10
Llevaban ya varios minutos golpeando la puerta, desesperados por recibir ayuda. Sus puños golpeaban el cristal de la puerta del comedor y el mismo resistía con firmeza. Uno de ellos estaba ileso, de pie tras aquel muro casi invisible. Gritaba, insistía sin descanso, con la esperanza de que sus compañeros oyeran su clamor. No obstante, ellos estaban demasiado atemorizados como para dejarlos pasar.
Los golpes y súplicas del muchacho resonaban por el salón del comedor. Mientras tanto, Margueritte sostenía una pesada discusión con Matt, el hijo del comisario y otros alumnos que se habían sumado al debate, atemorizados, incluso furiosos ante la idea de permitirles el paso. Otros, reacios a opinar, conformaron pequeños grupos aislados en el recinto, algunos más animados que otros, pero todos igual de expectantes. ¿Cuál era su temor? Un testimonio, proveniente de uno de los estudiantes que había llegado antes de que sellaran las escaleras. Él aseguró, sin atisbo de duda, que la locura era contagiosa.
Vincent mantenía su mirada perdida en uno de los ventanales del recinto, con su atención puesta en un simple pensamiento "sobrevivir". Guardó silencio, pero de vez en cuando miraba con dirección a Olivia, quien se mantenía cabizbaja a pesar de lo que acontecía. Pensó en reunirse con Jane, pero ella había reanudado la llamada con su madre. Lo mejor, era no intervenir.
El tiempo se llevó los gritos de aquel estudiante que, con su garganta exhausta, terminó por rendirse ante la indiferencia de sus compañeros. ¿Realmente era contagiosa la locura? Él no podía entender lo que ocurría, en especial por la extraña evolución de los actos. En el salón ya no reinaba el miedo por unos cuantos desquiciados, sino por la posibilidad de perder la cordura. ¿Aquella creencia se apoyaba solo en el testimonio del estudiante o había algo más que él desconocía? Vincent se concentró en los estudiantes que esperaban fuera. Ninguno de ellos mostraba signo alguno de locura, no como decían que había ocurrido.
Los testigos de la matanza hablaban de rasgos extraños en los atacantes: muecas deformadas, sonrisas sardónicas, ojos saltones, sonidos guturales y, quizá lo más llamativo, ojos escarlata, sangrantes. No pudo identificar ninguna de aquellas características en el alumno ileso, tampoco en los heridos, quienes yacían recostados al pie del camino, debilitados por sus heridas. Uno de ellos lucía una laceración terrible en su brazo, similar a una puñalada; otro permanecía junto al camino, con sus brazos oprimiendo su abdomen, presa de un dolor incoercible; el tercer herido yacía inconsciente junto al camino, con una herida sobre su clavícula, misma que no paraba de sangrar.
—¡Abran! ¡¿Por qué nos dejan aquí?! —gritó el muchacho que lucía ileso.
Algunos estudiantes miraron con lástima, otros con miedo, ¿qué pasaría si fueran ellos los que estuvieran del otro lado? Aquella duda incomodaba a todos ellos, ¿por qué la locura de un desquiciado sería contagiosa? ¡Menudo disparate! Jane terminó con la llamada, robando la atención de Vincent en cuanto se aproximó con dirección a Margueritte, quien mantenía una acalorada discusión con el hijo del comisario. Por lo visto, él era el principal interesado en dejar afuera a los estudiantes.
Jane llamó por su nombre a la lider, quien volteó hacia ella y le sonrió de forma instintiva, un gesto actuado, carente de toda felicidad. Una mueca que antaño significó alegría se lucía en sus labios, pero algo estaba mal con ella. ¿Qué sería? Quizá, pensó ella, era el terror que destilaban sus ojos.
«¿Qué sabrá?», se preguntó Jane.
—¿Hay alguna novedad? —preguntó—¿Por qué los dejamos ahí afuera?
Margueritte, cuyo nerviosismo ya trascendía sus gestos, señaló al joven Andrews como responsable de la discusión. Él resopló con indiferencia y desvió su mirada hacia un costado, hastiado por la actitud de su compañera.
—Es por el—aseguró—, ¿cómo va a ser contagiosa la locura? ¿Te has vuelto loco?
—Si mi padre dice que se contagia, así es—le respondió—, y tú no tienes opinión aquí. Es muy simple, o los dejamos entrar y morimos todos, o los dejamos ahí fuera. El tiempo me dará la razón.
Jane, que era ajena a la discusión, no estaba enterada de la novedad que Luke llevaba. De hecho, él no era el único en saber algo así.
—Y eso no es todo, Mar—añadió Luke—, uno de los chicos lo vio. ¡Uno de los atacados enloqueció de golpe! Se puso como loco y repartió golpes a todo el que se le cruzaba, un par lo intentaron contener y se llevaron mordiscos como recompensa, ¿es eso lo que quieres?
—¡Todo esto es una locura, Luke!—le gritó—Yo... ¿Tengo que creer en tí? ¡Déjame hablar con el comisario!
