Los días habían seguido su curso, arrastrando a todos al dichoso fin de año, a aquellas fiestas navideñas cargadas de rojo y dorado, de consumismo y paquetes por todos lados y un sinfín de listas de propósitos que, al final, casi nadie podía cumplir.

Amanda se propuso ser más valiente y enfrentar la situación, cambiándola si era posible y si es que a Samuel aún le quedaba algún sentimiento por ella que no fuese el disgusto. Él, por su parte, decidió arrancarse el alma si era necesario para olvidarla, y lo haría a como diera lugar. Aquello no pintaba bien.

El último día laboral del año, Amanda llegó con la intención de hablar con él en persona, pues enviarle un mensaje tras tanto tiempo le parecía fuera de lugar. Además, creía que la había bloqueado en Whatsapp, pues ya no le salía su fotografía de perfil. Por ello, quería buscarle en su puesto de trabajo, o quizá en los pasillos, y pedirle hablar, comenzar disculpándose, aceptar cualquier recriminación que él pudiese proferir, y confesar que ella, en realidad, sentía lo mismo pero no había sabido reaccionar correctamente cuando él se confesó. Aquellas eran sus intenciones, las cuales se fueron al cubo de la basura en cuanto se percató de que él no estaba en su puesto y, en su lugar, había otro chico al cual no conocía.

El supervisor se personó ante ellos y presentó al nuevo integrante del equipo, informando de que había trabajado en el mismo lugar en el turno de noches un tiempo atrás, por lo que sabía perfectamente como funcionaba todo y confiaba en que todo resultase cómodo y eficiente en aquella cadena de montaje. Amanda no pudo evitar preguntar por Samuel, ante la extrañeza evidente en la mirada de sus compañeros. Cuando el supervisor respondió que él había solicitado un cambio de turno y ahora trabajaba por las noches, se le fue el alma al suelo.

¿Habría sido por su culpa? ¿Tan disgustado estaba que prefería trabajar en otro horario para no coincidir con ella? No iba desencaminada, aunque se debía a su determinación por seguir adelante sin sentirse morir cada vez que la veía y no por ningún tipo de enfado o rencor.

El día pasó lento, se mantuvo ajena a las conversaciones con el chico que acababa de incorporarse y se mostró desganada todo el tiempo. No almorzó, en el descanso se sentó en una banqueta del vestuario y se quedó allí, sin hacer nada más que sentir el corazón estrujado.

Aquella no era la manera en que había esperado que transcurriese el día, aquello no era como debía ser. Gruñó furiosa, tirando la manzana contra la puerta de su taquilla mientras dejaba que la ira la dominase y las lágrimas brotasen de sus ojos en un llanto silencioso. «Esto es una mierda», murmuró rabiosa.