La Invasión
"En medio de la oscuridad de la guerra y con la muerte al acecho, la supervivencia se convierte en un faro de esperanza que guía a aquellos que se aferran a la luz más brillante dentro de sí mismos."
Capítulo 22
Supervivencia. Una palabra compuesta que denota esfuerzo por vivir. Esto es innato para cualquier ser vivo, incluso para aquellos que no tienen un cerebro demasiado desarrollado o que no tienen cerebro en sí. Es una respuesta al entorno, arraigada con el deseo simple de querer vivir.
En los seres vivos, es un conjunto de instintos y respuestas biológicas que impulsan a los organismos a preservar su propia vida y bienestar. Es una característica evolutiva que ha sido moldeada a lo largo de millones de años para asegurar la supervivencia y reproducción de las especies. Este sentido de supervivencia se manifiesta en reacciones automáticas ante el peligro, el hambre, la sed y otras amenazas a la integridad del organismo.
En los seres humanos, este sentido de supervivencia es particularmente complejo debido a nuestra conciencia y capacidad de pensamiento abstracto. En situaciones de guerra, este sentido de supervivencia se vuelve aún más pronunciado y desempeña un papel crucial en el comportamiento de las personas. Algunos de estos aspectos en tiempo de guerra podrían ser:
Movilización de Recursos, el cuerpo humano activa respuestas fisiológicas para garantizar el suministro de energía y recursos necesarios para enfrentar situaciones de estrés y peligro. Se liberan hormonas como la adrenalina, que aumentan la agudeza mental y la fuerza física, lo que puede ser vital para escapar o defenderse. Adaptación a la amenaza, conlleva a la capacidad de adaptarse rápidamente a las circunstancias cambiantes. Conexión social, las relaciones humanas a menudo se fortalecen, creando cooperación y el apoyo mutuo. Toma de decisiones rápidas, conduce a la priorización de necesidades inmediatas. Resiliencia y esperanza, e pesar de las adversidades extremas, se puede mantener viva la esperanza y la determinación. La creencia en la posibilidad de un futuro mejor es el mejor aliado.
Todo esto, convierte a los seres humanos en un contexto como este, como en un arma letal con posibilidades de lograr cosas que ni ellos mismos creían. Cuando lo entendemos, nos damos cuentas que estas experiencias, por muy dolorosas, son necesarias para descubrirnos a nosotros mismos.
En el momento en que la Reina Mirmidona mencionó el inicio de la guerra, un estallido ensordecedor de caos y violencia envolvió el campo de batalla. Como si la mera mención de esa palabra hubiera desencadenado una tormenta de destrucción, el ejército enemigo avanzó con una ferocidad abrumadora. La tierra tembló bajo la fuerza de su avance, y el aire se llenó con el clamor de las criaturas y las armas.
La Reina Mirmidona, líder de la invasión, aprovechó la sorpresa momentánea para lanzar un poderoso golpe directo hacia Mathew. Sin embargo, el muchacho reaccionó con una rapidez asombrosa. Con sus vectores telequinéticos, creó un escudo protector que chocó contra el golpe de la reina, y aunque el impacto fue lo suficientemente potente como para hacer que el suelo bajo sus pies se resquebrajara y la arena del desierto se elevara en una nube de polvo, no retrocedió para nada.
En respuesta, el ejército de mirmidones avanzaron, organizados y letales, con escudos que salieron de su antebrazo de su propio exoesqueleto y lanzas en mano. Sus exoesqueletos resplandecían bajo la tenue luz del sol del desierto que anunciaba la llegada de la noche, y sus ojos brillaban con una intensidad antinatural. Del lado humano, las armas tecnológicas rugieron a la vida, disparando rayos de energía y proyectiles con una precisión letal.
En un segundo, Paper había derrotado a seis enemigos, apuntando directamente a la cabeza. Adrián, si bien no había derribado a ninguno, mantenía a raya a la mayoría para que no se le acercara. Mar, quién se había transformado en un enorme hombre de un poco más de dos metros, con fibras musculares prominentes, se abalanzaba sobre los enemigos en una embestida, y con un brazo tomaba a un enemigo por el cuelo y con el otro, donde tenía el arma, apuntaba a sus cabezas y disparaba.
