La Furia de las Bestias
"Si las hormigas decidieran unirse en su búsqueda, su implacable determinación y su incesante trabajo podrían conquistar incluso el mundo más vasto."
Capítulo 21
¿Qué es un cataclismo?
Una pregunta que muchas veces pasamos por alto. Sabemos lo qué es, pero no sabemos lo que significa para muchos de nosotros.
Para J.K. Rowling un cataclismo "es un evento mágico que sacude los cimientos de nuestro mundo y lo lanza en un torbellino de caos y misterio. El resultado es un vendaval de magia desbocada que puede alterar paisajes, cambiar destinos y poner a prueba la valentía de aquellos que se atreven a enfrentarlo. No es tan diferente de cuando un Caldero Explosivo decide tener un día revoltoso en clase de Pociones, pero a una escala mucho más épica. Un cataclismo puede traer criaturas mágicas inusuales a la vida, retorcer la realidad y hacer que los callejones mágicos y los pasadizos secretos cobren vida propia."
Para La Bruja Escarlata "es como un torbellino de emociones y poderes combinados. Un vendaval de energía que puede cambiar la realidad misma, desatando fuerzas que alteran todo lo que conocemos. Un cataclismo es como un vórtice de posibilidades, donde los límites de lo que es real y lo que no lo es se vuelven borrosos. Pero, como con todos los poderes, un cataclismo puede ser tanto una bendición como una maldición. Puede sanar heridas y traer esperanza, pero también puede traer caos y destrucción."
Y finalmente para C.S. Lewis, "Un cataclismo es como un eco del Gran Cambio que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas. Es un momento en el que los cimientos mismos de la realidad tiemblan, como si el tejido del mundo estuviera siendo sometido a una prueba de fuego. Es el ruido ensordecedor de la lucha entre las fuerzas del bien y el mal, un enfrentamiento que sacude las raíces de nuestra existencia. Pero más allá de las imágenes deslumbrantes, un cataclismo es también una metáfora de los desafíos internos que enfrentamos en nuestra propia vida: la lucha entre nuestros deseos egoístas y nuestra aspiración a la virtud. Incluso, en los momentos más oscuros de un cataclismo, siempre hay una esperanza que brilla como una estrella en la noche."
Sin embargo, aunque se crea una cosa u otra, en los momentos de un cataclismo se puede generar una amplia gama de reacciones emocionales en las personas, que incluyen ansiedad, miedo, incertidumbre y preocupación. La anticipación de un evento catastrófico puede ser abrumadora y puede afectar tanto a nivel emocional como físico. Algunos, el nivel de estrés que su cuerpo y su mente acumula es tanto, que incluso deciden quitarse la vida antes de que tal evento ocurra. Un colapso.
Lo peor, es que a lo largo de la historia del mundo han ocurrido inmensurables formas de eventos naturales aterradores, que muchas personas han tenido que sobrellevar estos con lo que tienen. Parece ser la prueba final sobre la mente y las emociones humanas que, al final, todos debemos enfrentar. Porque todos sabemos que un cataclismo no tiene que ser un huracán, una explosión volcánica, una lluvia de meteoritos o una inundación universal. Un cataclismo puede ser una mala noticia, de la que podría depender de un hilo nuestra vida.
Bajo el ardiente sol del mediodía, el desierto líbico se extendía hasta donde alcanzaba la vista, una vasta extensión de arena dorada que parecía tocar los confines del horizonte. El aire estaba cargado de una tensión palpable, como si el propio desierto estuviera conteniendo la respiración antes de un cataclismo inminente. El viento soplaba con una fuerza inusual, levantando pequeñas ráfagas de arena que se deslizaban por la superficie del suelo en espirales caprichosos.
Con ayuda de Diana, un campamento se alzó como un oasis efímero en medio de la aridez. Tiendas de telas ondeaban con suavidad, creando un contraste vívido entre el blanco brillante de las estructuras y la arena dorada que las rodeaba. Cada tienda estaba cuidadosamente anclada al suelo, sus cuerdas tensas como cuerdas de un arco, desafiando el viento. Los rayos del sol filtraban a través de las telas, creando patrones de sombras y destellos luminosos en el interior de las tiendas. Dentro, se vislumbraban pequeñas escenas de vida cotidiana en el desierto: colchones improvisados, sacos de dormir, objetos personales meticulosamente organizados en el espacio limitado.
