
22 - Temor
Amanda durmió poco y mal. Cuando el despertador cumplió con su función, le arreó un golpe que lo mandó a volar hasta la otra punta del dormitorio, se sentó en la cama y se desperezó y frotó los ojos. No quería abandonar su colchón pero, desgraciadamente, no le quedaba más remedio.
Caminaba despacio, sin energía y con exiguas fuerzas. La verdad era que no estaba segura de si llegaría a la hora, y un retraso era lo que menos le interesaba porque, como había sucedido en alguna ocasión por otras razones, aquello podía sacar a colación el tema que ella más quería rehuir en el trabajo: la ausencia de su coche, aquel que dijo que tenía, que luego se averió misteriosamente el día anterior a su incorporación y el cual, tras meses y meses trabajando allí, jamás había aparecido en el aparcamiento.
Durante el camino, Aarón detuvo el vehículo a su lado y la animó a subir, alegando que iba a llegar tarde si seguía a aquel ritmo y ella, consciente de lo cierto de aquella afirmación, subió en el asiento trasero.
Al llegar se internó en el vestuario, dispuesta a ponerse el uniforme, se sentó en la banqueta y se quedó mirando un punto inconcreto del suelo. Ruidos en el pasillo la llevaron de regreso al mundo real, se apresuró a vestirse y fue a fichar. Caminó hasta su cadena de montaje con expresión cansada y, ya cerca, alzó la mirada para evitar tropezar con los contenedores de las piezas. Al hacerlo, sus ojos conectaron con los de Samuel, que la observaba desde su puesto.
Se le aceleró el corazón al verlo, aunque sintió también un pequeño dolor que no era más que un recordatorio de que, esa vez, era ella la rechazada. Quiso apartar la mirada, pero se quedó paralizada cuando vio al hombre caminar a paso rápido, con el semblante tremendamente serio y los puños cerrados. Parecía tener intenciones de despedazarla y aquello, sin mayor explicación, la hizo retroceder. Dio un par de pasos, con duda y miedo, pero él ya estaba prácticamente frente a ella. Tragó con dificultad, se sintió temblar y empezó a ver borroso a causa de las nuevas lágrimas formándose en sus ojos.
De pronto, el agarre en uno de sus brazos la aterró. ¿Le pegaría? ¿La zarandearía? Alcanzó a pensar que, quizá, buscaría dañarla para vengar el daño que ella le había hecho a él. Ahora lo sabía, había podido descubrir cómo de mal se había sentido él cuando ella escapó de la situación sin saber cómo afrontarla.
Cerró los ojos con fuerza, sin querer ver el momento del golpe. Golpe que, en realidad, nunca llegó. Lo que sí percibió fue un contacto en sus labios, con fuerza, transmitiéndole calidez y alterándole cualquier sentido. Samuel la estaba besando. ¡Y qué beso!
En décimas de segundo, todo en la mente de la muchacha cambió drásticamente; pasó de temer ser golpeada a temer ser soltada.
Alzó la mano derecha —pues la izquierda estaba inmovilizada a causa de la sujeción en su antebrazo— y la llevó al cuello del hombre, donde permitió que sus dedos sintieran la calidez de su piel al tiempo que ella correspondía el ósculo con evidente necesidad. Se escuchaban las voces del resto de trabajadores, pero los ignoraron. Se permitieron únicamente disfrutar de aquella unión que se había hecho tanto de rogar.
Samuel sonrió mientras se deleitaba con aquellos labios que había ansiado tanto, jugando con ellos antes de buscar su lengua con desesperación. Soltó el brazo de Amanda y la envolvió por la cintura, ella se dejó pegar a su pecho mientras contenía el aliento. Finalmente, interrumpieron el beso buscando aire y, mientras sonreían en aquella cercanía, él comentó: «vamos a trabajar, vendré a recogerte cuando acabe tu turno».
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