Lance, volaba en el cielo, con una luz que surgía de todo su cuerpo. Desde esa altura, enviaba rayos fotónicos de un lado a otro, y en otros momentos colocaba una cúpula a su alrededor para defenderse de las lanzas que le enviaban. Jan, había tomado una lanza enemiga, y con ella se teletransportaba de un punto a otro, sobre los hombros de sus enemigos, enterrando la lanza sobre el cráneo. Skyler, hacía combinaciones entre sus estilo de combate marcial y sus ilusiones. Había creado montones de siluetas idénticas a ella, para confundir al enemigo, mientras la verdadera se encargaba de moverse por las filas, en una danza marcial, combinando una ecléctica colección de técnicas, desde el judo hasta el jiu-jitsu y el karate. Demostraba, como su cuerpo podía convertirse en una sinfonía de agilidad y flexibilidad.
Y aunque fuera difícil de creer, Sortelia y Joshue, con los ojos resplandecientes, se movían gráciles por todo el terreno. Estos habían aprendido con su propio poder, el estilo de combate de Skyler, de modo que adaptarse al terreno no había sido un problema. Además, descubrieron y daban voces sobre ellos, que la debilidad de los mirmidones eran las mismas que la de la fisionomía humana, puntos vitales como el cerebro, el corazón, las arterias del cuello, entre otros.
Y a su vez, Diana sobrevolaba los cielos montada en un enorme dragón negro, en conjunto del resto de aquellas criaturas aladas. Los dragones desplegaron sus enormes alas y ascendieron hacia las alturas. Lanzaron oleadas de fuego que descendieron como tormentas de llamas sobre las filas enemigas. La hidra, con sus siete fauces abiertas de par en par, liberó un torrente de veneno que se esparció en el aire, creando una zona de peligro mortal.
Las fuerzas de la oscuridad se alzaron en el campo de batalla con una ferocidad inquebrantable. Jezabel, la bruja oscura, alzó sus manos y desde sus dedos se dispararon rayos de energía negra. Los rayos golpearon a los mirmidones, desgarrando sus exoesqueletos y dejando tras de sí un rastro de sombras agonizantes. Cada impacto parecía drenar la vida misma de los enemigos, dejándolos debilitados y a merced de los demás. Aland, el mago ancestral extendía sus manos, y un resplandor dorado le envolvía mientras pronunciaba palabras de poder, olvidadas por siglos. De repente, rayos de energía arcana salieron disparados en todas direcciones. Los rayos se dividieron y multiplicaron en una danza destructiva, alcanzando a varios mirmidones a la vez. La energía arcana los consumió, haciendo que sus cuerpos se desintegrasen en chispas de luz.
Mientras tanto, desde las alturas, Dorzel, el arcángel del juicio, descendió con una majestuosidad imponente. Sus alas de fuego dejaban una estela brillante en el aire, y su espada de luz resplandecía con un poder divino. Con cada golpe de su espada, el arcángel dispersaba a los enemigos como hojas al viento, mientras a su paso, cadenas sagradas surgían e inmovilizaba a los enemigos. Los mirmidones luchaban por resistir, pero se encontraban superados por la abrumadora presencia del arcángel y su ira justiciera.
Arlen, se movía con una gracia mortífera entre las filas de los mirmidones. Sus manos creaban distorsiones en el aire, y de la nada, surgían enjambres de avispas furiosas. Las avispas obedecían sus órdenes con una lealtad feroz, atacando a los enemigos con sus aguijones venenosos. Las alas en su espalda brillaban con un resplandor dorado mientras se sumergía en la refriega, su cuerpo rodeado por una nube de avispas que zumbaban como heraldos de la muerte.
Junto a ella, Bionic, desataba un poder impresionante. Sus manos vibraban en el aire, generando ondas sónicas que resonaban en una cacofonía ensordecedora. Las ondas de sonido que emitía eran tan potentes que arrasaban con los mirmidones en su camino, haciendo que sus cuerpos se desintegraran en un estallido de partículas. Bionic volaba sobre el campo de batalla, surcando el cielo con una estela de energía sónica. Su control absoluto del sonido le permitía detectar los movimientos de los enemigos y contraatacar con una precisión letal.
Y de vez en cuando, Arlen y Bionic se complementaban a la perfección, en un ballet mortal. Mientras las avispas de Arlen atacaban desde todas las direcciones, Bionic creaba barreras de ondas sónicas que desviaban los ataques enemigos. Juntos, formaban un dúo imparable, abriéndose paso a través de las hordas de mirmidones con una eficiencia letal.
En otra parte del campo de batalla, el titán, al que llamaron Sigurd, de más de cien metros de altura avanzaba con pasos que hacían temblar la tierra. Sus enormes puños se abatían sobre las filas enemigas, aplastando a docenas con cada golpe. Los mirmidones luchaban por escalar sus piernas colosales, pero el titán simplemente sacudía su cuerpo, deshaciéndose de ellos como insectos. Su presencia era una fuerza de la naturaleza, devastadora e imparable.