Un aroma a especias flotaba en el aire, indicando que la hora de la comida se acercaba. Un pequeño fuego crepitaba en el centro del campamento, rodeado por piedras apiladas para contener las llamas. Sobre el fuego, un caldero humeante contenía una mezcla aromática que prometía un banquete improvisado en este rincón del mundo, del cual, de vez en cuando, era revuelto por Skyler o Jan. Bionic y Arlen, en cambio, estaba sentados sobre las dunas, hablando.
Además, el aroma de la comida no era lo único que revoloteaba en el aire, también lo hacían numerosas avispas que, gracias al Soberano, Arlen mantenía a raya hacia ellos, aunque el zumbido podía ser molesto de un momento a otro. Según Bionic, esa era una buena forma de saber cuando llegaran iuntrusos.
El cielo, por su parte, mostraba un espectáculo inusual. Un enorme portal circunferencial se abría en el firmamento, una fisura que parecía fusionar dimensiones y tiempos. Sus bordes eran de un azul profundo y eléctrico, parpadeando ocasionalmente con destellos de luz que se reflejaban en la arena, mientras que en el centro, todo aquello era oscuro como el mismísimo vacío del espacio, una especie de agujero negro. Era como si una ventana a otra realidad estuviera abierta en el cielo, provocando una sensación de maravilla y temor en igual medida.
La tensión en el aire era palpable, como si todo estuviera en espera, conteniendo la respiración ante lo desconocido. El viento seguía susurrando en voz baja, llevando consigo ecos de un futuro incierto. Y en el centro de todo, el portal circunferencial se alzaba como un recordatorio constante de que las fronteras entre lo posible y lo imposible eran más delgadas de lo que uno podría pensar.
Bajo el techo de tela que ofrecía un escaso respiro del abrasador sol, Lance y Diana se encontraban sentados en sillas improvisadas, mirando el ajetreo del campamento que se extendía ante ellos. El suave murmullo de las voces y el trajín de los preparativos creaban una atmósfera de expectación.
—Debiste haber llegado antes —dijo de pronto Lance—. Mira todo lo que puedes crear con solo imaginarlo —Lance estaba impresionado, de que, pese a estar en un desierto, ella había hecho que el sitio se volviera mucho más ameno, con tiendas, camas, fogata, comida, todo con solo imaginarlo.
—Llegué en el momento justo, mi querido guía —dijo Diana, recordando un título antigua hacia la persona de Lance—. Solo será temporal mi estancia, pero espero que valga la pena.
Diana fijó la mirada en Sortelia y Joshue mientras conversaban con Mar y Adrián. Aunque estaban rodeados por la inminencia de la batalla, parecían mantener una calma sorprendente. Sus palabras y gestos transmitían que, fuera lo que estuvieran hablando, buscaban confortar a los niños.
—Recuerdo mis batallas y conquistas, en aquellos tiempos —añadió Diana en voz baja, como si sus pensamientos fluyeran en respuesta a las imágenes que tenía frente a ella—. Era una chica malcriada que envidiaba a una princesa hada, en ese momento. Mi padre siempre me comparaba con ella y me daba entender que nunca sería suficiente para él. Ese rencor y ese deseo de demostrarle que podía hacer las cosas mejor que él, me fue consumiendo, de tal forma, que no solo le asesiné a él, sino que arrastré conmigo reinos, reyes y el pueblo. Más tarde, mi propio reino cayó.
—Sí, fue un mundo tan diferente al que conocimos con El Soberano en su mundo y a este, pero también tenía su propia magia y belleza. Recuerdo que estábamos en constante lucha, enfrentándonos a todo tipo de criaturas y desafíos. Y sí, hubo pérdidas dolorosas, incluyendo la tuya cuando nos enteramos que eras la Clymuwaed de Akudomi, pero cada uno de nosotros fue una pieza fundamental en esa historia. Y el Nihilismo... era una fuerza tan devastadora. Parecía que podía desvanecer todo lo que tocase, como si quisiera borrar nuestra realidad por completo —Lance, hablaba no solo con nostalgia, sino como si los recuerdos fueran palpable en ese momento, pese haber pasado miles y miles de años.
