
Capítulo 2: Hogar dulce hogar
Taer estaba ansioso. Shaula, una de las lunas, brillante y azul se alzaba en el cielo. Hoy tocaba expedición. Una expedición secreta eso si. Le había costado tomar la decisión y durante casi una semana tubo que fingir como si no planeara nada de aquello. Por fin había llegado el momento. Sus padres eran muy estrictos con su educación, sobre todo desde que apareció La Terminal.
Taer aprovechó la oscuridad para salir por el pequeño hueco de la ventana de su habitación. La noche, le proporcionaba cierta ayuda para pasar desapercibido. Mientras se mantenía agachado, miraba hacia ambos lados, asegurándose de no ver a nadie en la calle. Por suerte, en la aldea, la gran mayoría dormían o se encontraban en el abismo, adorando a La Terminal.
Taer se escurrió hacia la desierta calle principal de la aldea y sin detenerse fue hasta el umbral de la misma, como un animalillo indefenso arrastrándose por la tierra, esperando a no ser cazado por cualquier depredador. El corazón le latía sin parar. Tamborileaba a un ritmo vertiginoso. A compás con su propia respiración. Se detenía cada poco tiempo, vigilante, esperando la aparición espontanea de algún vecino en cualquier momento. Afortunadamente no tubo problemas para salir de la aldea.
Una vez fuera, los nervios se aflojaron y se puso en marcha. La idea era pasar un par de horas explorando, dirigiéndose al nordeste y después volver a la aldea. Para la expedición Taer había llevado consigo un pequeño macuto de piel donde guardaba algunos papeles, una pluma y un tintero. Taer tenia pensado hacer un pequeño mapa, por poco detallado que fuese. En la aldea nadie se preocupaba de este tipo de asuntos, ya que eran nómadas. Pero todo eso cambió cuando en una de sus muchas travesías se cruzaron con La Terminal. Fue entonces cuando el pueblo se asentó para siempre.
Taer dibujaba el mapa mientras caminaba. Le resultaba bastante complicado, así que optó por simplificar sus dibujos. Empezó con la aldea; la representó con un circulo con otros circulos en su interior, del que surgían dos líneas en paralelo representando el sendero por el que caminaba. Alrededor, dos mares de hierba de color rojo amaranto se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Anduvo unos minutos hasta que decidió alejarse del sendero y zambullirse en aquel mar rojizo, que se estremecía con la suave brisa que traía la noche. De vez en cuando, Taer se cruzaba con algún que otro sauce llorón de hojas rojas. Además, en el aire flotaban unas pequeñas motas de luz de varios colores; violetas, amarillas y azules. Se llamaban Groris, únicos en el planeta Sabik. Se encontraban por todo el planeta, pero por una extraña razón nunca aparecían en la aldea y solo aparecían de noche. Taer se quedó maravillado. La estampa que presenciaba era algo que anhelaba desde hacia bastante tiempo. Taer vivó muy pocos años como nómada, pero a pesar de eso se acostumbró bastante rápido a eso de no tener un hogar. Por esta razón, se sorprendió cuando gran parte de su aldea decidió echar raíces al cruzarse con La Terminal. La otra parte, al desconocer su origen decidió seguir vagando por el planeta y seguir siendo nómadas. Esta separación pilló por sorpresa a Taer, pero lo que le dejó más trastocado fue la indiferencia de su familia y el resto de la aldea respecto a la disolución de la tribu. A partir de aquel día, aquellos que abandonaron la tribu fueron conocidos como los Infieles.
Taer siguió caminando por las praderas escarlatas, que lentamente iban siendo acompañadas por pequeñas rocas. Una hora más tarde, después de superar la colina Taer llegó a un mural. Estaba incrustado en una solida pared de roca que media casi 20 metros de altura. ¿Desde cuando estaba aquello allí? Su pueblo nunca se cruzó con estructuras de ese estilo. La fachada era un circulo de un material distinto al de la roca. En él, había 6 rostros tallados que Taer no conocía. A pesar de no tener contacto con otras especies, comparo y asocio los rasgos y facciones a su propia especie pudiendo distinguir de esta manera, 3 machos 3 hembras. Los 6 rostros sobresalían del mural, dando un ligero relieve a la pared. ¿Quiénes eran? ¿Qué significaba aquel mural? Taer y su tribu eran los únicos habitantes del planeta, ¿verdad?.
Un millón de posibilidades se abrieron en la mente de Taer. ¿Podía ser posible que este mural formase parte del pasado de la tribu o quizás eran ruinas de una antigua civilización ya extinta? Cada preguntaba que se hacia invitaba a otras dos a surgir en su cabeza. A pesar de las dudas, Taer decidió calcar los 6 rostros en una hoja. Mientras lo hacia, un sonido potente, sordo y lejano lo desconcentro de su tarea. Intentó prestar atención al sonido y así poder descubrir de donde procedía. Acto seguido se sorprendió mirando al cielo.
Las estrellas caían.
Luces amarillas anaranjadas caían sin resistencia alguna hacia el suelo. Taer se quedó estupefacto. Su aliento se corto súbitamente. Mientras observaba, por la dirección de la caída dedujo que las estrellas caían muy cerca de la aldea y La Terminal. Se le heló la sangre. Procuró mantener la calma, pero su mente le traicionó. Pensaba en la posible destrucción que causarían esas estrellas si impactaban en la aldea. Así que intentó acabar de calcar los rostros tan rápido cuanto pudo. Metió la hoja, el tintero y la pluma en el macuto y empezó a correr de vuelta a la aldea.
Tenia la mente embotada, a pesar de los nervios que recorrían su cuerpo. Pero Taer solo corría. Esperaba que la aldea no hubiese sufrido daños y que su familia estuviese sana y salva. Corrió durante media hora sin parar. La respiración entrecortada por el cansancio. Llegó al sendero que conducía hacia la aldea agotado, pero no esperaba encontrar lo que encontró. Lo que caían no eran estrellas, sino capsulas. Cerca del perímetro de la aldea habían caído unas cuantas, creando pequeños cráteres a causa de el impacto contra la superficie. Pero otras caían cerca de La Terminal sin llegar a colisionar con la estructura. Se encontraba en el aire, flotando imponente delante del acantilado donde se encontraba la aldea de Taer. Las capsulas caían a su alrededor, colisionando en el valle a los pies del acantilado. De las capsulas salían grupos de 5 personas, vestidas de negro. Llevaban una casco que les cubría la cara con un cristal oscuro en la parte delantera, una sudadera de nylon con capucha, cuyas mangas cubrían parte de las manos y unos pantalones largos con pequeños y ligeros arneses. Todos ellos vestidos de la misma forma y todos ellos con rifles. Pero no estaban solos, les estaban esperando... ¿los infieles? ¿Qué hacían ellos aquí? Taer, se mantenía agazapado entre la hierba, evitando ser visto. No entendía nada. ¿De donde salía aquella gente vestida de negro? ¿Por que conocían a los infieles?
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