Pestilence emergía entre la niebla tóxica que se extendía por el campo de batalla. Con un gesto de su mano esquelética, desató una oleada de plagas y enfermedades. Los mirmidones caían enfermos al instante, sus cuerpos retorciéndose en agonía mientras la peste se propagaba. La niebla oscura ocultaba su figura, permitiéndole moverse con sigilo entre los enemigos, dejando un rastro de desolación a su paso, con su ejército de muertos luchando de un lado a otro.
Y en medio de la refriega, Obhá se erguía. Con cada golpe que daba sobre los enemigos, Obhá crecía en fuerza y agilidad, debido a la multitud de seres humanos que estaban sobre el terreno. Sus heridas se cerraban y su piel se regeneraba, impulsado por la presencia de aquellos que creían en él. Su figura imponente se alzaba como un faro de esperanza para los humanos de Siwa, infundiendo en ellos una determinación renovada.
Sin embargo, la confusión y el caos también se extendían por el campo de batalla como un fuego salvaje. Y en medio de la lucha desesperada, Paper alzó la voz, su grito resonando sobre el estruendo de la batalla.
—¡Protejan a Amunet! —Su voz aguda cortando a través del clamor de la guerra, cuando vio como un mirmidón la pudo haber asesinado, de no ser porque la anciana colocó una de sus manos a un costado de la criatura y elevó la presión sanguínea de este, haciendo que el corazón del mirmidón explotara y cayera su cuerpo a un lado.
Los ojos de Paper, ardían con una mezcla de determinación y preocupación mientras señalaba hacia Amunet, quien luchaba valientemente a su lado.
—¡Yo iré! —Gritó en respuesta Mar, con una voz profunda y masculina, corriendo hacia la anciana.
—¡Te acompaño! —añadió Adrián, corriendo detrás de ella.
Allí, rodearon a Amunet a sus costados, disparando a discreción hacia los enemigos. Amunet, estaba agachada, con el semblante serio, curando las heridas de uno de los humanos caídos.
De hecho, lo sorprendente de esta , es que pese a ser una anciana, la vieron con una agilidad sorprendente para su edad. Amunet, se movía de un lugar a otro, con sus manos arrugadas resplandeciendo con una luz dorada curativa. Se acercaba a los heridos humanos que comenzaban a caer, mientras les daba palabras de aliento y esperanza, y hacía su trabajo sin quejas. Sus toque no solo aliviaban el dolor y las heridas, sino que sus palabras inyectaban una chispa de vitalidad en aquellos que estaban al borde del colapso.
La visión del campo, también se bifurcaba en dos frentes. Por un lado, las momias o muertos vivientes de Pestilence, luchaban con ferocidad contra los mirmidones. Sus vendajes ondeaban en el viento, mientras blandían armas y garras, enfrentándose a los enemigos con una determinación implacable. La sombras que se reflejaban sobre la arena, ahora que la noche había caído y la luna se alzaba, hacía ver ahora el escenario de forma siniestra, con áreas incendiadas incluso.
En el otro frente, el ejército medieval avanzaba con una elegancia sombría. Sus armaduras brillaban con amatistas, esmeraldas y zafiros incrustados, reflejando la luz de la luna, como estatuas esculpidas en movimiento, sobre un jardín de pesadillas. Portaban espadas, arcos y flechas, y lanzas, habilidades de épocas pasadas combinadas con la tecnología del presente, pues a su lado, los soldados humanos empuñaban rifles tecnológicos, disparando ráfagas de energía que cortaban el aire con un zumbido eléctrico.
En el centro del campo, Mathew miró a la Reina Mirmidona con ojos decididos y una chispa de desafío. Su mente estaba en calma, centrada en sus propios poderes y en la estrategia que había trazado en su mente. Ahora era consciente de la reputación aterradora de la reina, pero eso solo lo había motivado más. Había perdido demasiado por culpa de organizaciones como FACTORY, y no sabía cuanto podía perder si la reina tomaba el control del planeta. Por eso, estaba decidido a poner fin a la tiranía de la Reina Mirmidona.
Mathew miró directamente a los ojos de la reina, esta parecía enfurecida por aquella osadía. Desde esa distancia, la vio más pálida de lo normal y se dio cuenta que los agujeros sobre su piel eran como las de un queso suizo de la que emergían hormigas. Entendió que todo su cuerpo era una colonia para ellas. Pese a sus ojos siniestros y sus antenas, el arete en su oreja y los adornos en su nariz y cuello le daban un aspecto audaz y único.