—Nunca lo conocí —admitió Diana, viendo el desconcierto en el rostro de Lance—. Jamás vi al Nihilismo —volvió a aclarar—, tal vez, por eso mi misión no es la misma que la tuya, sino, una redención de mí hacia Iris por su hijo. Y pensar que no es la única que tiene hijos perdidos —reveló.
Lance le miró con curiosidad.
—¿Sabes algo de los que se fueron en esa oportunidad?
—No mucho —le respondió Diana a Lance—. Solo sé que Dayami y Yamida están en un mundo diferente a este, pero que Eileen y Aland, los hijos de Origami y Samael, están junto a Norma, Mina y Cristal. Asahi, es el único que llego a este sitio.
—¿Crees que estén bien? —Preguntó Lance, pero el gesto de Diana sobre su pregunta, le hizo casi retractarse de hacerla.
—En cualquiera de esos mundos, sino es el mundo del Soberano, dudo mucho que alguien pueda estar realmente bien. Estar bien y estar tranquilo, no significa lo mismo —le contestó. Diana dejó escapar un suspiro, su mirada aún en la escena ante ellos—. A veces me pregunto cómo habría sido si nunca nos hubiéramos conocido en ese mundo. Si nuestras vidas habrían tomado caminos completamente diferentes.
Lance la miró con ternura.
—Pero nos conocimos, Diana. Y ese encuentro cambió el rumbo de nuestras vidas, nos llevó a través de diferentes realidades y ahora nos enfrentamos juntos a esta amenaza. No importa cuánto cambie el mundo alrededor de nosotros, nuestro objetivo con El Soberano siempre será le mismo, servirle.
Diana asintió, ahora con una amplia sonrisa.
—¿Por cierto? El titán del que hablabas en tu historia sobre la reina Mirmidona, hacía referencia a Sigurd? Lo pregunto solo por curiosidad —Lance, volvió a preguntar, aclarando esta vez, el motivo de su pregunta.
—Sí, tengo entendido que el legendario Surt, en realidad era nuestro agigantado amigo —respondió ella—. Pero no valía la pena aclararle algo a los chicos, de los cuales no tendrán idea jamás. Cada historia es personal para todos nosotros.
Cuando todos terminaron de comer, y el fogón ahora desprendía humo, el viento sopló suavemente, trayendo consigo un eco de la tensión que llenaba el aire.
—¡Alguien viene! —argumentó Arlen, dando voces, corriendo en dirección al este.
Los demás le siguieron. Y al azar las vistas, vieron un mar de personas, como hormigas diminutas, caminando sobre las dunas en dirección a ellos.
—¡Son Obhá y Amunet, con toda Siwa! —dijo Mathew, con una sonrisa amplia en el rostro.
El horizonte ondulante del desierto se convirtió en un mosaico en movimiento, debido a la multitud de personas que comenzaron a descender las dunas. El sol brillaba sobre sus cabezas, destacando los colores vibrantes de la ropa que llevaban y sus rostros llenos de resolución. Eran hombres y mujeres, cada uno llevando en sí la esperanza y la voluntad de luchar por su hogar y su futuro. No necesitaban saber que, la razón por la que no habían niños, era porque no valía la pena exponerlos en aquella situación en un futro incierto.
Las voces de Obhá y Amunet resonaban en el aire, llenas de aliento y determinación. Las manos se agitaban en señal de bienvenida y gratitud. Sortelia y Joshue se miraron el uno al otro, sus ojos brillando con emoción, mientras Mar y Adrián se unían a ellos en un gesto de bienvenida, luego el resto.
El viento llevó las palabras de Obhá mientras se acercaba: —¡Ya estamos listo para esta lucha! ¡Somos uno con ustedes!
La sonrisa de Amunet iluminó su rostro. Llevaba consigo la mirada de alguien que había visto y sobrevivido en muchas ocasiones.
