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Capítulo 6: Monolito

Taer se encontraba acostado en el suelo, en frente del mural. Esa noche no pudo dormir. El sonido de las capsulas cayendo, el olor a humo y combustión. Todo aquello se apelotonaba en su cabeza, como una bola de barro que se hace cada vez más grande. Y además, no podía dejar de pensar en sus padres. ¿Estarían bien? Tamatu había prometido cuidar de ellos, ¿pero podía fiarse de un Infiel? Taer deseó con todas sus fuerzas que estuviesen bien, pero por ahora debía descansar, o al menos intentarlo. Durante largas horas intentó dormirse, pero los nervios y la preocupación hacían que no dejase de moverse de un lado para otro. Además, el suelo no ayudaba a conciliar el sueño, pues estaba lleno de pequeñas esquirlas de piedra que se le clavaban en la espalda. Finalmente lo logró. Pero a las pocas horas, cuando la cálida luz del sol rozaba sus mejillas blancas no tubo más opción que levantarse. Sus ojos verdes cristal se acostumbraron a la luz del día. Se notaba sucio. Su pelo blanco estaba húmedo por el sudor del día anterior. Su ropa, que se componía de una camisa de manga larga de color beige, un chaleco de color marrón, unos pantalones del mismo color que la camisa y unas botas de tela también de color marrón, estaba hecha jirones. En aquel momento lo que más quería Taer era cruzarse con algún arroyo o lago, por pequeño que fuese, para poder asearse. Pero la posibilidad de cruzarse con algún hombre de negro le aterraba. Por lo que el podía deducir, era el único de la aldea que había logrado escabullirse de aquellos matones. Pero tampoco podía quedarse allí, así que a pesar del miedo decidió partir. Ya volvería al mural por la noche.

Gracias al mapa que había dibujado en la expedición del día anterior pudo situarse. Se encontraba a unos 10 km al noroeste de la aldea. Su lógica, le ordenó que en aquella ocasión cambiase de rumbo hacía el norte, para así tener una mínima posibilidad de despistar a sus posibles perseguidores. Y así lo hizo.

Cuanto más se alejaba al norte más rocoso y escarpado se volvía el entorno. La hierba carmesí desaparecía poco a poco, sustituida por rocas y pequeños peñascos de piedra gris. La daba una sensación de abandono, como si aquella parte del planeta hubiese sido olvidada hacía milenios. Es más, se percató de que en aquella zona no había groris.

Mientras seguía explorando, las rocas y los peñascos empezaban ha hacerse más grandes, hasta que finalmente se convertían en pequeñas cordilleras. No eran muy escarpadas, y pese a su tamaño, parecían los colmillos de un depredador. Taer subió a la cima de la cordillera más cercana. La ascensión no era muy complicada, pero el cansancio acumulado no ayudó mucho a llegar a la cima. Llegó a lo alto con los pulmones fuera, y su cara blanca tenia ahora tonos violetas a causa del esfuerzo. Des de lo alto, Taer tenía buenas vistas en todas direcciones. Hacia el norte el terreno se volvía más abrupto, con alguna que otra montaña en el horizonte. Al sud este, Taer pudo divisar en la lejanía la Terminal. Aun des de esa distancia, el tamaño de la Terminal seguía intimidándolo, por no mencionar también la curiosidad y el misterio que giraban al rededor de la estructura. Taer actualizó su mapa, alargando el sendero des de el punto que había marcado como el templo y marcando la cordillera con un triangulo.

Media hora después Taer bajó de la cordillera por el lado contrario al que había subido. A media altura, se percató de que en la roca había un agujero . Una cueva. El primer pensamiento de Taer fue seguir su camino, pero la vena exploradora y aventurera que llevaba en el interior era más fuerte y acabó por echar un vistazo. Avanzó poco a poco hacía la oscuridad a paso lento. Centró su atención en el sonido, intentando escuchar incluso el mismísimo silencio. El ambiente era húmedo y el suelo de roca estaba un poco resbaladizo. Al final la oscuridad acabó por abrazarle completamente. Anduvo unos cuantos metros con los brazos abiertos, tocando las paredes de la cueva, para poder orientarse y situarse, pero de repente desaparecieron o la cueva se hizo más ancha. Además, el suelo irregular de la cueva se volvió liso. Taer se extrañó. Poco a poco un pensamiento se instalaba en su mente. ¿Y si aquello no era una cueva natural? Los nervios y el miedo se incrementaban. Siguió avanzando, cada vez más lento, hasta que la cueva se abría en una sala circular. En el centro, un monolito se alzaba hacia el techo lleno de estalactitas resplandecientes de color azul. A Taer se le cortó el aliento. El dia anterior, aquel mural extraño y en esta ocasión un monolito en una cueva. ¿Estarían los dos sitios relacionados de alguna manera?

Taer no dudó en sacar otro folio para inmortalizar aquella estancia. Acto seguido, se acercó al monolito. Era de metal. En un principio Taer pensó que era liso, pero la superficie del monolito se movía. Fluctuaba como las ondas de un estanque provocadas por el choque de una piedra. Además, parecía que reaccionaba a su presencia. La fluctuación lo siguió cuando empezó a ha andar en círculos alrededor de la estructura de metal. Cuando completo una vuelta, Taer se quedó mirando el monolito por unos instantes. Estaba tan absorto en el monolito que no se dio cuenta de que inconscientemente había alzado el brazo para tocarlo. Cuando se quiso dar cuenta ya era demasiado tarde. Nada más poner un dedo en la superficie, la fluctuación de el monolito se concentró al rededor del dedo, para después ascender a la parte superior de la estructura. Taer trastabilló consigo mismo mientras daba unos pasos hacía atrás, pero pudo mantener el equilibrio. En la parte superior del monolito, la fluctuación se desprendió de la superficie de la estructura y se quedó flotando a pocos palmos. Daba la sensación de que fuese una sustancia viscosa. Poco a poco la fluctuación se iba mezclando, concentrándose cada vez más y más en un único punto, hasta que unos momento más tarde la fluctuación se había convertido en una esfera. Pero ese no fue el final. De dicha esfera se desprendieron 4 triángulos, uno arriba, otro abajo, y otros dos a los lados. Esto hizo que en el centro quedase una esfera de tamaño más reducido que la original.

Taer alucinaba. Tenia los ojos abiertos como platos. La mente no le respondía y no era capaz de formar ningún pensamiento. Simplemente se quedó mirando aquél patrón con la boca abierta. De pronto, el patrón empezó a moverse libremente por la sala. Los triángulos que lo formaban giraban sobre si mismos, haciendo que lo que fuera que fuese aquello desprendiese un sonido mecánico, casi robótico. El patrón, después de sobre volar la sala, se acercó a Taer. Era como si fuera consciente del espacio que le rodeaba, como si fuera consciente de su presencia. De pronto, una voz resonó en la sala.

Buf, he esperado mucho este momento.

La voz surgía directamente de la esfera central del patrón triangular.

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