La reina Mirmidona intentó dar otro golpe, pero esta vez, sus vectores telequinéticos sujetaron sus brazos y la alzaron. La hubiera dejado allí, de no haber visto como un enjambre de hormigas voladoras salían de su cuerpo y se aproximaban hacia él. tuvo que soltarla, y arremolinar sus vectores telequinéticos alrededor de él, solo para crear una defensa en forma de cúpula a su alrededor, con el que impidió la entrada de las hormigas.
Creía que había conseguido un momento de respiro, de no ser porque otras hormigas excavadoras, se habían pronunciado entre la arena de bajo de sus pies. Se aterró cuando las vio subir por sus zapatos. Sabía que debía detenerla como fuera lugar, y mirando directamente al rostro de la reina una vez más, canalizó su poder de control mental hacia la reina. Entonces, una sensación de presión mental envolvió la mente de ella. Y su control sobre las hormigas se vio momentáneamente interrumpido, y algunas de ellas se detuvieron en su lugar, confundidas.
Aprovechando esta oportunidad, Mathew saltó hacia un costado para salir sobre la zona de peligro, y sacudiendo los pies, usó sus brazos telequinéticos para crear un escudo de energía frente a él. La Reina Mirmidona reaccionó rápidamente, convocando un enjambre de hormigas destructoras para atacar el escudo. Las hormigas se abalanzaron sobre este con ferocidad, pero no eran capaces de atravesarlos.
Con su mente y sus vectores telequinéticos en pleno control, Mathew lanzó un contraataque. Creó una serie de brazos telequinéticos invisibles que se lanzaron hacia la reina con la velocidad de un rayo, mientras seguía su escudo enfrente de él. Los brazos se retorcieron y enroscaron alrededor de la figura de la reina, inmovilizándola momentáneamente.
Mathew mantuvo su enfoque, pero subestimó el poder y la determinación de su enemiga. Con un grito de furia, la reina liberó una oleada de energía oscura que deshizo los brazos telequinéticos, liberándola de su restricción. Mathew retrocedió, sorprendido por la fuerza y la rapidez de la reina.
Ella, avanzó con paso seguro, su figura imponente recortándose contra el fondo de la luna. Las hormigas a su alrededor parecían obedecer sus órdenes sin vacilación, moviéndose en patrones coordinados y atacando en perfecta sincronía. Mathew se encontraba rodeado, y supo que tenía que pensar rápido si quería mantenerse con vida.
Con un movimiento de sus manos, Mathew generó una ráfaga de energía telequinética, lanzando a las hormigas destructoras hacia atrás. Pero la reina no estaba dispuesta a detenerse. Extendió sus manos hacia el suelo, y la arena comenzó a moverse como olas turbulentas. Las hormigas emergieron de la tierra, formando una barrera protectora a su alrededor.
Mathew levantó una barrera de energía telequinética para protegerse de la avalancha de hormigas. Sin embargo, la reina había calculado sus movimientos. Una parte del enjambre se elevó en el aire, rodeando la barrera desde arriba y los lados, y otra comenzaron a socavar la barrera, debilitándola poco a poco.
Mathew sabía que no podía mantener la defensa por mucho tiempo. Reunió sus fuerzas y extendió su control mental, intentando alcanzar a la reina a través de su resistencia. Pero esta vez, la reina estaba preparada. Con ello, imágenes de seres de todo tipo, eran devorados por ella, exponiendo su sangre y sus viseras, como en una carnicería. Con cada alimento que se daba, hormigas mutantes salían, pero una más deforme o defectuosa que otra, siguió devorando hasta conseguir seres perfectos a su causa, y no fue hasta que probó la carne de un titán, que surgió todo su ejército.
Las imágenes fueron tan devastadoras y desagradables, que la concentración de Mathew se vio afectada y no pudo controlar su mente como la primera vez. Vio como la barrera telequinética comenzó a debilitarse aún más. La Reina Mirmidona avanzó, sus ojos reflejando una mezcla de triunfo y crueldad. Mathew sintió cómo las hormigas destruían su barrera una por una, y el pánico comenzó a apoderarse de él.
Finalmente, la barrera colapsó, y Mathew se encontró vulnerable ante el enjambre de hormigas que lo rodeaba. La Reina Mirmidona levantó una mano y las hormigas avanzaron, cubriéndolo por completo. Mathew luchó por liberarse, pero las hormigas se movían con una ferocidad imparable.
Poco a poco, la oscuridad se cerró sobre él, y Mathew se vio obligado a arrodillarse, rendido ante el poder de la Reina Mirmidona. Las hormigas lo mantenían inmovilizado, su resistencia disminuyendo con cada segundo que pasaba. La reina se acercó lentamente, su mirada fría y calculadora.
