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3: Destrozado en todo sentido.

Luces, música, el bajo sonando a todo dar, haciendo a las mesas y su contenido estremecerse pausadamente.

Cameron se ríe, ajeno a mí. No quiero que esté ajeno a mí, pero no comprendo el porqué está riendo.

Sólo puedo observarlo. Su sonrisa es cautivadora. Podría decir que utilizó frenos en la secundaria, pero que no era de la clase de chico del cual se burlaban. Aunque para lograr tal apariencia debió tener algún motor que lo hiciese quien es ahora.

Mis dedos están blanquecinos, y de pronto comprendo su risa. Todo simplemente se vuelve gracioso de repente, comienzo a reírme de su risa. Y pronto vuelvo a quedarme estático, estoy observándolo nuevamente.

Su cabello es lacio, pudo haber sido largo antes, creciendo sobre su frente, ocultándola. Un aspecto angelical para alguien que está consumiendo cocaína en estos momentos.

Entonces su aspecto se torna a uno feroz, uno sensual. Agonizante para mis entrañas. Alcohol ligado con drogas. Sólo puedo pensar en que mamá me mataría, no habría que negarlo.

La misma Zoe me mataría, pero me estoy sintiendo tan bien ahora. ¿Quién es Zoe, de todas formas?

Me veo recostado en un mueble, Cameron está sentado frente a mí, sobre la mesa de billar, a espaldas de toda aquella gente que nos ha brindado con gentileza toda esa cantidad de cocaína. ¿Cómo es que llegamos a este punto?

Sólo sé que Cameron tiene sus manos en su cabeza, parece que está llorando. Curioso me acerco, tambaleando llego. Nada da vueltas, sino que todo es más bien relajado. Quisquilloso.

Mis manos hormiguean cuando toco las suyas. No está llorando, pero su rostro está libre de cualquier polvo blanquecino. Cuando lo miro siento que debo librarme de todo eso de mi rostro también, prosigo a restregar mi áspera cara. No sonreímos, estamos serios.

—Niño —digo con firmeza. Dando todo por no comenzar a reír de nuevo. Todo de repente parece estar tan bien—. ¿Qué tienes?

Él niega, mordiendo su labio. Joder, muerde su labio de una manera grandiosa. Y es ni siquiera me molesto en disipar todos mis pensamientos, o intento alejarlos de hacia donde quieren llegar.

Probablemente lo sé desde un principio, pero nunca quise verlo. Podría continuar negándolo. Al Keith sobrio y libre de drogas le repugna este chico, le repugna Cameron Buckley.

Pero al ebrio y drogado Keith le gusta Cameron Buckley.

Me gusta Cameron Buckley.

—Ganaste, grandulón —ladea su cabeza—. Aun así no creo que debas aprovecharte de eso.

Su voz sale áspera y grave, demasiada. Mi vista es fija a él, quisiera controlar mis impulsos cuando vuelve a sonreír. Pestañeo. Su mano sube a mi rostro, su pulgar pasa por mi mejilla, parece limpiar. Estoy ido.

Las luces prenden y apagan, consigo perderlo de vista a menos tres veces cuando los reflectores prenden y apagan al ritmo de la música. Pero sé que sigue ahí, su mano atrapa mi rostro.

Quiero gritar cuando se aleja que no lo haga, que no se aleje. Su tacto me hace sentir bien, me hace sentir mejor que la cocaína. No sustancia tiene control sobre mí como él está empezando a hacer.

Se va a girar, caminará hacia otro lado, pero mi brazo toma el suyo. Sus párpados pesan cuando logro verlo, y, exhalando con fuerza, acerco mi rostro al suyo, no cierro mis ojos, pero lo beso.

Se inmuta, no me sigue, no cierra sus ojos, su mirada avellana colisiona con la mía, de la misma tonalidad. Mis impulsos me ciegan, no sé qué hago pero no me detengo, lo aprisiono contra la mesa posando ambas manos a sus costados.