—Tú no tienes autoridad para pedirme eso—le respondió, desafiante.
—Eh, suficiente—les interrumpió Matt—. Aunque no los dejemos entrar, tenemos que hacer algo, tienen heridos. ¿Deberíamos darles...? No sé, ¿algo?
Matt, un hombre fornido y de pocas palabras, lucía un semblante que Jane nunca había imaginado ver. A través de sus ojos amarronados pudo ver el miedo, en sus muecas vió temblores, miradas de refilón que reflejaban cierta paranoia. Alto, fuerte, pero débil al mismo tiempo.
Alguien tocó el hombro de Vincent. Él volteó, era Olivia. Negó con la cabeza enseguida y su mirada cayó con cierta decepción. Quizá, pensó que habían llegado a una solución.
Vincent volteó con dirección a Jane, pero ella desvió su mirada sin muchas respuestas que pudieran ser satisfactorias.
El griterío, los gritos de ayuda, la altanería de Luke y el orgullo de Margueritte, la pasividad de Matt, la mirada de Vincent. Jane se sintió aturdida, como si estuviera por perder el control.La imagen de sus padres acudió de regreso enseguida, ¿debería llamarlos de nuevo?
«No, acabo de cortar la llamada, los preocuparé más»
Sentía una necesidad imperiosa de ver a su madre, de abrazarla; de hablar con su padre, preguntarle qué tal le había ido el día. Sí, como era antes, cuando no estudiaba en la universidad central. ¿Hace cuanto que no volvía a su casa? ¿Cuánto tiempo llevaba estudiando y trabajando al mismo tiempo?
«Quiero abrazar a mamá»
Pero no podría hacerlo si moría.
Un puñetazo casi resquebrajó el vidrio. Jane salió de sus pensamientos enseguida y Vincent, movido por el miedo, se dejó llevar por su cuerpo. Él corrió con dirección a Jane, la tomó por los hombros y la acercó a él con suavidad. Era peligro, podía sentirlo.
Los alaridos del muchacho se multiplicaron y arrebataron la atención de todos los presentes. Golpeaba la puerta con mayor fuerza, desesperado. Margueritte ignoró la conversación que había estado manteniedo con Luke y, confundida, volteó con dirección a la puerta.
—¡ABRAN LA PUERTA! —gritó desesperado—¡POR FAVOR!
Por lo visto, el estudiante malherido estaba por morir. Su cuerpo yacía inmóbil y, aunque no podía tocarlo, Jane podía imaginar como se sentiría al tacto: blando, fláccido y manipulable, como un muñeco de trapo.
Margueritte tragó saliva y regresó enseguida a la conversación con su grupo, no obstante, esta vez no quitó su mirada del grupo de estudiantes. Jane ignoró lo que decía, pero era evidente lo que buscaba: hacerlos entrar. Una sensación apabullante se apoderó del cuerpo de la estudiante. Estaba segura, algo malo estaba por ocurrir. Desvió su mirada y se concentró en las cadenas que bloqueaban la salida de emergencia.
«¿Quién carajo sella una salida de emergencia?»
La preocupación de Vincent era notoria para Olivia, quien, al igual que Jane, se vió sobrepasada por la sensación de peligro.
—¡SÁQUENME DE AQUÍ!
Ante la mirada atónita de todos, aquel que lucía cerca de la muerte, de un momento al otro, se puso de pie. Su cuerpo reaccionó de forma errática a su repentina fortaleza, se puso de pie con lentitud y torpeza, tambaleando de lado a lado y con sus globos oculares moviéndose de forma irregular, sin mantener un foco fijo. Las facciones de su rostro se deformaron, los músculos de su rostro se estiraron, su piel se arrugó por aquella contorsión extrema. Jane, por un breve instante, coincidió con la mirada del enloquecido. Sus ojos estaban hinchados, derramaban sangre por los costados. Lucían inflamados, sobresalían de sus cuencas. Un quejido de terror escapó de los labios de Jane, quien había comenzado a temblar tras ver aquella figura demoníaca.
Los presentes guardaron silencio mientras los gritos de la víctima resonaban por el recinto, sin embargo, bastaron pocos segundos para que su vida se extinguiera bajo las fauces de su atacante. Olivia gritó de horror al ver aquello, ¿y cómo no hacerlo? Ante sus ojos había resucitado un muerto, se había levantado para asesinar, convertido en un monstruo poseído por alguna fuerza sobrenatural. Los estudiantes comenzaron a alborotarse, buscaron una forma de salir: ventanas, pasadizos del personal, la salida de emergencia. Los otros dos heridos no tardaron en caer presos de la locura, experimentando las mismas deformidades que el primero.
Uno de los enloquecidos alzó su mirada, con sus ojos inyectados en sangre y una expresión animal en su rostro. Enseñó sus dientes, y se lanzó sobre el cristal del portón. Un golpe seco precedió al impacto y un alarido sacudió el comedor. Los otros dos alzaron sus miradas hacia sus nuevas víctimas y, como si de un despojo se tratara, dejaron atrás el cadáver del muchacho.