—Estamos agradecidos de que estés con nosotros, Amunet —dijo Paper, abrazando a la anciana.
—He venido para ser servidora de ustedes —comentó, con sinceridad en sus palabras—. Sería lo menos que puedo hacer ante la nueva oportunidad que le han dado a mi hijo.
Diana miró la escena con una mezcla de admiración y respeto.
—Bien, apártense un poco, tengo que trabajar ahora que veo la cantidad de personas que están aquí —dijo, mirando luego a Obhá—. ¿Cuantos son?
—Son veintitrés mil entre hombres y mujeres —respondió Obhá, si titubear.
Se escuchó a Jan silbar, por debajo.
—Es buen número, pero aún no es suficiente —argumentó Bionic, un poco preocupado.
Entonces, Diana se puso de pie y extendió las manos hacia el campamento. Con el poder de su imaginación, canalizó su energía para crear un conjunto de tiendas que se materializaban, como si fueran hechizos tejidos en el aire. Las tiendas aparecieron una tras otra, formando un nuevo tramo en el campamento, que se extendió en una circunferencia que hacía de la fogata, realmente pequeña para todos.
—Tendremos que aprender a trabajar con lo poco o mucho que tengamos —respondió Mathew a Bionic, intentando ser optimista.
Los chicos observaban boquiabiertos cómo las tiendas surgían de la nada, como si el mismo desierto hubiera decidido ofrecer refugio y comodidad. Las tiendas eran de colores cálidos y terrosos, con patrones que recordaban a las arenas del desierto y los cielos estrellados de la noche.
Mientras Diana trabajaba, Mathew se acercó a Obhá y le dirigió una sonrisa de complicidad.
—Llegaron a tiempo, a tan solo un día del evento. Parece que la reunión final está por comenzar, y contamos con un ejército impresionante a nuestro lado —Mathew sonreía—. ¿Qué sabes del resto?
—Tal vez estén en un par de horas por llegar. El punto más crítico para ellos es la distancia de Alexandria hasta aquí. Así que, contando que Zahra haya previsto el tramo, ya debió haberse encontrado con Nathan y toda la gente de Marsa Matrouh —explicó, convencido de lo que decía.
Mathew asintió. Eran buenas noticias, y confiaba en la responsabilidad de todos ellos.
Finalmente, las tiendas estuvieron listas, una extensión más grande y unida del campamento que había sido improvisado. La tensión y la anticipación se mezclaban con un sentido de camaradería y solidaridad.
Así, cuando el sol comenzaba a ceder su dominio al crepúsculo, tiñendo el cielo con tonos dorados y naranjas mientras la oscuridad se alzaba en el horizonte. El campamento, en medio del desierto líbico, se llenó de una atmósfera tensa, como si todos estuvieran en alerta máxima y con conversaciones en susurros y miradas nerviosas se intercambiaban entre los presentes, cuando de repente el cielo tronó con un estruendo ensordecedor. Las miradas se elevaron automáticamente hacia el enorme portal dimensional en el firmamento. Vieron que los rayos comenzaban a bailar a su alrededor, y la energía en el aire se volvió electrizante.
Como un eco colectivo, la alarma mental resonó en las mentes de todos los que estaban en el campamento, desencadenando una oleada de temor y ansiedad.
—¿¡Qué está pasando, Mathew!? —Escucharon rugir a Obhá, desde un punto.
El rostro de Mathew alzado hacia el cielo, tenía la misma incertidumbre y confusión que el resto. Obhá comprendió que, ni él sabía que era lo que estaba ocurriendo. Así que se acercó, lo tomó de la camiseta para obligarle verle.
—Dijiste que todavía no era el momento.
—No sé que está pasando —se sinceró, con mucha preocupación en el rostro.
Obhá, suspiró y escupió al suelo. lo soltó, y gritó:
—¡Todos alístense, parece que tendremos las visitas antes del tiempo esperado! —Rugió, a toda voz, para luego volverse a Mathew—. ¿Sabes lo que esto significa? Nathan y Zahra, no llegarán todavía. Toda mi gente está aquí, porque creyeron que contarían con el poder de Nathan para transformarlos en esos guerreros escorpiones y así su vida no correría peligro.
