El lunes de la siguiente semana,Samuel regresó al trabajo. Por ende, volvió a llevar a Amanda en su coche.
Ella estaba un poco acatarrada, aunque los días que peor estuvo habían sido el sábado y el domingo. Intentó no aproximarse demasiado a él y lo saludó sin efusividad. El ambiente en la cadena de montaje había quedado enrarecido tras las ausencias y retrasos de jueves y viernes, pero él trató de que todo regresase a su estado habitual y ella lo agradeció silenciosamente, regalándole alguna sonrisa que a él le provocó cosquillas en el pecho.
A la hora de regresar a casa, en el coche, él no pudo callar más.
—Te añoré —indicó.
—Yo también —se sinceró ella tras unos segundos.
—Es bueno saberlo...
—Me hacías falta en el trabajo, en serio. Están todos de demasiado mal humor.
—Ya lo he notado.
Dudó unos instantes, había tanto que quería decir que no sabía por dónde empezar o cómo decirlo sin sonar ridículo.
—Amanda, quiero... Necesito decirte algo —anunció.
—Vale, dime —él agarró con más fuerza el volante.
—Es difícil... No sé si lo tomarás bien o mal, la verdad. No quiero que cambie lo bien que nos llevamos
—¡Dispara! —le interrumpió.
—Creo que me gustas.
Amanda giró la cabeza con pasmosa lentitud mientras procesaba aquellas palabras. Creo que me gustas. Cuatro palabras, las cuales habían provocado un auténtico caos en su interior. Dudó de si él había dicho aquello realmente y lo observó en silencio mientras él mantenía su vista en la carretera, en parte por miedo a la respuesta que ella podía darle.
Tragó con dificultad, ciñó los dedos alrededor del volante más fuertemente si era posible y se mantuvo en silencio.
—Que tú, ¿qué? —Inquirió la fémina, completamente petrificada.
¿Debía repetirlo o aquella pregunta implicaba que lo veía imposible?
—Que creo que me gustas, Amanda —repitió—. Lo siento, no sé cómo empezó, simplemente me di cuenta y no sabía cómo decirtelo.
Cuando la mujer quiso reaccionar, él estaba deteniendo el vehículo frente a su casa. Sin responder a su declaración, musitó un entrecortado «hasta mañana», bajó del coche y corrió al interior de su edificio, dejando a un dolido y entristecido Samuel atrás, paralizado ante aquella reacción.
Y ahora, se preguntó, ¿qué debía hacer?
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