No me desanimo, muerdo su labio, queriendo imitar su movimiento anterior, queriendo saborear de la misma manera como si estuviese siendo él mismo quien muerde su labio. Y para cuando cierro mis ojos y mis labios se adueñan de su labio inferior, él se adueña de mi labio superior.

No pido permiso, poso mis manos en su nuca adentrando mi lengua con total libertad. Libertad que no me han concedido, pero me importa tan poco. Lo deseo.

Puedo imaginar mis dedos perdiéndose en lo largo de su cabello cuando trato de acercarlo más a mí. Cuando menos lo espero, siento sus manos acariciar mi espalda, aun recostados de aquella mesa.

Siento algo crecer en mis pantalones. Al parecer alguien además de mí está emocionado por lo sucedido. Sus dientes atrapan mi labio inferior cuando se separa, está brindándome otra de sus sonrisas, y sólo puedo seguirlo.

El dolor en mi cabeza ya no es punzante, el golpe sigue ahí, pero no le presto atención, tengo cosas más importantes de las cuales encargarme ahora mismo.

Una de esas, es el problema creciendo en mis pantalones —que bien sé de qué se trata—. El siguiente tiene que ver con su jodida sonrisa, porque el muy desgraciado no deja de hacerlo, no deja de morder sus labios, no deja de lamerlos. Quiero ser yo quien realice tal acción.

Comienza a caminar, llevándome con él a Dios sabe dónde, no me interesa el seguirlo, ¿adónde puede llevarme?

Nos metemos entre las miles de personas hacia donde creo que es la salida. No suelto su mano en ningún momento, más bien, la sujeto con más fuerza.

Logramos llegar a la salida. Sé que sigo ido, sé que él sigue ahí. Borrosamente lo percato, subimos a su auto, mi motocicleta no ha sido de penuria en esta ocasión. Ahora comprendo por qué.

El auto se enciende y él toma el control de éste, comienza a manejar. Pero no puedo resistirme, no me controlo ahora mismo. Es mi cordura yéndose a la mierda, soy yo en mi lecho de debilidad, siendo triturado por las drogas y el alcohol.

¿Pero para qué mentir? El verdadero yo es quien realmente quiere esto, es por quien me estoy dejando llevar. Estoy haciendo lo que, sobrio, sería incapaz de hacer.

Beso su mejilla repetidas veces. Ni siquiera me interesa el que esté conduciendo, lo quiero a él. Su risa se expande, pero no gira en ningún momento. Mucho menos soy consciente de cuando el auto se detiene, pero al verlo salir, voy tras suyo. Como todo este rato.

No reconozco el sitio, por lo que deduzco sin importancia el que es su casa. Tiene una gran fachada blanca, se nota espaciosa, de dos pisos. No me tomo el tiempo de seguir observando, su mano vuelve a tomar mi brazo y me dejo llevar por él.

Hay escaleras, esas que a duras penas logramos subir, muchas puertas y las luces están todas apagadas, sólo por las ventanas se escabulle la luz del exterior.

Mi boca se une a suya cuando llegamos a otra puerta, no me fijo en absolutamente nada, estoy centrado en él. No existe nada más, sólo él y yo.

La ropa comienza a sobrar, y sus labios me atrapan, dejándonos caer sobre una superficie suave que denomino como una cama. Él encima de mí.

Baja sus besos por mi cuello, y la presión en mis pantalones se vuelve tal que mi necesidad se desborda. Debo quitar mis jodidos pantalones, estoy frente a una de las esculturas más hermosas que he visto en mi vida.

Tiene sonrisa sexual y cabello lacio. Sí, joder, todo en él grita la palabra "sexual".

—Me fascinas —gimo. Él claramente no contesta.

Una vez no lo resisto, mis pantalones bajan. Lo tiro sobre la cama, haciéndolo recostarse, y junto a sus pantalones me llevo su bóxer.

¿Escultura? ¡Bendita gracia del espíritu santo!

Me poso encima de él. No podría perderme de algo así. Quiero tenerlo, de todas las formas posibles. Necesito de él.

Lo necesito a él.

Mi última prenda desaparece, dejándonos expuestos el uno a otro, y él vuelve a posarse encima de mí. Su erección roza con la mía, haciéndome sonreír en medio de nuestro beso. Y giro abriendo sus piernas, éstas rodean mi cintura.