—Lo sé, pero yo mismo estoy tan desconcertado como tú —mención Mathew—. No sé porque estarían llegando antes de tiempo.
El revuelo en el campamento fue inmediato. Los mutantes buscaban sus armas y formaban grupos, mientras los héroes se preparaban para enfrentar lo que se avecinaba. Obhá, con su voz firme, comenzó a dar instrucciones para que todos se organizaran en defensa. La incertidumbre se dibujaba en los rostros, pero también la determinación de luchar por su mundo y por su gente.
En medio de este caos emocional, Paper alzó la voz:
—¡Esto no puede estar sucediendo! —exclamó, su mirada buscando respuestas en el cielo tronante—. Según la información que conseguimos en la estación central de FACTORY en El Cairo, dijeron que llegarían en cuatro días. ¡Esos cuatro días se completan en más de 24 horas!
—¿Qué hacemos? —Preguntó Diana, de pronto.
—Prepárense como el resto —dijo Mathew, con el ceño fruncido—. Diana, podrías proveer las armas a todos los que están aquí, tendremos que cambiar los planes que habíamos hecho. Nathan y Zahra, no llegarán hasta más tarde.
Diana, asintió, y de inmediato, cerrando los ojos, comenzó a imaginar: una amalgama de precisión y futurismo irguió en su mente. Era un rifle, con un diseño limpio y aerodinámico, con líneas suaves y formas angulares que insinuaban su avanzada ingeniería. Construido con materiales compuestos y metales desconocidos, el arma era sorprendentemente liviana pero resistente, perfectamente equilibrada para un manejo óptimo. En el extremo del cañón, una serie de luces LED que parpadeaban en patrones intrincados, indicando el estado del arma y su nivel de carga. Una mira holográfica se proyectaba justo sobre el ojo del tirador, proporcionando una precisión inigualable en el apuntado. Los controles táctiles en el mango permitían ajustar la configuración del arma sobre la marcha, adaptándola a diferentes situaciones y objetivos.
El corazón del rifle residía en su núcleo de energía, una célula compacta que proporcionaba una fuente inagotable de poder para sus capacidades tecnológicas. Esta energía alimentaba no solo las letales descargas de energía dirigida, sino también las funciones secundarias del arma, como un generador de campo de fuerza que podía proyectar una barrera protectora ante las amenazas entrantes. Cuando se activara, un resplandor de energía se arremolinaría por el cañón, creando una cuchilla luminosa que se extendía y se retorcía con electricidad controlada. Con un simple apretón del gatillo, la energía se liberaba en un rayo fulgurante que atravesaba el aire con precisión letal.
Sí, como has imaginado tal vez, lo que Diana estaba recreando, eran las mismas armas robóticas de FACTORY contra las que ella luchó en El Cairo. Haberlas visto desde el epicentro de la batalla, le hizo conocer, tal cual funcionaban y como se veían. Sabía que aquel rifle estaba diseñado para la máxima versatilidad. Desde descargas de energía concentrada, hasta ráfagas de plasma y pulsos electromagnéticos. Además, el arma se adaptaba a la situación y al enemigo con facilidad.
De esa manera, todos los que estaban allí, encontraron dichas armas en el suelo. Todos, sin dudar, incluyendo a Mar, Adrián, Sortelia, Joshue y Paper, tomaron un arma de estas.
Paper asintió con la cabeza, en agradecimiento al favor de Diana. Tenerla, realmente había sido el extra que necesitaban desde que comenzaron a vivir toda esa locura.
—¡Miren! —escucharon gritar a Arlen, por un lado.
Entonces, antes de que pudieran discutir o añadir algo más, un rayo descendió desde el portal. Su resplandor cegador inundó el campamento y congeló el aire. Y cuando todos recuperaron la visión, sus ojos se fijaron en la figura que yacía en el suelo. La criatura era imponente y aterradora en igual medida. Alaridos de miedo se escucharon en el fondo.
