrado en el mensaje que debía escribir. Sin embargo, perdió señal de forma abrupta.
«Ya volverá»
Esperó por un breve instante, pero no vio ningún cambio. Decidió enviar el mensaje igualmente, para no tener que estar al pendiente. En algún momento, su mensaje llegaría a Rachel. Desvió su mirada hacia su compañera, quien caminaba cabizbaja y con su vista perdida en el suelo, impregnada de horror y vacío. Ella le miró de frente, pero Alexander solo encontró ausencia en sus ojos.
—¿Crees que saldremos de esta? —le preguntó.
Alexander tenía muy clara su respuesta: «No».
—Quizá—le mintió—. Mihaela, ¿no? Lamento todo lo de antes.
—No, está bien. Me salvaste.
Alexander sabía que sus acciones fueron, como mínimo, cuestionables, pero nadie podía juzgar el resultado. Se había percatado de que algo andaba mal cuando las luces de emergencia se encendieron y, cuando fue hasta el salón de recepción, se topó con lo que, en principio, parecía una pelea entre estudiantes. Allí vió a Mihaela, paralizada ante el horror que se desarrollaba frente a sus ojos. Y, sin pensarlo dos veces, decidió llevarla por la fuerza detrás de un mueble.
—Tuvimos suerte—añadió Mihaela, mirando la espalda del oficial—, pronto, esto terminará.
El policía, sin embargo, no le inspiraba mucha confianza. Se trataba de un muchacho de apariencia joven, con una barba insipiente y el cabello desordenado en un mar de rulos.
«Este tipo parece muchas cosas, menos un policía»
Llegaron al final del pasillo, donde una puerta de madera separaba la oficina del conserje del gran almacén. El oficial intentó girar el pomo, pero el metal se resistió. Alguien estaba bloqueando la puerta del otro lado.
—¡¡VÁYANSE!! —gritó una persona.
—Lo que faltaba—se quejó Alexander.
Arthur golpeó el madero con mayor fuerza, apresurado y también desesperado por alcanzar la salida.
—¡Policía! ¡Abra la puerta, hemos venido a evacuar civiles! —gritó, intentando que su voz sonara intimidante.
Un breve silencio precedió a sus palabras y Arthur, sin pensarlo dos veces, tomó distancia para derribar la puerta. Su negociación no se prolongaría mucho más.
—¡NO! —gritó aquella persona—¡NO ENTREN!
—Señor, necesitamos entrar—dijo el oficial—, y lo haremos con o sin su consentimiento.
Antes de que Arthur tomara la distancia suficiente para embestir, la puerta se abrió. Una persona se asomó por ella, envuelta por las sombras, con una leve curvatura en u postura. Se trataba de un hombre cabizbajo, con un vendaje en su brazo izquierdo y una herida hemorrágica en su hombro derecho. Alzó el rostro, mostrando una mueca furiosa, con ojos enrojecidos y sangrantes. Arthur desenfundó su arma enseguida y apuntó a su cabeza mientras los estudiantes que custodiaba tomaban distancia.
—Por favor, máteme—dijo él.
—¡Regrese al...!
—¡QUE ME MATES!
La expresión de su rostro se desfiguró, sus líneas faciales se deformaron y su nariz se respingó a causa de su contorsión muscular. Arthur retrocedió espantado y observó como el conserje abandonaba su humanidad para echar a correr con dirección a él, con sus brazos extendidos hacia su cuello.
¡BAM! Un estruendo hizo eco en el almacén y el cuerpo del enloquecido se estremeció cuando el proyectil atravesó su cabeza. Se desmoronó tras recibir el impacto, como si de un muñeco de trapo se tratase. Sus ojos seguían abiertos, sus piernas y brazos se estremecían con pequeños espasmos. Arthur recordó a la mujer a la que había abatido al principio, con la misma mirada, el mismo salvajismo. Ella debió haber muerto después de aquel disparo fatal, sin embargo, luego volvió, aunque con la mitad de su cuerpo paralizado.
El oficial apuntó el rostro del enloquecido y, con su mano temblorosa, jaló del gatillo una vez más. Esta vez, el cuerpo dejó de moverse.
¿Los leones mejores que los Tiburones? ¡Por supuesto! Ellos pueden atacar con fuertes embestidas, más organizadas y con mejor táctica. Lamentablemente, de vez en cuando, también puede que se les escape algún mordisco.
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