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Lágrimas de Sangre

El cielo seguía con su lluvia escarlata, como si el aire se convirtiera en sangre y cayera hacia la tierra en forma de lágrimas.

—¿De verdad no te arrepientes de nada? —le preguntó Ismael a su compañero.

—Por supuesto que no —respondió este—. ¿Por qué debería de hacerlo?

—Bueno, —se detuvo a pensar un rato. —En términos prácticos, causaste el fin del mundo.

Los soldados, espectadores de la conversación, observaban los labios de los interlocutores y se preguntaban como podían hablar con tanta soltura en la situación en la que se encontraban.

—Yo no causé nada. La lluvia roja es la consecuencia directa de las acciones de los hombres sobre su medio.

—Acciones que tu realizaste.

—Era... necesario. —Agachó el rostro, como si de verdad estuviera arrepentido; pero veterano sabía que solo era otra de sus tretas.

—¡Ya basta! —gritó el comandante a cargo del acto. —Si tantas ganas tienen de conversar, vayan a un café.

Ismael vio al que alguna vez fue su amigo reírse como se hubieran contado el chiste más gracioso que escuchara desde su entrenamiento. Los soldados, por su parte, retomaron su posición oficial; la charla relajó sus cuerpos un poco, aunque su mente siguiera pendiente en mantener la mascarilla ajustada a sus narices.

—¡Silencio, traidor! —ordenó el oficial.

—Me gustaría mucho una taza de café, para ser sinceros.

—Puedes extender tu lengua y probar el sabor a hierro que cae de las nubes, es mucho más de lo que te mereces.

—Es usted un dios justo, comandante, para ofrecerme tal beneficio. Si usted estuviera donde estoy, ni siquiera tendría lengua.

—Si sigues hablando, la perderás. —Enarcó una ceja. Esperó que la amenaza fuera suficiente.

No lo fue.

—Hágame los honores.

El traidor levantó la cabeza y miró a su ex-líder a los ojos. Ismael se dio cuenta que las cosas se saldrían de control muy pronto, igual que cualquier otra cosa en la que su compañero estuviera involucrado.

El oficial se acercó hasta el área central de la plataforma y le propinó un golpe a su ex-subordinado tan fuerte que sus dientes se inundaron de fluido rojo. Este la escupió con precisión a la cara del agresor. Ahora sí era el fin.

—Soldados —gritó—. Hoy asistimos al acto de justicia más grande que la humanidad verá jamás. ¿Están listos?

—¡Sí! —gritaron todos al unísono.

Todos se retiraron después de pronunciar estas palabras. El otro condenado pensó que los fusilarían, pero la corte marcial tendría para ellos un castigo más doloroso. Escuchó los motores de los botes que arrancaban y se alejaban hasta hacerse un murmullo.

Su compañero no resistió mucho. Después de un par de horas comenzó a toser y vomitar pequeños grumos de material orgánico; sus pulmones se desintegraban. Para cuando la lluvia amainó, su cuerpo yacía tirado sobre el concreto de la plataforma marítima. un hilillo de sangre salía de su boca y llegaba hasta un charco de agua ferrosa. Ambos compuestos tenían un color similar, tan parecidos que Ismael no pudo reconocer la diferencia. 

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