Mis labios viajan a su clavícula, haciendo un camino hasta su cuello, barbilla y de último sus labios. Me vuelvo a perder en ellos.

Me doy cuenta de que, aun sabiendo lo perdido que estoy, volvería a perderme miles de veces por sólo probar sus labios.

Sus gemidos me ayudan a proseguir, mis manos tantean lugares a ciegas y termino en su trasero. Bajo mi vista hacia ese punto, masajeo con parsimonia. Sus manos acunan mi nuca, acariciando, mirándome directo a los ojos.

Y lo hago. Me adentro a él, sin mucho cuidado a decir verdad. Suelta un grito ahogado, debo poner mi mano sobre su boca. La vena en su cuello se marca y el color en su rostro —a pesar de la oscuridad— puedo ver que se torna rojizo y acalorado.

Aparto mi mano, dándole paso a mis labios para apaciguar cualquier cosa que esté por venir. No sé que estoy haciendo, por décima vez. Sólo sé que quiero hacerlo, sé que quiero tenerlo, que me encanta y que lo haría mil veces más, porque se siente grandioso.

Me muevo con suavidad, y a pesar de que sus ojos están cerrados y su espalda arqueada, no despego mi vista ni por un segundo hasta que su gesto se suaviza y hace contacto visual conmigo.

Vuelvo a besarlo, captando sus ojos. Acelero mis movimientos tan pronto como sus caderas comienzan a impulsarse contra mí. Subo una de sus piernas a mi hombro, creando mejor accesibilidad.

Acaricio su pecho, sus brazos están extendidos y aprietan las sábanas con fuerza. Sus gemidos mezclados con los míos llenan la habitación, no nos preocupamos, que todos sepan lo que ocurre dentro de esa habitación.

Las drogas y el alcohol jamás me habían parecido mejor.

Llevo mi mano hasta su hombría, rodeándola por completo. Veo su espalda arquearse nuevamente ante mi tacto y eso sólo me motiva a seguir, con más fuerza, con más velocidad.

Llega un punto en donde sólo son mis caderas moviéndose contra él, cada vez con más rapidez y placer. Una fina capa de sudor nos caracteriza a ambos, y me vengo. No dejo de tocarlo hasta que lo veo venirse también, y soltamos gemidos ahogados.

¿Qué mierda ha sido todo esto?







Dolor de cabeza; el sentimiento más característico con el que puedes despertar.

Llevo mi mano a mi cabeza, siento que arde, demasiado para lo que me concierne.

Tuve un golpe en la frente con la parte inferior de un auto gracias un susto dado por Cameron.

Cameron... Cameron... ¡Cameron!

Abro mis ojos de golpe, removiéndome en el puesto. Pico mis ojos bruscamente, buscando claridad visual. Y vaya que la consigo.

Estoy en una habitación amplia y de tonos pasteles, algo entre clásica y moderna, es hermosa. La claridad entra por las persianas, el frío es indiscutible, y estoy desnudo.

Estoy jodidamente desnudo, y quisiera saber por qué mierda.

Probablemente estoy en casa de alguna chica que encontré en el bar y ella nos ha traído hasta acá para tener sexo. Es lo más coherente que me propongo, puesto que no recuerdo la mitad de las cosas que sucedieron ayer.

Cameron fue al taller de mecánica en el que trabajo, me invitó a un bar algo lejano a la ciudad y terminamos bebiendo, luego hicimos una apuesta y todo es borroso a partir de ahí. Sólo llego a pequeños fragmentos que no concuerdan con la realidad, no me parece que haya sido algún recuerdo, sino más una alucinación, por ello no entro en pánico.

Pero me remuevo en el lugar, buscando alguna respuesta, y mi mano da contra algo. Más bien, alguien. Un gemido se escucha y luego la persona a mi lado se mueve. Y entonces las cobijas caen y lo veo.

Maldición.