—¿Pensaste que podrías desafiarme, pequeño humano? —susurró la reina con un tono de burla. —Has subestimado mi poder y sobreestimado el tuyo.
Mathew luchó por mantener su enfoque, pero su mente estaba abrumada por las imágenes y los pensamientos caóticos que la reina había implantado. A pesar de su resistencia, se encontró doblegado ante la reina.
La Reina Mirmidona sonrió con satisfacción mientras observaba al mutante arrodillado a sus pies. Había logrado lo que se propuso: doblegar al humano y demostrar su supremacía. A pesar de su derrota, su mirada seguía fija en la reina, y su determinación no se había apagado.
—No subestimé tu poder. Solo quería demostrarte la fuerza y la voluntad de la humanidad. Somos más que carne y hueso, más que individuos. Somos un conjunto de experiencias, sueños y aspiraciones, y eso es lo que nos hace fuertes.
La Reina Mirmidona se acercó lentamente a él, su voz resonando con un tono gélido y despectivo, pero intrigada por las palabras de Mathew.
—Hablas con convicción, humano. Pero dime, ¿qué es lo que te hace creer que la humanidad es superior a mi ejército de hormigas? ¿Por qué te aferras a esa creencia?
Mathew soltó un suspiro, su mirada reflejaba una mezcla de tristeza y esperanza: —No se trata de superioridad en términos de fuerza bruta. Es sobre la capacidad de crecer, de evolucionar, de cambiar el curso de nuestro destino. No estamos atados por instintos fijos como las hormigas. Tenemos la libertad de elegir y de crear nuestro propio camino.
La reina soltó una risa cortante, como si las palabras de Mathew fueran una broma.
—La libertad, dices. ¿Pero qué es la libertad en comparación con la eficiencia y la unidad de mis hormigas? —se burló ella, con orgullo—. Están conectadas por un propósito común, sin conflictos ni caos. ¿Qué puede ofrecerte la libertad si solo conduce a la anarquía y la discordia?
—La anarquía y la discordia son solo el lado oscuro de la libertad —Mathew, sonreía y su voz era tranquila, pero con problemas para hablar debido a la presión que ejercían todas las hormigas sobre su cuerpo—. Pero también nos permite crear arte, ciencia, tecnología. Nos da la oportunidad de luchar por la justicia, por la igualdad y por un mundo mejor. No todos los caminos son fáciles, pero cada elección es nuestra, y eso es lo que da valor a nuestra existencia.
La reina frunció el ceño, sus ojos reflectantes destellando mientras procesaba las palabras de Mathew.
—Aún así, ¿cómo puedes estar seguro de que los humanos no caerán en su propia autodestrucción? Su historia, tanto como los humanos de mi mundo, está plagada de conflictos y guerras.
—Es cierto, nuestra historia no ha sido perfecta —reconoció el muchacho—. Hemos cometido errores y hemos causado daño. Pero también hemos aprendido de ellos. La evolución no es lineal ni fácil, pero cada paso que damos nos acerca a una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que habitamos. La lucha es parte de nuestro proceso de crecimiento.
La reina pareció meditar sobre las palabras de Mathew. La oscuridad en su mirada parecía menguar ligeramente, reemplazada por una expresión de consideración, pero eso no quitaba lo implacable que ella podía ser por sus propios propósitos.
—Tus palabras son curiosas, humano. Has demostrado una valentía inusual al enfrentarte a mí y una perspectiva única sobre la humanidad. Aunque pueda no estar de acuerdo con todo lo que dices, admito que tu determinación es impresionante —hizo una pequeña pausa, y se acercó para alzarle el mentón con una de sus manos—. Dime algo, ¿cómo han obtenido todos estos poderes? Los humanos de mi mundo, si quiera sirven para ser sometidos a esclavitud, porque ni para conformar un ejército como este, valen la pena.
—No tengo idea —afirmó Mathew—. Solo sé que han sido parte de nosotros desde hace mucho tiempo, y ahora han despertado.
—Así que, al igual que nosotros, el proceso evolutivo también los ha llevado a cambiar —sopesó la reina—. Me alegro de saberlo, si bien han demostrado que son una especie distinta, de igual forma morirás ahora y en este momento...
Bajo el pálido resplandor de la luna, el desierto se transformó en un escenario siniestro y aterrador. La tierra se estremecía bajo la implacable marcha de los billones de mirmidones, cuyas lanzas y escudos se alzaban como un mar de acero en constante movimiento. Aunque habían ganado terreno al inicio, para ese momento, ante el cansancio que comenzaba a evidenciarse, la noche parecía estar impregnada de un aura ominosa mientras los mirmidones avanzaban con una determinación implacable. Sus siluetas multiplicadas hasta el infinito por la cantidad insondable de sus números.