Tenía una estatura, de al menos tres metros. Su apariencia era cadavérica y su piel pálida. Pero lo más perturbador, eran los agujeros dispersos sobre su cuerpo, de los cuales emergían hormigas en enjambres —que para todo aquel que tuviera tripofobia, hubiera sido la pesadilla encarnada—, creando un espectáculo inquietante y único. Sus ojos reflejaban la apariencia de las hormigas, y de las esquinas de cada uno brotaban tres pares de antenas, añadiendo una característica insectoide a su figura. Vestía ropajes desgastados, pero su postura y elegancia no se veían afectadas, y su capa ondeaba con un aire de misterio y majestuosidad. Su cabello oscuro parecía un manto que la rodeaba, agregando a su aura intimidante.
Diana y Lance, recordando sus encuentros pasados, intercambiaron miradas de reconocimiento. Era la Reina Mirmidona, la líder de los mirmidones, un enemigo formidable.
—Es idéntica a lo que vi en mis libros —murmuró Diana, confirmando un poco las teorías que había hablando unos días antes.
—Pero estoy seguro que lo que viene será mucho más impresionante que lo que tus libros pudieron relatar —afirmó Bionic, preocupado.
Con eso, la asombrosa escena no terminó ahí. Tras la reina, del portal y con otros portales apareciendo en el cielo, una docena de ellos que comenzaron a revelarse, emergieron un millar de luces, que se materializaron en su ejército.
Cada figura tenía el tamaño de un hombre común, pero con cabezas de hormigas y brazos humanos, pero con vellos largos y erizados como las patas de las hormigas. Estaban ataviados con armaduras negras brillantes que parecían impenetrables, y todos sostenían lanzas en sus manos. Estaban dispuestos detrás de ella, como un verdadero ejército, y no como el rebulicio desordenado en el campamento. La situación era desalentadora y la tensión alcanzaba niveles inimaginables, debido a que en ese momento entendía como aquellos eran capaces de conquistar un planeta entero. Es que la vista no alcanzaba a ver hasta donde se extendía el ejército. ¿Un billón o dos? No sabían con precisión.
—Debes ir al frente en este momento —dijo Lance, directamente a Mathew—. Todos te ven como lo que eres, un líder.
Mathew asintió. Tragó grueso. Era extraño que se sintiera nervioso en ciertas situaciones, casi siempre solía tener el control de ciertas cosas, pero esto lo sobrepasaba. Recorrió las tiendas, paso a paso, sintiendo la mirada de su grupo, sus amigos y aliados. Entonces, todo el grupo comenzó a caminar detrás de él, como sombras intentando protegerlo de algún ataque que no viniera a venir, y mientras se aproximaba, el gentío comenzaba a formarse gracias a las señalizaciones que Obhá comenzó hacer.
Cuando finalmente llegó al frente, se adelantó unos pasos más, y la reina a metros más allá, le miró sin una pizca de gracia en el rostro. Más bien, le analizó con dureza. Mathew, se sorprendió de que Joshue tomara su mano junto a él, con sus ojos iluminados. Iba a rechistar, cuando de pronto oyó a la reina:
—¿No te inclinas ante mí?
Ahora lo entendía, para oídos de todos, aquello sonó como un gruñido gutural y bestial, algo que no tenía significado. Por eso, Joshue se había adelantado con él: no era solo para traducirle lo que ella iba a decir, sino para abrir su mente a la lengua de estos. Cuando volvió su rostro hacia atrás, descubrió que todos estaban tomados de la mano, mientras Sortelia, tomada por Mar y Adrián, también tenía los ojos resplandecientes. Todos allí entenderían lo que hablarían.
—Lo haré, solo si hay una forma de evitar todo esto —respondió Mathew—. Deberá entender que en nuestro mundo, no acostumbramos a inclinarnos delante de nadie y ustedes son los que están llegando a nosotros.
—Entonces, este un mundo que necesita aprender quién soy—respondió ella.
—¿Por qué han venido? ¿No ha sido suficiente su mundo? —Preguntó Mathew, no queriendo darle alarga al asunto.