—¿Cameron? —pregunto esperanzado. Esperanzado de que mi jodida mente me esté fallando. Esperanzado de que esta sea una maldita alucinación y no sea Cameron con quien estoy completamente desnudo sobre una cama.

Las esperanzas al parecer no me sirven de nada.

Él se la vuelta y me mira, por mi parte no sé cómo reaccionar. Estoy paralizado, en shock. No puedo moverme.

—¿Keith? —pregunta en mi mismo tono. Acabamos los dos sentados de igual manera, con las mismas expresiones de desconcierto y confusión—. ¿Qué mierda...? —ve a su alrededor. Jadea—. No..., mierda, no. Joder, Keith, que sea todo menos lo que estoy pensando.

Su cabeza pasa a estar entre sus manos. Puedo comprender su angustia. Todo el pánico se acumula en mi garganta, el querer interpretar alguna oración se me dificulta y comienzo hiperventilar.

—No pudo haber sido, no... —murmuro con firmeza—. Mierda, Cameron.

—Me duele el jodido culo, Keith —masculla. Al girar su rostro está completamente rojo, y siento culpa—. ¡Esto es...!

Su gruñido se oye por todo el espacio. Sigo sin poder reaccionar y sólo quiero cachetearme.

Sí lo hicimos, sí pasó.

Todas las imágenes me invaden, una por una, como en presentación. No puedo hacer más que maldecir para mis adentros. La culpabilidad es algo que me caracteriza justo ahora, por lo cual siento la necesidad de disculparme. Por más en vano que eso me resulte.

—Cameron... —intento comenzar a formular, pero él me interrumpe sentándose en el extremo de la cama, abre un cajón para tomar lo que creo es ropa interior.

—Busca tu ropa y vete, Keith —dice levantándose una vez está cubierto. Quedo en parálisis nuevamente. Quiero romper todo, joder a todos. Probablemente llorar como un canalla también—. Sal de mi jodida casa, ahora.

Tira lo sea que conozca como mis prendas de vestir hacia mí. Como instinto lo hago. Él sale de la habitación, desconozco hacia dónde va pero me da el tiempo de vestirme.

Doy un gran suspiro luego de que termino de vestirme y respiro hondo. La parte vulnerable de mí quiere salir a flote, pero me temo que debo ser duro. La cosa es que siento que debo disculparme con él. Tengo que disculparme con él. Por haber sido un jodido inconsciente. Nada de esto debió haber sucedido.

Doy un vistazo a la cama. Son sábanas blancas las que están manchadas de un rojo que bien puede ser sangre. No indago más, me quedo ahí. Sé lo que es. Es sangre.

Al bajar las escaleras con todo el peso del universo encima, él está sentado con su vista fija al suelo en un mueble de la sala. Me quedo quieto por otro segundo, dudando entre ir hacia él o irme de una vez de ese lugar.

Ambos salimos afectados de acá.

Sin percatarme de ello, estoy sentándome en la pequeña mesa del centro, justo frente a él. Sólo viste la ropa interior que sacó hace unos minutos y muerde su uña. No me mira, no se mueve, no llora, no nada. Nada.

Siquiera su respiración es irregular. Me hace saber en lo que está pensando.

—Lo siento —consigo formular. Es cuando él parece recapacitar y pisar tierra—. Sé lo que estás pensando, y lo siento. Nada de esto debió haber sucedido.

—Dije que salieras de mi casa, ¿acaso eres sordo o tienes problemas? —articula agresivo. No digo nada, estoy dispuesto a recibir cuantos insultos le parezca necesario.

—Cameron, necesitamos hablar sobre esto...

—No necesitamos hablar sobre nada, Ainsworth —se levanta del mueble. Con brusquedad toma mi brazo. No estamos lejos de la puerta de entrada, así que sin mucha resistencia me dejo llevar—. Nunca pasó nada, esto nunca sucedió, ¿de acuerdo? —me empuja fuera de la casa—. Tú no me conoces ni yo a ti. Adiós.

Cierra la puerta de un portazo, dejándome en los suburbios. A penas y sé dónde demonios estoy varado.

Y con la vida vuelta más mierda de lo que de por sí ya era, regreso a casa.

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