Los enemigos de estos, que alguna vez se creyeron invencibles, se veían ahora empujados hacia atrás por la marea imparable de los mirmidones. La bruja Jezabel, que una vez había lanzado hechizos mortales con seguridad, retrocedía ante el aluvión de lanzas afiladas y escudos incansables. El mago Aland, cuyas artes divinas habían doblegado a muchos, encontraba sus conjuros disipados por la marea de hormigas que parecía no conocer fin, y ahora estaba obligado a protegerse sobre una barrera impenetrable, ante la oleada de lanzas que eran arrojadas hacia él.
El Arcángel Dorzel, aunque poseía una fuerza divina, se veía superada por la cantidad abrumadora de sus oponentes. Incluso el titán Sigurd, con su inmensa estatura y poderío, luchaba por mantenerse erguido ante la fuerza combinada de los mirmidones, que ahora escalaban cada vez más, y encontraron formas de arraigarse en su piel, pese a que este se movía de un lado a otro, intentando zafarlos de su cuerpo. La hidra y los dragones, símbolos de ferocidad y majestuosidad, se encontraban enredados en un combate caótico, tratando de enfrentar a un enemigo que se multiplicaba más rápido de lo que podían derrotar.
Diana y Lance, que una vez habían sido aliados, ahora se encontraban separados por la marea de hormigas que amenazaba con arrasar con todo a su paso. Antes la caída de la noche, Lance ya no podía hacer uso de la luz de sol para su vuelo, y la luz que le proporcionaba la luna, si bien le permitía contar con algo de fuerza, jamás se compararía al esplendor del sol, así que estaba sobre el terreno luchando. Diana, hace mucho que su dragón había caído muerto en el desierto, cuando una lanza atravesó su corazón, y al igual que Lance, estaba entre la arena, moviéndose con gracia, desplegando armas de un lado a otro, para aniquilar la emboscada que la cernía.
Arlen luchaba con una valentía incansable, convocando avispas y lanzándolas contra los mirmidones. Sin embargo, a pesar de su ferocidad inicial, su capacidad para inclinar la balanza comenzaba a menguar. Las avispas, que una vez habían desgarrado a los enemigos con voracidad, ahora luchaban contra la corriente interminable de hormigas. Su número incontable se cernía sobre ella, dificultando cada movimiento y amenazando con abrumarla.
A medida que Arlen luchaba por mantener su posición, Bionic percibía la creciente urgencia de la situación de todos. Observando cómo el ejército enemigo avanzaba implacablemente y cómo los aliados comenzaban a mostrar signos de agotamiento, sabía que cada elección suya podía tener repercusiones catastróficas. Sintiendo el peso de la responsabilidad, Bionic desató ondas sónicas con una precisión extrema, tratando de crear barreras protectoras y mantener a raya a los mirmidones. Cada pulso de sonido que emitió era calculado con cautela, ya que una vibración fuera de control podía desencadenar un desastre.
No había de otra, Bionic tenía que redoblar sus esfuerzos, en un acto de desesperación de no perder a nadie. Sin embargo, sabía que cada onda sónica que liberaba estaba teñida de un peligro latente, y que el equilibrio entre la protección y la destrucción era frágil. Porque entendía que tenía el poder de destruir el mundo, sino calculaba sus movimientos.
Las esperanzas comenzaban a flaquear, la resistencia parecía inútil, y la luz de la luna solo revelaba la magnitud de la devastación que se alzaba sobre el campo de batalla. El ejército medieval, cuyas armaduras y espadas brillaban bajo la luz de la luna, luchaba desesperadamente para mantenerse unidos ante la embestida interminable de los mirmidones. El ejército humano, se encontraba en una situación similar, tratando de resistir contra las incontables hordas de hormigas que avanzaban sin cesar.
En medio del caos, Obhá, Amunet, Mar y Adrián luchaban con todas sus fuerzas para proteger a Amunet, quien seguía curando a los heridos, pero ahora con un ritmo que comenzaba a entrever los años de la anciana. Las figuras de Paper, Sortelia y Joshua, los únicos niños presentes en el campo, eran como chispas de fragilidad en medio de la tormenta de batalla.
—Estamos retrocediendo —jadeó Paper.
—Sí seguimos de esta forma, acabaremos perdiendo —señaló desde el otro lado Jan.
Jan y Skyler, ahora luchaban codo a codo, se encontraban en una encarnizada lucha contra enemigos que parecían interminables.
