Interludio VI: Kyle
Kyle trataba de recordar quien era, de donde venía y cuál era su objetivo. Pero la tortura digital no se lo ponía nada fácil. Sabía que su cuerpo no recibía daños y aún estando digitalizada, su mente le hacía sentir los golpes como si fueran reales. Sí, tenía la seguridad de que el cuerpo estaría a salvo, pero la gran mayoría de torturas virtuales acababan pasando factura a la mente, una vez te encontrabas fuera del entorno virtual.
En este caso, el entorno virtual parecía una sala de interrogatorios, con paredes lisas de color gris y una pequeña lámpara colgando del techo. Kyle estaba maniatado y colgaba del techo por los brazos. No han sido muy originales, pensó Kyle nada más llegar a aquella sala virtual, aunque por desgracia, con la tortura fue todo lo contrario. Desde marcarlo con plasma, hasta las torturas más rudimentarias, como arrancarle las uñas una a una, o simple y llanamente apalizarlo.
Una de las ventajas de la tortura virtual era que permitía rebobinar el estado del torturado. En su caso, Kyle había perdido hace rato la cuenta de las veces que lo habían hecho con él.
-¿Dónde os escondéis? - preguntó con rabia el torturador. Kyle intentó alzar la vista, pero las fuerzas le empezaban a flaquear. Lo agradeció, incluso. No soportaba ese ojo bionico de su torturador. Nunca le había gustado la costumbre de algunas personas de dejar de lado su humanidad a cambio de mejoras cibernéticas.
-¡Responde! - gritó el cyborg. Kyle reunió toda la fuerza posible, alzó su cabeza, miró a los ojos a su torturador y sonrió.
- No lo sabrás, nunca - masculló Kyle como toda una declaración de intenciones. El cyborg frunció el ceño. Acto seguido, extendió su brazo derecho a un lado y justo después un atizador de plasma surgió en su mano.
-Ya veremos - dijo el cyborg mientras daba un paso adelante.
Golpe tras golpe tras golpe, las fuerzas de Kyle le abandonaban, aunque, de vez en cuando, la imagen de su planeta y su hermana le asaltaban para revitalizarle. Dos horas de tortura más tarde, Kyle tenía el cuerpo lleno de quemaduras y magulladuras. Le dolían todos los huesos y músculos del cuerpo. Sentía como el alma le abandonaba poco a poco, sintiendo como se desinflaba como si fuera un globo pinchado. A pesar de que una parte de él sabía que aquello no era real, el dolor se le hacía insoportable, tanto, que al final acabó cediendo.
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