12 - Enfermo
Un jueves como otro cualquiera, no mucho después de que se diese cuenta de que Samuel le atraía, Amanda se despertó por la vibración de su teléfono, a eso de las cuatro menos diez de la madrugada. Creyendo que era su alarma, tanteó la mesita de noche tratando de dar con el aparato, con los ojos aún cerrados y la mente arrastrando el sueño. Finalmente tuvo que abrir los ojos y dirigir su mirada al lugar, cogió torpemente el teléfono y revisó la pantalla para descubrir que no era su alarma quien la despertó, sino un mensaje de su compañero.
<<Hola. Lo siento mucho pero no podré llevarte hoy, estoy enfermo y no iré a trabajar. Quería avisarte pronto para que te diese tiempo de organizarte y llegar, lamento si te he despertado. Que vaya bien el turno>>, leyó. Tuvo que hacerlo tres veces antes de asimilar la situación, tras lo que se incorporó de un salto y corrió como pollo sin cabeza buscando sus cosas para alistarse. Mientras corría iba repitiéndose a sí misma, como una letanía, que no iba a llegar a tiempo, lo cual efectivamente sucedió.
Sin ingerir agua ni alimento, sin peinarse demasiado y con el corazón a mil por hora, salió disparada de casa y recorrió los kilómetros que había entre su hogar y la fábrica como alma que lleva el diablo. A ratos corría, otros parecía que estaba en una maratón, pero, a pesar de su esfuerzo y sus prisas, llegó casi veinte minutos tarde. Por supuesto, se ganó un llamado de atención y una sanción que implicaba que le descontaban una hora completa de sueldo más sus prorrateos correspondientes. Alegó que se había quedado dormida pues no quería culpar a Samuel de su retraso ya que, al fin y al cabo, él había avisado pronto para evitar justamente ese retraso y no podía culparlo por estar enfermo.
El turno fue un desastre, pues la cadena tenía un miembro menos y además ella había llegado tarde, cosa que había influido también en el descontrol que reinaba el lugar. Sus compañeros estaban alterados, disgustados y poco amigables, pero no les podía recriminar su actitud tampoco y trabajó lo mejor que pudo y en silencio. Almorzó sola, sin hambre a pesar de no haber comido desde la cena, y al terminar el turno regresó caminando a casa. Se puso a llover cuando estaba a medio camino, los coches le salpicaban al pasar y llegó a casa empapada, exhausta y malhumorada.
Escribió a Samuel para interesarse por su estado pero él no respondió. Se duchó, picoteó algo de embutido, tomó un remedio para evitar resfriarse y se acostó, pues sentía que no daba para más. Sin duda, aquel día había empezado mal y, de no irse a dormir, estaba segura de que acabaría peor.
Puso la alarma a las tres, dispuesta a irse caminando pues no contaba con que él estuviese mejor. Suspiró pesadamente, dejó que su mente vagase en la imagen del hombre, y se permitió dormir aunque no fuesen horas de hacerlo.
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