—¿Dónde está Mathew? —Preguntó Skyler, mirando hacia todos los lados sin verlo.
Pestilence, con su oscuro poder, y el ejército de momias o muertos vivientes, habían perdido su ventaja ante la tenacidad y el número de los mirmidones, por el mismo desgaste.
—El chico tiene problemas —dijo Pestilence, con voz gutural, señalando hacía un punto.
Cuando Paper miró hacia allí, vio a Mathew, envuelto entre hormigas, arrodillado delante de la Reina Mirmidona.
—¡No, no!... —gritó, al ver la determinación asesina en los ojos de la reina.
Todos miraron hacia donde estaba Mathew, y en fracción de segundos, vieron a la reina Mirmidona colocar los de su mano derecha, tan recto, que con sus uñas afiladas semejaba una daga. Alzó su mano, en una forma diagonal de arriba hacia abajo, que mostraba la letalidad con la que iría.
Y cuando envió su ataque mortal. Justo, en ese instante, vieron la sangre correr. El semblante de todos pasó por varias fases en segundos: al principio de horror, de allí se fue a desconcierte, y luego cayó en pánico.
—¡No, Jan! —chilló Skyler en el fondo, en un lamento.
Jan, estaba justo enfrente de Mathew. La mano de la Reina Mirmidona había atravesado su pecho, desde su esternón hasta su espalda baja. Mathew, todavía arrodillado, tenía la cara salpicada de sangre, con los ojos abiertos sin entender qué había ocurrido.
Jan se volvió a mirarlo, con una sonrisa débil, y dijo:
—Aunque todos ellos mueran, no puedes olvidar nuestro acuerdo, FACTORY debe desaparecer...
Un velo de desesperación y dolor había caído sobre el campo de batalla. Como un eco doloroso, la tristeza invadió los corazones de todos los presentes.
Bionic, por su parte se sintió responsable. Sabía que tenía el poder para acabar con todo aquello, pero no tenía experiencia sobre el control de sus habilidades para intentarlo. Estaba nervioso. Miró a Arlen, pero la chica estaba tan conmocionada como el resto, que ni lo determinó.
Entonces, cuando el cuerpo de Jan colapsó finalmente, en el epicentro de esa oscuridad, una voz resonó en la mente de Mathew. Una voz que era a la vez conocida y desconocida, una voz que trascendía el tiempo y el espacio.
"Es hora de despertar."
Lo sabía, aquel susurro era del Soberano, del que tanto Lance y Diana, como Sortelia y Joshue, habían hablado. Entonces, una resonancia intensa llenó su ser, y en respuesta, Mathew sintió que algo en su interior se liberaba. Era como si una energía latente, una fuerza inconmensurable que había estado contenida, finalmente encontrara su salida. La luminosidad dorada que emanaba de su cuerpo se intensificó, extendiéndose en todas direcciones. Sus ojos brillaron con una luz cegadora, y en ese momento, el poder Z despertó en su plenitud.
El campo de batalla se sacudió con la manifestación de su poder. Las hormigas que rodeaban a Mathew fueron lanzadas en todas direcciones por una explosión de energía telequinética. Una onda expansiva invisible barrió el desierto, haciendo retroceder a los mirmidones y a todos los enemigos que se encontraban en su camino. El viento se arremolinaba, levantando arena y polvo en una danza frenética.
Pero varias cosas pasaron en cuestión de segundo:
Con el caos y la desesperación cayendo como una losa sobre el campo de batalla, Bionic sopesó la situación con ojos resueltos. Observando la letal determinación de la Reina Mirmidona que se preparaba para un segundo ataque mortal contra Mathew, Bionic no dudó en actuar. Se lanzó desde el aire hacia ella, con la fuerza sónica que le caracterizaba, sus extremidades vibrando con una energía poderosa.
Y en un instante, se encontró justo en frente de la Reina Mirmidona. La ferocidad y la ira que emanaban de ella no le intimidaron, y canalizando su control absoluto del sonido, reunió una carga sónica impresionante en su puño y la dejó estallar en un golpe dirigido con precisión. La onda sónica concentrada impactó con tanta fuerza, que arranco un estruendo ensordecedor que resonó en el aire.
La explosión sónica resultante envió a la Reina Mirmidona a volar a través del aire, su cuerpo arrojado como un proyectil. A medida que se alejaba, su expresión de sorpresa y furia quedó plasmada en su rostro. Bionic observó su trayectoria con una mezcla de satisfacción y preocupación, consciente de que había ganado un respiro momentáneo para Mathew y sus aliados. Sin embargo, su mente no podía evitar centrarse en el poder abrumador que Mathew estaba liberando en ese momento.
