23 - Reacciones
Dicho y hecho, a las dos en punto estaba fuera esperando a que ella saliese. Los minutos pasaron y Amanda no salía, cosa que comenzó a preocuparle. Cuando la vio a las seis tenía mal aspecto, por lo que pensó que quizá no se encontraba bien y por eso no salía. Cuando eran las dos y veintitrés, decidió entrar.
Tras dar un par de vueltas por la zona cercana a la salida sin conseguir dar con ella, le pareció escuchar gritos en la sala de descanso donde almorzaban y fue hacia allí. Fue un paso acertado, pues Amanda estaba dentro discutiendo con alguien. Vio a través de la pequeña ventana que tenía la puerta, analizando la situación ya que le parecía de mala educación interrumpir. Así fue hasta que vio cómo el tipo que estaba entre ella y la puerta la sujetaba del hombro y trataba de acercársele más de la cuenta. Comenzó a hervirle la sangre, pero debía aguardar el momento oportuno.
Amanda le exigió que la dejase salir, pero él trató de besarla y fue ahí, justamente, cuando Samuel abrió la puerta pegándole al hombre en la espalda. No conforme con eso, le arreó un empujón que lo hizo trastabillar hasta la mesa más cercana para, después, encararlo y propinarle un puñetazo en la mejilla.
— ¿Pero qué coño te has creído? —Gritó furioso—. ¡La tocas y te parto la cara!
— Samu...
— Vete, Amanda. Ve a cambiarte, yo voy cuando acabe con este cabronazo —Le instó completamente rabioso. Ella obedeció sin rechistar.
— Qué, ¿eres el valiente salvador? —Se burló el otro mientras se sobaba el rostro dolorido.
— Soy lo que haga falta, pero te garantizo que tú no serás nada si te vuelvo a ver cerca de ella.
— Bueno, lo veo jodido, amigo... El que trabaja con ella soy yo.
— Si voy a recursos humano, verás como no —sentenció Samuel—. No te voy a dar más oportunidades, Aarón... Esto queda en aviso, pero como respires el aire cercano a ella puedo garantizarte que no te van a gustar las consecuencias.
— ¿Qué harás? Tiemblo de miedo, mira —se mofó moviendo exageradamente las manos frente a él.
Samuel no dudó ni se controló, pues ya no le quedaba paciencia. Se lanzó sobre él, haciéndolo caer de espaldas a la mesa, se le trepó encima y comenzó a asestarle golpes. Cuando se dio por satisfecho, se apartó, dio un último aviso y añadió antes de salir: «si quieres más, me avisas».
Se apresuró a reunirse con la mujer, que estaba frente a los vestuarios llorando silenciosamente. La abrazó nada más alcanzarla y trató de calmarla, sabiendo que sería complicado si primero no se calmaba él. Finalmente se dirigieron al exterior para subir al coche y abandonar el aparcamiento. Tenían una conversación pendiente y, además, él pretendía besarla hasta no poder más. Iba a recuperar el tiempo perdido, de eso estaba tan seguro como de que se llamaba Samuel.
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