La Reina Mirmidona exhaló, como si sus palabras fueran un suspiro profundo de un pasado olvidado, pero con un tono que sonaba de todo, menos tranquilo, irradiaba violencia y furia en cada una de sus palabras:
—Hace mucho tiempo, en una era en la que los dioses caminaban entre los hombres y los titanes desafiaban su dominio, fui una figura temida y respetada en mi propio mundo. Mi nombre fue conocido en todo el mundo, al mando de mi ejército de Mirmidones, que se asemejaba a las hormigas en su lealtad inquebrantable y determinación implacable. Nosotros conquistamos territorios y doblegamos a nuestros enemigos, consolidando mi poder y dominio.
—Fuimos atrapados por una fuerza mayor, una fuerza que arrastró a toda nuestra colonia hacia lo desconocido —explicó—. Llegamos primero a un planeta rebosante de vida vegetal y criaturas plantales. Parecía un paraíso en un principio, pero las plantas si bien parecían inofensiva, no quisieron entregarnos su mundo, y era difícil creer que criaturas como esas se hubieran vuelto sedientas de carne, queriendo ir hacia la batalla y se convirtieron en nuestros enemigos, algo parecido a lo que parece suceder ahora.
—La verdad eso era aún mejor, la guerra. Fue entonces cuando comprendí mi propósito: conquistar, expandirnos más allá de lo que nuestro mundo podía ofrecer. ¿Por qué contentarnos con la tierra de los dioses y titanes cuando podíamos tener el universo entero?
—Desatamos una batalla sangrienta contra las criaturas plantales, utilizando nuestros poderes para dominar a nuestros oponentes. Controlaba a las hormigas y las utilizaba para espiar, atacar y construir. Mi capacidad para sentir y comprender la estructura social de cualquier grupo me permitía manipular situaciones a mi favor. Pero no todo acabó allí, resulta, que en ese primer salto de espacio-tiempo, mi ejército se fortaleció y una de ellas adquirió el don de ver las estrellas y los mundos, y desplazarse por ellos. Por eso, en mi camino hacia la conquista, llegué a este planeta, un lugar poblado por seres humanos. Y me dije, esto sería fácil si se trataban de meros humanos, y parece que no me he equivocado...
Las palabras de la Reina resonaron en todo el lugar. Ella hablaba de ambición, de un deseo de poder y expansión que no conocía límites. Su voluntad de conquista era tan grande como el cosmos. Mathew no podía evitar sentir una mezcla de asombro y desprecio por esta criatura que consideraba a todos los mundos como su dominio potencial.
—¿Pero no hay una forma pacífica de resolver esto? —preguntó Mathew, albergando la esperanza de que la conversación pudiera conducir a un acuerdo.
La Reina Mirmidona lanzó una mirada feroz y enojada.
—No hay paz en el camino de la conquista —rugió, sus palabras resonando como un eco retumbante.
Mathew sabía que las posibilidades de un entendimiento se desvanecían. La Reina había dejado claro su propósito y su determinación. Entonces, Mathew alzó la mano, una señal previamente acordada con Pestilence. Detrás de los veintitrés mil humanos, un millar de muertos vivientes emergió de las sombras surgieron, cuando Pestilence alzó sus manos, haciendo que estas resurgieran a través de las dunas.
Pero, algo que no planificó, fue ver como seguido de estos, millares de dragones y otro millar de ejércitos medievales, Amatista, Zafiro y Esmeralda. El querido titán que habían conocido con anterioridad, la gigante hidra y sus siete cabezas rugientes, y también la bruja, quien se llamaba Jezabel, el mago Aland y el Arcángel Dorzel aparecieron en el aire, como una muestra del poder de Diana, como creaciones de su imaginación que cobraban vida en ese momento.
La Reina Mirmidona observó con sorpresa e incredulidad mientras las fuerzas se alineaban detrás de Mathew. Mathew pronunció palabras que resonaron en el aire como un desafío:
—No somos seres plantas, pero la voluntad que tenemos para defender nuestro mundo trasciende nuestra humanidad.
El asombro de la reina acabó rápidamente, y por primera vez, con una sonrisa, dijo:
—¡Que comience la guerra!
Y así inició aquel cataclismo.
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