Al voltear la mirada hacia donde Mathew se encontraba, Bionic fue testigo de una vista asombrosa. El aura que emanaba del joven se había intensificado a niveles inimaginables, y su explosión de energía había alterado drásticamente el campo de batalla. Las hormigas que habían estado cercando a Mathew fueron dispersadas por la fuerza telequinética liberada en el momento de su desencadenamiento.
Bionic comprendió la magnitud de lo que estaba presenciando. La plenitud del poder Z estaba en pleno exhibición, y Mathew había conseguido desatarlo en una forma que nadie podría haber anticipado. El aire estaba cargado con una energía electrizante, y mientras Bionic flotaba en el cielo, sintió el impacto de esa energía en cada fibra de su ser.
Sin embargo, a pesar de su asombro, también percibió la fragilidad que subyacía en ese despliegue de poder. El control y la maestría eran esenciales para dirigir tal fuerza sin desatar una catástrofe. Miró a Mathew con una mezcla de admiración y preocupación, consciente de que este era un momento crítico tanto para él como para todos los presentes en el campo de batalla.
Desde otro punto, algo más extraordinario sucedió en el frente de batalla. El ejército humano, que había estado luchando valientemente contra las hordas de mirmidones, comenzó a sufrir una transformación grotesca. Sus cuerpos se retorcían y deformaban, sus extremidades se alargaban y se curvaban, sus torsos se cubrían de escamas oscuras y brillantes, y aguijones salían desde la base de su espalda. En cuestión de segundos, se habían convertido en mutantes escorpiones, criaturas de pesadilla que portaban la esencia de la mutación.
Las miradas de asombro y confusión se extendieron entre los presentes. Pero antes de que pudieran procesar completamente esta extraña metamorfosis, un rugido ensordecedor llenó el aire. Y desde lo profundo del horizonte, más allá del campo de batalla, una oleada de ejércitos mutantes escorpiones se alzó como un torrente imparable. Sus garras se agitaron en el aire, y sus colas curvadas ondeaban como banderas de guerra. Y en la vanguardia de esta inmensa marea de mutantes escorpiones, se encontraban figuras conocidas. Nathan y Zahra.
Nathan, estaba transformado en el enorme y agigantado rey escorpión que habían visto en Marsa Matrouh, y detrás de él todo su ejército. Su llegada, era la causante de la mutación de los veintitrés mil humanos que ya estaban en el campo, aunque miles ya habían muertos. Este lideraba la carga con una determinación feroz en sus ojos.
Zahra, en cambio, venía sobre una enorme alfombra voladora, surcando los cielos con ella en la cabecera, mientras Los Pequeños Héroes: Layla, Karim, Amina y Youssef, estaban detrás, a su alrededor, habían decenas de libros apilados.
La visión de aquello era tan sorprendente, que pareció revivir la chispa de esperanza en los corazones de los luchadores agotados.
Los mutantes escorpiones, liderados por el ejército humano transformado, chocaron contra las hordas de mirmidones con una furia inigualable. Las garras y las colas se entrelazaron en un frenesí de violencia, y el estruendo de la batalla resonó en todo el desierto.
—Disculpen la demora, pero creímos que veníamos en buen tiempo, hasta que vimos a ese colosal titán desde kilómetros en el desierto. Supimos que algo debía estar ocurriendo —vociferó a Zahra, para todos los que ella consideraba como amigos.
—Tranquila, al menos has llegado —dijo Mar, saliendo de su formación para abrazarla.
Los niños se reunieron en un abrazo con Sortelia y Joshue, pero todos se quedaron pasmado viendo a Mathew, que cuando la tierra vibró a causa de su poder, todos entendieron que aquello era producto de él.
—¿Qué le sucede? —Preguntó Zahra, con una mueca de incomprensión en el rostro por lo que veía.
—Ha desatado el poder de un mutante Z, finalmente —reveló Adrián, sin poder creerlo, admirando la escena.
El cuerpo de Mathew, irradiaba una energía que desafiaba la comprensión, y mientras sostenía su mirada en la Reina Mirmidona, sintió que el mundo mismo estaba a su alcance.
—¿Ese no es?... —la pregunta de Nathan, quien se había abierto entre las filas y la batalla hacia ellos, quedó sin formularse al ver el cuerpo de Jan en el suelo, completamente pálido.
—Necesitamos conseguir ese cuerpo, para ver si Amunet puede hacer algo —aseguró Skyler, esta vez con los puños apretados.
No podían afirmarlo, pero en sus corazones lo sabían, el curso de la batalla había cambiado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro