Dónde debería estar el corazón
Mis dedos de movían con dificultad mientras los de él seguían el recorrido de los cables; desde mi muñeca de acero pendiente de reparación, hasta el codo.
—Trata de no hacer movimientos bruscos —dijo, antes de introducir su índice en un sector oculto de mi antebrazo. El escozor que sentí en la parte baja del tobillo derecho que me recordó que todo está conectado.
—Eres un modelo antiguo. Tus circuitos son resistentes, tu problema solo puede venir del generador.
"Es una buena forma de decir que estoy viejo", pensé. Pero la realidad era así. Los de mi clase fuimos creados durante la primera revolución, destinados a las operaciones mineras: capaces de levantar grandes cargas y diseñados para resistir las condiciones más adversas.
—Tienes que quedarte quieto —insistió, mientras desacoplaba la carcasa frontal. —No quiero tocar algo que no debo.
El azul de luz, proveniente del mismo lugar donde los humanos tienen el corazón, iluminó el dormitorio del electricista. Al parecer si era eso; conocía mi propio cuerpo, toqueteado numerosas veces alrededor de mi larga vida, y pude distinguir una variación en la intensidad de la luz.
—A simple vista no veo nada —dijo—. Voy a tener que desconectarte unos minutos para poder revisarte a profundidad.
—Últimamente paso más tiempo dormido que despierto —insinué. —Pero eso ya lo sabes. Desde hace veinte años que solo dejo que tú me intervengas.
—Y el hecho que ya no existan técnicos para ti en toda la región no tiene nada que ver.
—Detalles—. Sonreí.
Mientras acercaba las manos al centro de mí, pude percibir que estas le temblaban levemente. El diría que era por la edad, pero la única verdad es que tenía miedo. Al igual que el corazón humano, cualquier intervención al centro de energía de alguien como yo podría perturbar completamente su existencia: inoperatividad definitiva, imposibilidad para caminar, alteraciones en la psique, etc.; después de casi cien años, los ingenieros seguían descubriendo cosas sobre nosotros.
Y pasó por supuesto. Sus dedos temblaban y también estaba viejo.
En un instante, mis falanges derechas sostenían su cuello, y lo levanté de la silla frente a mí como si se tratase de una piltrafa. Lo apoyé contra la única puerta del recinto y empecé a encajar mis uñas lentamente sobre sus débiles conductos sanguíneos. La sangre empezó a salir. Sus ojos eran una mezcla de pena, sobriedad y otros sentimientos, pero no había culpa. El provocó eso.
Tuve conciencia de todo, pero no pude detenerme. No era yo mismo, o al menos, no una parte de mí que conociera a plenitud. Pero era culpa del generador, y del electricista, por tocar algo que no debía. Vi su vida extinguirse frente a mí, aquel a quien consideré un amigo.
SI hubiera podido, habría llorado.
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