Otro impacto contra el cristal desató el pánico en el comedor. Ahora, los que estaban encerrados eran ellos.
—¡Esperen! ¡Tranquilícense! —gritó Margueritte.
—¡Déjen de gritar! —añadió Matt.
Margueritte, Luke y Matt se vieron rodeados enseguida, agredidos por estudiantes desesperados que buscaban una solución.
—¡¿Dónde está la policía?! —preguntó una de las refugiadas.
—¡VAMOS A MORIR, VAMOS A MORIR TODOS! —gritó otro.
Un golpe resquebrajó el cristal.
Vincent volteó con dirección a Olivia, quien había reaccionado de la misma forma ante el pánico: con una parálisis por miedo. Jane volteó hacia la salida de emergencia, la cual permanecía sellada frente a sus ojos. Era todo lo que podía hacer, no tenía otra opción, debía intentarlo.
—¡Mar, por aquí! ¡Ayúdame! —gritó Jane.
Jane se quitó el suéter mientras echaba a correr con dirección al pilar central del comedor. Envolvió su mano en la tela y, sin miedo a consecuencias, destrozó el cristal que protegía el matafuegos que allí se lucía. Sacó el rojo metal y tiró su suéter a un costado. Regresó corriendo hacia la salida de emergencia y, con toda la fuerza que sus brazos podían ofrecerle, golpeó el candado que sellaba la cadena.
—¡Por aquí, ayúdennos a derribar la puerta! —señaló Margueritte.
Una embestida resquebrajó de nuevo el cristal y el pánico terminó de apoderarse de los estudiantes que, enloquecidos, se amontonaron alrededor de la puerta. Matt se acercó enseguida y arrebató el matafuegos de las manos de Jane de un tirón despiadado, la apartó con un breve empujón y propinó un golpe demoledor al candado. Sin embargo, este resistió.
Otra embestida se detuvo frente al cristal que, esta vez, se hizo añicos tras el impacto. Vincent volteó con dirección a los enloquecidos y, sin mejores ideas, tomó a Jane de la mano y echó a correr hacia una esquina del salón. Tenía un plan, pero dependía de las circunstancias.
Los tres enloquecidos no tardaron en cobrar sus primeras víctimas, causando una batalla sin parangón en la que Matt y otros estudiantes intentaron derribarlos a pura fuerza bruta mientras Margueritte, con toda la fuerza que sus brazos podían ofrecerle, intentaba destrozar el candado.
«Tres locos, cada uno solo puede luchar contra uno. No hay mejor momento que este para escapar»
Vincent no se detuvo al llegar a la esquina del comedor, pues, al confirmar que los enloquecidos estaban ocupados con otros estudiantes, echó a correr con dirección al ascensor. El rostro de Olivia acudió a su memoria enseguida, ¿qué habría sido de ella? ¿Dónde estaba? Ya no importaba, no podía detenerse.
Ambos pasaron junto al cadáver del estudiante y, poseído por la impaciencia, presionó una y otra vez el botón que llamaba al ascensor. La cabina comenzó a movilizarse y el panel sobre las puertas le indicó que el mismo estaba en el primer piso.
—Vincent...
Jane retrocedió temerosa y señaló con dirección al comedor. Él volteó y se topó con que ella no señalaba la batalla campal, sino al cadáver del muchacho, mismo que se había reincorporado a duras penas y con su cuello luciendo una herida terrible, una de la que ya no salía sangre.
La puerta se abrió y ambos echaron a correr con dirección al interior de la cabina y, con impaciencia, presionaron una y otra vez el botón de la puerta. No obstante, el muchacho, tan rápido como se levantó, cayó de rodillas al no poderse mantener de pie.
El ascensor comenzó a descender con dirección a la planta baja mientras ellos, paralizados por el miedo y agitados por la carrera, seguían tomados de la mano. ¿Estaban a salvo? Vincent no podía dejar de preguntárselo, sentía a su corazón latir, una ligera falta de aire, sus piernas temblaban. Su mente estaba en blanco, no había lugar para planteamientos, reflexiones o miedo. Debía sobrevivir, era su única certeza.
—Vincent... —masculló Jane.
Él volteó con dirección a ella. ¿Le había ocurrido algo? Solo pensar en ello hizo que Vincent se estremeciera. Sintió a su corazón ralentizarse por un breve instante, a su piel helarse y a su mente ser poseída por un terror mayor al de la muerte. Ella señaló su mano.
—Me estás apretando mucho.
Él la soltó enseguida y, avergonzado, se disculpó mientras se frotaba las manos. Suspiró, aliviado de que nada grave le hubiera ocurrido.
Dedicado a Raquel (Wattpad no me deja etiquetarla, que paso ahora jajaja), gracias por seguir leyendo esta historia a pesar de los años que pasaron.
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